¿Por qué ya no podemos leer?

O, ¿pueden salvarnos los libros de lo que lo digital hace a nuestros cerebros?

Daniel Arbelo
11 min readMay 8, 2015

El año pasado, leí cuatro libros.

Las razones de tan baja cifra son, supongo, las mismas por las que tú habrás leído menos libros de los que crees que deberías haber leído el año pasado: he encontrado cada vez más y más difícil concentrarme en palabras, frases y párrafos. Y no hablemos de los capítulos. Los capítulos a menudo tienen páginas tras páginas de párrafos. Son una horrible cantidad de palabras en las que concentrarse, por sí solas, sin nada más ocurriendo. Y una vez que has conseguido acabar un capítulo, tienes que ir a por otro. Y normalmente un montón más, antes de que puedas decir acabé, y continuar con el siguiente. El siguiente libro. La siguiente cosa. La siguiente posibilidad. Siguiente, siguiente, siguiente.

Soy un optimista

Aún así, soy un optimista. Muchas noches del año, me meto en la cama con un libro — de papel o electrónico — y empiezo. Leyendo. Le. Yendo. Una palabra tras otra. Una oración. Dos oraciones.

Tal vez tres.

Y entonces... necesito un poco de otra cosa. Algo que me saque del apuro. Algo que me rasque ese picor en la parte de atrás de mi mente — mirar rápidamente el correo en mi iPhone; escribir, y borrar, una respuesta a un tuit gracioso de William Gibson; encontrar, y seguir, un enlace a un buen, realmente buen, artículo en el New Yorker, o, mejor, el New York Review of Books (del que quizá haya leído, incluso, la mayoría, si es tan bueno). E-mail de nuevo, sólo por estar seguro.

Había leído otra frase. Eso es, cuatro frases.

Los fumadores, que son más optimistas sobre sus capacidades de resistir la tentación, son lo que tienen más posibilidades de reengancharse a los cuatro meses, y los dietistas, exageradamente optimistas, son los que menos posibilidades tienen de perder peso. (Kelly McGonigal: The Willpower Instinct)

Se necesita mucho tiempo para leer un libro a ritmo de cuatro frases por día.

Y es agotador. Normalmente me dormía a mitad de la quinta frase.

Llevo tiempo dándome cuenta de este patrón de comportamiento, pero creo que el recuento de libros terminados el año pasado fue igual de bajo que siempre. Era desalentador, especialmente porque mi vida profesional gira en torno a los libros: empecé LibriVox (audiolibros de dominio público y gratuito) y Pressbooks (una plataforma en línea para hacer impresiones y libros electrónicos), y he co-editado un libro sobre el futuro del libros.

He dedicado mi vida, de una manera u otra, a los libros, creo en ellos, sin embargo, era incapaz de leerlos.

No estoy solo.

Cuando la gente del New Yorker no puede concentrarse lo suficiente como para escuchar una canción entera, ¿cómo van a sobrevivir los libros?

Escuché, hace poco, una entrevista en el podcast del New Yorker, donde el presentador estaba entrevistando al escritor y fotógrafo, Teju Cole.

Presentador:

«Uno de los retos de la cultura en la actualidad es, por decir algo, escuchar una canción del tirón… estamos tan distraídos, ¿todavía eres capaz de mantener la atención a las cosas, eres capaz de participar de la cultura de esta forma?»

Teju Cole:

«Si, y mucho»

Cuando escuché esto, sentí como si estuviese abrazando al presentador. Ni siquiera podía escuchar una canción hasta el final sin distraerse. Imagina lo que la pila de libros en la cabecera de la cama le hacen sentir.

También tuve la sensación de abrazar a Teju Cole. Son las personas como el señor Cole la que nos dan la esperanza de que alguien quedará para enseñar a nuestros niños a leer libros.

Bailando hacia la distracción

Lo que era cierto sobre mis problemas con la lectura de libros — el inevitable canto de sirena del éxito digital de la nueva información — también lo era en el resto de mi vida.

Mi hija de dos años, en su recital de baile. Tutú rosa. Orejas de gato en su cabeza. Junto a otras cinco niñas de dos años, delante de un público de 75 padres y abuelos, esas pequeñuelas dieron todo un espectáculo. Te puedes imaginar el resto. Has visto los videos en YouTube, quizás te he enseñado mis videos. Nivel de monería extremo, un momento que define un tipo especial de orgullo paterno. Mi hija ni siquiera bailó, simplemente deambulaba de un lado al otro del escenario, mirando a la audiencia con los ojos tan abiertos como los puede tener una niña de dos años mirando a un grupo de desconocidos. No importó que no bailase, estaba tan orgulloso. Tomé fotos y un video, con mi teléfono.

Y, por si acaso, comprobé mi correo. Twitter. Nunca se sabe.

Me encuentro en este tipo de situaciones a menudo, consultar el correo electrónico o Twitter, o Facebook, sin nada que ganar, excepto el estrés de un mensaje relacionado con el trabajo indicando que bajo ninguna circunstancia puedo responder en ese momento.

Me hace sentir vagamente sucio, leer mi teléfono con mi hija haciendo algo maravilloso justo a mi lado, como si estuviera fumando a escondidas.

O una pipa de crack.

Una vez que estaba leyendo en mi teléfono mientras mi hija mayor, de cuatro años, estaba intentando hablar conmigo. Fui incapaz de escuchar lo que dijo, y en cualquier caso, estaba leyendo un artículo sobre Corea del Norte. Ella agarró mi cara con sus dos manos, tiró de mí hacia ella. Y dijo: «Mírame cuando estoy hablando contigo».

Tiene razón. Debería.

Pasando el tiempo con los amigos, o la familia, a menudo siento un latido profundo que sale del alma que proviene de la oblea perfectamente diseñada en acero inoxidable, cristal, y metales raros de la tierra, que se encuentra en mi bolsillo. Tócame. Mírame. Podrías descubrir algo maravilloso.

Esta enfermedad no se limita a cuando estoy tratando de leer, o en acontecimientos únicos en la vida con mi hija.

En el trabajo, mi concentración está en constante tensión: terminar de escribir un artículo (este, en realidad), respondiendo a la petición de un cliente, revisar y comentar los nuevos diseños, limpiar el «copy» de la página Acerca de. Ponerse en contacto con esto y lo otro. Impuestos.

Todas estas tareas críticas para mi supervivencia, quedan desplazadas más a menudo de lo que me gustaría admitir por un echar un rápido vistazo a Twitter (para el trabajo), o Facebook (también para el trabajo), o un artículo acerca de los conjuntos de Mandelbrot (que, en este justo momento, leo).

El correo electrónico, por supuesto, es lo peor, porque el correo electrónico es donde ocurre el trabajo, e incluso si no es el trabajo que debería estar haciendo en este momento es muy probable que sea trabajo más fácil de hacer que el que estás haciendo ahora, y eso significa que de alguna manera terminas haciendo ese trabajo en lugar de lo que se supone que deberías estar haciendo en ese momento. Y solo entonces vuelves a eso en lo que deberías haber estado concentrándote todo este tiempo.

Dopamina y digital

Resulta que los dispositivos digitales y el software están finamente ajustados para entrenarnos a prestarles atención, sin importar lo que debiéramos estar haciendo. El mecanismo, confirmado por estudios recientes de neurociencia, sería algo así:

  • La nueva información crea un chute de dopamina al cerebro, un neurotransmisor que te hace sentir bien.
  • La promesa de nueva información obliga a tu cerebro a buscar ese chute de dopamina.

Con las IRMf, puedes observar que los centros de placer del cerebro se iluminan con actividad cuando llegan nuevos correos electrónicos.

Así que, cada nuevo correo que recibes te da un pequeño flujo de dopamina. Cada pequeño torrente de dopamina refuerza la memoria cerebral que te indica que mirar el correo genera esa corriente de dopamina. Y nuestros cerebros están programados para buscar cosas que nos darán pequeñas cantidades de dopamina. Además, estos patrones de comportamiento comienzan creando vías neuronales, de modo que se conviertan en hábitos inconscientes: Trabajando en algo importante, picor en el cerebro, consultar el correo electrónico, dopamina, actualización, dopamina, comprobar Twitter, dopamina, vuelta al trabajo. Una y otra vez, y este hábito se arraiga más y más en las estructuras de nuestros cerebros.

¿Cómo pueden competir los libros?

Dándonos placer hasta morir

Hay un famoso estudio con ratas cableadas con electrodos en sus cerebros. Cuando las ratas presionan una palanca, una pequeña descarga se libera en parte de su cerebro que estimula la liberación de dopamina. La palanca del placer.

Puestos a elegir entre la comida y la dopamina, elegirán la dopamina, a menudo hasta el punto de agotamiento y el hambre. Preferirán la dopamina al sexo. Algunos estudios muestra a las ratas presionar la palanca de dopamina 700 veces en una hora.

Nosotros hacemos lo mismo con nuestro correo electrónico. Actualizar. Actualizar.

Elecciones: Primera parte (xkcd)

No hay un hermoso universo al otro lado del botón de recargar el correo, y sin embargo es la llamada de ese botón lo que me sigue separando del trabajo que estoy haciendo, de la lectura de libros que quiero leer.

¿Por qué son los libros importantes?

Cuando pienso en mi vida, puedo definir un conjunto de libros que me formaron — intelectualmente, emocionalmente, espiritualmente — . Los libros siempre han sido una vía de escape, una experiencia de aprendizaje, un salvador, pero más allá de esto, más que esto, ciertos libros se convirtieron, con el tiempo, en una especie de pegamento que mantiene unida mi comprensión del mundo. Pienso en ellos como nodos de conocimiento y emoción, nodos que tejen juntos el tejido de mi ser. Libros, para mí de todos modos, que conforman quién soy.

Los libros, en formas que son diferentes a las artes visuales, la música, la radio, incluso al amor, nos obligan a caminar a través de los pensamientos de otros, palabra tras palabra, a lo largo de horas y días. Compartimos nuestras mentes en ese momento con la del escritor. Hay una lentitud, una reflexión forzada requerida por este medio totalmente única. Los libros recrean el pensamiento de otra persona dentro de nuestras propias mentes, y quizás es este mapeado uno a uno, con las palabras de otro, por sí solas, sin estímulo externo, lo que da el poder a los libros. Los libros nos fuerzan a permitir que los pensamientos de otros habiten en nuestras mentes por completo.

Los libros no son solamente transmisores de conocimiento y emoción, sino un tipo especial de herramienta que se amolda de un ser a otro, que permiten probarte ideas y emociones extranjeras.

Esta supresión del yo es un tipo de meditación también. Y mientras que los libros siempre han sido importantes para mí por sus propios méritos (pre-digitales), empezó a ocurrirme que «el aprender a leer los libros de nuevo», también podría ser una manera de empezar la ablactación de mi mente de este desecho digital empapado de dopamina, este lavado sin sentido de la información digital, lo que tendría un doble beneficio: yo estaría leyendo los libros de nuevo, y tendría mi mente de vuelta otra vez.

Y, hay, a menudo, bellos universos por encontrar al otro lado de la cubierta de un libro.

Los problemas con las cosas digitales

Estudios de neurociencia recientes confirman muchas de las cosas que sufrimos las víctimas de la sobrecarga digital de manera innata. Esa exitosa multitarea es un mito. La multitarea nos hace estúpidos. Según el psicólogo Glenn Wilson, las pérdidas cognitivas de la multitarea son equivalentes a fumar marihuana. (ACTUALIZACIÓN:. Gracias a Liza Daly por señalar que Glenn Wilson ha declarado públicamente que este estudio fue parte de un gancho pagado por un RR.PP. y fue tergiversado en los medios de comunicación Ver: http://www.drglennwilson.com/Infomania_experiment_for_HP.doc)

Esto es malo por muchas razones: nos hace menos eficaces en el trabajo, lo que significa que o conseguimos hacer menos, o tenemos menos tiempo para estar haciendo otras cosas, o las dos cosas.

Estar en una situación donde intentas concentrarte en una tarea, y un correo está esperando sin ser leído en tu buzón, puede reducir la efectividad de tu CI en 10 puntos.(The Organized Mind, by Daniel J Levitin)

Es incluso peor que eso, porque este cambio constante de una cosa a otra también es agotador.

Mis días menos productivos, los días en que he pasado más tiempo saltando entre distintos proyectos, e-mails y Twitter y cualquier otra cosa, son también mis días más agotadores. Solía pensar que mi cansancio era la causa de esta falta de concentración, pero resulta que lo contrario podría ser cierto.

Requiere más energía dividir tu atención de tarea en tarea. Requiere menos energía centrarse. Esto significa que la gente que organiza su tiempo de manera que les permite centrarse no solo van a conseguir hacer más, sino que estarán menos cansados y menos agotados neuroquímicamente después de hacerlo. (The Organized Mind, por Daniel J Levitin)

El problema definido

Y así, el problema, más o menos, se identifica:

  1. No puedo leer libros porque mi cerebro ha sido entrenado para querer un impulso constante de dopamina, que una interrupción digital le dará
  2. Esta adicción a la dopamina digital significa que tengo problemas concentrándome: en los libros, trabajo, familia y amigos.

Problema identificado, o la mayor parte de él. Hay más.

Oh, y no nos olvidemos de la televisión

Vivimos en una edad de oro de la televisión, no hay duda. Las cosas que se producen en estos días son de una gran calidad. Y hay un montón.

Durante el último par de años, mi rutina nocturna ha sido una variante: Llego a casa del trabajo, agotado. Me aseguro de que las niñas han comido. Me aseguro de que como. Meto a las niñas a la cama. Me siento agotado. Enciendo el ordenador para ver algo (de la nueva era oro) de televisión. Jugueteo con correos del trabajo, y, generalmente, pierdo el tiempo mientras la televisión de la edad era de oro consume el 57% de mi atención. Soy malo viendo la televisión y malo acabando los correos electrónicos. Me acuesto. Trato de leer. Reviso el correo electrónico. Trato de leer de nuevo. Duermo.

Aquellos que leen poseen el mundo, y aquellos que ven la televisión lo pierden. (Werner Herzog)

No sé si Werner Herzog estaba en lo cierto, pero sí sé que yo nunca diría sobre la televisión — ni siquiera sobre las cosas geniales, que hay muchas — lo que digo acerca de los libros. No hay programas de televisión que existen como nodos que sostengan mi comprensión del mundo. Sencillamente, mi relación con la televisión no es la misma que la que tengo con los libros.

Y, entonces, un cambio.

Y así, desde enero, empecé a hacer algunos cambios. Los más importantes son:

  1. No más Twitter, Facebook, o lectura de artículos durante el trabajo (difícil).
  2. No leer más artículos aleatorios de noticias (difícil).
  3. Nada de smartphones u ordenadores en la cama (fácil).
  4. Nada de TV después de la cena (resulta que es fácil).
  5. En su lugar, ir directo a la cama y empezar a leer un libro — normalmente en un libro electrónico — (resulta que es fácil).

Lo sorprendente fue la rapidez con la que mi mente se adaptó para dar cabida a la lectura de libros de nuevo. Esperaba tener que luchar por esa concentración, pero no fue necesario. Con menos entrada digital (especialmente sin televisión pre-cama), el tiempo extra (otra vez, no hay televisión), y sin un dispositivo digital tentador a la mano... había tiempo y espacio para mi mente se asentase en un libro.

Qué sensación tan maravillosa.

Estoy leyendo más libros ahora de los que he leído en años. Tengo más energía, y más atención de la que he tenido en mucho tiempo. Aunque no he conquistado totalmente mi adicción a la dopamina digital, lo estoy consiguiendo. Creo que la lectura de libros me está ayudando a reciclar mi mente para volverme a concentrar.

Y los libros, resulta, siguen siendo esas cosas maravillosas que solían ser. Soy capaz de leer de nuevo.

El correo electrónico del trabajo, sin embargo, sigue siendo un problema. Si tienes sugerencias para eso, dímelas por favor.

(Por cierto, estoy empezando un pequeño boletín electrónico sobre los libros, la lectura y la tecnología que tanto nos rodea. Voy a tratar de tener algo nuevo cada semana o dos. Puedes registrarte aquí).

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