Fernando Valverde
6 min readMay 8, 2015

--

Trasfondos en código

Resulta que las contraseñas son algo más que caracteres aleatorios

Por Ian Urbina

Hoy es el Día mundial de la contraseña. Para obtener más información acerca de las contraseñas, y la simplificar las contraseñas en tu vida, ve a PasswordDay.org

El 20 de noviembre de 2014, The New York Times Magazine publicó «La vida secreta de las contraseñas». Un análisis de la humanidad que a menudo se esconde en una sencilla cadena de caracteres, y una reflexión sobre por qué llenamos estos códigos de significado cuando nos dicen que no lo hagamos. Un mantra motivacional, una pulla al jefe, una oda a un amor perdido, una broma para nosotros mismos, una cicatriz emocional que nos define. Hay algo cautivador, inspirador, en estos fragmentos de nuestra vida interior.

Al escribir este artículo, busqué contraseñas en cada oportunidad que tuve: sentado en la sala de espera del médico, viajando en Amtrak, llenando los silencios incómodos en la cena de Acción de Gracias con mis suegros. Entrevisté a centenares de personas, la mayoría desconocidos. Un sorprendente número estuvo dispuesto a dar este gran salto de fe compartiendo no solo los códigos que supuestamente no deben revelar, sino el secreto emocional interior que convierte estos códigos en personales.

Quedé para tomar un café con un ex presidiario para comentar por qué su contraseña incluye lo que solía ser su número de identificación como preso («Un recordatorio para no volver», me dijo).

Presioné suavemente a una mujer en el parque sobre lo que sintió al descubrir la contraseña de su hijo («Lamba1969») después de que se suicidara, y darse cuenta, dolorosamente tarde, de que había sido gay.

Me escribí por correo electrónico con un católico que perdió la fe, que me contó como sus contraseñas incluían a la Virgen María («Es secretamente tranquilizador», confesó).

Atascado en la pista despegue, me senté al lado de una mujer de 45 años, sin hijos, que al final me reveló que su contraseña era el nombre del bebé que perdió en el útero («Mi manera de mantenerle con vida, supongo», dijo).

Fascinantes por sí solas, estas gemas también apuntaban a algo mayor: cómo lo seres humanos son criaturas creativas y sentimentales, qué nos lleva a extravagantes rutinas, y por qué convertimos grilletes en arte. The New York Times Magazine y Medium publicaron historias sobre el tema.

Los lectores comenzaron a ofrecer el trasfondo tras sus antiguas contraseñas, quince de las cuales se encuentran a continuación:

  • Madison Romero siempre ha seguido las normas. Luego decidió hacer algo inesperado: comprar una tarantula para asustar a sus amigos. No funcionó. A ellos les fascinó. Un error cómico que se convirtió en su contraseña «scaryspider» [«arañaescalofriante»].
  • «Mi matrimonio está fallando. Me gustaría que saliera adelante», escribió Sadie Welsh. «Es increíble cómo las personas dejan, simplemente, de hablar». Su contraseña, «1WordBrandon» [«1PalabraBrandon»], es un recordatorio, «para decir algo a mi marido al menos una vez al día».
  • Inspirada por la idea de que nuestras contraseñas, escritas repetidamente, pueden ayudar a motivarnos y a inspirarnos, Shelly Bredau eligió la contraseña «StrongMe» [«FuerteYo»] para alzar su confianza después de que 20 años de matrimonio terminaran en un divorcio inesperado, pero tuvo que cambiarla porque no dejaba de escribir «StrangeMe» [«DesconocidaYo»]. «Desconocidos acuerdos, desconocidos abogados, desconocidas legalidades».
  • La contraseña de Joy Chen: el nombre de un personaje de una novela que comenzó a escribir y dejó a un lado sin llegar nunca a abandonar: «Una vez una idea es creada, nunca deja de existir».
  • Tim, quien pidió que su apellido no fuera revelado, todavía se pregunta por qué usó «Waganaki», el campamento de verano en el que abusaron sexualmente de él y otras referencias a ese verano en sus contraseñas. «No estoy seguro del porqué me he torturado a mí mismo con estas contraseñas», escribió. «Quizá porque durante décadas no pude hablar sobre ello».
  • La contraseña de Nestor L. Reyes era el número de serie de su M-16, 1132859. Entrenando en la 82ª de las Fuerzas aéreas, durmió, comió y saltó en paracaídas con él. «Bonito y mortal. A diferencia de la gente, nunca me dejó tirado», dijo.
  • «Iwillmisspeggy4ever» [«Echarédemenosapeggysiempre»]. La mujer de Floyd Chaffe falleció en un accidente con un trailer tractor en 2001. Su contraseña le ayuda a «estar conectado con lo que se perdió».
  • En su contraseña, «10yeartstogo» [«10añosparaterminar»], hay una promesa que se hizo a sí misma para terminar la universidad con 23 años. Melisa Fernando tiene ahora 22. Solo le queda un año para graduarse.
  • «WhyDoTheDogsWakeMeOnSundays» [«PorQuéLosPerrosMeDespiertanLosDomingos»] y «Toomuchbakingsodamakesyourcakeabitfizzy» [«Demasiadobicarbonatohacequetustartasseaanunpocoefervescentes»]: Las antiguas contraseñas de Darren Pauli, seleccionadas para hacer reír a su mujer cuando las compartía con ella.
  • Quien por aquel entonces no había salido del armario en Bombay, Aditya Joshi, utilizó durante años «Iamgay» [«Soygay»] como contraseña. Cada vez que la escribía, dijo, «mi auto confianza aumentaba un poquito».
  • La contraseña de Vivian Tan Bo Yee, «shushifreak1308», combina el mote que sus amigos le pusieron por su comida favorita y la fecha en la que sus padres se separaron (13 de agosto). «El consuelo en las cosas que una vez nos dieron miedo».
  • Cuando Rosemary Kuropat crecía, las matrículas personalizadas eran carísimas. Su contraseña, «MilK071120», honraba a su madre soltera (Mil K.; fecha de nacimiento: 11 de julio de 1920) y la matricula personalizada que su madre decía que compraría si tuviera el dinero.
  • David Agudelo Restropo usa «eccehomo» como contraseña, en referencia al último libro de Nietzche, Ecce Homo: Cómo se llega a ser lo que se es, que le ayudó a superar su trastorno obsesivo. Este recuerda: «Solo soy otro hombre, nada más, nada menos».
  • Tras un desastroso verano de rupturas y «descansos», Allison Sherry eligió «bettersummer2014» [«mejorverano2014»] como contraseña. «Lanzando un profundo deseo a mi ciber éter personal».
  • En sexto grado, Doroty Pippin llevaba su violín a la escuela. Su mote (después su contraseña) era «Dillinger», una referencia al mafioso que llevaba su metralleta en un estuche de violín. «Buenos tiempos en mi infancia».

El proyecto reportaje continúa. Si tienes historias de tus contraseñas que compartir, por favor, mándame un correo a urbina@nytimes.com, sígueme en Twitter en @ian_urbina, o responde a continuación.

Ilustraciones de Harrison Freeman

--

--