EPISODIO TRES

Vanessa Wilbat
27 min readJan 20, 2015

La investigación del asesinato de un héroe de la DEA ha llevado al agente Berrellez a las profundidades del oscuro mundo de los narcotraficantes, de los funcionarios mexicanos corruptos y, posiblemente, de la CIA (ver partes I y II). Sus últimos testigos lo conducen hasta la habitación del asesinato, y representan una amenaza no solo para el caso, sino para su vida.

Por Charles Bowden y Molly Molloy
Ilustraciones por Matt Rota

Capítulo once

Comienza la tortura

La voz de Raúl es suave, su piel es delicada y despreocupada; un rostro atractivo como los que se ven en las películas, no en cuadrillas de narcos asesinos. Él rehizo su vida, y gracias a la protección de testigos se ha arraigado en EE. UU. Maneja varios negocios pequeños y tiene una familia nueva. Ha dejado el pasado atrás; accedió a hablar solo porque el agente Berrellez le ha pedido regresar a aquellos días y contar lo que vio y escuchó.

Raúl viene de la policía estatal. Al igual que las otras fuentes de información de Berrellez —Godoy y Ramón—, él recuerda las mismas reuniones que precedieron al secuestro de Camarena: el mismo reparto de capos, cuerpos de seguridad, políticos prominentes y las fuerzas armadas. Recuerda el día cuando los testigos de Jehová tocaron el timbre de la casa y cómo le rogaban a Dios que los salvara mientras las balas los agujereaban.

«Hoy en día —explica— suena aterrador, pero en ese entonces era lo que todo mundo hacía». Él estaba en el restaurante La Langosta cuando los dos estadounidenses entraron y Caro Quintero ordenó que los agarraran; oyó cuando Caro Quintero le dijo a Bartlett Díaz, aspirante a la presidencia, «Acuérdese de nosotros cuando llegue a la cima».

En dos ocasiones Raúl vio un agente estadounidense diferente en la casa de Fonseca, el que iba por el dinero y lo empacaba en un portatrajes. Dice que estuvo ahí cuando Max Gómez y Bartlett Díaz recogieron el dinero empacado en cajas de cartón y Caro Quintero les dijo: «Aquí está su dinero, ahora a trabajar».

Y estaba en la casa en la calle Lope de Vega la mañana en la que capturaron a Camarena, el 7 de febrero de 1985. Cerca de cuarenta personas se reunieron, incluyendo a Caro Quintero, Félix Gallardo y sus guardaespaldas. Personal de la DFS y de la policía estatal también asistió. A las 12.30 P. M. apareció un hombre del que se sabía trabajaba para el consulado estadounidense, e inmediatamente el grupo se concentró en el inminente secuestro del agente de la DEA. El personaje del consulado le dijo al socio principal de Fonseca que todo estaba listo según el plan «ya acordado».

Cuatro vehículos en caravana se dirigieron al consulado. En caso de que las cosas salieran mal, uno de los vehículos se utilizaría para escapar, mientras que los otros fueron dispuestos para vigilar. Fonseca se estacionó a dos cuadras.

Raúl estaba en el vehículo con el empleado del consulado, quien insistió en que Camarena saliera por la puerta sur sobre la Calle Libertad. Ya eran más de las 2.00 P. M. De repente, el empleado del consulado hizo señas: «Mira, ese es». Raúl y otros dos hombres se bajaron del carro y abordaron a Camarena.

El socio le enseñó su credencial de la DFS y le dijo: «El comandante quiere verlo».

Camarena respondió: «Cuando nos citan y se requiere de nuestros servicios se hace a través de…» El agente lo interrumpió clavándole un arma en las costillas y lo metió a la fuerza al asiento trasero del auto. Raúl le pasó la chaqueta a Camarena por encima de la cabeza, y el hombre del consulado manejó de regreso a la casa en la calle Lope de Vega. El socio envió un mensaje breve por radio a aquellos partícipes en la operación: «El doctor ya vio al paciente».

Fonseca y Caro Quintero estaban sentados en el patio con un coronel del ejército mexicano cuando llegó Camarena. El socio les dijo: «Ustedes dijeron que no era posible, pero aquí se los tengo».

Le vendaron los ojos a Camarena; en ese instante supo que muy probablemente moriría. Era obvio para él que no estaba en una estación de policía para reunirse con un comandante.

Caro Quintero se puso de pie y le dijo: «Te dije hijo de la chingada que ibas a caer en mis manos».

Raúl estaba confundido. Hablaban como si se conocieran.

Camarena le dijo: «Te sirvo más vivo que muerto».

El hermanastro de Caro le preguntó: «¿Por qué me traicionaste?»

Camarena estaba desconcertado. Este replicó:

—¿De qué estás hablando?

—Tienes mucho dinero.

—Nunca me llegó ningún dinero.

Luego Camarena dijo: «Déjame hablar con Caro, él y yo nos entendemos».

El hermanastro preguntó:

—¿Cómo sabes que estás donde Caro Quintero?

—¿Quién más me habría detenido así?

Caro Quintero puso su brazo alrededor de Camarena, este vendado, y lo condujo a la habitación. El comandante del DFS entró con una grabadora.

Todo esto ocurre en una época en que la DEA insiste en no tener fotografías de Rafael Caro Quintero y no saber qué apariencia tiene. Más adelante, la Operación Leyenda —el nombre que recibió la investigación a la muerte de Camarena— revelaría que Caro Quintero le habría pagado cuatro millones de dólares a Camarena. Excepto que Camarena nunca recibió el dinero. Los agentes federales mexicanos, quienes se suponía que se lo entregarían, lo interceptaron. Camarena nunca se enteró del soborno ni de que se había convertido en el objeto de la ira de Caro Quintero.

Raúl entraba y salía de la habitación de la tortura. Dice que vio a Max Gómez, alias Félix Rodríguez, ahí haciendo preguntas. [NOTA DEL EDITOR: Rodríguez, quien como es bien sabido, presidió la ejecución del Che Guevara y más adelante desempeñaría un papel importante al asegurar apoyo y el entrenamiento de los contras nicaragüenses, niega estar involucrado en la interrogación, tortura y ejecución de Kiki Camarena].

Los interrogadores —por lo menos tres— tienen varias preguntas.

—¿Qué hace la DEA en Guadalajara?

—Investiga narcotraficantes.

—¿Por qué no porta un arma?

—No matamos gente aquí.

Ramón oyó preguntas acerca de políticos mexicanos y del secretario de defensa. También le hicieron preguntas sobre Bartlett Díaz, quien se asomó a la habitación del interrogatorio por lo menos un par de veces; el gobernador de Jalisco hizo lo mismo.

Mientras Camarena estaba siendo torturado, Alfredo Zavala Avelar, su piloto en la redada de Zacatecas y que tanto hizo enojar a los capos, es traído a la habitación. Raúl ve unos hombres saltar desde la cama sobre la espalda de Kiki. Oyó cómo le rompieron las costillas. Él era valiente, nunca rogó por piedad, dice Raúl. Solo se quejaba del dolor.

Fonseca se fue poco después de comenzada la tortura. A su regreso, Raúl y Ramón le dicen que el asunto se ha salido de control, que la tortura es muy severa y que Camarena podría morir.

Fonseca enojado confronta a Caro Quintero diciéndole: «Este no era el plan».

Fonseca, junto con su séquito, regresó a su casa, y en un ataque de ira por la manera en que se dieron las cosas, descargó una ráfaga de su AK a la entrada.

Finalmente, un doctor, Humberto Álvarez Machaín, llegó para ver a Camarena. Este le dijo a Caro Quintero que el hombre moriría si no era llevado a un hospital. Caro Quintero le responde que no le importa, que el hombre lo traicionó y que pagaría por ello. Por el momento, el doctor debía mantenerlo con vida para que pudiera responder más preguntas.

El grupo congregado esperaba en la sala: Bartlett Díaz (secretario de gobernación del gabinete), el General Arévalo Gardoqui (secretario de defensa), Miguel Aldana (jefe de Interpol), Félix Rodriguez, Sergio Espino Verdin (jefe de DFS). También estaba presente Juan Matta Ballesteros, un traficante hondureño y nexo con la CIA a través de su compañía de aviación, SETCO, que abastecía a los subversivos contras en Nicaragua, y otros.

Raúl, hambriento después de un día largo, fue a la cocina por un poco de lengua de res en salsa.

Alguien quiere saber si se tomó la decisión de matar a Camarena. Raúl los escuchó decir: «Aunque nos enteramos por nuestros propios medios, quería que escucharas las mismas palabras de sus propios labios. Iban a ponerle fin al tráfico de drogas en el estado de Jalisco». El secretario Arévalo Gardoqui se veía preocupado y Raúl lo oyó decir que los cuerpos de Camarena y Zavala debían esconderse muy bien. Bartlett Díaz anunció que las cosas estaban marchando bien y en la dirección correcta, pero hablaba un español tan sofisticado que la mayoría de los narcotraficantes no le entendían. Por último, Caro Quintero aclaró: «No se preocupe, igual vamos a matarlos a todos. Usted [Bartlett Díaz] va a llegar hasta la cima. Allá es donde lo necesitamos».

Capítulo doce

Más poderoso muerto

Alrededor de las diez de la mañana del 9 de febrero de 1985, Fonseca regresó con sus guardaespaldas a la casa en la calle Lope de Vega. Camarena estaba muerto. Caro Quintero y Fonseca se gritaron entre ellos. Los guardaespaldas de un lado y del otro alzaron sus armas. Luego, la tensión se disipó. La organización en Guadalajara enfrentaba una destrucción inesperada. Enrique Camarena estaba en lo cierto: Era mucho más útil vivo que muerto. Camarena y Zavala, el piloto, fueron enterrados en un parque en las afueras de la ciudad. Zavala seguía vivo cuando le echaron tierra para cubrirlo. Más adelante, cuando los fiscales le avisaron a los narcos que la situación se estaba complicando, los cuerpos fueron trasladados a otro estado para que fueran los estadounidenses, obsesionados con el asunto, quienes los descubrieran.

Durante los días que siguieron la desaparición de Camarena, agentes y jefes de la DEA de todo el hemisferio convergieron en Guadalajara. El comisionado de aduanas de EE. UU. ordenó que todo vehículo procedente de México fuera detenido e inspeccionado, dando como resultado el bloqueo de la frontera y provocando el descontento y la toma de represalias por parte de Washington y Ciudad de México. Un mes después, los cuerpos de Camarena y su piloto mexicano emergieron de fosas poco profundas en una hacienda ubicada a setenta millas de la frontera con el estado de Michoacán.

Entre tanto, Caro Quintero voló desde Guadalajara a Caborca, Sonora, y se abrió camino hasta llegar a Costa Rica. El 4 de abril es arrestado en la mansión que tenía allá y es traído de vuelta a México, donde le imponen una sentencia de cuarenta años en prisión. Las solicitudes de extradición de los Estados Unidos son denegadas. Más tarde, en agosto de 2013, es puesto en libertad por un vacío legal luego de cumplir solo veintiocho años de su condena. Las autoridades mexicanas aseguran no tener idea de su paradero. En los EE. UU. aparecen vallas publicitarias a lo largo de las autopistas principales anunciando una recompensa de cinco millones de dólares por información que conduzca a su captura.

Hasta le componen una corrida:

Rafael Caro Quintero soy.
Tengo nuevos planes y tengo nuevos secretos
pa vivir como una persona de honor.
La vida es muy dura cuando te cobran, muy cierto,
los momentos vividos en la prisión.

Al principio, Ernesto Fonseca —otro cabecilla del negocio de las drogas en Guadalajara— mantuvo un bajo perfil en una hacienda en las afueras de la ciudad. Después huyó a Puerto Vallarta donde alquiló una casa al director de la policía. Se desplazó de un lugar a otro acompañado de un ejército de pistoleros del que forman parte Jorge Godoy y Raúl; Ramón ya habría desertado pues se da cuenta de que Fonseca está acabado. La función de Godoy es la de abastecer continuamente a su jefe cigarrillos fortificados con basuco y vasos de coñac. Fonseca tenía cinco cintas de grabación de la tortura, pero había una que escuchaba una y otra vez. En la cinta se escucha un cubano interrogando a Camarena.

Cuando por fin se hace la redada el 7 de abril, Fonseca insiste a sus hombres en guardar la calma ya que todo está arreglado. Raúl se esconde tras una estufa y se escapa luciendo solo una pantaloneta; duerme en la playa unas cuantas noches hasta que se calma la situación y le pide a un conductor amigable que lo lleve sin cobrarle de vuelta a la ciudad. Durante el tiempo que permaneció escondido, vio pasar un bus con Fonseca y los otros como prisioneros. Fonseca es sentenciado a cuarenta años, pero rondan rumores de que él también será puesto en libertad.

El traficante Miguel Félix Gallardo permaneció libre hasta 1989, posiblemente por los lazos estrechos con la DFS y, a través de este, la CIA, y posiblemente porque su contacto con proveedores de cocaína seguía siendo vital para la clase dirigente de México. Finalmente, también lo sentencian a cuarenta años en prisión.

Rubén Zuno Arce manchó el nombre de la familia. Lo condenan en los Estados Unidos en 1992, y recibe dos sentencias de cadena perpetua; muere en prisión en 2012.

Manuel Bartlett Díaz arregla las elecciones presidenciales de 1988 que dieron como ganador a Carlos Salinas, un cargo que Bartlett Díaz seguramente hubiera alcanzado, de no ser por que el caso de Camarena atrajo mucha atención. Debido a que hay una citación pendiente de presentarse ante el jurado investigador en Los Ángeles, no ha intentado entrar a los EE. UU. en décadas. Sigue ocupando el cargo de senador en México.

La mayoría de los individuos menos notorios asociados al asesinato de Camarena son liquidados o desaparecen en México. Una de las razones por la que aquellos que estuvieron involucrados vinieran a Estados Unidos y cooperaran con la Operación Leyenda es que, de haberse quedado, no les esperaba más que una muerte segura.

Este caso está cerrado. Excepto que queda un asunto por resolver. Nadie sabe con exactitud por qué mataron a Camarena.

Capítulo trece

La torre blanca

Berrellez acababa de tomar las riendas de la investigación Leyenda cuando oye hablar de él. Sus informantes le hablan acerca de un hombre blanco, muy alto, conocido como Torreblanca allá en Guadalajara. Le dicen que trabaja para la DFS, pero en realidad es de la CIA.

Berrellez programa una llamada telefónica y Torreblanca le explica que no es lo que parece, que sus órdenes eran trabajar con narcos.

—¿Quién le dio las órdenes?

Dijo que no hablaría al respecto por teléfono.

Lawrence Harrison vino a los EE. UU. en septiembre de 1989. Durante la primera rendición de cuentas, Harrison explica que ostenta un cargo dentro de la DFS. Era el encargado de la comunicación entre los cabecillas de la droga en Guadalajara: Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Miguel Félix Gallardo y «El Cochiloco».

Dice que tomó clases en la Universidad de California, en Berkeley, pero no estaba oficialmente inscrito; ahí mismo tomó clases en la escuela de leyes. Luego, en 1968, fue reclutado por la CIA, entrenado y enviado a México. Cuando llega se dedica a enseñar inglés en una universidad en Guadalajara, y se hace amigo de los miembros de grupos de izquierda, a quienes les ofrece sus servicios legales. Con el tiempo, se da cuenta de que cada vez que reporta a un estudiante radical, esa persona desaparece.

Termina siendo reclutado por la DFS, sumergiéndose en el mundo de la droga de Guadalajara, vigilando cargamentos de marihuana y cocaína, y, gracias a sus habilidades electrónicas, se convierte en el experto en comunicaciones de los capos. Finalmente, se va a vivir a la casa del jefe del cartel, Ernesto Fonseca, para poder estar disponible las 24 horas del día. En uno de los juicios en 1990 en Los Ángeles, Harrison prestó testimonio sobre aquellos involucrados en la muerte de Camarena. Cuando le preguntaron por la placa oficial de la DFS que portaban Ernesto Fonseca y sus hombres, explicó: «La primera vez que la vi… fue al final de 1983. Solía esnifar cocaína en su oficina».

Era un arreglo sencillo: Él era un agente de la CIA que se había infiltrado en la DFS y había sido asignado por esta a asistir y vigilar a los personajes principales de la droga en Guadalajara. Y pareciera que todo aquel que estaba involucrado sabía quién era en realidad. Él escuchó miles de mensajes. Asistió a las fiestas. Raúl veía a Harrison en la casa de Fonseca todo el tiempo e informaba que al gringo alto le gustaba mucho la cocaína y el basuco. En el interrogatorio de la DEA en 1989, Harrison dijo: «Para esa fecha ya me había dado cuenta de que la colaboración entre el gobierno y los traficantes era muy estricta. Hubiera sido muy difícil tratar de salirme en ese momento. Muy difícil». (En 2006, Harrison sacó de su cajón una fotografía de los dos agentes de la DFS y me la enseñó. Los hombres están en una motocicleta, la cual fue utilizada en el asesinato de un columnista mexicano renombrado, Manuel Buendía, autor de libro La CIA en México. Le pregunto si me puedo quedar con la fotografía. Sonríe y la vuelve a guardar en su escritorio).

Harrison podía ver lo que le esperaba a Fonseca en los momentos previos al asesinato de Camarena. Le dijo a Don Neto «“¿Por qué no se sale de este negocio? Tiene suficiente dinero, ¿por qué no se lo lleva y se va?” Y me dijo que no podía haber ningún malentendido con los gringos… Tenían un acuerdo secreto… Podían hacer lo que quisieran con los gringos y lo que quisieran con los cubanos. Ambos estaban tratando de conseguir que cooperaran en, en, un tipo de paradas para el abastecimiento de combustible».

Harrison habría cambiado el rumbo de las cosas para Berrellez. Había escuchado habladurías sobre la CIA y las drogas por varios años. Tras ser colocado en Mazatlán, recibió información sobre aeródromos donde aterrizaban grandes aviones en la noche. Él reportaba estos sucesos a la CIA y le ordenaban ignorar el asunto.

Y cuando empezó a trabajar en la Operación Leyenda escuchó más rumores acerca de vuelos y aeródromos, informe tras informe de aviones alquilados por la CIA que transportaban cocaína a lugares como la base de la fuerza aérea en Homestead, Florida, y el aeródromo Marana al norte de Tucson, la que por mucho tiempo se creía era una base de la CIA. Y que estos aviones estaban transportando armas hacia el sur. Así que le pidió a seis pilotos prestar testimonio ante el jurado investigador a cambio de otorgarles inmunidad procesal. Todos declararon lo mismo: que habían transportado cargamentos de cocaína a los EE. UU. para la CIA.

Aún así, algo dentro de Héctor Berrellez no le permitía creerlo.

Envió a Harrison a Washington para que la DEA le hiciera la prueba del polígrafo. Tras un interrogatorio de tres días, Harrison aprobó todas las preguntas.

Berrellez escribió un informe DEA-6 describiendo los vínculos que Harrison estableció entre el mundo de la droga, la DFS, el gobierno mexicano y la CIA. Le advierten que no lo vuelva a hacer. Le informan, pues, que su trabajo es investigar el asesinato de Camarena, no el de investigar una agencia hermana. Le explican que la DEA reconoce la importancia de estos cargos, por lo tanto, toda información de esa índole debe ser excluida del DEA-6 —la cual puede ser presentada a la defensa — , y solo debe reportarse en memorandos internos secretos de la DEA. Estos memorandos serán entregados a una grupo de trabajo independiente que investigará el asunto.

Así que, para lo que resta de la investigación Leyenda, esto es lo Héctor decide hacer: separar la información sobre la CIA y canalizarla en memorandos secretos a un equipo independiente que él cree está investigando el asunto.

Harrison, por su lado, aunque le cuenta muchas cosas, deja muchas preguntas sin responder. Él se siente orgulloso de su intelecto; pronto Héctor lo ve como un genio. Sabe casi todo, salvo los detalles del caso de Camarena. En septiembre de 1984, cinco meses antes del secuestro y asesinato de Camarena, Harrison recibió nueve disparos en una emboscada de cincuenta miembros de la policía estatal de Jalisco, solo porque Fonseca sospechaba que había estado robando. Su único nexo con el caso es la visita de Camarena en el hospital de Guadalajara en septiembre de 1984. Harrison estaba siendo vigilado por la policía estatal. Se rehúsa decirle cualquier cosa a Camarena ya que implicaría una muerte segura.

Más tarde, en un largo viaje en carro con dos agentes, antes de reubicar permanentemente a su familia a los Estados Unidos, le dice tres cosas a la DEA. Dice que el cartel de Guadalajara estaba ansioso por conseguir información, que no tenían inteligencia valiosa sobre la DEA. Nunca hubieran podido descubrir que Camarena era quien les estaba costando dinero y drogas. Dice que alguien tuvo que haberles dicho. «Solo le digo una cosa, otras autoridades estuvieron presentes durante la interrogación de Camarena. Les tuvieron que haber dicho, miren, este es el tipo que los chingó… Este es el que los quiere llevar a la cárcel».

La segunda cosa que dijo es que Fonseca pensó que el plan era interrogar a Camarena, no matarlo, y que el agente murió porque Caro Quintero lo mató a pesar del plan.

Y, por último, dio a entender que durante todo ese tiempo que estuvo inmiscuido en la DFS y los capos de la droga, nunca vio que alguien hubiera sido grabado. Estaba convencido de que ni una videograbadora sabían usar. Harrison fue enfático: Tenían que estar haciendo la grabación para alguien más. «No creo que la CIA hubiera ido directamente, más bien mandaron a los mexicanos. Los de la CIA no son tan tontos como para estar presentes ellos mismos. Enviaron algunos de sus compinches».

Capítulo catorce

«Hijo mío, la CIA asesinó a Camarena»

Mientras Héctor Berrellez estaba dirigiendo la Operación Leyenda, el director de la DEA, Jack Lawn, le preguntó que si podía traer al Dr. Humberto Álvarez Machaín desde Guadalajara a los EE. UU. para ser procesado por mantener a Camarena con vida mientras lo torturaban. El plan inicial de pagarles a agentes mexicanos por capturar a Álvarez Machaín se desmorona, pero al poco tiempo, en abril de 1990, el doctor es arrojado de un avión a la pista del aeropuerto de El Paso, Texas, donde Berrellez lo estaba esperando. Después, Álvarez Machaín es enjuiciado en Los Ángeles, pero las circunstancias que rodean su captura tienen graves repercusiones diplomáticas. En 1993, el recién posesionado presidente Bill Clinton le expresa su disgusto al presidente de México por el papel que jugó la DEA en el secuestro. Berrellez se enteró por medio de amigos que tiene en Washington que la nueva administración de los Estados Unidos estaba considerando pedirlo en extradición. Para Berrellez esto significa una muerte segura.

Para ese entonces, dice Berrellez, la Operación Leyenda había presentado miles de memorandos vinculando a la CIA con las drogas, el caso de Camarena y a los jefes criminales en Guadalajara. Había rendido cuentas frente a los mandamases en Washington D. C., donde conectaba a líderes políticos mexicanos con los narcotraficantes y con el asesinato de Camarena. La primera vez que Berrellez expuso sus alegaciones sobre Bartlett Díaz a sus superiores en la DEA, se burlaron de él. Los trajeados no podían creer que un hombre como él hubiera estado en una casa llena de mafiosos de la droga. Y ahora Berrellez tenía tres testigos de las reuniones donde se planeó el secuestro y una lista de los que asistieron a esas reuniones; una lista que incluía a Bartlett Díaz, otros funcionarios del gobierno y cubanos que trabajaban para la CIA. También tenía a la Dirección Federal de Seguridad mexicana (DFS) —un invento de la CIA— envuelta en todos los aspectos del delito.

Berrellez había hecho su trabajo muy bien.

En 1993, la DEA lo investigó por entrenar a los testigos para cometer perjurio. Luego, antes de ser traído a los EE. UU. como testigo protegido, Godoy confiesa haberle mentido a las autoridades mexicanas cuando estuvo detenido —restándole importancia a su participación y omitiendo las versiones de ciertos testigos— por temor a represalias. Ahora Berrellez enfrenta la posibilidad de ser extraditado a México por llevar a cabo el secuestro solicitado por el jefe de la CIA.

Sabía que estaban tratando de arruinarme.

Bebía todos los días, me ayudaba a desestresarme. Lo disfrutaba.

Solía traer las grabaciones de la tortura a casa y escucharlas: escucharlo llorando y rogando que no lo mataran. Las escuché veinte o treinta veces. A veces no podía dormir. La manera en que lo cuestionaban era muy morbosa. Muy fría.

Le preguntaban:

—¿Quiere regresar con su familia?

—Sí. Sí.

—Tiene que cooperar.

—Por favor, comandante, no me haga más daño.

Luego se oyen gritos.

Sus compañeros de la agencia lo contactan y le ofrecen ayuda para escapar.

El mundo se está derrumbando a su alrededor.

Y una vez más, su viejo amigo, Guillermo González Calderoni, regresa a su vida. Berrellez y Calderoni se conocieron después del tiroteo en el maizal en Sinaloa por el que fue condecorado Héctor por el fiscal general. Cuando Berrellez llegó al mando de la Operación Leyenda, Calderoni se había convertido en el sicario personal del presidente de México y habría asesinado a líderes de la oposición en los meses previos a las elecciones de 1988. Él sabía dónde estaban los cuerpos porque él los había puesto allí. Él era el conducto entre el presidente de México y el jefe del cartel del Golfo. Así permanecieron las cosas hasta que el presidente decidió que Calderoni se estaba quedando con mucho dinero proveniente del negocio. A finales de los ochenta, analistas de la DEA estimaron la fortuna privada de Calderoni en más de mil millones de dólares.

Calderoni terminó huyendo hacia EE. UU., trayendo consigo cuatrocientos millones. México trató de extraditarlo en 1994, pero Berrellez apareció ante el tribunal en su defensa, suscitando el descontento de sus superiores. El testimonio de Berrellez convenció al juez federal de desestimar la solicitud de extradición de México. Durante la audiencia, Calderoni expresó su gratitud hacia Berrellez, declarando lo que sabía sobre el caso de Camarena. Dijo que los decomisos de dinero de la Operación Padrino —la operación de la DEA para decomisar el dinero de los traficantes— eran uno de los motivos del rapto de Camarena. El dinero no solo terminó en el bolsillo de Caro Quintero, Fonseca y otros traficantes de Guadalajara. Gran parte de este fue utilizado en la compra de armas y otros suministros para el ejército de los contras en Nicaragua; una causa muy importante para la administración Reagan, aunque ilegalizada por el Congreso. Si esta fuente de financiación fuese interrumpida, la guerra subsidiaria de los Estados Unidos se vería comprometida. Calderoni le aconsejó a Héctor alejarse del caso Camarena, diciéndole: «Hijo mío, la CIA mató a Camarena. Héctor, escúchame, la CIA trabajó con los narcos para conseguir dinero para los contras. Félix Rodríguez [Max Gómez] trabajó con Juan Matta Ballesteros. Se suponía que a Kiki lo secuestrarían, pero se les fue la mano y lo mataron».

Capítulo quince

Matar al mensajero

En 1998, busqué a Héctor Berrellez para una historia sobre Gary Webb, el periodista investigador quien dos años antes había escrito una serie para el San Jose Mercury News sobre la CIA, la cocaína y los contras llamada Dark Alliance. Las historias fueron denunciadas por los medios principales de comunicación, y acabaron con la carrera periodística de Webb. Tal como lo dije en Esquire, «Dark Alliance de Gary Webb reveló una historia ya contada». Webb había escrito la verdad, pero nunca se recuperó de las ignominias y afrentas; cayó en una profunda depresión y se suicidó en diciembre de 1994.

[NOTA DEL EDITOR: Webb le dijo a Bowden en Esquire, en 1998, que si Berrellez hubiera revelado lo que sabía en el otoño de 1996, cuando sus historias estaban siendo eliminadas de los medios, él hubiera sido como su salvador. «Porque él hubiera demostrado que lo que yo estaba reportando no era ninguna aberración», dijo Webb entonces, «que esto era parte del acuerdo entre la CIA y los narcos. Y le hubieran creído»].

Héctor me introdujo al caso en 1998, pero no quería dar testimonio oficial. La amenaza de ser extraditado a México era real.

«No quise decir más en ese entonces porque estaba muy asustado», dice Héctor hoy día. Había una orden de arresto en su contra en México por su participación en el rapto del Dr. Álvarez Machaín.

Luego, en agosto de 2013, México puso en libertad a Rafael Caro Quintero. «La excarcelación de Caro Quintero me abrió la ventana que necesitaba para poder contar esta historia», explicó.

Según Héctor, son pocos los escenarios que explican por qué Enrique Camarena fue secuestrado, torturado y asesinado. El primero es la Operación Padrino. Se expandió por todo el mundo con pinchadas en Bolivia, Perú, México, Colombia, España y los EE. UU. El dinero incautado siempre se le adjudicaba a los informantes con el nombre clave SOI (fuentes de información, por sus siglas en inglés) en los documentos de la DEA, y los capos sospechaban que se trataba de una fuente humana. Pero el verdadero secreto tras el éxito de la Operación Padrino fue el uso de los poderes de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) para localizar y retirar los fondos de esas cuentas bancarias. Pero los narcos no sabían de esto. Ya que fue Camarena quien originalmente sugirió desplegar Padrino, era lógico preguntarle a él sobre las filtraciones de información.

Sin embargo, en las cintas de la tortura se limitaban a hacer preguntas sobre agentes de la DEA y la enorme redada de marihuana en la Hacienda Búfalo: no se mencionaron cuentas bancarias alrededor del mundo siendo vaciadas. Si bien hay testigos que afirman que Félix Rodríguez/Max Gómez estuvo presente e interrogó a Camarena, cuando la DEA por fin recibe las grabaciones de la tortura, ninguna de ellas incluye su voz.

Berrellez se concentró en las cintas. Después del asesinato, Fonseca huyó de Guadalajara hacia Puerto Vallarta y se atrincheró en una alcoba de la casa cerca de la playa. La función de Godoy era la de abastecer continuamente a su jefe de cigarrillos fortificados con basuco y vasos de coñac. Fonseca tenía cinco cintas de grabación de la tortura, pero, según Godoy, había una que escuchaba una y otra vez. En la cinta se escuchaba un cubano interrogando a Camarena. Cuando allanaron la casa, de alguna manera las grabaciones pasaron de manos del Gobierno mexicano a manos de la CIA. Ahora solo hay tres cintas, y estos casetes tienen fragmentos de otras grabaciones. La CIA finalmente se los entregó a la DEA junto con una transcripción. Sin embargo, la transcripción no corresponde a ninguna de las grabaciones: proviene de otra cinta.

Como jefe de la Operación Leyenda, Berrellez solicitó dos cosas: la cinta que corresponde a la transcripción y las cintas extraviadas que le consta Fonseca tenía en Puerto Vallarta. A Berrellez, el investigador principal, le dicen que no pueden darle este material por cuestiones de seguridad nacional.

Para Berrellez, en esta etapa de la investigación, una denegación de esta naturaleza solo apunta en una dirección: a la CIA y sus operaciones secretas para proveer a los contras nicaragüenses, lo cual conduce a las actividades ilícitas del Teniente Coronel Oliver North, supervisado directamente por la Casa Blanca, lo cual supone mentiras.

Oliver North niega cualquier participación con los narcos en su proyecto ilegal de apoyar a los contras. Pero en las libretas supervivientes hay quince anotaciones sobre el tráfico de drogas, anotaciones que al parecer se salvaron de su atracón triturador de noviembre de 1986.

Hasta el día de hoy la palabra de North es sagrada. Ni el reportaje de Gary Webb ni la información revelada por Operación Leyenda han cambiado la opinión del público. Berrellez presentó los hallazgos de la Operación Leyenda durante una transmisión de FOX News en octubre de 2013. El reportaje fue rechazado en Estados Unidos, pero ocupó las primeras planas en México. El antiguo jefe de Berrellez, el exdirector de la DEA, Jack Lawn —el hombre que lo asignó al caso para resolverlo y capturar a los asesinos sin importar las consecuencias — , dice hoy día, «De joven leía las Fábulas de Esopo. Esta, esta es otra fábula indigna de aquellos individuos que sirven en la DEA». [NOTA DEL EDITOR: Cuando Matter trató de ponerse en contacto con Lawn, este negó estar en contacto directo con Berrellez durante Operación Leyenda, y, a pesar de contar con cantidades interminables de documentos judiciales que lo refutan, este afirma que Berrellez nunca estuvo a la cabeza de la Operación Leyenda].

Las pruebas descubiertas por la Operación Leyenda recibieron poco mérito y se consideran impensables. Los fiscales de los EE. UU. procesando el caso tratan de mantener el testimonio sobre las actividades de la CIA en México fuera de las actas del juicio. Aun así, en 1990, durante el juicio de Rubén Zuno Arce y otros involucrados en la muerte de Camarena, un abogado defensor interrogó a Lawrence Harrison acerca de la relación entre la DFS y la CIA. Estos nexos fueron expuestos en el interrogatorio inicial de Harrison y reportados en un DEA-6. El que el capo Ernesto Fonseca pensara que sus acciones estaban autorizadas por funcionarios mexicanos y por los estadounidenses y aliados cubanos trabajando para la CIA, pondría en tela de juicio la culpabilidad de los acusados por el asesinato del agente de la DEA. El juez decidió prohibirle al jurado escuchar esa parte del testimonio de Harrison.

Los EE. UU. y la CIA no mueven drogas. Los líderes mexicanos nunca estarían en la misma habitación que los verdugos de Enrique Camarena. Es mucho más creíble pensar que los Estados Unidos, al sentirse amenazados por Nicaragua, financiaron secretamente un movimiento para derrocar al gobierno e intercambiaron rehenes por armas con Irán, a que la CIA hubiera negociado con capos mexicanos de la droga o que fuera pieza central del servicio de inteligencia mexicano, que proveía guardaespaldas a los capos y escoltaba sus cargamentos a través de los retenes.

La Operación Leyenda se reduce a tres hombres: Godoy, Ramón y Raúl; policías mexicanos corruptos que implicaron a ciudadanos destacados de su país.

Puedes creer a los policías corruptos.

O a los ciudadanos destacados.

Capítulo dieciséis

Niños con armas

Interrogador:
¿Y qué hizo?

Camarena:
Sembrar marihuana, ya me acordé de su nombre, por favor, López, ¡ay!, ¡ay! No me golpee, por favor, ya lo recordé.

Yo era un cabrón hijo de la chingada, estaba dispuesto a morir en esta guerra contra el narcotráfico. Era muy agresivo.

Vi que mi propio gobierno era corrupto y que estaba involucrado en el negocio de las drogas. ¿Cómo cree que me sentía? Nuestro gobierno trayendo cocaína aquí.

Me destruyó, perdí toda la confianza en mi gobierno.

Héctor Berrellez toma una pausa, vuelve a recordar cómo sucedieron los hechos y estos lo conducen a un momento específico en su vida: donde está ahora.

En ocasiones puede ver cómo su vida de deshacía tratando de solucionar el caso más importante de su vida.

Ignoré a mi familia, no estuve para celebrar cumpleaños, fui el peor de los padres.

¿Y para qué?

Mi hijo se suicidó. Lo último que dijo antes de tirar del gatillo delante de sus hijos fue «Nadie me quiere».

Nunca estaba en casa, y cuando estaba, estaba borracho. Era adicto a la adrenalina. Maté tres o cuatro personas, quién sabe. En un tiroteo todos están disparando.

No volvería a tomar el caso de Camarena. Destruyó mi carrera. En realidad quería agarrar a los de la CIA, y lo que hice fue encabronarlos.

Cuando ya no puede retroceder en el caso, cuando tiene gente en el interior de la organización, gente que raptó a Kiki, gente que lo torturó, cuando consigue que estos hablen y la CIA sigue estando implicada en el caso, Héctor recibe una visita.

El visitante le da su nombre, pero Héctor sospecha que es falso. Viajó desde Washington D. C. a Los Ángeles. Le preguntó en términos sencillos: «Héctor, Héctor, Héctor, ¿por qué quieres poner en riesgo la seguridad de nuestro país? La CIA no está sujeta a las restricciones promulgadas por la constitución de los EE. UU. Nuestros enemigos no tienen límites».

Héctor le dijo que todo delincuente que ha arrestado dice haber quebrantado la ley porque no tenía otra opción.

El hombre de la CIA le dijo que por favor entendiera que sus enemigos no acatan la constitución.

Le preguntó a Héctor si tenía pruebas de algún agente de la CIA que haya estado involucrado en el narcotráfico.

Héctor le dijo que no.

Él sólo se topa con gente pagada por la CIA, no con aquellos que trabajan sentados en sus oficinas en Langley. Informantes, activos, intermediarios. Así funciona el sistema y funciona bien para aquellos dispuestos a negar que existe un sistema.

No esperaron mucho para pincharle el teléfono. Oyó rumores de la oficina central sobre su posible extradición a México por el secuestro de Álvarez Machaín. La DEA empezó a investigarlo.

Bebo. Fui un padre y un esposo pésimo. Estaba investigando a narcos mientras la DEA me investigaba a mí. Están tratando de manchar mi nombre, de chingarme.

Mataron a Camarena. ¿Qué hice yo?

Nada.

Puse un montón de traficantes en la cárcel. Nunca agarré a los jefes. Yo era uno de los soldados. Nosotros estamos en las balaceras, nunca nos promueven. Ellos lucen camisas blancas almidonadas, se tiñen el cabello todos los meses, se la chupan a alguien y ascienden en los rangos. Los pistoleros jamás llegan a ser los que administran.

Yo era como un niño pequeño jugando con armas.

Su madre le leyó el futuro una vez. Ella ve la muerte muy cerca de él.

Luego un tío suyo muere y Héctor piensa que fue eso lo que su madre vio.

Después su hijo se suicida.

Posteriormente, Héctor le pide a su madre que deje de leerle el futuro.

Ya sabe lo que este le depara.

Tiene una pesadilla recurrente. Está de vuelta en los maizales en las afueras de Guadalajara.

Escucha al hombre que fue torturado, asesinado y lanzado por un pozo.

El hombre grita.

—¡Ayúdenme!

—¡No me maten!

Parece que el hombre sufre eternamente.

Luego de ver su carrera en ruinas, Berrellez leyó una historia en el San Jose Mercury News sobre cocaína y los contras y la CIA, escrita por un hombre llamado Gary Webb. No podía creer que hubiera sido publicada.

La historia termina arruinando a Webb. Primero lo despedazan Los Angeles Times, el New York Times, y el Washington Post. Enseguida, el periódico lo removió del reportaje y lo trasladó a una oficina en Cupertino donde no hay nada que cubrir. Webb renunció.

Se comunicó con Héctor Berrellez porque quería conocerlo.

Finalmente, se conocieron en un restaurante de carnes en Los Ángeles en 1998.

Berrellez le dijo a Webb: «Quiero que sepa que todo lo que escribió fue cierto. Tengo un operativo de la CIA que lo corroborará».

Le presentó a Lawrence Harrison.

Los tres conversaron por horas. Bebieron.

Berrellez le dio un abrazo a Gary Webb.

Webb lloró.

Parte I:

Parte II:

Consiguiendo la historia:

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Vanessa Wilbat

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