Masturbando mentes

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
6 min readOct 12, 2015
La historia de mi vida y a alguien en el internet se le ocurrió sustantivarla.

Esta historia no es para los débiles de corazón. Esta historia es sobre la más dura de mis penurias. Esta historia describe la más larga y penosa de las penitencias. Pero al menos es una historia que tiene un final feliz.

Esta es la historia del año que pasé 220 días sin masturbarme.

Sucedió hace varios años. Como cualquier historia que vale la pena contarse, me encontraba devastado y con mi corazón hecho pedazos. La relación más importante y más larga que había tenido hasta ese momento había terminado. Francamente no sabía cómo retomar mi vida como soltero de nuevo.

Por un momento intenté vivir como el hombre dolido, saltando de relación superficial en relación superficial intercambiando a cada mujer cada semana como que fuera ropa sucia; pero fracasé por tener menos juego que un imberbe adolescente y por no tener el estómago moral para vivir así.

Por otro momento intenté acabarme todo el alcohol del mundo de la forma más juvenil y autodestructiva posible; pero también fracasé porque resulta que el mundo tiene un gran abasto de alcohol.

Por muchos momentos fantasee muchas ilusas fantasías sobre mi ex. Desde el clásico “espero el momento en el que se dé cuenta que cometió un error y venga corriendo a rogar mi perdón” hasta los no tan clásicos pero demasiados reales “espero que tu nuevo novio, que por supuesto es inferior a mi, te abandone y traicione de la peor manera”.

Eventualmente tuve que dejar las inútiles fantasías y la severidad con la que trataba de autodestruirme o tratar, irresponsablemente, de lastimar a otras personas sólo porque no lograba reconocer que me sentía mal por tener el corazón hecho pedazos. Enfrenté mis demonios. No tenía lugar dónde esconderme. Finalmente acepté que realmente necesitaba un tiempo fuera.

Nunca he sido el hombre más religioso o devoto pero hasta ese punto siempre había guardado un espacio para lo espiritual en mi vida. Mis padres son ambos cristianos, siempre lo han sido. Estudié en un colegio y una universidad católicas. La religión siempre ha sido parte de mi vida. En ese momento me hizo sentido volcarme hacia la religión para encontrar el solaz que tanto ansiaba mi torturada y angustiada alma.

Un hombre de Dios sembró en mi cabeza la idea que crecería y se propagaría como un parasítico virus. Idea retorcida que me convencería de tomar la decisión que me hizo llevar una vida monástica por más de 200 días.

Él me dijo que Dios cuida a sus hijos, que no los desampara y que suple sus necesidades ya que él las conoce bien. Pero siempre hay un “pero” y este era que tenía que de dejar de buscar de suplir mis necesidades de maneras perversas. Debía alejarme de los pecaminosos caminos y Dios me llevaría por el camino correcto para bendecirme en el momento oportuno.

Era claro que buscando relaciones carnales superfluas no iba a encontrar buena mujer y tampoco lo haría si me masturbaba haciendo uso de material pornográfico. Los pensamientos impuros, la lascivia, la fornicación, concupiscencia y demás me alejarían cada vez de la mujer que necesitaba en mi vida para reparar mi corazón y eliminar la soledad que me tenía contrito y angustiado.

Estaba decido. Sabía que merecía una mujer mejor que la que fue mi pareja yacía meses atrás. Este camino podía servir a este propósito. Siempre he sido un hombre crítico y nunca me trago sin pensar cualquier idea con la que me alimentan. Sin embargo, hasta estas alturas, guardaba muchos aspectos religiosos y espirituales y aunque cuestionaba a la Iglesia cuando me parecía adecuado, guardaba fe y no descartaba el perfecto amor de Dios. Pensé que no perdía nada intentando jugar con estas reglas y que hasta podía ganar al final. Además sabía bien que alejarme de todo lo sexual y lo que me llevara a pensar en lo sexual me ayudaría a aclarar mi mente, tomar una nueva perspectiva y sanar.

Parecía una situación ganar-ganar. Eventualmente me daría cuenta que ganaría algo pero no era lo que esperaba.

Sin más preámbulos comencé mi castigo auto impuesto. Realmente corté de manera abrupta y decisiva las sensualidades y los erotismos de mi vida. Era la definición textual de lo que los gringos llaman el Cold Turkey. Súbitamente había cortado de mi vida la adictiva “substancia masturbativa”. Para que esto funcionara tuve que privarme de pornografía, fotografías eróticas y de las mundanas búsquedas de famosas en Google.

Además cesé de perseguir mujeres, abandonando cualquier noción que no fuera de carácter amistoso cuando conocía a una nueva. Con esto claramente también quedaba confirmado que amo llevar a cabo ideas estúpidas.

Durante mi par de centena de días de celibato pasé por todo tipo de momentos. Los hombres no pensamos cada 5 segundos en sexo pero si lo hacemos muy seguido. Habían días donde no paraba de pensar en sexo y anhelar esa catarsis del clímax. Habían días en los que la paz y claridad de mente que tuve eran increíbles. Hubo tranquilidad como hubo miseria. Tuve mucho tiempo para pensar. Pensar cosas perversas. Pensar y reevaluar opiniones que tenía sobre la sexualidad.

Cumplir esta tarea demandó lo mejor de mi, fue sumamente difícil y sólo puedo comparar esta experiencia con tener ganas de orinar después de haber tomado más de dos litros de agua y recibir una patada en la entrepierna.

Uno de mis objetivos al hacer este “experimento” era dejar de obsesionarme tanto por no tener una mujer en mi vida. Dejar de obsesionarme por conseguir mujeres. Quería control, quería balance. Lo único que logré fue casi perderme en la locura.

Al final sí gané. Gané una nueva perspectiva.

La culpa católica me hacía sentir como el ser más detestable del mundo por tener deseos sexuales. Pero realicé que los deseos sexuales son normales. Al final del día, sólo somos animales con deseos y necesidades, y tenía las pruebas. Tenía, de hecho, 220 días de pruebas, mi libido no disminuyó ni se modificó por mantenerme alejado de lo carnal. De hecho, por momentos, hasta creció.

Los evangélicos condenan gravemente la “debilidad” de consentir la masturbación e inclusive la llaman una “compulsión”. Genuinamente sugieren que es un demonio que se apodera de tu mente y te pudre por dentro. Esto no es cierto. Pasé libre de masturbación por dos tercias partes de un año. Pasé tan alejado de estas prácticas y de las bajas pasiones que la ironía de que pastores me condenaran por masturbarme cuando ellos estaban quemando su tercer matrimonio por ser infieles a sus esposas con la primera jovencita que les abrió las piernas me embargó rotundamente.

Yo tenía mayor restricción y compromiso que las que los sacerdotes o pastores demuestran muchas veces. Era todo un pasmoso teatrillo barato. No sabía si reír o llorar. Había pasado cientos de días viviendo como un puto monje y mi “guerra santa” contra la impureza había perdido su mérito. Lo peor, y más triste, es que estaba más solo que el primer día que abandoné la masturbación y lo sexual.

Estaba lejos. Me encontraba perdido. Así que hice lo que cualquier hombre racional y en su sano juicio haría. Hice lo que debí haber hecho decenas de decenas de días atrás. La noche en que terminó el día ducentésimo vigésimo, lo hice. Terminé con esta locura. Caí en onanismo. Tomé la justicia en mis propias manos. Ahorqué al monstruo. Tiré los dados. Tuve una larga cita con Manuela. La apuñalé. Me eché una gayola. En pocas palabras me rifé soberano trozo de paja y creo que no puedo ser más enfático al respecto.

La sexualidad es algo normal. La sexualidad es algo natural. La sexualidad es algo bello. No es normal negar nuestros impulsos. No es natural suprimir la sexualidad. No es bello juzgar con altanería. Aprendí que usar el sexo para escapar la soledad es un error pero también aprendí que la abstinencia extrema no te hace un santo ni merecedor a un premio.

En la vida no existen los almuerzos gratis, no hay atajos ni hay penitencias que te exoneren de enfrentar tus decisiones y sus consecuencias o tus errores. A veces vas a tener que estar solo porque no has aprendido a quererte a ti mismo y así, simplemente, no puedes esperar comenzar una relación duradera y saludable.

Para poner en perspectiva, de acuerdo al estudio(1) realizado y publicado por The Journal of Sexual Medicine de la International Society for Sexual Medicine o ISSM(2) –y sí, esta es una institución que existe– un hombre entre 20–29 años se masturba al menos 4 veces a la semana. Es decir que si asumimos que un hombre se masturba al menos 4.5 veces por semana se masturbaría 234 veces en un año o 234 días en un año si asumimos que no hay más de una masturbación diaria.

(1) Cita del estudio: http://www.shape.com/lifestyle/sex-and-love/your-guy-normal-when-it-comes-sex/slide/13

(2) Sitio del ISSM y hogar del journal: http://www.issm.info/journals1/the-journal-of-sexual-medicine1/

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