EPISODIO DOS

Bedelia Suárez López
22 min readJan 19, 2015

El asesinato del joven agente de la DEA Kiki Camarena en 1985 se convirtió en un incidente internacional y en una obsesión para su agencia (ver parte I). Héctor Berrellez encabeza la caza de los responsables y así comienza la Operación Leyenda. Lo que sus fuentes le cuentan lo cambia todo.

Por Charles Bowden y Molly Molloy
Ilustraciones de Matt Rota

Capítulo seis

La dieta de un don: Mucha carne y pimientos picantes

Jorge Godoy, el primer testigo de la casa en la que Camarena fue asesinado, se sienta en una oficina anónima de un pequeño centro comercial en California del Sur. Se apoya sobre un ordenador y escanea las manzanas y los desvíos de Guadalajara en Google Earth. Aquí, señala, y aquí y aquí y aquí, a medida que va localizando todas las casas de Ernesto Fonseca Carrillo, también conocido como Don Neto, el hombre para el que trabajó durante un año.

Godoy lleva puesto unos pantalones Dickies, camisa azul y gafas. Su rostro carnoso transmite excitación mientras merodea virtualmente las calles en las que fue joven y alguien al que tener en cuenta.

Tenía veintitantos cuando el secuestro, la tortura y el asesinato del agente de la DEA cambió totalmente su mundo. Es una enciclopedia de un tema raramente abordado por los agentes o por la prensa: el cuidado y la alimentación de los líderes de la industria de la droga. Debes saber poner el mejor coñac, cómo sacar el tabaco del cigarro y sustituirlo por pasta de coca (basuco). Suda mientras describe el rigor que debe tener un guardaespaldas que nunca puede estar fuera de servicio, el aguante que se necesita para mantener los ceniceros vacíos y los licores y drogas circulando por fiestas que pueden durar tres o cuatro días. Y tiene la inteligencia para entender que mientras que la justicia es simplemente una palabra, el poder es real.

El futuro de Godoy se preveía diferente. Estudió en la escuela de educación secundaria Bell High School, en Los Ángeles. Su madre trabajaba como enfermera para los veteranos vietnamitas en un hospital de Guadalajara. Jorge estaba decidido a ser soldado, pero tras graduarse en el instituto la armada estadounidense lo rechazó porque era ilegal, así que en 1979 regresó a Guadalajara. Un amigo suyo trabajaba en la fiscalía del estado y le dijo que podía trabajar en la policía estatal.

Levantaba la vista y decía pensando en aquellos tiempos: «Creía en la justicia. Era noble y quería ser policía».

Tenía 17. Iba directo a las fuerzas.

Se le asignó trabajar con la policía federal volando en helicópteros en busca de campos de marihuana. Tienen mapas con campos marcados y esos mapas tienen un solo propósito: «Investigamos estos y estos otros, no». Los que pagan tienen sus cultivos protegidos mientras que a los que no pagan se les destruyen sus cultivos para satisfacer a los estadounidenses.

Hay un día en el que Godoy es un policía joven y Rubén Zuno Arce, hijo de una de las familias más importantes de la ciudad, sale de su gran casa en la calle Lope de Vega y descubre a dos policías aparentemente vigilando. Los elimina con un disparo en la cabeza. Zuno Arce es conocido como traficante de heroína desde 1975. Su padre, ex gobernador del estado de Jalisco, acaba de morir y se le está enterrando en un cementerio al lado del aeropuerto. Godoy sabe que el cuerpo va a ser exhumado y enterrado en otro sitio y sabe que Zuno estará ahí para verlo. Godoy y su compañero conducen hacia el aeropuerto para detener al asesino de los policías. En el trayecto reciben una llamada: «no arresten a Rubén Zuno Arce. Si lo hacen no podremos protegerles». Esto es parte de la preparación de la instrucción de Godoy antes de que se convierta en guardaespaldas de Fonseca.

Más tarde Godoy verá a Zuno Arce en las fiestas y reuniones de los capos de la droga. La familia Zuno fue fundadora de la Universidad de Guadalajara, capital del estado de Jalisco. En una de las narco-fiestas, el actual gobernador de Jalisco llega con un vestido y con peluca rubia como un tipo de guiño de honestidad al salir con criminales internacionales. Todos los capos tienen credenciales virtuales de policías federales para saltarse los controles de carretera.

Los fundamentos de este sistema no cambian. El mundo de la droga trabaja con el gobierno en una operación conjunta que comparte dinero y poder. El gobierno acoge a aquellas élites tradicionales que han sabido pisotear los cuellos de los pobres desde mucho antes de que el mercado de la heroína, cocaína y marihuana inflara la economía nacional en México. Los capos de la droga vienen de clases bajas, van floreciendo poco a poco y luego acaban en cárceles o en tumbas. El sistema y los ricos que progresan en el sistema duran generaciones. Esto ha sido así siempre y para Jorge Godoy el trabajo de la policía y la asignación a guardaespaldas de Ernesto Fonseca son su gran oportunidad de crecer.

En el año 1983 le presentan a Rafael Caro Quintero y a Ernesto Fonseca Carrillo en el Club Lebanese en Guadalajara. Su jefe corrupto explica, «estos chicos van a ser sus jefes». El grupo del club incluye a agentes de la Dirección Federal de Seguridad de México (DFS), una agencia de investigación perteneciente al FBI y entrenada por la CIA, y a la policía federal. Antonio Gárate Bustamante, que luego pasó a ser confidente en la investigación de Camarena está también ahí. Durante la reunión, un subordinado llega y anuncia: «Hemos cumplido la misión. El chico está muerto». Godoy aprenderá que las fiestas no van a interrumpir el programa de ejecuciones. Los cigarros se rellenan de basuco y el dinero se maneja por todas partes. Le dicen que tome un poco de coca para socializarse.

Godoy entra en un mundo sin horas regulares. Está ahí para vivir con Fonseca y para estar en guardia las 24 horas del día y los siete días de la semana. Si Fonseca se levantaba en la mitad de la noche lo mismo hacía Godoy.

«Estaré ahí como un perro guardián».

Los capos de la droga son dueños de varios restaurantes. Después de que ellos llegan nadie puede entrar o irse. En concepto de compensación repartían cigarrillos. En las casas, las mujeres se encargaban de la cocina. Los jefes solían tener varias mujeres y cada una tenía su propia casa. Un sacerdote fumador de basuco cuidaba de los múltiples matrimonios. A veces, durante el día, Fonseca estaba en su habitación con una mujer —«parecía un árbol de Navidad con todas esas joyas».

Las fiestas necesitaban de mucho filete. Los líderes venían de Sinaloa y tenían antojo de la dieta propia de un vaquero: carne y pimientos picantes. También mucho marisco, a la plancha o en sopas. No es una dieta sofisticada —no importa cuánto dinero pudieran tener los capos—. Ellos preferían tortitas de maíz a la harina. Sus cafés tenían que ser solos y con poca azúcar.

Es una vida monótona. Los millones en beneficios de la droga rondando por ahí son tan solo un detalle más. Hay una habitación en la que Fonseca tenía dinero en efectivo y Godoy especulaba que las ratas se comían al año alrededor de un millón de doláres que luego acababan en el fondo de la pila. Las fiestas rugían y duraban tres o cuatro días. Godoy tenía que encargarse de una habitación con invitados que podían pedir toda la droga y el licor que quisieran. Y también mujeres.

Una gran fiesta duraba de dos a tres días en junio de 1984, en el Rancho La Rosa, una propiedad que pertenecía al hermanastro de Fonseca. La lista de invitados llamó la atención de Godoy: «El Cochiloco», Rubén Zuno Arce, Sergio Espino Verdin (jefe de la DFS en Guadalajara), Félix Gallardo, Caro Quintero, el gobernador y el fiscal general del estado de Jalisco entre otros. En el segundo día de la fiesta, Fonseca envía hombres al aeropuerto para recoger a un invitado, el cual es sospechoso de haber matado al hijo de Fonseca en febrero de 1983. Fue secuestrado en San Diego. Llevan al invitado a la parte de atrás del rancho. Fonseca calienta la hoja del cuchillo y la tortura empieza en el pecho del hombre. Él suplica que paren. Dos semanas más tarde Godoy se lo encuentra encadenado y demacrado en un almacén de marihuana en otro rancho. Una semana después se lo llevan a una tumba recién cavada a las afueras de la ciudad. La descarga de disparos se lleva parte de su cabeza. En la tumba le quitan las esposas y lo cubren de lima.

Godoy se vuelve hacia otro guardaespaldas y le pregunta: «¿Por qué estamos aquí? Somos policías».

El hombre responde: «¿Quieres ser el siguiente en el agujero?»

Una vez en ese mundo, Godoy se da cuenta de que no va a poder irse con vida. También se da cuenta de que no puede quejarse porque está ahí por asignación policial.

«Por supuesto, tenía miedo. Soy un ser humano» —dice Godoy.

Hay dos cosas que están ocurriendo constantemente: las personas le roban al jefe o el jefe sospecha que le están robando. Ambas terminan en muerte. Hay contabilidad, pero se trata de un sistema muy primitivo. Detrás de la retórica de la guerra contra las drogas hay alguien como Don Neto —alguien con educación ínfima, despiadado y astuto—. Este es el mundo en el que el agente Kiki Camarena busca meterse en su trabajo; un mundo del que la mayoría de los mexicanos están aislados. Estos hombres suelen venir de algunos pueblos del estado de Sinaloa. Nadie de la DEA podría soñar con ir de infiltrado a una organización mexicana de drogas —morirían en el momento en el que descubriesen su acento y el hecho de no pertenecer a un árbol genealógico decente les haría unos marginados.

La guerra contra las drogas en los Estados Unidos va sobre la gestión pretendiendo que esta puede controlar racionalmente una industria. En México, nos encontramos con un estado corrupto que se avalanza en una nueva y gran fuente de ingresos. Para un agente en la DEA sería esencial sacar ventaja en su carrera experimentando un destino extranjero antes de volver a casa para subir puestos en la escurridiza escala burocrática. A mediados de 1980 las relaciones entre la industria de la droga y el estado mexicano estaban claramente establecidas y escondidas a plena vista. Así como las relaciones entre la DFS mexicana y el liderazgo de la industria de la droga.

El agente Enrique Camarena no fue asesinado por una operación clandestina, sino por un sistema. Este sistema está por todos los lados y aún así es invisible porque todo el mundo pretende que no existe.

Capítulo siete

Reunión sobre el asesinato

Empezando el temprano otoño de 1984, Godoy asiste a cuatro reuniones centradas en las crecientes pérdidas de la organización y en las posibles soluciones. Se cree que el problema reside en un agente de la DEA fuera de control cuyo nombre es desconocido. Las reuniones involucran a un gran número de poderosos, desde la organización del tráfico de drogas, la policía, los militares y los establecimientos policiales de la Ciudad de México y Jalisco. También hay algunos cubanos en algunas de estas reuniones, incluyendo, según Godoy, a uno llamado Max Gomez.

Los poderosos tienen que hacer que otros les esperen y por eso es imposible mantener a personas como Godoy fuera de sus reuniones. Necesitan a alguien que les ponga las bebidas y que les vacíe los ceniceros. Tienes a personas de poca importancia escuchando los pensamientos de personas de gran importancia. Tienes a alguien que gana 560 dólares al mes escuchando a hombres haciendo negocios de decenas de millones.

Ninguna de esas reuniones tenía algún significado para Godoy. Está aprendiendo su nuevo trabajo, conociendo a su nuevo jefe y esperando un futuro mejor. Tiene problemas de espalda y de riñón, y eso le preocupa más que las cuatro reuniones que resultan en un plan que lleva al asesinato de Enrique Camarena.

La primera reunión tuvo lugar a finales de octubre o principios de noviembre en el hotel Las Américas en Guadalajara y se basó en cómo identificar y secuestrar a un agente de la DEA desconocido. Según Godoy y otras fuentes Leyenda, Manuel Bartlett Díaz asiste. Él es el secretario del gabinete de gobernación, el segundo alto cargo político más poderoso del país. Este puesto le puso a cargo de los DFS y se cree que será el nuevo presidente de México. También están los secretarios de Defensa, el General Arévalo Gardoqui y Miguel Aldana Ibarra —jefe de la Interpol en México y jefe de la policía general—, el gobernador de Jalisco, comandantes locales del estado y policía federal, oficiales militares y los traficantes de droga Ernesto Fonseca Carrillo, Miguel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, Rubén Zuno Arce, «El Cochiloco», y decenas de guardaespaldas. Godoy se encuentra en la puerta de la suite donde tiene lugar la reunión de dos horas. Entra de vez en cuando con bebidas, cocaína y aperitivos.

El secretario Arévalo Gardoqui informa de que la DEA está cayendo sobre las fuerzas armadas para destruir campos que ellos ya habían protegido y que esta situación debe resolverse. Bartlett Díaz está preocupado por su futuro político porque ha firmado credenciales de los DFS para muchos de los traficantes de la habitación y esto podría suponer un problema para su presidencia en México. La reunión termina con el acuerdo de sobornar al agente y si falla, él morirá.

La segunda reunión tiene lugar a finales de noviembre de 1984. En ese momento se hace una redada en una operación de marihuana en un estado del norte de México llamado Chihuaha. El lugar de la operación es el Rancho Búfalo. Se dió empleo a 10.000 trabajadores y fue dirigida por la bendición y la protección de la armada mexicana. Durante su cuidadosa cultivación, oficiales de la armada visitaron constantemente el gulag de campos para comprobar su progreso. Los secretarios Arévalo Gardoqui y Bartlett Díaz no asistieron a esta reunión, pero sí lo hicieron los traficantes, los cuerpos de seguridad y los políticos. Caro Quintero y el gobernador se intercambiaron algunas palabras feas por el retraso en identificar al agente de la DEA. Fonseca intentó calmar el asunto enseñándole un AK-47 de oro al gobernador de Jalisco.

Una semana después, otra reunión que no resuelve nada.

Godoy trabaja en cuatro reuniones y escucha lo suficiente como para preocuparse. Está con Fonseca cuando recibe la llamada sobre Búfalo y Fonseca dice que la mierda les va a salpicar. Si cogen a un agente de la DEA tendrán un gran problema.

Capítulo ocho

400 millones de dólares

Godoy se pone delante de mí, se inclina hacia adelante, sus ojos saltones, él quiere que lo entiendan, es mejor que las historias que cuenta, iba a tener una vida diferente de la que tiene. Tiene el aire de un hombre que sabe que no lo van a creer, pero que se niega a cambiar su historia.

Un hombre, claramente americano está en el poste telefónico detrás de una de las casas de Fonseca. Esto ocurre en diciembre de 1984. Godoy le cuenta a Fonseca lo del hombre y para su sorpresa no parece estar alarmado. Dice que el hombre está trabajando para él. En otro momento el mismo hombre viene a la casa y se va con dos portatrajes llenos de dinero. Godoy ha aprendido a no hacer preguntas.

Luego ocurre otra cosa. Godoy ve a dos hombres viniendo a casa de Fonseca. Uno es Manuel Bartlett Díaz y el otro es el cubano llamado Max Gomez.

El dinero para el soborno está preparado y almacenado en cajas de cartón usadas normalmente para cartones de huevos.

Godoy escucha a los traficantes decirle a Bartlett Díaz y a Gomez: «Haremos lo que les dijimos que íbamos a hacer. Ahora estamos esperando a que ustedes hagan lo que nos dijeron que harían».

Las cajas de cartón llevan cerca de 400 millones de dólares, en billetes de 100 dólares, alrededor de 8.800 libras en efectivo.

Godoy estaba allí y llevaba las cajas de cartón con el dinero. Vio a los dos hombres. Sabe que Max Gomez juega un papel fundamental para obtener apoyo de los contras nicaragüenses. Sabe que Rafael Caro Quintero tiene un rancho en Veracruz que se estaba usando como campamento de entrenamiento para los contras.

Godoy siente que se está adentrando en un territorio peligroso. En enero de 1985 se coge una baja. Puede ver como se acerca el asesinato de Camarena y no quiere estar cerca de ese momento.

Godoy no está solo en su temor. Miguel Félix Gallardo encuentra las otras cabezas de la operación Guadalajara demasiado impetuosas para su propio bien. Intenta que Fonseca y Caro Quintero se echen para atrás. Pero a Caro Quintero no se le puede domesticar. Es un multimillonario de 30 años que no cree en límites. Fonseca, un hombre de las montañas de Sinaloa que tiene el cuidado de un campesino y compra un rancho para cubrir sus apuestas.

Dicen que el rancho que compra pertenece a Satán. Tenía un puente de demonios al que le faltaba tres piedras. Cruzar ese puente era venderle tu alma al demonio. Fonseca cruzó el puente. Los pentáculos adornaban la capilla. Los curas proporcionaban magia negra. Matan a un gallo y Don Neto se bebe la sangre. Todo esto es un secreto —Fonseca desaparece en la capilla para rituales, sus guardias esperan fuera—. Organizan orgías alimentadas por la cocaína.

Jorge Godoy dice: «Fonseca tuvo mucho éxito vendiendo su alma».

Es cada hombre para sí mismo en este mundo incierto.

Capítulo nueve

Poder presidencial

El jefe de Godoy en la policía estatal es un hombre llamado Ramón. Ambos habían ascendido en las filas de la organización; Ramón por haber respondido a un anuncio en el periódico, luego había ido a la academia y trabajó varios detalles como supervisar el cuerpo de ambulancias. Luego, a finales de 1983 se le asignó trabajar en la seguridad para Ernesto Fonseca Carrillo.

Como Godoy, Ramón también fue testigo de la relación entre el mundo criminal y el estado mexicano. También declarará atender a visitantes como Manuel Bartlett y Max Gomez. Ramón ha matado y torturado y casi 30 años después lo recuerda todo perfectamente y habla con voz calmada. Lleva puestas unas gafas de alambre conservadoras, su camisa y pantalones bien planchados, su pelo gris muy corto. Nuestras reuniones tienen lugar en el mismo pequeño centro comercial de California del Sur donde Godoy contó su historia.

Ramon dijo: «Déjame contarte una historia que explicará cómo era la vida con Fonseca». Estaba presidiendo otra fiesta con políticos y narcos. Tres mujeres cantantes proporcionaban una variedad de entretenimiento para la fiesta. Fonseca fuma cigarros de basuco cuando le dice a Ramon que venga.

—Coge a mi hermanastro, átalo y mátalo. Yo soy el único gallo en esta casa. —dijo Fonseca.

—¿Quieres que te lo traiga? —pregunta Ramón.

—No, mátalo.

Ramón ve el problema claramente. Si él mata al hermanastro, ¿cómo se sentirá Fonseca cuando esté sobrio?

Se encuentra con el yerno de Fonseca, quien le dice que él realmente no quiere hacer eso.

Pero Fonseca se muestra persistente. «Ya di órdenes».

El momento pasa y se olvida al día siguiente.

Pero Ramón ve su dilema: si él hubiera matado al hermanastro, Fonseca lo hubiera matado a él después.

Ramón vislumbra el poder de Fonseca. Lo envían en un Mercedes blindado a recoger a un cantante al hotel. Mira distraídamente en la guantera y descubre que la matrícula está a nombre de José López Portillo, el presidente de México desde 1976 hasta 1982. Fonseca le explica que el coche fue un regalo del presidente. En esta época, Ramón dice que están haciendo envíos regulares de kilos de cocaína al presidente Miguel de la Madrid, el hombre que ha prometido eliminar la corrupción de la administración de López Portillo. Le dicen que de la Madrid es adicto a la cocaína.

Ramon duda y explica que lo del presidente no era algo que realmente quería decir porque él sabe que es difícil de creer. Hubo un tiempo durante el otoño de 1984 en el que el Presidente de la Madrid y su predecesor, Lopez Portillo, visitaron a Fonseca en Guadalajara. Estuvieron una o dos horas, dijo, y fumaron basuco. Nunca descubrió de qué hablaron en la reunión.

Cuando Ramon vino a testificar como parte de la Operación Leyenda, su primer interrogatorio fue muy intenso. Sus historias sobre los presidentes visitando el mundo de la droga amenazaban el decoro de la investigación. No era simplemente un problema de creencia, sino un problema de carreras profesionales. Para los agentes y procuradores federales de los Estados Unidos era difícil imaginar nada que no fueran problemas al denunciar que una cabeza de estado extranjera estaba involucrada en el uso de drogas y en proporcionar favores y protección gubernamental a los traficantes de drogas.

Pero para entrar en la habitación en la que Enrique Camarena está gritando, en la que finamente será sodomizado con una barreta, en la que sus palabras empiezan a ser difíciles de entender porque su mandíbula está rota… para entrar en esa habitación debemos considerar lo increíble. Si piensas que los gobiernos no pueden traficar con drogas, nunca llegarás a esa habitación. Si crees que las jefes de Estado no van a tratar con criminales, nunca entrarás en esa habitación. Si dudas de que los asuntos de estado pueden pisotear a la aplicación de la ley, entonces esa habitación estará fuera de tu alcance. Para entrar ahí tienes que dejar fuera parte de lo que eres, igual que cuando Enrique Camarena entró ahí. Se dio cuenta de que había estado viviendo en un paraíso de idiotas. Ahora que entra en ese duro terreno, su carrera profesional ya no le permite ver.

Durante años, lo obvio se había ocultado por decirse increíble. Nadie que fuera presidente sería visto con criminales. Ninguna agencia de los Estados Unidos tendría relación con criminales. Y ninguna política para ayudar a los contras saldría de la Casa Blanca ni limpiaría el mundo de la droga de Guadalajara.

Cuando dices «eso no puede ser» estás limitando las posibilidades del mundo y también le estás dando la espalda al trabajo duro que supone producir la miseria que nos rodea.

Capítulo diez

El trueno antes de la tormenta

Ramón tiene una historia similar a la de Godoy de la serie de reuniones que llevaron al secuestro. Dos días antes convoca una reunión en la casa de Caro Quintero con Bartlett Díaz y el secretario Arévalo Gardoqui. El gobernador de Jalisco y el traficante superior Miguel Félix Gallardo están ahí.

Ramón dice: «Si no estás en este clima de miedo y muerte es imposible que entiendas».

Una mañana a principios de diciembre de 1984 ocurre algo significativo. Son las 9 o las 10 de la mañana y suena el timbre. El yerno de Fonseca mira hacia afuera y piensa que la gente que espera fuera son de la DEA. Ramón se lo dice a Fonseca y este le ordena: «hazlos entrar».

Se encuentra con dos parejas americanas en la esquina.

Solamente uno de los hombres de Fonseca hablaba un poco de inglés.

«¿Quiénes son ustedes?»

Los estadounidenses no entienden. Le dicen que los hombres son policías, lo que en parte es verdad.

Dicen que son misioneros predicando la palabra de Dios.

Los llevan a la casa, donde Fonseca ordena que los arrastren hasta unos apartamentos suyos. En un momento intentan escapar, pero los cogen rápidamente. Luego los desnudan, para que sea más difícil que se escapen, los meten en una furgoneta y conducen hacia un rancho a unas cuantas millas de la ciudad. Ponen a los hombres en unos establos de caballos y a las mujeres en una de las habitaciones. Una de las mujeres es bastante joven y atractiva y llama la atención de sus captores.

Son testigos de Jehová de los Estados Unidos y han ido de casa en casa difundiendo el evangelio. Ponen a los hombres y a las mujeres juntos. Dos hombres más de Fonseca llegan. Violan a las mujeres delante de los hombres. Ramón dice que se quejó a Fonseca de que los que acababan de llegar «ya habían empezado a follárselas». Fonseca se ríe. El misionero más viejo había estado en Vietnam y se volvió agresivo y mostró coraje. Violan a la mujer más joven en repetidas ocasiones y atan una cuerda entre sus piernas hasta que empieza a sangrar. Fonseca fuma basuco durante toda la tarde.

Esa noche llegan «Los Dormidos». Son los que se encargan de los entierros. Por la mañana, los estadounidenses se colocan al borde de tumbas abiertas, suplicando por su vida, pero les disparan hasta que mueren. Sus cuerpos nunca fueron encontrados.

Eso es la vida y el trabajo.

Como Ramón explica: «No había nada bueno. Siempre había presión. Tenía miedo cada día. No era nada fácil».

Nunca dejó que su trabajo para Don Neto contaminara su fe católica. «Conseguía separarlo», explica. «Te conviertes en alguien más que en un creyente. En mi trabajo de policía la creencia se hace más importante porque tienes que hacer cosas malas, golpear a las personas y torturarlas. Muchas de las cosas violentas que hacen los policías provienen del miedo».

«Torturar a las personas era lo peor. Hay muchos curas que tienen mucho que responder porque vendían sus creencias por dinero. Tienen que responder ante Dios».

Todo esto requiere que duermas bien por las noches. Fonseca se levantaría para vigilar a sus guardias, muy a menudo hasta a quince de ellos. Un hombre dormido no sirve de nada y a veces, incluso la cocaína no los mantenía despiertos.

El último día de enero, un mes antes del asesinato de Camarena, Fonseca ordena a sus hombres viajar en caravana hasta La Langosta —el mismo restaurante donde los dos agentes jóvenes de la DEA cenaban casi diariamente durante los meses de octubre y noviembre esperando coger a los vendedores de droga en un tiroteo—. Esa noche de enero hubo una reunión de los capos de Guadalajara: Fonseca, Caro Quintero, «Cochiloco», Félix Gallardo, Zuno Arce, y otros.

Ramón entra, los jefes están en las mesas del fondo. Él toma un asiento cerca de la puerta, Caro Quintero viene y se sienta con él. Le dice que coma todo lo que quiera porque esa noche es gratis. Caro mira y ve a dos estadounidenses asomando la cabeza por la puerta.

«DEA».

Ramón agarra a uno, Caro Quintero al otro.

Llevan a los hombres a la parte de atrás donde Caro dispara a uno de ellos en la cabeza. Un grupo de hombres acaba con ellos con cuchillos y pica hielos. John Walker es un marine que resultó herido dos veces en Vietnam. Vino desde Minnesota a Guadalajara para vivir barato y para trabajar en una novela. Alberto Radelat es un estudiante de odontología y un amigo que viene de visita. Ramón ayuda a sostener a los hombres mientras los torturan. Finalmente cree que ya ha tenido suficiente y entra al restaurante. La tortura continúa. A ambos hombres les cortan la garganta, pero Walker se libera y corre por todo el restaurante y por fuera de la puerta principal donde Ramón ayuda a acabar con él. La sangre arruina la ropa de Ramón. Caro Quintero aparece y ordena a «Los Dormidos» deshacerse de los cuerpos. Luego dispara cerca de setenta veces con su AK-47 en la noche de Guadalajara.

En los últimos 30 días, Ramón ha ayudado a asesinar a seis estadounidenses. No ha habido ninguna reacción. En cada caso, Ramón y los demás asumían que las víctimas eran de la DEA.

Enrique Camarena desaparecerá de las calles de la ciudad la semana siguiente. Caro Quintero le dice al grupo reunido en el aparcamiento que lo han hecho muy bien.

Ramón le dice a Fonseca que tiene que ir a buscar ropa limpia.

Luego dice que se siente raro al ser felicitado por haber matado a alguien.

Es principios de febrero de 1985. Ha habido una serie de reuniones entre líderes del gobierno mexicano, las fuerzas de seguridad, los militares y los miembros de la industria de la droga y nada malo ocurre. Los estadounidenses mueren y no ocurre nada. Hay un acuerdo, se puede ver claramente. Algo entre los estadounidenses y los capos. Ramón no conoce detalles. Él obedece órdenes.

Le lleva varios intentos comprender la presencia de Max Gomez, el cubano. La primera vez que lo vio fue en el verano de 1984, cuando vino con un coronel del ejército de la Ciudad de México, entregando algunas AK y granadas, dice Ramón. Fonseca dijo: «Este chico es de la CIA, cuídenlo». Ramón lleva a los dos hombres a la sala de estar. Por ahora, sabe que el nombre verdadero de Max Gomez es Félix Rodríguez. Rodríguez luchó en la Bahía de Cochinos, presidida, como bien se sabe, por la ejecución del Che Guevara y luego entrenó a asesinos en Vietnam como parte del Programa Phoenix. Después se fue a las guerras de Centro América y desempeñó un papel destacado en obtener apoyo y entrenamiento para los contras de Nicaragua.

Gomez dice: «Yo solía ser delgado como tú cuando estaba en Vietnam». Le dice a Ramón que él sabe cómo dar masajes, ¿le daría importancia?

Ramón dice: «No, gracias. Tú debes ser un maricón, un homosexual». Todos se ríen. Fonseca se lleva a Gomez/Rodríguez a la otra habitación y cuando vuelven, Ramón dice que el cubano lleva una bolsa con dinero.

La segunda vez que Ramón lo ve es en febrero de 1985, dos días antes del secuestro de Camarena. Fonseca lleva una caravana desde su casa a la de Caro Quintero. Allí ve a Gomez/Rodríguez en una habitación con el Secretario de Gobernación Bartlett Díaz y otros. Se queda fuera con el guardia mientras la charla continúa durante una hora y media.

La tercera vez que lo ve es en una casa de la calle Lope de Vega el día en el que secuestran a Camarena. Camarena ya se encuentra ahí y lo están torturando en una habitación de la parte de atrás. Ramón dice que ve al hombre llamado Max entrar y salir de la habitación y le escucha haciéndole preguntas a Camarena.

—¿Quién del gobierno está involucrado?

—¿Qué generales están involucrados?

Ramón recuerda ahora cómo había visto al hombre que se hacía llamar Max en el pasado en compañía del hombre americano que había visto en el poste telefónico de la casa de Fonseca en diciembre de 1984. Recuerda haber ido al maletero del Grand Marquis por una orden de Fonseca y recuperar medio millón de dólares para los estadounidenses.

Se queda ahí. Un agente estadounidense cogiendo medio millón de dólares en efectivo de Fonseca, un cubano haciéndole preguntas a Camarena mientras lo torturan. El envío de AK y granadas, el destello de las siglas: CIA. Hay muchas razones para ignorar este testimonio: viene de la mano de asesinos. Pone en entredicho a gobiernos legítimos y a los hombres y mujeres que trabajan para ellos. Las historias de los asesinos traídos del norte por Héctor Berrellez durante la Operación Leyenda no sirven de nada.

A menos que seas Kiki Camarena y te estén torturando en una cuarto trasero en Guadalajara por hacer tu trabajo.

Parte III:

Parte I:

Consiguiendo la historia:

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Bedelia Suárez López

Translator and Interpreter, English teacher and writer. Gran Canaria, Spain