Una primera vista de Cusco
Perú para viajeros, parte 7 de quiensabecuántas
Cusco fue la última etapa de nuestro viaje por Perú y el culmen en sentido figurado tanto como literal. El recorrido que partió desde una Lima gigantesca, atrapante pero amedrentadora, de clima pesado y húmedo a nivel del mar, pasando por la blanca y soleada Arequipa entre los volcanes nevados, terminó muy dignamente entre los cerros verdes, siempre amenazados de lluvia gris, de la alta capital de los incas.
(Elijo la grafía Cusco en vez de la más común Cuzco porque respeto la dicción original y la pronunciación moderna, además de que la ciudad se llama así, oficialmente, desde 1971.)
Cusco está a unos 3400 msnm, mil metros más alta que Arequipa. En términos sencillos, hay un tercio menos de aire para respirar allá, y se nota. Trazamos en parte nuestro itinerario de manera de llegar últimos a Cusco para poder acostumbrarnos. No pocas personas vienen a Perú para ir a Machu Picchu y pasan por Lima sólo de camino a Cusco; algunas sufren las consecuencias. Nosotros no la pasamos mal. Alojados en el bohemio barrio de San Blas, a cinco cuadras de la Plaza de Armas (todas ellas en pendiente), sólo notamos falta de aliento y un leve dolor de cabeza por causa del esfuerzo al subir y bajar las escaleras durante el primer día.
Cusco es bella, pintoresca, levemente caótica. En la Plaza de Armas y sus galerías (llamadas portales) hay una cantidad exagerada, molesta, de personas vendiendo cosas en castellano, en un inglés muy aproximado y hasta en quechua. El área histórica es amplia pero es posible escapar con sólo apretar el paso un par de minutos. La Plaza es un rectángulo con su lado mayor orientado en sentido NO-SE. Yendo en esta última dirección, bastan cuatro cuadras para llegar, por la Avenida El Sol, al Qorikancha, que fue templo inca y hoy es convento. Hacia el SO uno se topa después de una cuadra con la más pequeña y tranquila y bellamente nombrada Plaza Regocijo; una cuadra más y está la Plaza San Francisco, frente al convento de la orden del mismo santo; un poco más aún, ya tomando por la calle Santa Clara, uno atraviesa un arco y pasa por delante de la iglesia de Santa Clara, el Mercado de San Pedro y finalmente la iglesia correspondiente. En este punto ya se está decididamente en una zona popular y no tan turística.
Desde la Plaza de Armas hacia el norte y noreste todo es cuesta arriba, literalmente. Por la Cuesta de San Blas (tres cuadras seguidas de escaleras de piedra que forman veredas por donde pasa una persona por vez) se asciende al barrio del mismo nombre, que rodea una plazoleta con una pequeña fuente mural y una iglesia también pequeña, pero encantadora, dedicada a dicho santo. En San Blas nos encontramos ya en la ladera del cerro; fuera de unas cuantas calles angostas donde pululan los vendedores de arte cusqueño (pinturas de vírgenes y arcángeles con marcos dorados sobrecargados) y los bares y restaurantes, el resto son básicamente sendas adoquinadas que suben hasta la vía que lleva a Sacsayhuamán.
Las calles de Cusco son una fuente de confusión y de diversión en sí mismas. En el área histórica muy pocas conservan su nombre más de dos cuadras. La misma Cuesta de San Blas, al bajar, pasa a llamarse Hatunrumiyoc (y congrega en su breve trayecto de paredes incaicas a muchos turistas ansiosos de sacarse una foto con la famosa Piedra de los Doce Ángulos), luego Triunfo, luego se desdobla para que su parte opuesta a la Plaza de Armas, que transcurre bajo arcos, se llame Portal Belén, y en la cuadra siguiente pasa a llamarse Mantas; dos cuadras más tarde se llama Márquez, y una cuadra después Santa Clara. Las callecitas de San Blas añaden a esta tendencia sus nombres insólitos, como Ataúd o Purgatorio; los de origen quechua como Choqechaka o Chihuampata; y los que siguen el juego del número siete: Siete Culebras, Siete Diablitos, Siete Angelitos, Siete Ventanas…
La ciudad amerita unos cuantos días para verla y disfrutarla y “tomarle la idea”, como quien dice. Nosotros nos quedamos siete noches (más la escapada hasta Machu Picchu), y no puedo decir que hayamos agotado sus posibilidades. La mítica ciudadela inca es, naturalmente, la razón por la que la mayoría de los turistas vienen hasta Cusco, pero no dudo en afirmar que uno puede perderse Machu Picchu y la visita valdrá la pena igualmente. De todo esto tendré que hablar en detalle en otro artículo.