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Donde murió el escarabajo.

Rodolfo Navarrete
Poetas de la Noche.
4 min readJun 8, 2017

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En esta época del año las calles se inundan. Es vomitivo, si tomas en cuenta que la salida del drenaje está nueve calles arriba, en la Zamorana. Allí viven personas que no tienen reguladas sus tierras. Montaron infrahogares con material de deshecho. La vida y su amplitud universal contempla asentamientos desequilibrados por el capitalismo. Toda la mierda de la ciudad flota en el río Zamorana. Ni los peces, ni la policía existen ahí. Esto es el tercer mundo. La dignidad tiene precio y las personas asesinan bajo sus propias leyes. Cuando llueve, el río se desborda y las aguas contaminadas bajan hasta mi calle. Es asqueroso. LLevamos días refugiados, no me atrevo a pasear a la nena. La peste brota con más intensidad de doce a cuatro, el vapor de las aguas negras paraliza las costumbres. No hay mucha gente en las calles. Por lo menos he podido escribir; hice un poema corto sobre un escarabajo muerto. Suelo ver elementos que no todos aprecian, por desestimables que sean. El tiempo discurre como estos insectos. Pareciera que las hormigas no son gran cosa, pero créeme, no dejaron nada de ese bicho. Fue como si nunca hubiese estado ahí. El tiempo se comporta famélico, paciente como las pequeñas hormigas y tú vives en su degradante proceso, muerto en este barrio, con la panza al cielo. Entumido desde el alma. Las puertas giratorias de los centros comerciales funcionan como un émbolo y las personas damos el giro de intercambio adentro de esa ostentosa maquinaria hecha para hacernos sentir bien o mal, dependiendo, cuánto tienes: cuánto vales. Es primitivo, pero contundentemente cierto, aplastantemente real, por ejemplo: a esta hora solía ir a la compra, pero últimamente no hay mucho que comprar, continúo escribiendo y el dinero escasea. Sobrevivimos a la situación y a nosotros mismos a través de nuestra peor racha. Intento romper el muro con un beso, pero ella no quiere arreglar las cosas. Me dice “Eres un inútil”. Ya me han llamado así antes.

La ropa sucia está tirada en el suelo. La tristeza es el náufrago y nosotros su isla. Nuestros ojos enfocan, como una cámara, los detonadores del odio: A ella le enferma verme escribir junto a la ventana, a mí su silencio, su mal llevada forma de comer. Mi hija balbucea y se ríe. Su piel aún es pura, no reflejan suciedad y detergente, coladas de ropa, hornillas de estufa y pobreza, su piel aún está a tiempo de salvarse. Rotan las hélices de un helicóptero de plástico. En sus pequeñas manos: un helicóptero que nos ayudara a escapar toma forma en mi mente.

Varios minutos antes de sentarme a pensar y escribir, cociné sopa. “Nunca utilizo esta olla para hacer sopa” — dijo. Apagó la hornilla de la estufa y tiró la sopa en el fregadero. Me pareció un acto de inconsciencia espantoso, realmente me pareció algo detestable, pero me callé la boca. Si me dejo nublar el cerebro, me convertiré en uno más de los imbéciles que la golpearon. A la gente pobre les ronda siempre el fantasma de la demencia. Especie de cualidad salvaje en los barrios. Yo vengo de otro sector, aunque terminé clavado aquí, donde las aguas pestilentes se estancan, donde el horizonte luce como una desdentada sonrisa histérica y donde murió un escarabajo panza al cielo.

Michelle sigue provocándome, no sé qué está diciendo, intento cerrar mis oídos, pero ya estrelló un vaso contra la pared. Me dan ganas de matarla y enterrarla en el patio, quemarla viva como a una bruja. Ponerla al pie de una crucifixión lenta. Arrojarla y verla flotar como todos esos troncos de mierda en el río Zamorana, deshacerme de esa insignificante y estúpida zorra.

— ¿Sabes qué creo? ¡Creo que eres marica! — cogió un gran número de hojas en la mesa y las comenzó a romper. Por suerte para ella, en esas hojas no había nada escrito.

— Tienes que tranquilizarte. — dije.

— ¿Qué intentas hacer sentado ahí todo el día? ¿Esperas a que caiga dinero del cielo? ¡No, señor ! ¡Eso no va a darnos de comer y ya estoy harta!

— Puedes irte si lo deseas. — contesté

Ella mudó la mirada. Hoy no tengo astucia para contestar. Suele esconderse en el baño. Tuve la visión perfecta en ese viejo cuarto de baño: Dejar navajas sueltas por si un día decide rajarse las venas. Lo pienso mientras me veo en el espejo del armario. Mi apariencia andrajosa es devuelta. ¿Cómo terminé aquí? ¿Cómo pude navegar por encima de la mugre? ¿Qué tengo yo que ver con ésto? Tengo que volver y rehacerme. Tengo que dar un lugar mejor a esta nena. Aquí hay mucha gente loca. Hay demasiados rostros feos, pues cada uno perdió todo lo que importaba o nació sin ello. Hay gentes que sólo ven un paisaje toda su vulgar existencia. Gentes poco instruidas, corruptas, vengativas. ¿Qué hacer con nosotros? Michelle pertenece a esta dimensión. Sus hijos la habitarán y yo voy a dejarla pronto.

Caminando mientras ladran los perros del amanecer.

Marco Salbazo.

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Rodolfo Navarrete
Poetas de la Noche.

Todas las historias fueron escritas por Rodolfo Navarrete quien posee los derechos de Autor. twitter @RodolfoNavarret