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El primer poema verdadero

Rodolfo Navarrete
quiasmo
5 min readMar 19, 2017

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Pudo haber sido otro Viernes. Asociar este día con los amigos, la noche, los bares. En lugar de eso, fue el principio de una inflamación bárbara. Cuatro de la tarde con traumatismo nasal, una ceja rota, el hocico reventado. Michelle decidió llevarme a urgencias en cuanto me vio. Me atendieron tres horas después, mi cara parecía un tomate.

Sorprendentemente, ningún hueso está roto. Compramos los medicamentos y nos fuimos a casa.

Hablé con Efrén por el teléfono celular de Michelle. Anoche se pasó por nuestra habitación a contarme lo sucedido con Tanque. No murió el hijo de puta, y por la situación, dudo que se atreva a interponer alguna demanda. Es gente pobre, orgullosa y brava.

El asunto es que desperté, el dolor me estaba matando. Michelle echó un vistazo a mis heridas. Las desinfectó y me cambió las gasas. Hizo preguntas sobre la pelea y después guardó silencio, sólo estaba enfocada en informarse.

Yo no pude cuidarla cuando recibió la golpiza. A los dos nos atizó el mismo cretino; ya compartíamos algo más que la cama. Ella fue la menos resistente y sufrió una fractura en el hueso orbital del ojo izquierdo y otra en la clavícula. Casi lo mato, le dije. Le pegué con fuerza en la manzana de adán. Pero ella no dice lo que piensa, no expresa lo que siente, sólo guarda ese oscuro silencio. Casi lo mato, repetí de nuevo.

— Ustedes dos son iguales — contestó.

Terminó de colocar las gasas limpias y se fue a la cocina. Mi hija estaba jugando con el mantel de la mesa. Las pastillas están haciendo efecto, comienzo a sentirme un poco mejor. Cuando miré el espejo, vi mi cara hecha un cromo, pero no parezco una víctima.

— Llevaré a pasear a la nena. ¿Te apuntas?

— ¿En serio vas a salir con esa cara?

— Necesito aire.

Ella sólo se acostó y me dio la espalda. Michelle y mi hija pasan durmiendo la mayor parte del día. Entre la publicidad que logró colarse debajo de la puerta, vi un folleto sobre una exposición de litografías basadas en la obra de Remedios Varo en el museo. No sé quien es la Artista; pero las ilustraciones del folleto son espectaculares. Es un evento gratuito. Me gustó el plan de caminar por el barrio y luego pasear con mi hija en Bellas Artes.

Preparé la carreola y salimos. Fuimos por toda la calle Francisco de Asís a paso sereno. Mi hija estaba contenta tomando su biberón. En el fondo, no hago más que darle vueltas a la pelea y no termino de eliminar este sentimiento de rabia, tengo ganas de quemar algo, de romper cristales, de gritar, de llorar; no sé cómo logro contener todo lo que llevo dentro.

No paso desapercibido, esto da más apuro que contemplar lo insustancial de esta ciudad. Mi cara ahora es algo monstruoso y mi preciosa bebé contrasta conmigo. Somos dos elementos unidos para siempre. Las personas se apartan para no cruzarse conmigo.

Llegamos al museo. Aquí no existen los vulgares tumultos de gente. El guía me observó fijamente un momento, pero tuvo una actitud bastante divertida con mi hija. Nos dejó pasar. La exposición es maravillosa. Jamás había estado en un ambiente así. Cincuenta minutos bordeando toda la galería. Los cuadros de Remedios Varo son fascinantes y desconcertantes a la vez. No importa que no fueran los cuadros originales. En especial, me llamó la atención una obra con el título: “Creación de las Aves”. Es el gesto apacible de una mujer buho, una simbiosis muy estilizada. Filtra del exterior los colores por un lado, y por el otro, atrapa un rayo estelar con un prisma que descompone la luz y da vida a un pájaro. Ella escribe su literatura y pinta con una cuerda de violín que sale de su corazón. Creo que Remedios interpretaba a su manera el Arte y la felicidad, como una labor creativa, misántropa y solitaria. Es cierto que todo estímulo viene del exterior. Dentro de nosotros filtramos el resultado del entorno. Y por esta vez (el entorno) fue bueno conmigo. No me importaría vivir, incluso trabajar aquí, rodeado de tantas creaciones tan especiales. Siento que esto ha sido el comienzo de algo.

El viento sopla, la tierra flotaba en el aire, parecía que nos sorprendería la lluvia de camino a nuestro cuarto de alquiler. Cubrí la carreola con mi camisa, mi preciosa bebé duerme. Ha sido una tarde perfecta. Nunca me dio por emborracharme, pero compré una botella de vino en la tienda; conforme nos acercamos a la calle Augusta del Río, las casas mutaban en feos e incompletos paisajes de barrio; la gente se torna más soez, todos nosotros lucimos desollados como perros callejeros. Abro la puerta, Michelle sigue dormida. Acuesto a mi hija en la cama. Me voy a la mesa y me siento con una hoja y un lápiz. Este será mi prisma y yo seré el hombre buho.

Una papeleta se queda atrapada en la ventana, coleteando viva, frenética; sometida por el aliento de la ciudad. Parece que llegamos justo a la hora, el cielo se destripa y comienza a llover. El brahamido de los árboles cantan a coro el final de una tarde perfecta.

Afuera, en los barrios pobres, todas las cosas parecen pedir auxilio. Me giro alerta cuando escucho a mi hija moverse, emite un pequeño sollozo y vuelve a dormir. Ese nombre suyo, talla chica, pies cubiertos. Ese precioso nombre suyo que elegí cuando estuvo por primera vez en mis brazos. Suenan las cadenillas del bolso de Michelle. Solía pensar que la vida es tan valiosa como para descartar una aventura tan a la ligera. Ahora, ya no sé qué decir. Me sirvo un vaso con vino. Nunca voy a seguir el juego a los imbéciles. Doy un sorbo y escribo:

Así me hallarás.

En la azotea hay un Edén,

improvisado para quien_

desfallece de las rentas.

Así me hallarás,

menos meditabundo que tú;

somos el spleen de un siglo atrás,

mitra de Belcebú.

Déjame aquí,

en estos lodos de la ciudad

nadie querrá quererme.

Como tú, como yo,

llevo la peste en el corazón.

Aquí se dislocan los sueldos,

se suicidan los sueños,

se depravan adolescentes

igual que tú, igual que yo

llevan la peste en el corazón,

Así me hallarás,

menos silencioso que tú,

quédate quieta donde estás,

duérmete en mi ataúd.

Con mariposas en los agujeros

de mi decepción.

Déjame aquí,

en este lado de la ciudad

nadie querrá quererme.

La lluvia desalojó las calles,

las luces se apagan en las casas,

mañana será tarde…

Marco Salbazo.

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Rodolfo Navarrete
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Todas las historias fueron escritas por Rodolfo Navarrete quien posee los derechos de Autor. twitter @RodolfoNavarret