Venezuela Partida en Dos.

La experiencia de conocer Caracas y el proceso político que atraviesa su sociedad.

Santiago Siri
Política * Internet

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Apenas uno da sus primeros pasos en tierra bolivariana, se encuentra con el frustrado deseo del presidente Chavez gritando “¡Sigamos Juntos!” en una inmensa fotografía colocada en el aeropuerto. La última vez que vi propaganda oficial ocupando cada rincón público fue cuando visité Cuba diez años atrás. Hay que reconocer algunos triunfos que no deben dejarse atrapar por las banderas ideológicas: cualquier gobierno que logre tener a cada habitante de su suelo interesándose por la Constitución Nacional o que puje por unir a Sudamerica está dejando un legado de peso. Pero cuando existe una polarización extrema contaminando a cada intento de retórica con la ceguera del fanatismo, algo no está andando bien.

¿Cuando fue que comenzó a abrirse esa grieta? Es cierto que el poder no es patrimonio estricto de un solo bando. Chavez se radicalizó después del intento de golpe de estado que sufrió en 2002. Prueba de ello es que hasta entonces el nunca había usado la palabra “socialismo” públicamente. La irresponsabilidad institucional de un golpe de estado en el Siglo XXI es inadmisible. Pero cabe preguntarse si la clase de karma que invadió a Chavez entonces tuvo origen en el propio intento de golpe que él hizo en 1992. Lo cierto es que la historia de Argentina y Venezuela pareciera estar hermanada. “La Corona Española estaba interesada más que nada con lo que ocurría en México y Perú (los Aztecas y los Incas) que era donde se encontraba la riqueza. Por eso Venezuela y Argentina, al encontrarse en la periferia, pudieron desarrollar sus procesos libertadores con las gestas de Bolivar y San Martin” me explicaba @MatiasFBianchi de Asuntos del Sur. Tomando un poco más de perspectiva queda claro también que las figuras de Chavez y Perón fueron de un impacto notable en la cultura política del último siglo. Ambos despertaron una fuerte identificación en los sectores populares, tratándose de dos militares que llegaron al poder por la vía democrática y que terminaron provocando un nivel de apoyo en sus bases pocas veces registrada en la historia.

Pero la política se vuelve autoritaria cuando pocos piensan y muchos repiten. Y plantear el tema Venezuela suele ser una invitación a usar argumentos de manual de todo tipo. Lo cierto es que muchas veces no somos conscientes de cuan atada a nuestra identidad se encuentra la ideología: a veces lo que debiera ser un debate de ideas se termina desvirtuando en ataques personales por hacer de las ideas políticas algo cercano a los que nos define como personas. Igual que el futbol o la religión, uno puede defender absurdos por la humana necesidad de pertenecer a algo que nos identifica (ej: “Boca es lo más grande que hay”). Una cultura democrática requiere del desarrollo de sus ciudadanos por encima del de sus líderes dado que la historia conoce de las consecuencias de adorar a los Césares y Napoleones por tiempos prolongados. Y este es el desafío fundamental de las nuevas generaciones en nuestros países.

En Caracas pude conocer a @JulioCoco, el primer referente político que emergió de las redes volviéndose una de las voces disidentes más confiables en un país donde la prensa gráfica sufre escasez de papel y desde hace siete años que no hay un canal de televisión opositor. Militante histórico de izquierda y de un barrio pobre a pocas cuadras del palacio de Miraflores, Coco deja claro porqué no esta dispuesto a aceptar los abusos del gobierno de Nicolás Maduro disparando videos que sube a YouTube y convocando a asambleas en las plazas a pedido de sus 300.000 seguidores todas las semanas. Con una conexión a internet como única arma, su mensaje se fundamenta en la importancia de organizarse en redes para una sociedad que no puede encontrar refugio en ninguno de los poderes establecidos.

Si Cuba fue el primer lugar en el que sentí a mi idealismo quebrarse al descubrir una realidad que no coincidía con mis expectativas; Venezuela fue un viaje a la contracara de esa sensación: ver a Julio Coco hablar parado arriba de un banco mientras cientos de personas lo escuchaban eligiendo ignorar el ruido de las motocicletas que venían a amedrentar; recorrer las calles de Caracas con él para descubrir el apoyo repentino que recibe de propios y ajenos; o ver que cuando se le pleantea si tiene miedo ni siquiera se detenga a pensarlo por todo lo que queda por hacer; demuestra que la lucha por algo en lo que realmente se cree (aunque sea uno solo contra todos y en un escenario plagado de supuesta imposibilidad) vale la pena.

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