JULEN ESTÁ M*****: PARTE FINAL.

A lo largo de nuestros artículos, hemos visto varios titulares que abordaban el culmen del caso Julen con el fallecimiento del niño, la existencia de una guía deontológica periodística en España y sus características, el carácter ético de algunos medios del país al informar sobre la noticia, o la reacción de las redes sociales ante la muerte del pequeño Julen.

En esta última publicación, queremos aunar de forma clara y concisa los principales problemas que hemos encontrado al investigar sobre nuestro tema. A modo de resumen y punto final de lo que supone nuestro trabajo exponemos estos, así como las posibles soluciones que hemos pensado que podrían solucionarlos (o al menos, hacer que este abordaje mediático hubiera sido mas “positivo” y “constructivo”). Como es una lista que recoge unos cuantos problemas de muchos más posibles, nos gustaría ver en los comentarios cuáles destacaríais vosotros, y sobre todo, cómo les pondríais solución. Dicho todo esto, pasamos con la lista. ¡Muchas gracias por vuestra atención!

En la primera parte, en la cual abordamos varios de los titulares de la muerte de Julen, encontramos la disonancia que se crea al informar sobre esta parte concreta de la historia con términos y frases como “el cuerpo sin vida”, “el rescate del niño” o “localizan a Julen debajo del tapón de 73 metros”. Por una parte, se intenta preservar la sensibilidad del lector (lo cual nos parece muy loable). Pero por otra, no se está dando la oportunidad real de asimilar la noticia. ¿El hecho de obviar las palabras “muerto” o “fallecido” cambia lo que ha pasado? La verdad es que no. Y pensamos que andar con tantos eufemismos y enunciados “light” podría desviar la atención de lo que realmente importa: asumir que el caso Julen ha tenido el peor final posible (su muerte). A nivel personal, me parece que es un aspecto paralelo al tema de las compañeras que vimos la semana pasada sobre “Todo aquello que nunca te dije”: no queremos decir abiertamente que un niño ha muerto. Y quizás, el decirlo y escucharlo tal como es nos facilitaría procesar una noticia tan terrible. Por ello, la mejor solución que planteamos es que si no lo hacen los medios (porque tampoco vamos a decirles cómo hacer su trabajo), nosotros podríamos abordar el tema lo más directamente que podamos. Y si por el camino, normalizamos más las palabras “muerte” o “cadáver”, mejor: pues así eliminaremos esas trabas lingüísticas que dificultan que nos expresemos y asimilemos un hecho tan doloroso.

En la segunda parte, abordamos la guía deontológica para periodistas en España, viendo lo poco específica que es tanto esta como sus directrices. Aunque eso supone mayor libertad de expresión (aspecto no tan presente en otros países como Reino Unido, los cuales tienen guías muy estrictas que coartan mucho esta) y flexibilidad para el que informa, puede crear una variedad de situaciones bastante perjudiciales. En el mejor de los casos, los periodistas no saben cómo tratar ciertos temas de manera sensata y sensible, siendo difícil que se adecuen al estado emocional de la noticia y a unos puntos que indiquen claramente cómo proceder. En el peor, las empresas y editoriales de periódicos se aprovechan de lo laxas que son las leyes usando el ya por todos conocido “sensacionalismo” y unas prácticas “poco éticas” (por no decir impresentables) para ganar visitas y lectores a costa del sufrimiento de los familiares y/o del público. La mejor solución que se nos ocurre es reformar la guía deontológica y establecer cuáles son los casos de sensibilidad emocional comunes en una sociedad como la de España (asesinatos, accidentes, abusos sexuales y violaciones…), concretando una serie de normas para la divulgación de noticias que definan claramente y con ejemplos cómo se deben abordar estas, equilibrando así el respeto por la integridad del lector y los involucrados con la calidad de la información. Y en el caso de que las editoriales incumplan dichas normas, establecer multas y penalizaciones significativas al medio en cuestión.

En la tercera parte, vimos cómo algunos medios hicieron poco favor a la práctica de la ética periodística al abordar la noticia, planteando así dos cuestiones: por una parte, hubo casos en que la noticia se extendió y exprimió con tantos detalles que parecía un partido de fútbol, perdiendo así todo el carácter humano del acontecimiento; y por otra, se perdió todo el sentido objetivo de la información a favor de provocar un sentimiento de dolor constante en el lector. Volvemos a la contradicción: ¿queremos noticias que se refieran sólo al hecho objetivo de lo que está pasando, o preferimos que prime el provocar emociones en la persona que lee sobre todo lo demás? Hemos pensado que la mejor solución sería crear una organización independiente de las editoriales periodísticas y del Estado encargada de regular no solo la cantidad de información, sino sobre todo su calidad, para proteger los casos más “sensibles” a nivel ético y moral que puedan ocurrir, como las noticias relacionadas con menores de edad o con suicidios (y obviamente, la muerte de niños y niñas pequeños). Además, podrían crearse criterios muy específicos referidos a la objetividad en la guía, para evitar que se exceda la provocación tanto de los implicados con en el evento (como los padres en la entrevista de Susanna Griso) como del lector.

Finalmente, en la cuarta parte vimos cómo reaccionó Twitter a la muerte de Julen, y lo que planteamos fue prácticamente lo mismo los cuatro: ¿realmente concuerda cómo representaron los medios de comunicación la muerte de Julen con la forma en que lo hicieron las redes sociales? La respuesta es un rotundo no. La diferencia entre el lenguaje, y sobre todo, el contenido que expresan los periodistas y las redes sociales es abismal: unos optan por la sensibilidad mientras que otros literalmente hacen memes del fallecimiento de un niño (en algunos casos). Otra parte importante de Twitter incluso se quejaba de cómo los medios representaron la noticia y criticaron abiertamente el abordaje profesional de esta o su exagerada repercusión. Y aquí está el problema: ¿cómo se puede acercar la perspectiva diaria de la muerte a la representación periodística? Podríamos pedir a los periodistas que usaran registros más coloquiales para acercarse a nuestro punto de vista, pudiendo así empatizar más con la forma en que nos informan y con el mensaje transmitido. Pero por otra parte, estaríamos desvirtuando y quitando el carácter formal y profesional de los medios periodísticos. ¿Y si la solución es limitar el humor de la gente? Eso sí que sería una locura: ¿dónde está ese límite? ¿Existe uno para todos o todos para con el suyo? Y lo más importante: ¿sería ético coartar a la alguien de su derecho a expresarse o a hacer un chiste en una plataforma pública? Este problema nos plantea las soluciones más controvertidas, pues suponen renunciar al carácter profesional del periodista o la libertad de la persona.

Tras haber expuesto estas cuestiones, sólo nos queda preguntaros a vosotros: ¿qué problemas consideráis o se os vienen a la mente al pensar en el caso Julen? ¿Qué soluciones daríais a estos o a los planteados por nosotros?

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