«Ya es mañana en Hong Kong»

Mariana
Punto y coma
Published in
6 min readJul 12, 2016
Hong Kong y sus luces. Fuente.

De decisiones. Las que tomamos y no tomamos, o bien, las que tomamos y de las que nadie se entera. Me encontré con esta película un día de semana justo cuando empezaba mi hora de almuerzo. Sí, ¿recuerdan que soy autónoma y trabajo en mi casa y puedo ver televisión a la hora de almuerzo? Pues me senté a verla mientras almorzaba, con la intención de ver solo algunos minutos y luego continuar trabajando en la mesa del comedor. Como ven, así de «grande» era mi interés por la película cuando la escogí como compañera de almuerzo. Para mi sorpresa, sin embargo, terminé la comida y no podía poner pausa para continuar con la tarea. A esas alturas tenía un «algo» que me había enganchado. Dada la situación, entonces, recurrí a lo que mi oficio de autónoma me permite hacer de vez en cuando: añadirle a mi hora de almuerzo unos minutitos más.

Y fue así como como conocí a Ruby y a Josh.

Ella, Ruby (Jamie Chung), era una diseñadora de juguetes que vivía en Los Ángeles y visitaba Hong Kong por cuestiones de trabajo y conoció a Josh (Bryan Greenberg), un «expatriado», mientras este se fumaba un cigarrillo afuera de un bar con cara de amargado. Ruby, de ascendencia china, andaba media perdida por esos lares —era su primera vez en Hong Kong—, y Josh se ofreció a acompañarla a su destino, una plaza muy turística llamada Lan Kwai Fong.

Durante ese paseo nocturno y bullicioso, Josh le contó, entre otras cosas, que era de Nueva York, que llevaba diez años en Hong Kong y que era un banquero de inversión adinerado —esto último lo interpreté yo—, pero su verdadera pasión era las letras, por lo que era un hombre frustrado. Ruby, entonces, lo llamó «novelista» y lo animó a dejar su trabajo para que se dedicara a su segunda profesión. Fue ahí cuando todo empezó para Josh —y para mí que, como dije, me quedé enganchada—.

Ruby y Josh. Fuente.

De banquero adinerado a novelista

I mean, when are you 100 % ready, ever ready, to do anything?

Esas fueron las palabras mágicas de Ruby, las que movieron a Josh a dar el gran paso, el más grande que daba en su vida —pensaba yo—. Si bien la historia trata, más que cualquier otro tema, sobre la relación frustrada y no posible de dos personas que ya tienen sus respectivas parejas, lo que hizo que me quedara en el sofá hasta el final —sin trabajar— fue esto: que Josh tuviera el coraje de dejar su trabajo como banquero, seguro y lucrativo, para quedarse en su casa escribiendo novelas.

No era la primera película que veía, claro está, en la que uno de los personajes lo dejaba todo por ir tras sus sueños; ahora que lo pienso el tema puede que esté hasta saturado. Sin embargo, siempre es un deleite presenciar semejante heroísmo, aunque solo sea a través de la pantalla. Es decir, no es que tengamos la dicha de andar por la vida conociendo a personas que dejan el empleo que los hace vivir cómodamente, para dedicarse a escribir.

Decisiones aún más difíciles

Pero claro, a veces hay decisiones aún más difíciles que dejar tu trabajo de diez años, ese en el que tenías secretaria y una vista panorámica desde tu oficina. ¿Cuál? ¿Qué decisión puede ser más difícil que esa? Pues claro, dejar a la persona que ya no amas —al menos no lo suficiente— por la que podrías amar fácilmente. La película transcurre en dos días de diferentes años, por lo que Ruby y Josh no necesitaron tanto tiempo para afectar, a su manera, la vida del otro.

Si bien ambos personajes no aceptaban con palabras lo que estaba sucediendo en sus cabezas, sobre todo Ruby que siempre se mostraba un poco más incrédula, sí se dejaban llevar por lo que traía la noche —eterna a mi parecer— y disfrutaban de lo que parecía ser —esta vez de verdad— la última noche juntos. Bailaron, comieron algo parecido al camarón pero que estoy segura que era algo más sofisticado, probaron la suerte con un pájaro psíquico y, lo más importante, se añadieron en Facebook. A mí, bueno, me mostraron los rincones más bonitos de Hong Kong mientras no sospechaban —o quizá sí— que pronto tendrían que tomar la decisión más difícil de la noche, o de sus vidas.

Hong Kong desde arriba y aún con sus luces. Fuente.

Y me quedé sin final feliz

Y se acabó. Así como lo acabo de contar. Se a-ca-bó. Ni feliz ni infeliz: simplemente me quedé sin final. Empezaron a hablar sobre lo que tenían en sus cabezas, sobre eso que yo sabía y que ellos recién enfrentaban, y sin más, como si hubiese ocurrido un apagón de luz, aparecieron los créditos. Me pregunté incluso si Netflix se había quedado sin conexión. Fue, para que entiendan mejor, como cuando un amigo empieza a contarte tremendo chisme y al final te dice “Nah, es mejor que no te enteres”. A un amigo, sin embargo podría haberlo atosigado, pero Ruby y Josh me habían hecho perder una hora y media frente al televisor y lo peor era que no podía exigirles el reembolso de mi tiempo perdido y no trabajado.

Empecé a trabajar nuevamente con el trago amargo de no saber qué decisión habían tomado y con el remordimiento de haber extendido mi hora de almuerzo. Ya, bueno, luego que pasó el trago amargo y después de contar la película a otros y recordar la trama decidí que con todo y su final tan innecesario fue una buena película, sobre todo muy realista dentro de su irrealidad. Es decir, ¿cuántas veces no hemos dejado algunas decisiones importantes en el aire y a otras personas, esto sobre todo, con la palabra en la boca?

«Ya es mañana en Hong Kong», escrita y dirigida por Emily Ting.

También puede interesarte:

Si te ha gustado el texto, por favor compártelo en las redes sociales que uses habitualmente o recomiéndalo en Medium.

Mariana González (@MarianaGlez8) es editora autónoma. Es natural de Puerto Rico pero a día de hoy escribe desde cualquier café de Nueva York.

Puedes mantenerte al tanto de las publicaciones de Punto y Coma en twitter @PuntoyComaMed o en la página de Facebook.

--

--

Mariana
Punto y coma

Editora, de profesión y por necesidad (y siempre en el café más cercano)