Europicidio

Pablo Aguirre Herráinz
Punto y coma
Published in
7 min readMar 19, 2016

EnEn 2º de Bachillerato nos hicieron traducir un texto griego muy particular. Hablaba de un niño que se ahogaba y de un transeúnte que pasaba por ahí. El niño gritaba: ¡Auxilio! ¡Ayuda!, pero el transeúnte prefería regañarle antes que ayudarlo. ¿Por qué te estás bañando? ¿No ves que el agua es profunda? Al final, el chico no era rescatado y se ahogaba. «¡Joder con los griegos!», me dije, y supuse que había traducido mal el texto. Al día siguiente en clase me sacaron de dudas. Aquel texto era una fábula de Esopo cuya moraleja decía así: en momentos de extrema necesidad, da asistencia, no consejos. Llevando esta anécdota a la actual crisis de refugiados, tengo la impresión de que la Unión Europa es ese transeúnte, que lo lleva siendo mucho tiempo y que no piensa dejar de serlo. Con la última decisión de deportar a los refugiados a Turquía aún hemos ido un paso más allá. Ahora le pedimos al niño que se ahogue en otro río y que no nos de más la barrila. ¡Ah, Europa! Bien vales tu peso en serrín y dientes de león que no fueron a ninguna parte.

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En Europa, «civilizarnos» nos ha costado lo nuestro. Hubo que matarse de manera escandalosa en dos Guerras Mundiales, gasearse, bombardearse y humillarse durante décadas. Al resto del planeta lo exprimimos como a un limón para pagar la factura de nuestra fiesta particular, pero una buena mañana de resaca decidimos formalizarnos y aquí estamos. Declaraciones de derechos, convenciones y un montón de papelajos compulsados para llegar a la misma conclusión que Esopo: ayuda al prójimo. Pues bien, a la Unión Europa le ha faltado tiempo para «defecar» en todo ello (perdonen la vulgaridad pero más grave es ahogarse o que te ahoguen) y, ya de paso, en la memoria de sus propios muertos. Veamos una lista del corpus humanitario que nos estamos cepillando sistemáticamente de un tiempo a esta parte:

  • Declaración Universal de Derechos Humanos
  • Convención de Ginebra
  • Convenio Europeo de Derechos Humanos
  • Protocolo de Dublín
  • Carta de Derechos Fundamentales de la UE
  • Convención de la ONU sobre el Derecho en el Mar
  • Extra para españoles: Artículo 13.4 de la Constitución.
  • Convención sobre los Derechos del Niño

El reciente tratado con Turquía, sin ir más lejos, viola varios de estos acuerdos en tanto en cuanto sistematiza la expulsión colectiva de extranjeros (incluyendo menores) sobre un territorio en el que no hay garantías suficientes de cara al respeto de la libertad y la vida del refugiado (Europa no aprueba este examen, cierto, pero es que Turquía ni se presenta). Con este tratado Europa hace gala de un reciente truco que aprendió en la era de la globalización: externalizar la mierda, no quedársela en casa. Así, externalizamos pobreza, daño ambiental, operaciones militares, producción esclava y, en lo que ahora nos ocupa, almas humanas.

[Nota: para otra perspectiva complementaria sobre este acuerdo y las implicaciones geopoliticas que entraña véase este texto de Rafa Zamorano publicado hoy mismo en Punto y Coma.]

«Solo a los Estados y a las ONG les preocupa limar bien la frontera conceptual entre refugiado y emigrante»

Pero bueno, las normas están para saltárselas, que se dice, y además ahora no es momento de gastos excesivos que estamos como estamos. ¡Pobres sirios! Si hubieran venido cuando la burbuja inmobiliaria a lo mejor les hubiéramos dejado quedarse. Porque esa es otra. La martingala de diferenciar emigrantes económicos de refugiados políticos solo responde a un propósito: imponer categorías de exclusión y, cuando el mal está hecho, categorías de asistencia. Solo a los Estados y a las ONG les preocupa limar bien la frontera conceptual entre refugiado y emigrante. Al hacerlo, los unos se ahorran dinero y las otras focalizan recursos. El resto son pamplinas.

Fuente.

LaLa verdad es que no queremos refugiados porque, de un modo u otro, nos aterran. Económicamente, está claro, suponen un gasto (gasto que, y está demostrado por la historia de la propia emigración económica, se amortiza al momento de integrar a estas personas necesitadas como población activa, pues se venden barato) y culturalmente, pues bueno, culturalmente nos van a matar a todos. No me miren así, exagerándolo un poco, es lo que la ultraderecha (y la no ultra) repiten sin cesar, y lo que una gran mayoría de europeos no deja de asimilar. Porque han de ser islamistas radicales los que huyen de guerras donde los matan, entre otros (europeos incluidos), islamistas radicales. ¡Claro que sí!

A todo esto, no dejen de ver el siguiente vídeo, en especial del minuto 0:37 al 0:55. Aunque no entiendan el griego ni el alemán, entenderán el lenguaje en que hablan estos ancianos: su dignidad y la vergüenza que sienten al comportarte como humanos donde ya casi nadie lo hace. Un vídeo que resume en 20 segundos todo lo que venimos hablando hasta aquí:

SiSi Europa no es capaz de vivir sin miedo, o de intentarlo al menos, no hay Europa que valga. Las fronteras: un recordatorio a los demás de que nuestra renta per cápita es mayor que la suya y que queremos que eso siga igual, no sea que para que todos podamos comer nos tengamos que replantear nuestra sociedad de consumo. Los Derechos Humanos o son vinculantes ante cualquier situación o son una cagarruta autocomplaciente; un autógrafo que nos hemos firmado a nosotros mismos para presumir, a río tranquilo, de elegancia. Aclaremos entonces que lo único que te disculpa de socorrer a un ahogado es estar ahogándote tú mismo, y en Europa no nos estamos ahogando (más bien son unos europeos los que están asfixiando a otros).

Ahogándose estaba Francia entre 1939 y 1940, cuando, tras una década de recesión económica y en mitad de una Guerra Mundial, gestionó crisis de refugiados consecutivas que implicaron a casi 9 millones de personas (de ellos más de la mitad eran los propios franceses, otro buen pico españoles, austríacos y alemanes). Claro que no le quedaba otra. Francia no podía externalizarse a sí misma y también se saltó una buena cantidad de derechos humanos por el camino, pero qué me dicen si me da por opinar que para el año que era y el contexto aludido, lo hizo mejor que nosotros ahora.

Fuente.

Último aviso en tanto en cuanto españoles que somos: si el ser una tierra de desterrados, exiliadas y expatriados no nos conmueve (guerracivilismo y tal), pensemos al menos que nuestros mayores fueron emigrantes económicos de esos que salen según algunos por antojo de hambre. Apaleados en las fronteras de Suiza y maravillosamente asentados en barracas de madera y latón en las inmediaciones de las fábricas alemanas y francesas, haciéndose los encontradizos con los fotógrafos y pensando: «no tengo patria pero al menos como». Nuestros abuelos y abuelas fueron los miserables del caldo Avecrem del domingo, los muertos de hambre que en muchos casos no podían volver a su país por miedo a trocear una exigua pensión… no vayamos ahora de estupendos. Por mucho smartphone que gastemos nuestra marca de casa es una mezcla muy humana de picaresca y trabajo de sol a sol. Nadie es pobre porque le rente.

Último aviso en tanto en cuanto europeos que somos: primero, que nos dé vergüenza serlo, si no nos la daba ya: es señal de humanidad; segundo, nada de volverse euroescépticos y ya está. No se lo pongamos tan fácil al neofascismo xenófobo. Sí, la Unión Europa es una gran mentira en muchos aspectos porque los seres humanos tenemos esa tentación de engañarnos a nosotros mismos (y Europa tal vez se haya engañado a sí misma por encima de sus posibilidades). También es un proyecto fallido en varios sentidos a pesar del sacrificio de mucha gente de buena voluntad, europeos que hoy protestan ante lo que ven y tratan, desde una solidaridad siempre insuficiente (que no podemos reivindicar como solución real, solo como parche temporal), de paliar el drama.

Hagamos cura de humildad. Asumamos que a día de hoy solo nos podemos dar lecciones a nosotros mismos, lecciones de una humanidad que hemos perdido y de una deshumanidad que toleramos en nuestros gobiernos. Votemos o no votemos, reconstruyamos la UE o tirémosla abajo (siempre con un plan B, por favor), pero que la fábula de Esopo sea eso, un cuento y nada más, no la crónica de cada maldito día.

Porque he llamado a este artículo «Europicidio» pero al final los que mueren son los demás. Nosotros terminamos de ahogarlos. Al menos tengamos el coraje de reconocer que los muertos han muerto porque no nos venía bien echarles un cable. Sería un comienzo.

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Pablo Aguirre Herráinz es escritor nocturno y doctorando diurno. Actualmente centra su trabajo universitario en el estudio del difícil retorno desde el exilio republicano a España (años 1945–1985), a lo que se suman afanes muy profanos sobre temas de literatura histórica y actualidad obsoleta (guerras mundiales, etc.).

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