La Segunda República: Otro intento fallido

Carlos Vázquez
Punto y coma
Published in
6 min readApr 14, 2016

Para leer otro punto de vista sobre la II República y la posibilidad de un tercer intento, véase el artículo escrito por Pablo Aguirre Herráinz en Punto y Coma.

Para reflexionar un momento sobre por qué es importante hablar sobre estas cosas, cuando otros las usan para hacer daño e intimidar, véase la nota escrita por Hugo Aguirre Herrainz en Punto y coma.

El 18 de Julio de 1936 un puñado de curas y militares se alzaron contra el régimen democrático y legítimo de la II República». Así se resume en la mentalidad de la mayoría de españoles el intenso y complejo período que abarca cinco años para seis, como aquél que dice, y tocando a un golpe de estado cada dos años, siendo generosos. Sería bueno otorgar una segunda mirada a ese momento, pues eso es lo que fue en la amplia historia española, para comprender cómo es que nadie, de los millones de españoles que debían de sentirse tan realizados en ella, pudo parar al puñado de curas y de militares.

Y fue una verdadera lástima, porque el nuevo régimen nacía en condiciones muy propicias. Tras unas elecciones municipales que las fuerzas republicanas, que las había y dentro de la legalidad, ganaron sólo en capitales provinciales, Alfonso XIII puso pies en polvorosa en prevención de que no le pasara como a Nicolás II. Aún así se cuenta que cuando llegó a Francia no se le ocurrió otra cosa que preguntar «¿Qué? ¿Ya piden mi regreso los españoles?». Para esto no hace falta rey.

«El invento se estropeó muy pronto, nada más empezar, de hecho, aprobando la Ley de Defensa de la República»

El nuevo régimen contaba con tres padrinos de lujo. Francisco Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón firmaron el manifiesto «Agrupación para la defensa de la República». De hecho, la proclamación de la República se decidió en casa de este último junto al conde de Romanones y a Niceto Alcalá Zamora.

Atrás quedaban los pucherazos, las diferencias de clase, la España vieja que no supo asumir el fin del siglo XVI. El nuevo régimen debía traer justicia, paz y hermandad. Pero el invento se estropeó muy pronto, nada más empezar, de hecho, aprobando la Ley de Defensa de la República. Para entendernos, era el equivalente a la Ley Patriótica (Patriot Act) de Estados Unidos, y anulaba ciertas garantías constitucionales en caso de que el gobierno sintiera amenazada la estabilidad.

Una democracia se caracteriza (además de porque cada cierto tiempo la población está llamada a meter un trozo de papel en una urna y elegir a un presidente durante un tiempo acordado) por acoger la libertad y pluralidad de individuos y opiniones, lo que suele traducirse en libertad de prensa. La Segunda República, eje transitorio de nuestra historia sobre el que debíamos pivotar hacia un futuro civilizado, europeo e ilustrado, atacó ferozmente este principio democrático. Como ejemplo, suspendió de actividad al ABC durante tres meses y medio, a raíz de la sanjurjada. Y el ABC no sería el único diario suspendido, pues al nuevo régimen le bastaba ver animosidad en unas páginas para sancionar un diario.

La Segunda República sí puso un gran empeño en la gran tarea nacional de la educación. Este énfasis se concretó en uno de los planes de enseñanza de mayor calidad no sólo de nuestra historia, sino posiblemente de toda Europa. Pero de nuevo, porque nada de lo que se hizo podía ser ecuánime ni buscar la armonía, se prohibió impartir educación a las órdenes religiosas, movimiento sumamente torpe que atentaba contra el sentimiento de media España al igual que contra las arcas del Estado, que debía asumir la educación de más de 300.000 niños. De ese modo la Segunda República sólo ponía trabas a sus propias ruedas. La loable separación entre Iglesia y Estado, uno de los puntos más positivos de la República, no requería tamaño ataque a la libertad de enseñanza.

La historia de la Segunda República no está desprovista de ironías. El gobierno que salió de las polémicas elecciones de 1936 destituyó al presidente Niceto Alcalá Zamora invocando la inconstitucionalidad de esas mismas elecciones.

«La República no cayó, la destruyeron, y no sólo fueron los militares que se alzaron en armas el 18 de Julio (el 17, realmente, pues el 18 lo que empezó fue la Guerra Civil), sino también quienes la gobernaron»

Pero la gran desgracia de la República es que quienes la gobernaron no la respetaron, y quienes la respetaron no la querían. Los elementos más radicales de la sociedad ansiaban una guerra civil, seguros de ganar y poder implantar, ya sí, de una vez por todas, una dictadura del proletariado sin las cortapisas de la pequeña izquierda burguesa de Azaña.

La República no cayó, la destruyeron, y no sólo fueron los militares que se alzaron en armas el 18 de Julio (el 17, realmente, pues el 18 lo que empezó fue la Guerra Civil), sino también quienes la gobernaron, quienes permitieron el mal y la injusticia, o incluso los justificaron. Quienes quisieron crear una España sin contar con la mitad de los españoles. Quienes daban por toda respuesta ante la quema de iglesias y asalto a conventos, que «todas las iglesias de Madrid no valen la vida de un republicano». Que, por más cierto que sea, tampoco se trataba de aplicar la pena de muerte, y nunca se trató de eso, sino de aplicar la ley y condenar a los asaltantes.

La república la destruyeron quienes al regresar al poder en 1936 sacaron de las cárceles a los que habían intentado acabar con ella en el 34. La asfixiaron quienes propiciaron un clima de huelga constante.

La sentenciaron con un tiro, el que un grupo formado por guardias de asalto, militantes socialistas y hasta un oficial de la Guardia Civil le descerrajaron a José Calvo Sotelo la noche del 13 de Julio del 36, y el que Gil Robles tuvo la suerte de evitar. Cuando los militares se alzaron cuatro días después, media España estaba de su parte.

Por supuesto, no todo son sombras. La Segunda República no fue el peor período de la historia de España. Fue un período como cualquier otro de una historia a la que le sobran malos gobernantes y que arrastra ya, aún en el siglo XXI, muchos odios.

No olvidemos que la Segunda República cayó porque la población no la quería ya, ni creía en su democracia. Tengamos mucho cuidado de valorarla, de cuidarla y respetarla. Esto se traduce en respetar a todos nuestros vecinos sean rojos o fachas, en mantener un nivel dialéctico calmado y saludable para la convivencia. Eso, del lado de los ciudadanos. Del de los gobernantes, no permitamos la arbitrariedad, la corrupción y el uso de lo público para propósitos personales, pues todo eso es lo que erosiona la confianza ciudadana, y ya muy erosionada está en estos momentos.

¿Y cuál es la forma de no permitir las tropelías del poder? Actuando como se actúa en democracia. Tenemos libertad de prensa y podemos formar partidos políticos, o defender y participar de aquellos que no llevan la violencia verbal ni el revanchismo al Congreso.

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Carlos Vázquez finalizó recientemente su doctorado en Informática y actualmente busca continuar su carrera académica. Escribe en el Libro de a Bordo desde hace más de diez años.

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Carlos Vázquez
Punto y coma

Doctor en Ingeniería Informática; escritor aficionado