Leyendo Tokio Blues (Norwegian Wood) de Murakami

Martín Tacón
Punto y coma
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12 min readJul 20, 2016
Naoko y Watanabe, en la película Norwegian Wood, basada en la novela de Murakami. Fuente

La semana pasada acabé de leer Tokio Blues, Norwegian Wood. Fue mi primera experiencia con el escritor japonés Haruki Murakami (de quien postergo aún la lectura de El elefante desaparece, compendio de cuentos de índole fantástico). Su prestigio mundial, que desde el 2010 a la fecha ha acaparado los favoritismos en los Premios Nobel de Literatura, lo colocó sin demoras en mi lista de pendientes. Es un autor a quien quería leer y ya varios de sus títulos revoloteaban por mi cabeza. Un oportuno intercambio de libros recompensó mi silenciosa búsqueda, y heme aquí ahora, oh afortunado.

Portada de Tokio Blues de Murakami. Fuente

La novela ronda alrededor de dos temas capitales: la muerte (la pérdida) y la nostalgia, a lo cual se combinan los apetitos sexuales adolescentes y una leve — muy remota — acepción existencialista. Toru Watanabe, protagonista de la novela, escucha una canción de los Beatles (Norwegian Wood) mientras viaja en avión y los recuerdos lo remontan instantáneamente 20 años atrás, a sus tiempos de juventud. El argumento narrativo se posa en una melancólica crónica de sus años de estudiante en Tokio, donde sus seres más cercanos van siendo alcanzados, poco a poco y de forma incomprensible, por la muerte. A lo largo de 380 páginas, Watanabe irá sufriendo los reveses de la vida al tiempo que atraviesa diversas relaciones amorosas que lo marcarán para siempre. Sirva este preludio para convidar su lectura y, entrando ya en análisis, para advertir que a partir de ahora — pues no quiero arruinarle la fiesta a nadie — revelaré aspectos esenciales de la trama.

Como primer apunte diré que la tesis cabía en menos páginas. Es una historia de amor — un amor un tanto naif, ingenuo; ya lo explicaré más adelante — que subsiste gracias a sus condimentos: la muerte acechando a la vuelta de cada página y la sexualidad explícita y sin reservas, que se entretejen en las primeras experiencias íntimas del protagonista. Ya exponía yo acerca del sexo y la literatura, de manera que agradezco esta lectura que confirma las tendencias actuales. Me parece que las problemáticas que esta novela expone son demasiado corrientes y en ciertos capítulos echo en falta mayor economía de palabras (el último capítulo lo encuentro algo apresurado). No obstante es un libro que se lee de maravilla. Aunque desconfío de las traducciones, si Murakami posee un sello personal me convenceré de que ese sello está impreso en esta obra.

Watanabe y Naoko. Fuente

El inicio en el avión es atractivo. La música es un vehículo de tiempo y espacio capaz de transportarnos a cualquier rincón de nuestros recuerdos. Incluso es capaz de devolvernos la memoria. Watanabe escucha Norwegian Wood de los Beatles y eso le basta para recordar a Naoko, su gran amor. En sus primeras rememoraciones, encontré interesante la historia del pozo perdido en el prado, más por su simbología que por su peculiar existencia — que por cierto cumple su función anzuelo captando la curiosidad del lector — . Se produce entonces un desvío hacia la relación entre los dos, un pequeño alumbramiento de la historia que se desarrollará después.

«Soy de ese tipo de personas que no acaba de comprender las cosas hasta que las pone por escrito».

Primera frase que destaqué de la novela y que ahora me provoca una sonrisa, pues actúa a varios niveles. A partir del capítulo 2, ingresamos en su vida de estudiante en Tokio. Después de un denso bloque introductorio (matizado por la descripción de la ciudad, la residencia universitaria, la ceremonia de izado de banderas y campos de béisbol, etc.), nos encontramos cara a cara con Tropa-de-Asalto, el divertido compañero de cuarto de Watanabe. No es una persona divertida: es un personaje divertido; aun su nombre me da risa. A partir de este punto, toda la novela se narrará en un estilo similar al del diario íntimo, con un gran acercamiento a los intereses de Watanabe y sus actividades diarias. Por entonces Naoko es parte de su vida social, aún sin saber él que acabará siendo determinante. El primer gran quiebre se produce con la muerte de Kizuki, su mejor amigo.

Admito que me pareció una torpe forma de presentar la muerte de un personaje. Aunque el libro gira en torno a la muerte, la forma de presentar el suicidio de Kizuki me pareció torpe y apresurado. Otro gran atractivo que se entrevé en estos primeros capítulos de la novela es que aún Watanabe no está «inmerso» completamente en los recuerdos y sus primeras intuiciones se inclinan a descubrir las razones por las que él ha olvidado ciertos sucesos. O en contrapartida, las razones por la que los recuerda ahora. Nuevamente, la música revela aquí su poder inexorable.

Watanabe y Nagasawa se vuelven amigos rápidamente. Fuente

Algo hay que reconocerle a esta novela y es que está espolvoreada de una seductora endogamia literaria (El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, La montaña mágica de Thomas Mann, Bajo las ruedas de Hermann Hesse). Al mismo tiempo, Tropa-de-Asalto amortigua los momentos de tribulación con pasajes hilarantes. Wat-watanabe conoce entonces a Nagasawa, un personaje verdaderamente singular que lo ingresa en el mundo de la seducción de mujeres. Murakami se ha esforzado en confeccionar un elenco de personajes extrovertidos y excéntricos. Personajes realmente especiales, que se agradecen siempre en una novela.

A colación de la endogamia literaria, Nagasawa dice: «Solo leo libros de autores muertos hace 30 años. No es que no crea en la literatura contemporánea, pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo». Si todos los lectores pensaran como Nagasawa, Murakami sería hoy un completo desconocido.

«Solo un muerto podría quedarse en los 17 años para siempre», reflexiona Watanabe. El incomprensible suicidio de Kizuki deposita la primera semilla de la incertidumbre en Watanabe, y es una semilla que germinará demasiado pronto porque sus raíces se extenderán hacia Naoko, exnovia de Kizuki. Watanabe es una persona de pocos afectos; así, cuando dice: «A nadie le gusta la soledad. Pero detesto que me decepcionen», lo que está haciendo es retratar su personalidad, los rasgos que llevará marcados a lo largo del libro.

La exótica y bella Midori aborda a Watanabe en el comedor. Fuente

Una novela es memorable allí donde empiezas a sentirte identificado. Por eso, cuando Midori le reconoce a Watanabe que hablaba extraño, no pude evitar una sonrisa. Y es que Midori es un personaje que me cae muy bien por su simpatía. Frases como «Te prepararé un incendio de postre» le dan un especial atractivo. Midori, además, es un personaje de vital importancia en la vida de Watanabe. Ella se transforma en su único sustento luego del triple quiebre: la muerte de Kizuki sumada a la partida de Naoko y Tropa-de-Asalto.

Junto a Nagasawa, Watanabe experimenta una faceta que tarde o temprano nos toca a todos los hombres: la del casanova. La adolescencia es una etapa de adaptación al cuerpo y la mente, una etapa de descubrirse a uno mismo para conocer nuestros límites sin dejar de ser quien realmente somos. Por eso no me resulta extraño que Watanabe, un tipo perfil bajo, respetuoso e introvertido, decida expandir su perfil social explotando con lascivia el poder oculto de la seducción y la conquista de mujeres. Nagasawa representa también, en un sentido nada perverso, el diablo en el otro hombro en la personalidad de Watanabe. El propio Nagasawa reconoce hacia el final del libro que Watanabe es, en el fondo, igual que él.

Vuelvo a la primera carta de Naoko para destacar algo que detesto en la literatura. Murakami pone en boca de Naoko esta frase: «Todo está negro como boca de lobo». El narrador (Watanabe) había usado ya esa expresión antes. Y sobre el final del libro, Reiko utilizará esa misma frase para referirse a la oscuridad. Disculparé al traductor porque dudo que esta sea un desliz suyo. Si algo no me deja claro este libro son las diferentes voces que identifican a los personajes. Para tratarse de personajes tan excéntricos, a veces sus diálogos no se condicen con su caracterización, y a excepción de Midori y Nagasawa (y Tropa-de-Asalto por razones evidentes), Murakami no fue capaz de hallarle voz al resto de los personajes.

Naoko y Watanabe oyendo las canciones de Reiko. Fuente

A partir de la página 80, el libro empezó a atraparme. Logró en mí el mayor objetivo de todo libro: generar el ansia irresistible de llegar a casa para seguir leyendo. Es el punto álgido de la trama porque es por allí cuando Watanabe atraviesa el ciclo inicial de los estudios universitarios. De pronto Watanabe no resiste la tentación, extraña a Naoko y decide ir a visitarla. De su estancia con Naoko rescaté una frase muy acertada del psicólogo de la villa: «No estamos aquí para corregir nuestras deformaciones, sino para acostumbrarnos a ellas».

Conforme avanza la novela, comenzado el capítulo 7, me pregunté cómo empezaba el libro. Me ocurre esto a menudo mientras veo una película. Me pregunto: ¿Cómo empezaba? Es un ejercicio de memoria que suelo hacer (me funciona mejor en literatura que en el cine) para comprobar si el desarrollo de la historia es coherente con su principio. Comprendí así que Watanabe se vuelve un personaje atractivo para todos los demás personajes, menos para mí. A mí como lector me interesa más Midori, Reiko o Nagasawa. Dejando de lado por un momento que la historia en primera persona es narrada por Watanabe, da la extraña casualidad de que Watanabe es el único personaje que no cuenta historias durante los diálogos (de hecho Watanabe es extremadamente reservado al momento de hablar). Esta ilusión se rompe más adelante. Mientras cuida al padre de Midori, Watanabe recuerda a Naoko y se pregunta por qué ella se había desnudado delante de él. Y yo me pregunto: ¿Por qué Murakami nos ha perfilado un personaje tan pasivo? Precisamente después de este pensamiento, Watanabe larga su primer gran monólogo. ¿No es paradójico que el protagonista se abra al lector por primera vez precisamente ante un personaje enfermo de cáncer, moribundo e incapaz de responder?

Watanabe acompaña a Hatsumi tras su discusión con Nagasawa. Fuente

Interesante observación sobre la diferencia entre el esfuerzo y el trabajo por parte de Nagasawa: «Si uno le da la vuelta a esta sociedad injusta, entiende que en el mundo puede explotar sus posibilidades». En resumen creo que las personas capaces de identificar esta diferencia son realmente quienes logran cumplir sus sueños. Este fragmento de diálogo pertenece al tiempo en que Watanabe, cada vez más cerca de Midori, comienza a distanciarse de Nagasawa.

«Me sentí culpable por no haberme acordado antes de él. Tuve la sensación de que lo había abandonado. Pero aquella noche, cuando volví a la habitación, pensé lo siguiente: han transcurrido dos años y medio. Y él sigue teniendo diecisiete años. Pero esto no significa que sus recuerdos hayan palidecido. Todo lo que conllevó su muerte sigue vivo en mi interior, y parte de ello está más vivo hoy que el día de su muerte. Lo que quiero decir es que pronto cumpliré veinte años. La mayoría de cosas que compartimos Kizuki y yo entre los dieciséis y diecisiete años se han desvanecido y, por más que me lamente, no volverán jamás».

Ese es un fragmento de carta de Watanabe a Naoko, sobre Kizuki. De esta muerte está hecha la novela. «Los domingos me doy cuerda», dice Watanabe. Es en esos instantes de introspección y reflexiones que una persona atormentada halla en su interior los fundamentos y las fuerzas para seguir intentándolo. Tras la escena en que Watanabe se pasa la noche leyendo en casa de Midori y se marcha a primera hora del día mientras ella duerme, para luego tomarse un tren y desayunar en una cafetería cercana a su residencia, comprobé que este joven no habla nunca de su familia, ni de su padre ni de su madre. Solo sabemos que es hijo único. ¡Tan impenetrable nos lo ha presentado Murakami!

Midori y Watanabe. Fuente

Tras el capítulo 11, Watanabe entra en una etapa de absoluta melancolía. No fue hasta entonces que comprobé que Watanabe jamás le habló a Midori sobre Naoko. Eso hubiera simplificado muchísimo su relación con ella (me extraña que su estancia junto a Reiko y Naoko no le haya servido para aprender a decir siempre la verdad). Acabé por aceptar también que Watanabe es una persona poco social y que todo le resulta indiferente salvo Naoko, a quien aprecia más de lo que marca la prudencia. Es un ser nostálgico sin rumbo en la vida. Los personajes de la novela vagan impregnados con esta característica.

«La muerte es algo que vamos criando a medida que vivimos»

Durante el capítulo 11 confirmé que mis presunciones eran ciertas: la muerte de Naoko es narrada sin miramientos. Murakami tiene en esta novela una forma muy abrupta de introducir la muerte de los personajes. Watanabe es un tanto incomprensible y esto se suma a los súbitos cambios de ritmo en la narración. Lleva el mismo perfil de carácter que el resto de personajes. De las excentricidades pasamos a los mártires, lo cual detesto sobremanera. Antes de empezar a entender qué le pasa a Watanabe, nos enteramos que ama a Midori. Me resulta difícil creerlo (dudo que sea verdadero amor). Él dice que «lo sabía» pero que «lo había ignorado durante mucho tiempo». Dos páginas después, Watanabe ya no ama a Midori. Volvemos a la misma incertidumbre de antes, y en el fondo esto sucede porque aún es un adolescente, y lo cierto es que ni siquiera un adolescente se molestaría en cavilaciones y turbulencias espirituales del tipo existencial pendiendo siempre al borde de la locura o el suicidio. Watanabe vuelve a ser esa sombra gris, muda e irritante.

Reiko y Watanabe hacen el amor. Fuente

La incipiente relación entre Reiko y Watanabe es parte de una confusión generalizada en la mentalidad del joven. Hubiera preferido una menor dosis de crónicas de sus acciones y más exteriorización honesta de sus sentimientos para entender cabalmente la idea de la muerte que se va formando en la cabeza de Watanabe. Sus primeros recuerdos nostálgicos de Naoko son puramente sexuales. En sus ensoñaciones, Naoko dice: «Tranquilo, Watanabe, no es más que la muerte». Y una interesante reflexión de Watanabe: «La muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida». Tras todo un mes viajando, Watanabe sigue pensando en Naoko. Es normal: dicen que se necesitan 21 días para acostumbrarse a las cosas. Por otra parte, mi yo lector encuentra este hecho incomprensible porque para mí Naoko no fue nunca un personaje importante. Yo, al igual que Reiko, la supe muerta desde un principio.

«La muerte es algo que vamos criando a medida que vivimos», señala. La frase es una perfecta síntesis de la novela. Así, cuando dice: «Cada vez que las estaciones cerraban su ciclo, se incrementaba, a un ritmo más alto, la distancia entre los muertos y yo», es aquella semilla que, una vez germinada, ha terminado por florecer. Su relación con Reiko es fugaz, experimental tal vez, y hay un constante regreso a Midori. Es enfermizo. El que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen, dice el dicho popular. Quizás responda a una más de sus candorosas acciones. Desde que comenzó sus estudios en Tokio, Watanabe perdió a todas las personas que lo rodeaban: Kizuki muere, Tropa-de-Asalto se marcha, Naoko muere, Reiko se marcha, Nagasawa se va a Alemania con Hatsumi. ¿Cómo permanecer estático cuando todos a tu alrededor van desapareciendo? Su viaje es un grito desesperado. Midori es la única que permanece, y Watanabe vuelve con ella más por necesidad afectiva que por amor.

El final me dejó un poco desconcertado. Sigo sin encontrar conexión entre el inicio en el avión y el final con Midori. La canción de los Beatles enlaza la serie de recuerdos que se van hilando a lo largo de la novela, pero ¿a dónde viaja Watanabe? Hubiera querido saber eso. Hubiera querido que al menos ese cabo estuviera atado, para saber por qué Murakami decidió dejar de escribir cuando aún hablaban por teléfono.

Vídeo de la canción Norwegian Wood, de los Beatles.

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Martín Tacón es un periodista argentino. Junto con otros autores, ha publicado el libro de relatos Uno más y lo dejo.

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