Revisitando Harry Potter (II), «Magia Borrás y pata de cabra»

Pablo Aguirre Herráinz
Punto y coma
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12 min readJun 29, 2016
J. K. Rowling, nuestra bruja favorita. Fuente.

¡Bienvenidos, amigos magos y conjuradoras, gnomos, retratos parlantes y demás parafernalia hechiceresca!

Tanto si leyeron como si no mi anterior artículo sobre Harry Potter y el mágico proceso creativo de J. K. Rowling, el texto de hoy es lo que andan buscando. ¿Cómo lo sé? Pues porque lo he cocinado yo mismo, a fuego lento y con ganas de no dejar indiferente a nadie. Es gamberro, es polémico y es, en última instancia, un merecido tributo a una saga que me agradó como adolescente y que me sigue atrayendo hoy. Que nadie entienda, pues, que mis próximas palabras buscan desacreditar la obra. Al contrario: tan solo procuran que pasemos un buen rato, y tanto es así que juro solemnemente que mis intenciones son — y que Fred y George me perdonen — la mar de buenas. Así que sin más preámbulos, comencemos con «Revisitando Harry Potter (II)» y lancemos cuatro reflexiones dignas de Peeves sobre qué tipo de cosas no tienen ningún sentido en el universo harrypottiense.

Izquierda, izquierda; derecha, derecha; adelante, atrás, ¡un, dos tres! Fuente.

1.- La política de competitividad entre las cuatro grandes Casas de Hogwarts fomenta el «guerracivilismo»

La culpa no es de los niños, por supuesto, sino de sus padres y de las autoridades educativas. Desde que el estudiante entra en el Gran Salón de Hogwarts y un sombrero raído le dice qué colores son los suyos —o antes, si procede de una genealogía familiar determinada—, el chaval se ve inmerso en un mundo salvajemente competitivo. No solo tendrá que partirse los codos como el muggle de a pie para obtener unas determinadas calificaciones y poder aspirar a un empleo privilegiado, sino que además se espera de él que honre la tradición de su casa y contribuya a dotarla de mayor prestigio, lo que por lo general se traduce en lograr la victoria en el torneo anual de la Copa de las casas. Un torneo, huelga decirlo, en el que se permiten triquiñuelas y en el que no es raro que los propios jefes de las casas se impliquen de manera partidista —véase Snape—.

Pero el problema no es que las casas disputen una copa o diez, o que los alumnos se chinchen los unos a los otros en función del color de su bufanda. El problema radica en que no hay un verdadero espíritu colectivo en Hogwarts, algo que suavice el enfrentamiento cotidiano y le dote de un sentido ulterior. Dumbledore en algún momento hace algún amago de querer ponderar este «vivir en común», aunque la verdad es que su empeño nunca va más allá de pedir a cada cual «que siga a su corazón». Tarde, porque los corazones en el colegio, sobre todo los bombean bajo las corbatas de Gryffindor y Slytherin, están envenenados por un odio secular.

Representación gráfica de la política educativa en Hogwarts. Fuente.

Así, asistimos a la doble derrota de Hogwarts como institución educativa y formativa de la comunidad mágica: no solo suministró los cuadros de mando que liderarían a los dos grandes bandos contendientes durante la «Primera Guerra» —una guerra civil con todas las de la ley—, sino que durante las dos décadas subsiguientes fue incapaz de educar a los nuevos alumnos en la paz y en la reconciliación, llegando así al momento más triste —para mí— de toda la saga: cuando Voldemort asedia Hogwarts, ningún alumno de Slytherin antepone su lealtad como alumno a su partidismo político.

«Mientras Gryffindor no renuncie a considerarse superior a las demás casas hermanas, Hogwarts jamás será el hogar de Slytherin, y solo un punto de paso para los cerebritos de Ravenclaw y los esforzados Hufflepuff»

Y que conste que considero a Gryffindor casi tan responsable como Slytherin de esta situación, porque aunque los seguidores del león puedan parecernos mucho más nobles —y desde luego menos elitistas y xenófobos— que sus serpentinos rivales, han suplantado la identidad plural de Hogwarts hasta convertirla en un patrimonio personal, del que son dueños y pretorianos. No olvidemos que los grandes valores de la casa de Godric, la valentía, el arrojo y la lealtad, esconden una dimensión menos amable que se refleja en los recovecos más oscuros de personas como James Potter o el propio Dumbledore: orgullo, prepotencia y personalismo. El propio carácter excepcional de Harry y el hecho de que siempre esté por encima de las normas —por obra propia o por omisión de terceros— contribuye a generar la impresión de que no todos son iguales en el colegio de los cuatro magos. Por consiguiente, mientras Gryffindor no renuncie a considerarse superior a las demás casas hermanas Hogwarts jamás será el hogar de Slytherin, y solo un punto de paso para los cerebritos de Ravenclaw y los esforzados Hufflepuff.

¡Vaya! ¿De verás «eso» siempre estuvo «ahí»? Fuente.

2.- Los magos de Harry Potter saben muy poco del mundo en el que viven

Ya mencionamos este tema en nuestro anterior artículo, cuando hablábamos del «provincianismo» que imperaba en el universo harrypottiense. A mi juicio, esta limitación se percibe especialmente bien en la manera en que los personajes reaccionan ante la que por defecto es la sabelotodo de la saga: Hermione.

En múltiples ocasiones la hija de muggles explica, por lo general al señor Potter, en qué consiste tal o cual concepto, acontecimiento o realidad. Ella lo ha leído todo y Harry no lee casi nada —¿qué se dedica a hacer este muchacho durante el verano?—, luego hasta cierto punto es comprensible que ella lo instruya a él, y de paso a nosotros, los lectores. El inconveniente se presenta cuando los demás personajes parecen saber tan poco como «el chico que vivió», y de nuevo es Hermione la que tiene que iluminarlos. La cosa tiene un pase con cuestiones como el funcionamiento del perímetro defensivo de la escuela de hechicería —«¿es que no habéis leído Hogwarts: una historia?»—, pero llega al ridículo cuando Hermione desvela cuestiones de cultura general que cualquier hijo de familias de magos debería conocer.

Por ejemplo, todo el mundo parece sorprendido de que haya más colegios mágicos por el mundo —Durmstrang, Beauxbatons—, cuando este hecho no solo debería ser obvio —incluso en Gran Bretaña, ¿no hay más magos que los que estudian en Hogwarts?—, sino además contrastable. ¿Nadie nunca visitó ninguno de esos otros colegios? ¿Es que no hay contacto ni aún entre profesores? Habrá quien justifique esta lejanía por razones de secretismo y envolvimiento brujeril, pero cuidado que el tiro les puede salir por la culata: allí donde hay medios extraordinarios para ocultar algo los hay también para desvelarlo.

«Punto para los muggles, por lo tanto, por haberse adentrado en un mundo globalizado que no ha llegado —ni se le espera— en el recóndito universo de Harry Potter, donde en todo caso lo que hay es un capitalismo gremial no mundializado»

El desconocimiento del qué hay más allá del complejo Hogwarts-Ministerio de Magia-Callejón Diagon responde, claro está, a razones de diseño argumental: el universo Harry Potter se diseñó para gravitar en torno al colegio de magia y hechicería. De hecho, los mejores momentos de la saga los hemos pasado allí dentro, pero esto no quita para que el mundo exterior ese sumido en una penumbra excesiva. Es justo reconocer que los últimos libros amplían esta «niebla de guerra», aunque me pregunto si no lo hacen a costa de la credibilidad del trasfondo —baste mencionar la increíble disfuncionalidad y caciquismo del Ministerio de Magia—. Punto para los muggles, por lo tanto, por haberse adentrado en un mundo globalizado que no ha llegado —ni se lo espera— en el recóndito universo de Harry Potter, donde en todo caso lo que hay es un capitalismo gremial no mundializado.

Remesa de licenciados recién salidos de Hogwarts. Fuente.

3.- La Comunidad Mágica es profundamente insolidaria y bastante irresponsable

Para hablar de la irresponsabilidad manifiesta del mundo mágico en Harry Potter rememoraré un pequeño pasaje que transcurre justo al inicio del tercer volumen de la saga —«Harry Potter y el prisionero de Azkaban»—, cuando el señor Potter se está documentando para escribir una redacción sobre la «Inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV», y lee en un manual lo siguiente:

En la Edad Media, los no magos —comúnmente denominados muggles— sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.

Lo han leído bien. A una bruja bajomedieval le daba tanto gustirrinín que le prendieran fuego que se dejó capturar casi cincuenta veces por la turba enfurecida. Podemos imaginarnos cómo esta bruja, con el fin de ser más fácilmente acusada de tal, realizaría pequeños sortilegios en mitad de la calle o se dedicaría a volar con su escoba a la vista de todos, para luego escabullirse mediante medios mágicos o evitar el tormento mediante encantamientos protectores. Es decir, que mientras la señora Wendelin se lo pasaba a lo grande con los paletos locales, les daba argumentos de sobra para certificar que la brujería existía y que debía ser combatida aún con más ahínco.¿Cuántas vidas de muggles inocentes —confundidas con brujas— se pudieron cobrar las travesuras de la señora Wendelin? Y mientras tanto, ¿hizo algo la comunidad mágica para minimizar el alcance de la «quema de brujas»? Porque con unos obliviate a tiempo sobre el tribunal eclesiástico de turno se hubieran evitado unas cuantas hogueras…

Voldemort conmocionado al enterarse sobre la quema de muggles. Fuente.

Seamos claros. La magia no puede evitar la injusticia ni salvarle la vida a cada persona en apuros, pero con un puñado de hechiceros dispuestos y recursos gubernamentales, el hambre y la enfermedad en el mundo muggle deberían ser poco más que lejanos recuerdos. ¿Qué narices hace el «Departamento de Cooperación Mágica Internacional», además de organizar eventos deportivos? Porque un poquito de ayuda al desarrollo de las comunidades mágicas y no mágicas no vendría nada mal. ¿Dónde está «Brujos sin fronteras», o «Lechuza Roja Internacional»? Y eso por no hablar de los derechos fundamentales de los colectivos excluidos en Harry Potter. ¿Cómo puede ser que tenga que venir una alumna de tercer año —Hermione— para denunciar la explotación a la que son sometidos los elfos domésticos? ¿Por qué después de diez años nadie ha hecho nada por contactar e integrar, en la medida de lo posible, a las poblaciones de gigantes salvajes que viven en las montañas? Total, no es como si fueran a sumarse a quien-ya-se-sabe en caso contrario, o espera, igual sí…

Porque esa es otra, no se me ocurre mayor grado de irresponsabilidad por parte del mundo mágico que la de dejar el camino expedito a cualquier tipo de aspirante a mago tenebroso. Cero colaboración con otros ministerios de Magia —afortunadamente sí con el Prime minister muggle, pero aquello quedó como una excepción—, cero medios para luchar contra el terrorismo mágico —si dices «Voldemort» los mortífagos te pueden localizar, pero ah, no tenemos recursos para hacer lo mismo con ellos porque… razones— y, por último, cero sentido con la política presidiaria en Azkaban: dejar una prisión de máxima seguridad en las gélidas manos de unas criaturas que se alimentan de nuestras esperanzas y con las que los presos más temibles pueden aliarse en cualquier momento. Y nosotros nos quejamos del gobierno actual…

Hay que saber cuándo jubilarse. Fuente.

4.- Dumbledore, probablemente, no debería ser director de Hogwarts

Este es el punto más complicado de aceptar de todos, porque la inmensa mayoría de los lectores y lectoras de Harry Potter amamos a al hombre que descubrió los «12 usos de la sangre de dragón».

Pero seamos sinceros. ¿Hablábamos de irresponsabilidad? Bien, pues no hay nadie más irresponsable que Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore. Para empezar —y Harry Potter está muy de acuerdo conmigo, al VII libro me refiero—, porque no es muy comunicativo. Por supuesto, eso le otorga «clase», como todos sabemos y disfrutamos en esta escena de la película:

Pero la clase se paga. No es de recibo que un hechicero de la categoría de Dumbledore, un resistente «antivoldemortista», planifique en su mente un curso de acción para los hechos por venir y ya. Que sí, que queda muy efectista, pero no tiene ningún sentido, porque si cualquier cosa se tuerce —el cuello de Potter, por ejemplo—, todo se viene abajo. Abandonar al niño en una casa donde será malquerido, dejar correr todo tipo de injusticias que se cernirán sobre él, ignorarlo en los momentos de necesidad, darle mensajes contradictorios o ambiguos —o no darle ningún mensaje, sencillamente—, y, por último, palmarla sin explicarle de qué va el rollo. Pero no seamos muy duros con el pobre anciano y centrémonos en su mucho más sensible política en Hogwarts.

«Con Dumbledore como director, los padres tienen poco que temer de Voldemort: sus hijos habrán fallecido mucho antes de que el el señor oscuro les ponga la mano encima»

Cada curso Dumbledore advierte sobre los peligros inherentes del «Bosque Prohibido». Cada curso se ignoran sus advertencias que, por otra parte, son solo eso, advertencias. El acceso a la floresta es libre. Si te pillan entrando te caerá una bronca y quizá tu casa pierda 5 puntos, pero si no te pillan y logras adentrarte en la espesura, no habrá castigo, solo que probablemente mueras. Y no hay resurrección en el mundo mágico —bueno sí, pero no para ti, estudiante de 1º que te fuiste a por moras—. Claro que también te puedes dejar matar por el «Sauce llorón», que no está vallado ni nada, o tal vez a alguien se le ocurra la genial idea de que puede contratar seguridad privada en Hogwarts atendiendo a los servicios de vigilantes certificados tales como trolls, dementores o arañas gigantes, por no hablar de la autorización dada a Hagrid para dar clase y servir de celestino entre alumnos primerizos y criaturas peligrosísimas. Con Dumbledore como director los padres tienen poco que temer de Voldemort: sus hijos habrán fallecido mucho antes de que el el señor oscuro les ponga la mano encima.

El montaje puede que sea rudimentario pero el mensaje es claro. Fuente: fotograma de «Los simpson» capítulo «Radio Bart» (3x13).

También, nos guste o no, Dumbledore dirige el colegio como si fuera suyo. Así, la última vez que comprobé —al menos en el mundo muggle— la relación entre el estado y el director de una institución educativa «pública» —y uso comillas porque no sé realmente quién financia Hogwarts, si la pura magia o el esclavismo élfico—, no encontré que este último pudiera hacer lo que le saliera de la copa del sombrero: ignorar normativas, saltarse leyes, omitir procedimientos, ausentarse a su antojo y, llegado el momento, desafiar al mismo Ministro de Magia. Y es verdad que Dumbledore llevaba razón en casi todo lo que hace, pero muchos dictadores empiezan también así, llevando razón, y precisamente Albus sabe algo de todo esto, él que persiguió junto con Grindelwald un sueño adolescente megalómano y totalitario.

Dumbledore es el Merlín-Gandalf-Elminster de la saga. Fuente.

Pero bueno, visto lo visto y puesto que el universo de J. K. Rowling ya se ha saltado unas cuantas normas éticas y lógicas, que le den a todo y Dumbledore for president.

Llega el momento de despedirme, pero si os habéis quedado con ganas de un último recopilatorio de tomas falsas, aquí a continuación lo dejo. Por lo demás, están invitados a comentar y a decirme qué les ha parecido mi análisis, si están de acuerdo o no con esta visión «crítica» del mundo de Harry Potter, o si cambiarían o añadirían alguna cosa.

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Pablo Aguirre Herráinz es escritor nocturno y doctorando diurno. Actualmente centra su trabajo universitario en el estudio del difícil retorno desde el exilio republicano a España (años 1945–1985), a lo que se suman afanes muy profanos sobre temas de literatura histórica y actualidad obsoleta (guerras mundiales, etc.).

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