Se acabó la fiesta

Rafa Zamorano
Punto y coma
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12 min readAug 28, 2016
La ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Fuente.

Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro llegaron y se fueron tan rápidamente como cualquier otra competición veraniega. Hubo deportes con más visibilidad en España —aquellos en los que ganaba España y aquellos que se retransmitían durante la hora de la siesta— y hubo deportes con mucha menos visibilidad — básicamente todos los demás—, así que mi resumen será necesariamente subjetivo y se limitará a las cosas más interesantes que haya podido observar durante esas dos semanas de frenesí deportivo. Sin más preámbulos, allá vamos:

Phelps, al ganar su vigésimo primer oro olímpico. Fuente.

Phelps es superlativo…

Empecemos por el principio: Michael Phelps es increíble. Además de nadar muy pero que muy bien —para los que aún no se hubieran enterado— el tipo tiene más aguante que las famosas pilas Duracell. Creo que lleva ochocientos años compitiendo y que ha ganado como trescientos mil oros ya. Qué barbaridad.

Ha dicho ya un montón de veces, en todo tipo de declaraciones, que esta será la última vez que lo veamos compitiendo. No se lo cree nadie. Y de eso van los Juegos Olímpicos: de reconocer a los mejores deportistas del mundo. Phelps es uno de ellos, y ojalá siga siéndolo hasta que el cuerpo aguante.

Usain Bolt al ganar los 100 metros en Rio. Fuente.

…Y Bolt directamente alienígena

Yo ya no sé qué decir acerca de Bolt. Sencillamente, nunca ha habido un sprinter como él. Hay un retahíla de datos por aquí y por allá que dejan a cualquiera con la boca abierta, pero al final no importa que tenga los récords del mundo o los récords olímpicos o que nadie haya ganado tres oros seguidos en pruebas de sprint o que tal o que cual.

A mí cuando me pregunten sobre Bolt dentro de unos años les diré que yo vi a Bolt dejar de correr y empezar a dar la vuelta de honor cuando aún quedaban unos treinta metros en Pekín 2008 y pulverizar —no romper, pulverizar— el récord del mundo. Les diré que vi sus relevos de 2016 en Río, donde empezó con un triple empate y acabó, bueno, acabó varios días por delante del segundo… Y del tercero y del cuarto y del quinto, que entraron todos a la vez. Porque eso es lo que hace a Bolt especial: que estas carreras deberían ganarse por muy poquito. Deberían ser carreras igualadas. Lo que hace de Bolt un alienígena es que gana un sprint por metros, no por centímetros. ¿Y saben qué es lo mejor? Que lo hace con una sonrisa en la cara:

Usain Bolt sonriendo durante la carrera, en una de las fotos emblemáticas de estos Juegos Olímpicos. Fuente.

Siempre nos quedará el misterio de saber qué tiempo podría haber hecho en Pekín 2008. Pero ¿saben qué? Es mejor así. Porque no hace falta saber sus tiempos para saber que Usain Bolt es el mejor sprinter de la historia.

Neymar rompe a llorar tras anotar el penalti de la victoria en la final olímpica. Fuente.

El penalti de Neymar fue de lo más «hollywoodiense»

Repasemos los acontecimientos pretéritos: Brasil, tras un lustro de dominio español y alemán del mundo del fútbol, llega al Mundial de Brasil de 2014 con mucha hambre y una gran plantilla, progresando adecuadamente hasta las semifinales. Allí se cruzarían con los germanos. Eliminada España, Alemania parecía el único escollo verdadero para los brasileños. El partido se jugaría en Maracaná, con toda la hinchada brasileira animando a sus once héroes.

¿Que qué sucedió? Pues que en el minuto 29 Alemania ya iba ganando 5–0. El resultado —un legendario 7–1, y porque los alemanes aflojaron— no dejaba lugar a dudas.

Dos años después, Brasil y Alemania vuelven a encontrarse, esta vez en la final de los Juegos Olímpicos de Río. A Alemania este partido ni le va ni le viene —selección sub-23, un estatus global muy asentado— pero Brasil, liderada por un Neymar ya establecido como uno de los mejores futbolistas del mundo, se juega su prestigio y su orgullo nacional: nunca han ganado un oro olímpico en fútbol y además tienen que lidiar con la maldición de competir en suelo propio, donde nunca han conseguido llevarse el gato al agua.

El tiempo reglamentario finalizó con un empate: 1–1. La prórroga no se dio mucho mejor y el partido se fue a los penaltis. Los cuatro primeros penaltis germanos acabaron dentro; también los cuatro penales lanzados por los brasileños. Después falló Petersen —o más bien paró Weverton— y toda la responsabilidad de un país fanático de fútbol y hambriento de oro olímpico recayó sobre los hombros de Neymar, que, con la calma de alguien que se sabe destinado a la gloria, anotó el penalti y rompió a llorar.

¿Cuándo veremos la película con la versión hollywoodiense? Al menos esta vez no tendrán que adaptar demasiado el guión: ya lo escribieron los dioses del fútbol.

Del Potro al vencer a Rafa Nadal en las semifinales de Río 2016. Fuente.

El Retorno de Del Potro

Del Potro sacudió el mundo del tenis hace unos años. Consiguió hacerse un hueco breve justo en el punto álgido de la rivalidad entre Nadal y Federer, es decir, en el momento en el que el tenis tenía quizá el mayor nivel de su historia. Desde sus más de dos metros y aprovechando a las mil maravillas su inusitada movilidad —parecía más un jugador de baloncesto que uno de tenis, moviéndose con una fluidez despampanante para un ser humano de su tamaño— Del Potro machacaba a sus oponentes con su servicio y los remataba con una derecha portentosa.

Así, en 2009 se coronó oficialmente como campeón del US Open y se convirtió en una amenaza tan creíble para Federer y Nadal como más adelante lo fue Djokovic. Después desapareció del mapa: un calvario de operaciones de muñeca lo apartó de las pistas desde 2010, con un breve impasse en 2014 tras el cual sus molestias retornaron y lo llevaron directo al quirófano una vez más.

Y ahora, en el verano de 2016 y tras empezar su andadura en Río como número ¡142! del mundo, Del Potro eliminó a Djokovic y a Rafa Nadal y se alzó con una impresionante plata olímpica. No sé si esto marcará para Del Potro un glorioso retorno al más alto nivel del tenis o si, por contra, será su último baile con las más hermosas del lugar. Pero pase lo que pase, ver a Del Potro volver a jugar a este nivel, verle con confianza y con poderío, verle volver a deslizar sus más de dos metros por la pista con esa soltura y, sobre todo, verle ser capaz de competir de tú a tú con los mejores tenistas del mundo fue una grandes noticias de la Olimpiada de Río.

La caída de Vincenzo Nibali. Fuente.

La caída de Nibali

Nibali, tras varios años en la élite, venía fortísimo este curso tras ganar su segundo Giro y pasarse los meses previos a los juegos preparándose para su objetivo principal: una medalla de oro. La carrera parecía venirle de cara: varios de los a priori favoritos comenzaron a sufrir hacia el final de la carrera y Nibali consiguió romper el grupo y escaparse con otros dos corredores a todas luces inferiores.

Con todos asumiendo su victoria, a Nibali se le apareció la cara mala de los dioses del deporte: un choque con Sergio Henao en el último descenso dio con él en el asfalto. Se rompió dos clavículas y no finalizó la carrera. El belga Van Avermaet acabó alzándose con la victoria —¡y bien por él!— pero es una pena que el mejor ciclista de la carrera no pudiera culminar su obra.

Es lo que tiene el deporte: que es muy caprichoso.

Mónica Puig celebrando el oro olímpico en tenis femenino individual. Fuente.

El primer oro de Puerto Rico

Puerto Rico es un país pequeño; para hacernos una idea, tiene una población total similar a la de Madrid. A lo largo de su relativamente reciente historia, Puerto Rico nunca había obtenido una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Hasta ahora.

Mónica Puig, de solo 23 años y que ocupa la trigésimo tercera posición en el ranking, sorprendió al mundo alzándose con una inesperada medalla de oro en tenis femenino. El logro es superlativo para ella personalmente, claro: ¡ha ganado una medalla de oro! Pero en este caso quizá el logro es aún más superlativo para un país apasionado y hambriento de triunfos, un país para el que este oro significa mucho más que ganar una competición, como nos contó Mónica Vega González en Punto y Coma. Felicidades, Puerto Rico.

Lilly King negando con el dedo en un gesto de reivindicación hacia su rival, Yulia Eftimova. Fuente.

El dopaje y la natación femenina

Cualquiera que siga mínimamente el deporte estará al tanto del ligero problemilla de los atletas y nadadores rusos con el dopaje. El asunto explotó durante las series femeninas de los 100 metros de braza, donde Lilly King, una nadadora americana con un historial de lucha contra el dopaje y las trampas a todos los niveles, se alzó con la victoria sobre la rusa Yulia Eftimova, que vive y entrena en California pero se ha visto envuelta en una polémica situación con la agencia reguladora del dopaje en la natación, WADA.

La WADA prohibió a Eftimova participar en los Juegos Olímpicos por un positivo de meldomium. Sin embargo, dado que el medicamento había sido prohibido muy recientemente, la nadadora fue readmitida en los Juegos Olímpicos. Yo no sé lo suficiente sobre dopaje como para emitir un juicio definitivo al respecto, pero desde luego que una de las escenas más llamativas de Río fue la que nos dejaron Lilly King y una destrozada Yulia Eftimova tras la final — donde ganó la americana, «reivindicando» el deporte limpio — .

Rafa Nadal y Marc López tras ganar el oro olímpico en dobles masculinos de tenis. Fuente.

Rafa Nadal y Kevin Durant comparten una cosa: orgullo

Rafa Nadal es uno de los mejores tenistas de la historia. Su lugar exacto en el Olimpo del tenis es un tema para otra ocasión, pero habiendo ganado todos los Grand Slam, contando en su palmarés con innumerables Roland Garros, un oro olímpico y una larga colección de Masters y habiendo protagonizado junto con Roger Federer tal vez la rivalidad más emblemática de la historia del tenis, su pertenencia entre los mejores deportistas de la historia está fuera de toda duda. De forma similar, Kevin Durant lleva ya seis años — desde el mundial de Turquía de 2010 — siendo el mejor baloncestista del mundo en campeonatos internacionales. Con un largo historial en la NBA a sus espaldas, al flamante fichaje de los Golden State Warriors no le queda nada por demostrar en unos Juegos Olímpicos liderando a la selección americana.

Kevin Durant durante el partido ante China en los Juegos Olímpicos de Rio. Fuente.

¿Que qué tienen en común Rafa Nadal y Kevin Durant? Que les encanta competir. Que aunque ya lo hayan ganado todo, quieren ganarlo todo una vez más. Kevin Durant se erigió en las rondas finales en el ancla de un equipo americano de baloncesto que, una vez más, vuelve a casa sin perder un solo partido. En los momentos calientes de los partidos, cuando más hizo falta, Durant tomó la responsabilidad y lideró al equipo americano más flojo de la última década a una victoria incontestable. Rafa Nadal llegó a Río sin preparación y asombró al mundo con un campeonato de dobles espectacular y repleto de la emoción que siempre propulsa al manacorí hacia esos niveles que solo unos pocos pueden alcanzar. Si creímos alguna vez que Rafa había tenido suficiente y que su ambición se había apagado, tendremos que recalibrar la situación.

Al final, en el deporte, la distancia entre los buenísimos —es decir, cualquier deportista de élite— y los que pasan a la historia está en los detalles. Y el orgullo de Nadal y Durant se demuestra en estos «detalles»: en ganar ese oro olímpico más en un deporte en el que el valor está en los anillos NBA o en dejarse el alma en ganar un oro en dobles cuando la fama está en el individual.

La foto que ilustra la subjetividad del sexismo

Volley playa femenino. Fotografía vía Lucy Nicholson, Reuters.

En una de las imágenes más emblemáticas de estos Juegos de Rio, dos jugadoras de volley-playa saltaban para disputar un punto, una para rematar y otra para bloquear. Hasta aquí todo normal. El asunto no eran las jugadoras per se, sino sus vestimentas: una, la alemana, llevaba el bikini deportivo que acostumbramos a ver en Occidente; la otra, egipcia, vestía camisa y mallas de manga larga y un velo, más característicos de los países árabes. La fotografía suscitó un ávido debate en las redes sociales.

Al final, el debate sirvió para exponer el subjetivismo de los conceptos sobre los que se construye una sociedad: por un lado, Occidente criticaba la vestimenta de la jugadora egipcia, indicando que nadie debería forzar a una deportista a vestir prendas incómodas para su profesión; por otro lado, voces del mundo árabe argumentaban que nadie debería forzar a una deportista a competir con ropas que pusieran el énfasis no en su profesión, sino en su apariencia.

Sin entrar en profundidad en este tema, me maravilla la calidad de una instantánea que captura perfectamente la complejidad de un debate cultural que afecta —y afectará— a millones de personas a uno y otro lado del mundo.

La Generación Dorada del baloncesto argentino. Fuente.

Vimos el final de la Generación Dorada argentina de baloncesto

La selección argentina de baloncesto, una anomalía espacio-temporal compuesta por un grupo de impresionantes jugadores que se crecían sobremanera en momentos calientes, llegó a ganar un Oro Olímpico. Esto, que es una hazaña en cualquier disciplina, es absolutamente inimaginable en el baloncesto, donde Estados Unidos gana cómodamente el oro llevando lo que sería, en condiciones normales, su tercer o cuarto equipo, es decir, un «Estados Unidos C».

El equipo argentino, liderado por — de izquierda a derecha en la foto que encabeza este segmento — Scola, Nocioni, Delfino y el eterno Ginóbili, llegó a poner en aprietos a los americanos, poniéndose 10 arriba en el primer cuarto del partido de cuartos de final. Fue un espejismo. La edad es el único rival aún invicto en la historia del deporte, y se cobró en estos Juegos Olímpicos a una víctima más: una Generación Dorada argentina con mucho talento y mucha cabeza pero unas piernas que ya, simplemente, no pueden mantener el ritmo.

Se fueron como siempre compitieron: por todo lo alto. Ya en el último cuarto, con todos los suplentes en cancha y perdiendo de treinta, la hinchada brasileña empezó a mofarse de los argentinos. Los aficionados de la albiceleste se pusieron en pie y ahogaron cualquier burla a base de cánticos, y el entrenador argentino homenajeó a los fans y a los jugadores poniendo en cancha a sus cuatro viejos rockeros para un último baile. Perdieron, claro, pero es lo que tienen los años: que no se apiadan de nadie.

¡Ah! Y hubo un caballo bailando al son de Santana

En serio ¿eh? Lo cacé en medio de la siesta en un increíblemente acertado corte de emergencia de Teledeporte, así que pasó seguro. Podéis leer al respecto aquí, aunque parece que el vídeo ha desaparecido misteriosamente del Internet por motivos que desconozco pero que, en cualquier caso, son completamente injustificables.

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Rafa Zamorano escribe desde Escocia, donde reside desde hace seis años. Estudia Política Pública y, junto con otros autores, ha publicado el libro de relatos Uno más y lo dejo.

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Rafa Zamorano
Punto y coma

St Andrews alumn. Hoy día en Madrid. Editor de EÑES. Fundador de @PuntoyComaMed.