Michelle

Rodolfo Navarrete
quiasmo
4 min readFeb 10, 2017

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Se vive al día, con nuestras fragilidades; se vive aguantando la respiración, faltan los recursos y siempre necesitamos razones para continuar generándolos. ¿Pero cuánto puede generar un camarero? Lo único que odio más que trabajar, son los trabajos de mierda. Quería vivir con Michelle, sólo deslizarme sin discutir con nadie qué está bien o mal, hacerlo a nuestra manera. En forma de silencio, de cruces, pasos de cebra y vino; palabras y jolgorio. Vidas donde las monedas y los años no caigan por una alcantarilla. Pero, al parecer, es imposible. No te percatas, lo ignoras hasta llegar a ese punto trágico. Sientes que falla la salud, cuesta remontar, a pesar de mi ácido sentido del humor y la trágica fuerza de su alma, la mala suerte siempre es igual de precisa. Nuestro corazón fue usado como un vertedero.

Mi callada Michelle, es tanto su silencio que uno puede confundir esa expresión desconfiada del entorno con la dificultad de crear vínculos emocionales estrechos. Tiene el cabello castaño, no muy largo; cara angulosa y labios delgados. Está recuperándose de una fractura en la órbita del ojo izquierdo. Suele proyectar sus sentimientos de conflicto en forma de silencio. La conocí en el Restaurant. Su ex novio trabaja conmigo. Hace un mes lo dejó. Todos nos enteramos de que la golpeaba. Le eché el ojo una tarde en el restaurant. Apareció con almuerzo para su ex novio. El tipo detestaba la comida mexicana, así que Michelle cocinaba algo y hacía de repartidora. Pienso que ella tiene un historial amplio de abuso físico, lo presiento al verle refugiarse en el silencio, la ausencia total de expresividad en su rostro cuando las cosas se ponen difíciles.

A su ex novio le apodan “el Tanque”. Tiene pinta de ser un hombre violento. No es muy alto, pero es fuerte. Nadie querría meterse con él. El encargado le nombró capitán de meseros.

Michelle y yo llevamos saliendo tres meses antes de que cortaran. Tanque no lo sabe. No me distingo por ser un gracioso, sólo me nace, me resultaba fácil hacerla reír. Al principio sentía mucha pena por ella, aunque el roce del trato diario hizo que nos gustáramos más de lo que pensamos.

—De esta crisis vas a salir — le dije.

Mis dedos se escondieron bajo su cabello.

—Es algo que siempre has dicho — contestó.

—Cada vez que veo lo que te han hecho, me hierve la sangre como a ti.

Ella respiró hondo y se fue de la mesa a prepararse un café.

—Este es el mundo real, supongo.

—No, hermosa. Es el infierno.

En la mesa habían ocho sobres que ella recogió debajo de la puerta. Abrí el de la agencia inmobiliaria. Decía lo mismo, que estoy atrasado en el pago comunitario. Michelle no se mete, no opina. Hubiese podido hacerlo, pero optó por no mirar mis errores. Dentro de nuestra cama conseguía anular todo estrés, abrazándome a ella, su extraño olor a cocina. El aire acondicionado está funcionando a tope. Cierro los ojos y sueño despierto con jugar al fútbol, una liga internacional; en realidad quiero habitar ruralmente y en soledad dentro de una casa en el campo, donde yo escriba mi poesía y algunos libros. Una cabaña en el campo, con un huerto, a lado de un río. Clima siempre templado; no húmedo, ni caluroso ni aplastante como el bochorno de esta puta ciudad. Extendí el brazo, buscando la cintura de Michelle. Ella estaba durmiendo la siesta. Busqué a tientas ese culo suyo. Meditaba sobre la idea de renunciar al trabajo. Vivir con mi hija en casa de mis padres. No me genera ninguna clase de interés seguir trabajando en esa mierda y vivir en este departamento mohoso y viejo. Michelle y yo somos parecidos. Deambulamos sin futuro, absortos en nuestros pensamientos y fantasías que se autodescartan de los nexos con la realidad, de las personas que se cruzaron en nuestro camino.

Esta sensación es la que nos lleva a un comportamiento desesperado e impulsivo a la hora de enfrentarnos a la gentuza que aprovechó que estábamos mirando hacia otro lado. Me hace sentir rabia.

Sacudí suavemente el hombro de Michelle. Ella despertó y yo acerqué mi barbilla a su cuello. La comencé a besar detrás de la oreja y le dije:

—Vístete, hermosa. Creo que debemos ir esta tarde a denunciar a Tanque con la policía.

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Rodolfo Navarrete
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Todas las historias fueron escritas por Rodolfo Navarrete quien posee los derechos de Autor. twitter @RodolfoNavarret