Los fundamentos de la esperanza

Cuba requiere de la esperanza, de la fuerza que emana de la condición de esta como plataforma que invita a avanzar. En un mundo ancho y ajeno como el nuestro cuesta proponer como opción el optimismo. Sin embargo, renunciar a él representa sumirnos en la parálisis que nada aporta. Esta nación ha demostrado su capacidad para reinventarse, su afán por superar adversas condiciones y mirar con confianza hacia el futuro

Redacción Alma Mater
Revista Alma Mater
11 min readDec 26, 2022

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En este 2022 muchos cubanos decidieron depositar su suerte en otras tierras de este mundo. Ilustración: Frank Sera

Por Fabio E. Fernández Batista

La esperanza es pasión por lo posible / Søren Kierkegaard

I

El año 2022 fue malo; una de esas vueltas al sol que laceran de forma especial. Podía suponerse que después del terrible 2021 la cosa mejoraría; sin embargo otro sino era el nuestro y la cotidianidad mantuvo casi incólume su dureza. Es cierto que la pandemia remitió –benditos las vacunas, nuestros científicos que las crearon y la voluntad política que las hizo posibles–, mas el resto de la vida se empeñó en no mostrar su rostro más amable.

Vivimos la experiencia traumática de la explosión del Saratoga y justo unas semanas después chocamos con el paisaje infernal del terrible incendio que asoló la base de supertanqueros de Matanzas. Para colmo de males, la temporada ciclónica decidió fastidiar y el potente Ian se enseñoreó –por demasiadas horas– sobre la porción occidental de la Isla, con la consiguiente secuela de estragos que aún pervive. Los azares del destino se confabularon contra los cubanos y nos golpearon con tal saña que incluso perdimos en el trance a algunos de nuestros hermanos. Si algo existe allá arriba, apretó.

En paralelo, elementos nada casuales pusieron en jaque la resistencia y resiliencia de los habitantes de esta tierra. Mr. Biden siguió disfrazado de Trump y poco movió en relación con su política de asfixia. Los efectos de la Covid mantuvieron su accionar sobre la economía internacional y ello cerró las puertas a la recuperación que requerimos. Los turistas no llegan en la cantidad necesaria y eso es como privarnos del oxígeno. Además el mundo sufre los desequilibrios inherentes a un conflicto bélico que ha tenido como nefasto resultado el despliegue de una espiral inflacionaria que incide en esos precios locos que nos asaltan en cualquier esquina. La coyuntura de estos 365 días a punto de acabar no ha sido mala sino malísima.

A todo lo esbozado hay más que agregar. La convergencia entre las dificultades de los últimos años, la guerra que nos hacen y palpables errores de planificación condujo al sistema electroenergético nacional a una situación casi de colapso que se manifestó en el reinado de ese monarca cruel que es el apagón. La gente se vio obligada a reinventar su vida y adecuarla a los momentos en los que la electricidad regalaba su compañía. Las largas horas distantes de “la luz” fueron el caldo de cultivo de la protesta social, fenómeno que ha de entenderse como absolutamente legítimo.

Otros demonios también dijeron presente en este año que cierra. El desabastecimiento mantuvo como parte de nuestras vidas las interminables colas y permitió la consolidación de todo un dispositivo delincuencial que incluso llegó a vestirse de oficialidad. Por meses la ciudadanía reclamó un sistema distinto de distribución de los productos y recibió, en muchos casos, la clásica respuesta de los oídos sordos. Asimismo, el burocratismo, la insensibilidad y la desidia hicieron de las suyas en la gestión gubernamental y con ello agregaron más presión a la caldera; todo esto en el marco de una economía desordenada que, al compás de la cotización del dólar y el euro, le hizo bien difícil el día a día a los comunes mortales que somos parte de la mayoría.

En el contexto de un país en crisis –sí, esa es la palabra que nos define, crisis– muchos cubanos decidieron depositar su suerte en otras tierras de este mundo. El mar siempre peligroso y la ya célebre “ruta de los volcanes” que culmina con el cruce del río Bravo fueron, para aquellos que emprendieron la desgarradora empresa de emigrar, las principales vías para alcanzar un futuro de sueños que no visualizaban en Cuba. Triste sangría la de este año que se ha llevado lejos a miles de conciudadanos en los que también estaba el porvenir patrio. Habrá quien subraye los cantos de sirena, los privilegios migratorios y la guerra sin cuartel que mal nos lleva; en mi caso prefiero insistir en lo mucho que dejamos de hacer aquí para enamorar a la gente de un proyecto colectivo dentro del cual encuentren cristalización los múltiples sueños individuales.

Equipaje. Caricatura: Osval

También asomaron su oreja peluda en estos meses el fundamentalismo religioso y los seculares prejuicios patriarcales de los que aún somos prisioneros. Ambos –unidos a los que insisten en definir todo lo promovido por el gobierno como nefasto– se coligaron con el fin de impedir la victoria de esa apuesta por los derechos que es el Código de las Familias. Fueron derrotados por una sociedad que innegablemente ha cambiado, pero su clara manifestación obliga a estar atentos, más si se toman en cuenta las experiencias materializadas en nuestro ámbito regional.

Código de las familias. Caricatura: Osval

De igual modo, las elecciones de hace unas semanas confirmaron que la abstención es ya un sujeto electoral de peso y que ello resulta expresión de niveles de erosión de los consensos que deben atenderse con inteligencia si aspira a que el socialismo sea una opción capaz de rearticularse con éxito y prevalecer. Quien lea triunfalistamente los últimos resultados electorales, incluyo también los del referendo en torno al Código de las Familias, solo hará gala de esa improductiva compañera de ruta que es la estulticia.

Claro que el año casi finiquitado también resultó expresión de cosas buenas. Estamos aquí y ya ese es un mérito mayúsculo, pero no caben dudas acerca de que lo malo y lo feo reinaron en demasía. Pensamos que sería mejor y no nos salió. La responsabilidad es de las circunstancias, pero también propia. Resolver aquello que está en nuestras manos será, de cara al 2023 y siempre, la clave.

II

El punto de partida para mejorar es entender que estás mal. Cualquier discurso autocomplaciente inhibe el necesario despegue de la fuerza que permite cambiar. Eludir el abordaje de los problemas y la permanente búsqueda de excusas son prácticas que alejan las soluciones, al tiempo que hacen trizas el capital político que se posee. Si bien pueden identificarse válidos ejercicios de análisis autocrítico por parte de actores de nuestro campo político-institucional, todavía persisten miradas que se afincan en el no reconocimiento de la tensa situación que vivimos. Si se quiere un ejemplo analícese, como simple botón de muestra, el discurso de parte del funcionariado gubernamental y de nuestras organizaciones políticas y de masas.

Una vez definido el problema, llega la hora de la acción. Y es entonces que aparece la encrucijada; de un lado se vertebra el camino tantas veces recorrido y del otro el nuevo itinerario posible, el sendero que es un solo un esbozo, pero que contiene –pese a los riesgos– la real posibilidad de que las cosas cambien para bien. Apostar por el trayecto novedoso es sinónimo de imaginación política y expresión de una cualidad menos común de lo que se cree: tener sentido del momento histórico. Vale apuntar, además, que la vía de la experimentación no se asumiría a ciegas, pues desde hace más de una década consensuamos como país –ahí están a modo de evidencia tres congresos del Partido, una constitución y los múltiples procesos de consulta gestados en torno a estos– una hoja de ruta que define como destino un socialismo capaz de preservar esencias y al mismo tiempo ser distinto. Ese socialismo otro necesita demostrar su validez como vehículo y plataforma de la prosperidad. No es tiempo de esperar por un futuro inasible como el horizonte. El porvenir mejor tiene que convertirse en presente. Claro que no hay una varita mágica para solucionar los problemas, pero el tiempo de espera se agota, en especial para las nuevas generaciones que son ya actores políticos que demandan, con energía creciente, la consumación de sus sueños.

Es un hecho objetivo que los caminos a adoptar para la revitalización de la economía contienen elementos que contribuyen a la polarización social. Dicho rápido, crean una burguesía para la cual trabaja una clase proletaria. Esta nueva asimetría se suma a las ya visibles dentro de la economía altamente estatizada y de conjunto impugnan en la práctica el ideal igualitario que está en los fundamentos del proyecto revolucionario. Atajar las manifestaciones más dolorosas de este proceso y garantizar la protección para aquellos que no resultan beneficiados por las reformas constituye otro reto importante. Este posee la connotación táctica de preservar en el corto y mediano plazo los consensos y en un lapso mayor el sentido estratégico de ser el soporte de la articulación plena de una sociedad anticapitalista.

Hacer política con eficiencia también pasa por dominar las claves de los procesos comunicativos. Tras la retirada de Fidel de la primera línea de exposición pública hemos quedado, casi en absoluto, huérfanos en tal sentido. La improvisación, la chapucería y la repetición de esquemas ya superados por el tiempo son comunes. Una tras otra se suceden las pifias y con ellas le entregamos combustible a una industria de memes en la que se expresa mucho más que el sempiterno humor de los cubanos. Los que no nos quieren esperan por nuestras equivocaciones en materia comunicacional y con frecuencia se las ponemos en bandeja de plata. Falta asesoría y comprensión de que la eficacia en el terreno de la comunicación tiene mucho de ciencia. Asimismo, conviene no olvidar la estetización del mundo contemporáneo y la influencia de esta en política. Confundir estética con banalidad y mercadeo barato lleva a subestimar recursos que los centros de poder del capitalismo entienden como herramienta vital para el ejercicio de la hegemonía.

No es posible convocar a la ciudadanía a la compleja batalla por el socialismo alejados de ese valor que es la ejemplaridad de los dirigentes y su conexión con la brega diaria de los de a pie. Mientras la gente identifique a un sector del funcionariado como una casta privilegiada distante e indolente ante los problemas cotidianos del ciudadano común, la erosión y la fractura de los consensos se agudizarán. Estar ajenos al pernicioso igualitarismo, no implica aceptar asimetrías incompatibles con el ideal socialista. En este terreno se ha retrocedido en demasía y los costos están ahí, visibles en los comentarios que cualquier vecino de barrio formula, desde alguna agotadora cola, respecto a aquellos que detentan cuotas de poder institucional. Este divorcio dirigentes-dirigidos fue funesto en realidades más templadas que, en otro tiempo histórico, eran el espacio geográfico de proyectos políticos con los cuales nos identificábamos.

Reto no menor constituye el diálogo con la pluralidad que ahora mismo somos. Es esta nación un coro diverso que se ha entendido como tal. Voces múltiples reclaman sus espacios y postulan modelos distintos de país. Algunos de los proyectos son convergentes, mientras otros resultan antagónicos. La Cuba mejor que debe ser nacerá de la articulación de un entramado inclusivo capaz de integrar todas las sensibilidades posibles. Por ello es necesario naturalizar el disenso y potenciar la participación ciudadana en la toma de decisiones, dentro de los marcos de una opción patriótica que coloque a la soberanía nacional y a la justicia social como banderas.

En el terreno de la hegemonía, la batalla que se dirime es mayúscula y lo que puede identificarse como el proyecto primigenio del socialismo cubano no se encuentra en óptima forma. Incluso para franjas de la población se ha desdibujado este de manera categórica, al ritmo del deterioro de históricas conquistas, del vaciamiento sustantivo de prácticas imperantes por décadas, de la burocratización de estructuras que debían ser ágiles, de la acumulación de problemas irresueltos, del desgaste que implica el permanente estado de acoso externo, de la corrupción que desmonta los valores que apuntaban a un mundo otro y de la incapacidad de los nuevos liderazgos para gestionar con eficiencia la realidad del país y desde tal logro conectar simbólicamente con la ciudadanía. El ejercicio de la hegemonía necesita de fórmulas distintas en lo ideológico y pasa por garantizar –en el acontecer concreto de la vida– transformaciones medulares que se articulen con el horizonte de satisfacción de las grandes mayorías, en el amplio arco que va de lo material a lo espiritual.

Caricatura: Osval

Cuba requiere de la esperanza, de la fuerza que emana de la condición de esta como plataforma que invita a avanzar. En un mundo ancho y ajeno como el nuestro cuesta proponer como opción el optimismo. Sin embargo, renunciar a él representa sumirnos en la parálisis que nada aporta. Esta nación ha demostrado su capacidad para reinventarse, su afán por superar adversas condiciones y mirar con confianza hacia el futuro. Estamos en uno de esos momentos decisivos de la historia, en un verdadero parteaguas que definirá nuestro siglo XXI. El núcleo de ideas que impulsó las luchas populares de la pasada centuria y corporizó en lo mejor del ideario de la Revolución Cubana –la impugnación de las inequidades sociales como vía hacia la consumación de la dignidad plena de los individuos– se enfrenta a la hostilidad de un poder externo que no tolera el desafío que encarna en esta Isla, a las tendencias internas de derecha que relativizan nociones esenciales como soberanía nacional y justicia social y con aquellas fuerzas que –aunque se dicen representativas del cambio social operado a partir de 1959– no son más que beneficiarias de un statu quo ajeno al bienestar de las mayorías. Refundar la esperanza pasa por la articulación, y vale aquí recordar a Gramsci, de un nuevo bloque histórico que logre expresar, de cara a la centuria en curso, la voluntad de plenitud de nuestro pueblo.[1]

[1] Dos personas entrañables pusieron en solfa la existencia de este texto. Una me dijo que incurría en mis reflexiones de siempre y que no había nada nuevo en estas palabras. Quizás estaba en lo cierto y la novedad brilla por su ausencia en las líneas que en este instante devora el lector. Empero, creo saludable exorcizar los demonios que uno lleva por dentro. Mi otro interlocutor, desde la tragedia que es haber dejado de creer, cuestionó cada vez que mis palabras esbozaban la apuesta por ese proyecto que ha dado en llamarse socialismo. Desde el acto de sentirse fuera del juego me aportó –cáusticamente– la lucidez de sus críticas y la idea de que, quizás, es este un texto desfasado, escrito desde y para un lugar que ya no existe.

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