Serendipia natural

David Fuentes
Siguiendo a Marco Polo
6 min readAug 21, 2014

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Crónicas cingalesas: Vol. 3

Serendipia: Descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta.

El nombre de actual Sri Lanka proviene de una derivación de su antiguo nombre Serendib, que también dio origen a esta preciosa palabra, siempre asociada a este país. Parece que es obligatorio que cualquiera que visite estos lares encontrará algo que le sorprendiese sobremanera, que no se esperase; para Carmen fue la subida al Adam’s peak, para Sele, el Buddha de Aukana y las cuevas de Dambulla, para Paty, no tengo duda de que fue la propia gente, y para mi, fueron los animales, y los paisajes, con lo que me quedo.

Minneriya

Nuestro primer contacto profundo con la naturaleza, aparte de algunos monos juguetones o encantadores de serpientes fue la reserva nacional de Minneriya, entre Sigiriya y Polonnaruwa. Llegábamos de montar en elefante, domesticado, a los pies de la gran Roca, una experiencia divertida, pero poco cercana a la naturaleza, la verdad. Y nos dispusimos a pillar un jeep para hacer el safari, a última hora del día, para adentrarnos en la reserva.

El trayecto comenzó por un árido camino rodeado de espesura en el que continuamente nos cruzábamos con jeeps saliendo del parque, lo que nos hacía esperar lo peor; ni rastro de animales alrededor del camino, prácticamente ningún claro en el que pudiéramos observar algo de fauna. Más y más jeeps hasta que llegamos a un pequeño vado, con algo de agua donde se quería apreciar un elefante a lo lejos, y una manada de monos más cerca. Y ahí pensaba que eso iba a ser todo; algo decepcionado, pero por lo menos me había llevado un elefante en mis ojos… Cuando de repente, desaparece la maleza y aparece un gigantesco lago, hordas de jeeps y manadas de elefantes por doquier. Sin palabras.

Elephants, by Aitor García Viñas

Elefantes a un lado, elefantes a lo lejos, más elefantes más allá, de primeras, más de 50, sin ninguna duda. Nada más verlo me podía el ansia: Acércate, le decía a nuestro conductor, pero permanecía impasible, a marcha lenta, siguiendo el camino, e incluso separándonos de los elefantes; cruzamos un recodo y otra manada de elefantes a escasos tres o cuatro metros de nosotros.

Estuvimos bastante rato, quizás como más de una hora, cotilleando la vida de varias manadas de elefantes, a distancia casi de estirar el brazo. Y cuando parecía que nos volvíamos hacia la salida del parque, volvimos a encontrar otra manada con muchos jeeps alrededor, muy intrusivos quizás… y vimos que uno de los jeeps estaba “increpando” a uno de los elefantes alfa, con rugidos de motor y humo negro de tubo de escape. Tanto le increpó que la criatura arrancó en carga (como el de la foto de Tom Olliver)hacia la masa de jeeps, produciendo bastante pánico entre los presentes (con mi acojone particular), aunque se ve que los conductores estaban bastante acostumbrados a este juego, y se lo tomaron con tranquilidad.

Horton Plains

Nuestro segundo contacto puro con la naturaleza fue tan solo un par de días después. Llegamos tras un magnífico trayecto en tren desde Kandy hasta Nuwara Eliya, para hacer noche y a la mañana siguiente madrugar como condenados para acercarnos, al amanecer (que se supone que es cuando no hay niebla) al Parque Nacional de las Horton Plains.

Según avanzábamos en la niebla del amanecer, se quiso intuir algún tipo de cervatillo en las praderas de alrededor, pero no nos lo creímos del todo. Lo que me pareció más increíble de este lugar, es cómo uno se encuentra andando por una llanura, sin prácticamente árboles ni vegetación baja, y de repente aparece en una jungla cerrada, bosque típico tropical, en la más absoluta maleza y con camino creado a machete a través de la misma.

Que mis compañeros valoren, pero la caminata inundados por la brisa rodeados de rododendros y alguna otra planta fantasmagórica me llevó a la paz más absoluta hasta que, tras aproximadamente una hora de pateo, llegamos a uno de los puntos fuertes del camino, la Baker’s Fall.

Horton Plains, by Jimmy Legrand

La cascada en sí no es nada del otro jueves, una cascada de media altura con importante caudal, pero el camino hasta ella es parte de la recompensa: aparece poco después de que la llanura se convierta en selva; y justo empiezas a sentirte explorador cuando te topas con ella. Un perfecto regalo para querer continuar el camino.

Poco después de abandonar la cascada, se vuelve a salir de la selva, donde se quedó la niebla, que nunca más nos acompañó, y es aquí donde la llanura parece más “llanura”, mantos de hierba por las laderas de hondonadas bajas hasta que se convierten en montañas, más al fondo. Un rato andando por la base de un amplio valle y de repente, sin previo aviso: el fin del mundo.

World’s End, by David Habertür

Así llaman al punto en el que la llanura desaparece, y se convierte en un enorme agujero, un valle totalmente vertical, de 870 metros de altura con unas impresionantes vistas que llegan hasta el mar.

El recorrido estándar (y único porque está prohibido salirse del camino) en las Horton Plains es circular y son aproximadamente 10 kilómetros de los cuales solo un par son mínimamente exigentes. Algo absolutamente recomendable para cualquiera que no sea absolutamente sedentario.

El tren de Nuwara Eliya a Ella

Un tren de juguete, que avanza lento, por escarpadas colinas y rodeado de naturaleza salvaje o inmensas plantaciones de té. ¿Qué más se puede pedir?

El trayecto dura unas dos horas entre estas dos pequeñas localidades de las tierras altas, y no exagero si digo que me tiré más de una colgado de la puerta, para disfrutar profundamente de las vistas, del tren, de ver a la gente asomada por la ventanilla, de las mujeres recolectoras del café y del aire fresco. Una maravilla cuyo principal atractivo es el trayecto en sí. No se puede elegir un punto exacto que merezca la pena más que los demás, simplemente sentarse (o descolgarse), y disfrutar.

Hill country train, by José Hernández

Yala

Llegamos al Parque Nacional de Yala al amanecer, desde las playas de Arugam Bay y tras el peor trayecto de minivan de mi vida, temiendo seriamente por ella (frenazo para esquivar a un elefante incluido) con la esperanza de tener la suerte de ver algún leopardo, que es la estrella de este parque… aunque nos tuvimos que ir con las ganas de verlo en un futuro, pues no pudo ser. Pero sí que tuvimos la fortuna de ver grandes manadas de ciervos moteados, cocodrilos por doquier, en cada charga, acechando a sus presas, enormes búfalos buscando algo de sombra y simpáticos facóqueros rebozándose en el más negro barro, así como innumerables aves de las que no puedo recordar su nombre.

Incluso al final pudimos encontrar un elefante, con su cría, cuando ya tomábamos camino de salida del parque. Otra experiencia genial, que podría haber sido perfecta si sólo un pequeño leopardo hubiera querido dejarse ver.

La guinda perfecta a esta tarta de naturaleza hubiera sido ver alguna tortuga marina anidando en las playas de Tangalle, justo después de la visita al Parque Yala, pero ni con las dos horas de espera en la playa pudimos contrarrestar a la temporada baja de cría de estos animales. Toda una lástima. Quizás para la próxima vez.

Espero que os haya gustado, y atentos para el cuarto episodio de las crónicas cingalesas.

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David Fuentes
Siguiendo a Marco Polo

Pachorro, viajero, despistado, Molone, pensador, ingeniero, coherente, baterista, madrileño, cervecero, rayista, seriéfilo, comidista, chanante y submarinista.