Por qué están fallando las encuestas electorales

Julián González
EÑES
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8 min readOct 30, 2016

Cali, 30 de octubre de 2016

La abstención en las recientes elecciones en Chile puede señalar hasta qué punto estamos ante una rápida y creciente erosión de la democracia electoral allí. Que en Colombia pocos electores recuerden, pasados algunos meses, por cuál candidato o partido votaron en las elecciones previas también señala hasta qué punto su voto es trivial. Pocos electores leen los programas y proyectos de sus elegidos, ni fiscalizan sus responsabilidades públicas.

Pero la crisis del voto, de la democracia electoral, no debería ser la crisis de la democracia. La democracia puede hacerse más robusta y vigorosa en el futuro. Los recientes desaciertos de las encuestas electorales en el mundo, nos obligan a releer y repensar lo que está pasando.

Abundancia de alternativas

En 1824, en Harrisburg —la capital del estado de Pensilvania—, cuando la ciudad no tenía más de 3 mil habitantes, el periódico local realizó el primer sondeo electoral de la historia. Según el sondeo, Andrew Jackson derrotaría a John Quincy Adams en la campaña por la Presidencia de los Estados Unidos. Los datos del sondeo: 335 a favor de Jackson, 169 a favor de Adams.

Pero Adams ganó las elecciones de 1825. Y el primer sondeo electoral de la historia erró en el pronóstico.

Es bueno recordarlo ahora que estamos sorprendidos con la enorme divergencia entre encuestas y resultados electorales. En Colombia, el plebiscito le dio la victoria al «No», a pesar de los pronósticos de las encuestas. En Gran Bretaña, nos sorprendió el brexit. En Chile, el triunfo electoral de la derecha en las elecciones municipales se veía venir, pero no con la contundencia del 23 de octubre. En España, los resultados de las elecciones del 26 de junio desconcertaron al PSOE y a Podemos, el partido de Pablo Iglesias. Algunos comentaristas temen un resultado adverso a Hillary en las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos, a pesar de su amplia favorabilidad en las encuestas.

De repente, un manto de duda se extiende a nivel mundial sobre la eficacia de las encuestas.

Pero más que las encuestas, me sorprenden los argumentos usados para explicar los fallos. Voto oculto. Muestras mal balanceadas o no representativas. Encuestas telefónicas no fiables. Rápidos virajes en la intención de los votantes en cosa de días, horas o escasas semanas. Márgenes de error mal calculados.

Creo que, como en relato de Poe, La carta robada, no vemos la explicación más obvia y poderosa: las encuestas clasifican y miden opiniones, y votar no es opinión, sino acción o un conjunto de acciones. La distancia entre nuestras opiniones y nuestras acciones se ha acentuado en las últimas décadas, y en ello reside la creciente ineficacia de las encuestas electorales.

Esa distancia se ha acentuado por una razón clave: la abundancia. En un entorno de alternativas limitadas, elegir supone llenarse de argumentos pues la elección es, en sentido estricto, una disyuntiva. La disyuntiva es la forma de la elección en condiciones precarias. Cuando hay escasez uno se llena de razones para explicar y afirmar sus decisiones. En la ruleta los jugadores se llenan de opiniones, argumentos, relatos y toda suerte de mistificaciones para optar por una alternativa. Pero cuando hay abundancia, escoger se hace trivial.

Si le preguntamos a 100 personas qué gaseosa o bebida prefieren, 35 dirán Tutituti, 22 escogerán Maqui Muqui, 18 Fandy, 3 UniNun y 2 FunFun. Ahí tenemos una distribución diferenciada de opiniones en un entorno abundante. Si hay que escoger entre Tutituti y Lutifan, dado que no hay más alternativas, florecerán las razones y las opiniones, las narrativas que sustentan una elección al límite. Entre más grande el rango de opciones, menor la intensidad y valor de las decisiones.

Si en una plazoleta de comidas o en un restaurante un mesero le pregunta al comensal qué bebida desea, el comensal le preguntará —a su vez— algo así como ¿tiene Fandy? En caso de que no haya Fandy, el comensal barajará entre las otras opciones hasta encontrar una. En ese proceso de pequeñas elecciones, Tutituti, Maqui Muqui, Fandy, UniNun y FunFun no le parecerán sustancialmente distintas.

Es curioso. ¿No suelen decir los electores algo parecido respecto a la baraja de candidatos o partidos en las jornadas electorales contemporáneas?

El error crucial hoy es que damos por descontado que las opiniones son y se traducen en acciones o elecciones efectivas, y no es cierto.

Eficacia técnica: la trivialidad de escoger

Los entornos técnicos contemporáneos han acrecentado las posibilidades de tomar decisiones y hacer elecciones con resultados tangibles. ¿Itálica o negrita, numeración arriba o abajo o al centro ? «Me gusta», «Me siento enojado», feliz…, subir, borrar, compartir… Descargar, enviar, compartir, subir archivo, publicar, cliquear… Nuestras elecciones —en un régimen de creciente eficacia técnica inmediata— derivan en acciones, esto es, procuran un horizonte relativamente tangible de consecuencias y un horizonte definido de posibilidades. No es raro, entonces, que afectiva y emocionalmente la técnica nos resulte justamente todo lo contrario de la política. La técnica promete y cumple. La política pareciera no hacerlo. Lo que ha terminado por enquistarse cultural y experencialmente en cada uno de nosotros es una idea limitada y restringida de eficacia: la del clic, la de la máquina, la de las plataformas y aplicaciones digitales.

Una elección tiene sentido si es eficaz como un clic. No importa que sea trivial. Cuando se extiende y predomina la eficacia técnica de las elecciones, las decisiones se transforman sustancialmente respecto a lo que ocurría en el pasado reciente. En un entorno escaso —dos canales de televisión, tres marcas de bebidas, una o dos universidades posibles, una pequeña biblioteca, un maletín con algunas pocos casetes de música— las opiniones sirven para enriquecer unas elecciones que parecen disyuntivas y determinantes para la vida. (Beatles en vez de Rolling Stones; Coca-Cola o Pepsi; cine de las 4 o de las 8; Pierroja o Marlboro). En la escasez, las decisiones parecen siempre más o menos extremas y determinantes. Y dado que lo son, vienen precedidas de opiniones y narrativas que las explican, justifican y sustentan. En ese mundo, las opiniones y las elecciones están estrechamente relacionadas y son congruentes.

En un entorno abundante —72 canales de TV, Netflix, una memoria con 2 mil canciones, millones de sitios web sobre dietas o salud— ninguna elecciones es extrema, y cualquier elecciones solo tiene sentido respecto a las necesidades y requerimientos del aquí y el ahora. Y esto tiene consecuencias concretas.

  • Consecuencia A: se valoran las elecciones según si tienen eficacia práctica más o menos inmediata.
  • Consecuencia B: toda eficacia inmediata es más o menos trivial, por lo tanto todas las elecciones se hacen triviales.
  • Consecuencia C: escoger entre miles de alternativas las iguala a todas y solo apelando al exceso, la estridencia, el terror, la extravagancia una alternativa consigue descollar y diferenciarse de las otras. (Los Trump, los Duterte, los Berlusconi —para nombrar a los indecentes—, y los Mujica —para nombrar a algún político decente— destacan mediante el recurso de la extrema, extravagante y vistosa diferenciación).

El clic hace trivial elegir, aunque las consecuencias sean muy graves

Si preguntas a varias mujeres y hombres adolescentes si se fotografiarían desnudos, es casi seguro que dirían que no. Pero con una plataforma como Snapchat y con abundantes cámaras diseminadas y personales disponibles, la elección-acción de disparar y fotografiarse, su eficacia trivial, permite hacerse un desnudo sin pensarlo demasiado. De esta manera, abunda en las redes sociales evidencia de elecciones triviales cuyas consecuencias no podían ser previstas por quienes las tomaron.

Volvamos a las elecciones y las encuestas. Las encuestas preguntan por opiniones. Las opiniones fuertes son narrativas de la escasez y de la disyuntiva. Las opiniones fluctuantes y débiles —indecisas— son propias de a abundancia que trivializa. Si votar es un acto y no la consecuencia directa de una narrativa o un conjunto de opiniones, entonces es necesario examinar lo que determina ese acto. Y claramente para millones de personas no son determinantes sus opiniones del día. Las elecciones políticas no son sobre opiniones, sino sobre acciones. Los políticos que consiguen reducirlo todo a un conjunto trivial de acciones con consecuencias tangibles y eficaces están arrasando con aquellos que se inscriben doctrinariamente en el plano de las opiniones. En Colombia el «No» subrayó —mintió— sobre consecuencias prácticas de aprobar el referendo: alza de impuestos, pago inmerecido a los guerrilleros, impunidad… El «Sí» trató de convencer mediante un conjunto de argumentos razonables, haciendo pedagogía sobre los acuerdos y advirtiendo que había un porvenir por construir, no asegurado. Trump dice que construirá un muro y deportará a los ilegales indocumentados. Hillary invita a continuar desarrollando una nación más incluyente. Ambos políticos tienen tasas de rechazo muy elevados, y sin embargo, uno de los dos será elegido. Y hay serio riesgo de que sea Trump, a pesar de las encuestas.

La política clic de Trump y del «No» —en Colombia— es más cercana de lo que sabíamos e imaginamos a la cultura de la eficacia técnica de Google, del teléfono móvil, de Uber, de las plataformas de venta en línea como Amazon, y de las comidas a domicilio. Las encuestas interrogan y auscultan opiniones de un ser humano del siglo XIX. Los políticos clic sondean y empujan decisiones-acciones-elecciones de personas del siglo XXI.

Reinventar la democracia

Herbert Marcuse en El hombre unidimensional lo anticipó notablemente. La eficacia técnica es ideológica de una manera más profunda y decisiva de lo que pensamos. Las plataformas políticas que funcionan han terminado por parecerse, notablemente, a las plataformas digitales en las que escogemos, pinchamos, compartimos textos y navegamos.

No se trata de lamentar este giro cultural de fondo. Se trata de asumirlo.

Los políticos progresistas tendrán que esbozar la forma, los márgenes, los contornos del mundo que aspiran a construir. Para ello tendrán que señalar cómo funcionará, de qué estará hecho, qué pasará allí que no pasaba antes y qué dejará de pasar con su advenimiento. La demanda social y cultural por eficacia técnica es la materia de que estarán hechas, de manera creciente, las elecciones políticas en las próximas décadas. Y hace falta imaginar el porvenir dándole rostro y forma concretos, incluso a riesgo de sacrificar parte del encanto y belleza de lo ambiguo, de lo indescifrable, de lo incierto.

Por lo pronto, se puede sugerir un paso sencillo y trivial para mejorar los resultados de las encuestas. Encuestadores, no pregunten por qué partido o candidato va a votar. Entréguenle al encuestado un tarjetón electoral y pídanle que marque su opción, en silencio, sin que tenga que comunicárselo y explicárselo al encuestador, pues cuando el encuestado se ve obligado a comunicar verbalmente su opción, se desliza rápidamente en el ámbito de las opiniones, y abandona el de las acciones y elecciones. Al marcar secreta y calladamente el tarjetón está haciendo el clic trivial de las actuales y abundantes elecciones, las que todos los días hacemos al escoger bienes, servicios e información en Facebook, Google, el canal de televisión, las plataformas de música, los despachos a domicilio y las cámaras fotográficas en los teléfonos móviles. Esas elecciones —mal que bien— se parecen mucho al acto contemporáneo de votar, aunque no tengan su trascendencia.

Caricatura de Vladdo, Revista Semana, Octubre 23 de 2016

Por supuesto, en el futuro necesitaremos una democracia no electoral en la que las personas deliberemos y decidamos en línea, y en la que escojamos proyectos de ciudad, de barrio o de parques, y no a personas. En que votemos presupuestos o los diseñemos conjuntamente. Y podamos remover rápidamente a los ejecutores, cuando no funcionan.

Cuando uno vote por una pequeña reserva forestal en su barrio, importará muy poco qué funcionario la ejecuta. Ese día los servidores públicos no se servirán al publico, como pasa hoy.

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Julián González
EÑES
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Diseñador de juegos de mesa, comunicador social y educador. Puede descargar gratis Todo está tan raro en el siguiente link: https://bit.ly/3BiGjMB