En defensa de lo hipster

Analía Plaza
- The Bow -
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7 min readJul 16, 2015

Llevo un tiempo preocupada por la cuestión hipster, o más bien por la cuestión de la demonización de lo hipster: ya no es que vea la etiqueta por todas partes (cachopo hipster) sino que la veo en negativo siempre.

De artículos sobre otros asuntos — el wifi en las cafeterías — con el hipster de por medio para referirse a los ‘gorrones’ que abusan de él a todos esos contactos que compartieron reafirmando el “hipster asegura que él ya era gilipollas antes de que se pusiera de moda” de El Mundo Today. Quizá los palos más duros los dan periodistas y críticos culturales (aquí un ejemplo, aquí otro y aquí la medalla de oro: el libro ‘Indies, hipsters y gafapastas: crónica de una dominación cultural’), pero el que más me ha sorprendido últimamente ni siquiera es un medio buscando atención, sino esta queja en TripAdvisor sobre el trato recibido en un hotel.

“Todo es más frío e impersonal, pero mucho más a la moda. Incluso tienen un hipster en recepción”

Nunca tengo claro a qué narices llamamos hipster, porque como término peyorativo en que se ha convertido no conozco a nadie que se identifique con él (tampoco conozco a nadie que se defina como perroflauta). Cuenta la historia que ‘hip’ (cool) viene de ‘hepicat’ (en wolof, lengua del este de África, ‘el que tiene los ojos abiertos’), que después adoptó el sufijo ‘-ster’ para referirse a una persona y que en los 40 en Estados Unidos se asoció con gente a la que le gustaba el jazz. El diccionario de Oxford dice que hipster es “quien sigue las últimas tendencias, especialmente las de fuera de la cultura mainstream” y el de Merriam Webster, estadounidense, que “alguien que está al tanto e inusualmente interesado en patrones nuevos y poco convencionales”.

Esto es: hipster puro es quien busca nuevas ideas para ser diferente. El reproche suele venir porque de tanto usarlo se ha vuelto normal, que es justo lo contrario y algo parecido a lo que pasó con ‘moderno’ (y derivados como ‘gafapasta’, que para mí define a un intelectual, o ‘indie’, que Wikipedia y yo entendemos como género musical).

En 2009 odiábamos al gafapasta, pretencioso intelectual — Fauna Mongola.

Una de las críticas que más se repite hacia “lo hipster” es lo que consume. Después de revisar sus gustos musicales, ‘Indies, hipsters y gafapastas’ se da cuenta de que esta cultura “se basa en comprar. Los productos son distintos a los habituales: comida orgánica, ediciones limitadas en vinilo y lámparas retro, pero lo que te define es el consumo”.

Cuando a raíz de la historia sobre la cafetería para tomar leche con cereales que terminó en debate nacional comentamos el tema, Bea escribió sobre ‘hipsterfobia’.

“Es el primer grupo que escoge abrazar el consumismo y, más aún, celebrarlo. Porque puede y porque quiere”.

Si se pinta al hipster como consumidor de bicis, cafés, hamburguesas, comida ecológica y camisas de cuadros, la otra mitad de la historia es el proveedor de esos bienes: el que monta la tienda de bicis, cafetería, puesto de hamburguesas, supermercado ecológico o tienda artesanal.

Durante mis meses en Londres pasé mucho tiempo en el este —junto a Brooklyn, Kreuzberg, Gracia o Malasaña, uno de los “barrios más hipsters del mundo” con canción propia para llamar gilipollas a su fauna — y eso fue justo lo que vi: negocios naciendo como setas, hechos por y para un público determinado.

Hay estudios sobre la economía hipster con datos de Estados Unidos y Reino Unido. Tengo mis dudas de que en España la tendencia sea importante a nivel macro y lo poco que encuentro a) va ligado a gentrificación b) replica las particularidades de otras ciudades con otras características (Londres y Nueva York no son Madrid y Barcelona) para concluir que lo hipster es “el sueño húmedo de la economía neoliberal: tapar los agujeros con pajaritos y buen rollo”.

La macroeconomía y el desarrollo urbano son procesos con bastantes más actores que los comerciantes, así que asociarlos a la ligera me resulta apresurado. Pero hay otro punto interesante, más fácil de ver y que no varía tanto de unas ciudades a otras: el micro. El del tipo de negocios que montan y consumen “los hipsters”.

Me compré Hipster Business Models por eso. Es una colección de historias sobre gente con negocios, algunos poco sólidos empresarialmente (la pareja que recorre el país en furgoneta haciendo arreglos mecánicos o el tipo que fotografiaba Cheetos) y otros con más base y beneficio, como el joven que vende calzoncillos con bolsillos o el que se empeñó en distribuir medusas online. Éste convenció de que haría “el Amazon de las mascotas” a la aceleradora de startups Y Combinator, entró, vio que no era tan fácil y optó por otro modelo: vender medusas y llevarse el margen de la pecera. Y ahí sigue.

El libro parte de tres ideas: el mercado laboral es complicado, el coste inicial para crear un negocio ha caído (en tecnología y en sectores que reducen costes con tecnología) y “el hipster” hace lo que le apetece, por excéntrico que sea. También que hay una brecha entre quienes saben que es barato empezar y quienes asumen que montar una empresa cuesta mucho dinero. Y que cada vez es menos raro aspirar a vivir de un negocio propio.

¿Que alguien es fan de los cupcakes? Los cocina y vende. ¿De los monederos hechos a mano? Los produce y pone en Etsy. ¿Gorras? En Malasaña está La Tienda de las Gorras. ¿De la cerveza o las bicis? Date una vuelta por la calle de la Ruda en Madrid y observa sus nuevos negocios, que aunque los lleven jóvenes y sean bonitos no son tan diferentes a los comercios de toda la vida. Este artículo de El País va más o menos por ahí con los “yuccies” (Young Urban Creative: Joven Urbano y Creativo).

Mis ejemplos favoritos son los gastronómicos. Por icónicos (el café es un símbolo hipster), por las pasiones que despiertan cuando se ponen de moda (la última, la carga contra la cerveza artesana), porque suelen primar el producto local y porque los modelos son parecidos a los de las startups tecnológicas: testar un ‘producto mínimo viable’ hasta demostrar que funciona.

El mejor caso en España es el de cafeterías como Toma Café y Satan’s Coffee Corner. Abrieron en pequeñito (menor coste fijo de local), ‘disrumpiendo’ la industria (en vez de tener un único distribuidor para máquina y café, los compran por separado y controlan la calidad) y haciendo una sola cosa muy bien (café). Sin ser más caras que las cafeterías de siempre, ambas han tenido éxito y ampliado local. En Londres, Honest Burgers (de hamburguesas sencillas con carne buena) abrió en 2011, probó el modelo, funcionó y ha “escalado” hasta el noveno restaurante, uno en cada barrio con público potencial de la ciudad.

En Estados Unidos, Hipster Business Models analiza con detalle la economía ‘food truck’ y ve también la metáfora tecnológica.

“Igual que la caída del coste de crear una web o app bajó las barreras de entrada en la industria tecnológica, los camiones de comida permiten a los aspirantes a chef poner sus creaciones frente al consumidor sin barreras financieras”.

Cuando alguien habla de ‘hipsters’ suele mencionar estos productos. Desde el lado de la oferta, y a diferencia de muchos bienes digitales, otro punto destacable es que son productos por los que alguien paga dinero.

Lo reconozco: se me escapa el odio al hipster. ¿Es porque es joven? ¿Porque compra lo que le gusta? ¿Porque se busca la vida? No veo ni superioridad intelectual, ni imposición cultural, ni burbuja de financiación (como en tecnología), ni relevancia (en España) más allá de un par de barrios de Madrid y Barcelona. Tampoco que el modelo de consumo que tanta rabia da sea nocivo, sino más bien todo lo contrario (bici antes que coche, producto artesanal antes que industrial, expansión tranquila antes que plantar cinco Starbucks en cienmetros). Ayer tomé cerveza artesana en Berlín y lo único criticable era que, por su decoración, el bar podría estar en Londres, Nueva York, Barcelona o Madrid: la estética se ha homogeneizado y mucho de lo que llaman hipster ya no es genuino (nada que no hagan las multinacionales con peor calidad). Pero ésta es otra historia.

Dice Elena que todos llevamos un poco de hipster dentro. Yo de momento me quedo con una de las ideas de la introducción.

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