Sobrecarga informativa

Cómo no perderse dentro de una red infinita de contenido

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6 min readMay 24, 2021

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Cecilia Serrano Núñez

Con la transformación de los medios de comunicación y el auge de las plataformas digitales, muchas veces nos vemos inmersos en un sistema de información que nos sobrepasa. La ilusión de que estaremos al día si seguimos deslizando la pantalla nunca se ve satisfecha, y nuestra capacidad para elegir qué vale la pena leer se ve constantemente rebasada. Quizá es momento de hacer una reflexión sobre cómo consumimos información y dónde ponemos los límites.

Hoy en día, es casi imposible no saber lo que está pasando alrededor del mundo. El problema se ha vuelto el llegar a saber demasiado. O, mejor dicho, demasiado poco acerca de demasiadas cosas. La información es poder, pero ¿qué pasa cuando no tenemos el poder de decidir lo que leemos? La información nos llega por todos lados, a veces sin buscarla; y si no llega, es muy fácil encontrarla. Toda la información está al alcance de nuestras manos. Y solemos querer tener la última actualización de todo lo que pasa. Alguna vez podemos contrastar lo que aprendemos con fuentes oficiales. Pero en varias ocasiones no sabemos cuáles son estas. Y es así como terminamos compartiendo rumores u opiniones con la misma facilidad que decretos gubernamentales.

No es nada fácil ir en contra de los beneficios de estar informados. Podríamos preguntarnos, tal vez, si es posible no estarlo. En cualquier caso, ¿sería deseable permanecer en la ignorancia? Lo que parece evidente es que estamos inmersos en una red que nos lleva a la saturación. Estamos constantemente sobreexpuestos y tenemos más información de la que queremos o podemos procesar. No sabemos qué hacer con ella, ni siquiera nos lo planteamos. Además, esta vorágine de la que somos parte tiene efectos psicológicos y sociales. No está claro si somos consumidores, productores o simples víctimas.

De la democratización a la hipercomercialización de la información

La promesa democrática que llegó con internet fue en gran parte el acceso a la información para todos por igual. Esta apertura prometía ser una herramienta de empoderamiento ciudadano. El contar con más información, al alcance de todos, se presentaba como la pesadilla de cualquier dictadura. Sin embargo, la realidad ha llegado a mostrarnos que contar con mayor cantidad de contenido no necesariamente termina traduciéndose en acciones concretas, o en una participación política más robusta. Creemos que controlamos la información que nos llega; y que nos pertenece. Pero, ¿a quién va dirigida realmente?

Photo by Waldemar Brandt on Unsplash

No nos engañemos: informar siempre ha sido un negocio. Sin embargo, previo al despliegue de internet, los medios tradicionales generaban contenido para un número limitado de lectores. Buscaban, sobre todo, aumentar el número de compradores o suscriptores. Ahora, los medios de comunicación están abocados a generar contenido para un universo digital que se hace infinito, siempre en constante actualización. El objetivo no es informar al lector sino más bien intentar no perderse entre la inmensidad de contenido.

Los diarios han triplicado el número de publicaciones. Antes tenían que decidir qué valía la pena publicar y qué se quedaba fuera. Esto sin olvidar cuáles eran las noticias más importantes. En definitiva, les tocaba discernir, y por tanto discriminar. Tenían la responsabilidad de elegir. Ahora la preocupación no es elegir el mejor contenido sino producir con cada vez mayor velocidad; y obtener más clics. ¿Quién decide entonces lo que es relevante?

¿Sálvese quien pueda?

Los nuevos medios de comunicación e información representan un reto global. Al ser un sistema compartido, la acción individual no basta. Probablemente, que una persona utilice o no las redes sociales no cambia nada. La manera de informarse es una cuestión que afecta a toda la sociedad. Pero también es cierto que los efectos de la tecnología configuran directamente nuestro día a día. Y que nuestras decisiones nos afectan a nosotros y a nuestro entorno.

No tenemos toda la culpa de estar saturados de información. Cuando hay un problema estructural y generalizado, no podemos asumir toda la responsabilidad. Pero esto nos lleva a un juego donde nadie tiene incentivos para moverse unilateralmente. Ni las plataformas dejarán de vender o innovar, ni los medios van a dejar de producir contenido. Y nosotros tampoco vamos a dejar de consumirlo.

Lo queramos o no, somos parte de este sistema. Y aunque hay algunos que sostienen que se puede estar fuera, hay otros — más realistas — que consideran esa opción como algo ficticio. Que no podemos “elegir” no formar parte de la sociedad en la que vivimos. La tecnología y los nuevos medios de comunicación son parte de nuestro día a día; y no se puede configurar la sociedad fuera de esto. Entonces, ¿cuál es la mejor manera de estar dentro?

Información: una cuestión de elección

Si antes los medios discernían por nosotros, ahora nos toca a nosotros no perdernos por completo en un mar infinito de información, y contar con las herramientas y el valor para elegir.

“La vida es breve y la información inacabable: nadie tiene tiempo para todo. En la práctica, nos vemos generalmente obligados a optar entre una exposición indebidamente breve o ninguna exposición. La abreviación es un mal necesario…”
— Aldous Huxley, 1958

Saber cómo discriminar y a qué renunciar, decidiendo qué es lo importante y sabiendo cuáles son nuestras motivaciones. ¿Por qué leemos algo en vez de otra cosa? ¿Qué vamos a hacer con esa información?

  1. El primer paso es identificar el propósito de la búsqueda y entender mejor cómo consume uno la información: si es por curiosidad, si es por un afán de conocimiento o de aprendizaje, o si se hace por compartir, por comprobar o reafirmar. También hay que considerar si la búsqueda de información se traduce en alguna acción o interacción concreta, o si simplemente termina siendo un consumo pasivo y automático (o una manera de pasar el tiempo).
  2. En segundo lugar, contrastar. Está claro que no se puede leer todo. Tampoco es posible confiar — ni desconfiar — de todo lo que leemos. Tenemos que ser honestos con nosotros mismos; y si nos creemos fácilmente un tipo de información o una postura, vale la pena buscar la posición contraria. Si leemos constantemente una fuente particular, podemos revisar de vez en cuando una fuente diferente. Así nos aseguramos de que no estamos viendo solo lo que queremos ver.
  3. El tercer paso, y el más importante, es elegir. No quedarse solo con las recomendaciones, o decantarse por las reproducciones automáticas de la plataforma. Hay que elegir lo que se ve, renunciando a muchas otras cosas. Seleccionar intencional y críticamente es clave.
  4. El cuarto paso es reflexionar. Es importante no pasar al siguiente artículo si no se ha pensado bien sobre el que se acaba de leer. Hay que asegurarse de que uno sabe qué es lo que acaba de ver. El contar con más información puede llevar a una menor implicación, e incluso a una mayor indiferencia de lo que está pasando. Esto se da en parte porque como siempre hay algo nuevo que nos queda por leer, no hay momentos para la reflexión ni el pensamiento.

Una última reflexión: en un mundo donde la información que consumimos sobrepasa la que podemos procesar, urge pararnos a mirar con más detenimiento. Salir. Ver lo que tenemos cerca, conocer bien nuestro entorno, la problemática local, hablar con nuestros vecinos y amigos. Ante todo, hay que evitar el quedarse sólo en un mundo digital para saber mejor lo que pasa a nuestro alrededor.

Photo by Chang Duong on Unsplash

Cecilia Serrano Núñez es doctoranda en Sociología en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra| LinkedIn

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