Pensando y Soñando

Esgrid Sikahall
Vestigium
Published in
10 min readSep 30, 2020

¿No les pasa que los sueños los dejan «tocados», pero aun así a veces no podemos recordarlos? Este pequeño intento de reflexión fenomenológica busca distinguir entre la experiencia de soñar, y la experiencia de pensar.

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Pensar

Empecemos con lo fácil… pensar. Siendo un perenne neófito de la filosofía —así que que no se me tome muy en serio—, creo que si queremos entender la forma en que habitamos la realidad concreta no hay mejor lugar para empezar que Platón. Ahora bien, hay mucha literatura que a Platón le encanta sistematizar y termina hablando de sus «doctrinas» como que fueran los mandamientos de Moisés. Lo que se olvida es que lo que tenemos de Platón son abrumadoramente diálogos y que, como se ve en su séptima carta, él mismo piensa que escribir es crasa forma de hacer filosofía, precisamente porque separa el lenguaje de su ambiente natural —el diálogo hablado— y lo «fija» como que, de nuevo usando al pobre Moisés, estuviera grabado en piedra, dando lugar a presunciones de grandeza en conocimiento y aires de mucho saber; actitud totalmente contraria a la filosofía. Si algo me ha enseñado Gadamer es que a Platón se lo lee como leemos obras literarias, y precisamente así Platón mismo se critica así mismo y propone, exagera, no sistematiza sino casi que improvisa y a través de todo este baile dialógico nos lleva a pensar.

Escultura de Sócrates, del cuello hacia arriba. Probablemente del siglo primero, con barba relativamente larga y densa.
Escultura de Sócrates probablemente del primer siglo. By Sting, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3569936

En defensa del pobre Moisés, debemos decir que de Platón estamos hablando de una figura histórica que escribe diálogos. De Moisés hablamos más que de una figura histórica, de una figura literaria, de tal forma que las historias en el pentateuco se leen como uno lee (por ejemplo) el Señor de los Anillos, excepto que en el caso Mosaico las historias están basadas directamente en eventos históricos cuyas exposiciones están contadas como las vemos en el pentateuco y por lo tanto nuestro acceso «histórico» a estas historias bíblicas es a través de la narrativa literaria. Tal vez la mejor comparación sería Sócrates (ver su imponente rostro arriba) y Moisés, precisamente porque el Sócrates que conocemos es una figura literaria creada por Platón, basada directamente en una histórica persona que no podemos separar de la figura literaria, porque el acceso que tenemos a ella es a través de los diálogos platónicos, tal y como el acceso a Moisés es a través de las narrativas en los libros del pentateuco. Es por ello también que a pesar de la crítica bíblica desarrollada formalmente desde el siglo XVIII, y a pesar del fundamentalismo cristiano, las narrativas bíblicas tanto como los diálogos platónicos serán siempre fuentes filosóficas fértiles. (Exhalando profundamente… fin de desvío hermenéutico).

Escultura de Moisés del siglo XVI. Curioso ver sus cuernos — la iconografía y arte occidental lo concibió así dada la Vulgata, donde el brillo de lo glorioso de su rostro (cuando baja del monte con las tablas de los diez mandamientos en el libro de Éxodo) se tradujo como teniendo cuernos. By Jörg Bittner Unna — Own work, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=46476441

Bueno, regresando al pensar, sí, creo que Platón es elemental. La razón, desde mi tremenda ignorancia, es que describe cómo es el pensar tan atinadamente que lo hace increíble. Lo que denominamos real es lo que él llama «forma» y tal vez hoy nos cuesta pensar en «ideas» como él lo pensaba, aunque siento que exageramos la diferencia. Para Platón, y creo que tiene razón, las formas son la manera en que entendemos «lo real», de modo tal que paradójicamente podemos reconocer un perro sin poder describir con exactitud qué es un perro. Que toda descripción se «queda corta», indica que, como dijo una vez Michael Polanyi en su libro The Tacit Dimension, «podemos saber más de lo que somos capaces de expresar» (we can know more than we can tell). La idea de un perro está en todos los perros, pero no se debe confundir con ningún perro en específico ni con la descripción que tengamos de él. El exceso de descripción —que la forma sigue dando de sí— es como la forma «emana», de modo que no importa cuánto yo exprese sobre ella, siempre sucede que mi descripción se queda corta (no es exhaustiva, a la Polanyi) y a la vez es de alguna forma inadecuada (siempre podría decir más).

Hablando con las personas me he dado cuenta que depende mucho de nuestras personalidades, pero creo que siempre que hablamos y pensamos lo hacemos en en el mundo real —ese mundo de las formas— y únicamente cuando hay algo directamente tangible regresamos a lo inmediato y concreto de esa realidad (para luego volver a las ideas). Por ejemplo, si empezamos a hablar de una taza, algunos podrán tener alguna imagen especifiquísima en mente, algunos más o menos, y algunos para nada, pero si hablo de esta taza y de un pequeño rayón o decoloración, de alguna manera esta concreta taza ensancha la idea de la taza que tenemos sin que la idea de taza se agote debido a esta taza en particular.

Por eso la idea como tal —sigamos pensando en nuestra tacita— solamente se contempla, o sea, uno participa en la idea de taza y cuando inicia a describirla o a pensarla de otros modos la idea como tal se esfuma porque de alguna manera ya la estamos concretizando. Por eso «lo real» para Platón son las ideas, pero esto no implica un craso «idealismo» que no tiene que ver con la realidad, sino que las ideas, o sea las formas son la manera en que la realidad se nos presenta, como la pensamos y como la vivimos. En mi artículito anterior hablé un poquito de las formas y los eventos, y aquí viene a colación porque la forma platónica participa con la apariencia (o sea con cómo las cosas nos impactan nuestros sentidos o los «eventos») así como la taza de la que hablé (con el rayón o decoloración) ensancha la idea de «la taza». De este modo nadie vive puramente en el mundo de las formas porque vivimos ensanchando las formas a través de los eventos. O como dijimos en aquel artículo, vivimos como formas eventicas, tal como Carlo Diano nos enseña.

Algo chilero de esto es que «pensar» bajo esta descripción no es irme a otro mundo sino es, básicamente, vivir una vida examinada (como Sócrates de acuerdo a Platón en su Apología dijo en su juicio en donde lo condenan a muerte: una vida no examinada no vale la pena vivirse). Yo entiendo esto como una vida vivida en el presente, o sea, una vida donde pongo atención a lo que está frente a mí.

Soñar

Ahora entro al terreno más desconocido (fenomenológicamente hablando). No he leído a Carl Jung u otra gente que le entre a los sueños con todo, además, lo que me interesa no es tanto el significado de los sueños, sino cómo la experiencia de soñar difiere de la de pensar. Lo primero que se me ocurre es que cuando hablamos de soñar hablamos de varias cosas que no parecen relacionarse tanto. Una, obviamente, es el mundo de los sueños al que entramos cuando dormimos. Otra, aunque se describe similarmente, no tiene que ver directamente con dormir sino con visiones de mi vida que parecen imposibles pero que de alguna manera se conectan con mis deseos íntimos (sean estos virtuosos o viciosos). Por eso puedo decir que «en mis sueños» voy a ir a tal o cual lugar, o que «ni en mis sueños» voy a poder hacer esto o aquello. Es bien curioso que hay tipos de sueños (no de esperanzas futuras sino de los que suceden cuando dormimos) que sentimos más cerca: las pesadillas. Preliminarmente siento que las pesadillas son más reales porque surgen de miedos o de experiencias que definitivamente sentimos que queremos evitar (aunque pueda que nos atraigan). Incluso, cuando me despierto, el pecho me palpita y todavía sigo casi que gritando o huyendo corporalmente de lo que sea que soñé.

Noto estas similitudes del sueño de esperanza y el sueño de dormir porque creo que, aunque no parecen similares, comparten un auge nuboso en el mundo real —se basan siempre en la realidad— pero les falta claridad y tal inseguridad indeterminada de su realidad es parte del sueño. De nuevo hacemos énfasis en que hay sueños que parecen totalmente reales, difiriendo así los sueños de dormir de los sueños de esperanza. Ya mencionamos las pesadillas, cuya realidad es innegable precisamente porque el miedo nos avisa que esto no es broma, pero también hay sueños como caerse o volar, donde se siente igualmente real que caer o volar. El de la caída me parece similar al de las pesadillas porque igual me despierta. Como que el despertar —evidencia de su realidad somnológica— les da paradójicamente a estos sueños el sello de realidad o verdad.

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Lo que más quería pensar, y tal vez puedo conectarlo con lo pesadillezco de los sueños como sello de su realidad, es lo que mencioné al inicio: cómo nos dejan «tocados» pero al correr detrás de ellos, estilo el correcaminos y el coyote (¡bip bip!), se nos escapan. Algunas veces he podido alcanzarlos, incluso dormirme de nuevo y seguir soñando, como si fuese una secuela, pero últimamente solo sé que algo loco pasó, que me asusté, que me confundió o saber qué onda.

¿Cómo me ayuda esto a describir fenomenológicamente el soñar? Bueno, tal vez no esté tan relacionado, pero es crucial la temporalidad del sueño. La cosa que estoy tratando de recordar es como una película, y las películas están tan in our face que se nos olvida que qué cosa más extraña es una película. Una película, tal y como una historia, es un resumen temporalmente comprimido de algo cuya temporalidad «real» es totalmente diferente, casi que independiente de la temporalidad de la historia. En un par de párrafos (como en un par de horas) podemos contar la historia de la vida entera de algún Juan Pérez ¿Qué tipo de tiempo es este? El tiempo mítico de las historias es compartido por los sueños, pero al mismo tiempo —y esto sí que saber qué significará— nuestra experiencia es que cerramos los ojos a la hora de dormir y pum, en un chasquido de dedos, abrimos de nuevo los ojos y estamos ya medio bolos despertándonos horas después. Esto me recuerda aquella película, no sé si la han visto, Despertares. El pobre cuate, cuando se despierta (spoiler alert), no entiende que, en vez de haberse ido a dormir y levantarse unas horas después, se «levanta» décadas después, de modo que ni siquiera se reconoce él mismo en el espejo.

Entonces, un aspecto fenomenológico crucial de nuestros sueños es su discordante temporalidad —el sueño en sí es como película, así que su duración como historia es irrelevante, lo que importa es lo que sucede, o sea, los eventos. Ahora bien, otro aspecto que no se puede desconectar, como ya vimos, es que si bien la temporalidad del sueño (o sueños) es irrelevante, cuando despertamos sabemos dos cosas: que en un chasquido me dormí y me desperté. No hay tiempo experimentado fenomenológicamente hablando, y a la vez sé que ese antes y después que el sueño habita tiene su propia temporalidad y sus propias reglas; no lo puedo pensar o construir porque tiene su propia vida, relacionada a mí, pero para nada controlada por mí. Llamémosle temporalidad externa y temporalidad interna. La externa es la inexistencia de la temporalidad consciente durante nuestros sueños: me duermo y levanto y en un instante pasamos de noche a día. La temporalidad interna de los sueños se basa en los eventos del sueño mismo, independiente de que en el mundo consciente yo no experimento temporalidad.

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Pongo esta fotita con un reloj y con el sol escondiéndose porque creo que si pensamos tiempo = reloj no entendemos nada. El reloj, las agujas o los números digitales cambiando cada segundo, habla del tiempo del hombre moderno, pero en realidad sólo lo hace porque describe (pobremente) lo que en realidad describe el tiempo para nosotros: el día y la noche, el dormir y el despertarse, la niñez y la vejez, el aspirar y el exhalar, los eventos especiales, difíciles, traumáticos, la siembra y la cosecha, las estaciones del año, el nacimiento y la muerte, la luna, el sol y las estrellas, la salud y la enfermedad, las generaciones de nuestras familias, y así… El tiempo no es lo que sea que las ecuaciones digan, sino al revés, las ecuaciones están bien o mal en la medida en que, sea lo que sea de loco que digan, va de acuerdo a los hechos irrefutables de nuestra experiencia. (Cosa aparte es la crasa tendencia moderna de mucho científico o de mucho fan científico que por el hecho de que a través del desarrollo científico moderno termina pensando que lo mesurable con regla es lo que es cierto y no la vida real).

Soñar pensando y pensar soñando

Obviamente todo está mal —pensar es siempre tratar de estar menos mal (o si somos positivos por naturaleza, pensar es buscar el bien)— pero si nos entretuvimos, se me ocurre que bien que nos hace bien ponerle un poco de sueño al pensamiento y un poco de pensamiento al sueño. Me sucede mucho que me quedo así como dicen «soñando despierto», así que ¡nos animo a hacerlo! Es tan rico ponerle sueño al pensamiento, o como también le llamamos, imaginar.

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Y también —y esto me cuesta mucho— nos animo a ponerle pensamiento al sueño, o sea, agregarle un poquito de atención a la vida misma ¡a ese instante que no existe (como el sueño), pero que bien que existe y lo sabemos en el fondo! Soñemos pensando y pensemos soñando, tal vez así el «toque divino» del sueño nos acompañe al mundo de los vivos, y notemos así como la vida misma puede ser un continuo despertar.

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Esgrid Sikahall
Vestigium

Understanding first and then everything else. Sure. How?