Por orden de los Peaky Blinders

¿Es posible acceder al mundo de la clase acomodada? Quienes están allá arriba ¿aceptarán a la gente «vulgar», mestiza, que vivió entre el humo y las ratas?

Mariano Eloy
Vestigium
11 min readMay 31, 2018

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Además de las ganas de ser gitano, la de arriba fue la primera pregunta que me quedó dando vueltas luego de terminar de ver esta magnífica serie. Y eso me disparó a vomitar estas líneas sin demasiado orden ni sentido. No esperen una reseña ni nada parecido, de hecho, no esperen nada. Si la vieron, quizás les parezca interesante lo que vomitaré, y si no la vieron espero que esto les dé ganas de verla, porque vale la pena.

La promesa de ascenso social existe: nos dicen que con el esfuerzo y el trabajo duro todo el mundo podría tener una mansión y vivir una vida de lujos exorbitantes como nos muestran por la tele, revistas, o vemos por ahí, en sus diferentes grados la desigualdad social. Pero remarco el «supuestamente» porque la mayoría sabemos o intuimos que eso es una ilusión, una mentira para mantener la esperanza.

Hoy en día, al menos en Buenos Aires, se habla despectivamente de «piojos resucitados», o se usan frases como «el mono aunque vista de seda, mono queda» (o algo horrible por el estilo). Claro que estas frases son el producto de la ideología dominante, las pronuncie alguien que pertenece a la clase acomodada, o alguien de la misma clase trabajadora con enojo o envidia hacia quien parece que llegó un poco más lejos. «La clase se reserva el derecho de admisión», podríamos decir, ya que sin dudas se lo reservan.

Otras personas, dirán que quien busca ir «más lejos» es un traidor de clase, alguien con deseos de «ser lo que no es», seducido por los lujos y comodidades de quienes no tienen que vender su fuerza de trabajo por monedas, ni soportar la opresión y la injusticia día a día, a cada paso en cada esquina. Y también será la ideología dominante la que hable en esos casos, porque se acepta que ciertas cosas no hay que ni siquiera desearlas, ni imaginarlas. Sencillamente no te corresponden por un tema de sangre, género, raza, apellido, clase (el orden de los factores no altera el producto).

El poder y la lucha de clases

Y sin dudas el mundo se maneja así, pero ¿qué pasa cuando alguien desafía ese mundo? ¿Qué pasa cuando efectivamente se lo pone en jaque, y a punta de pistola se toma por asalto una parte de ese mundo? ¿No será que así, la clase acomodada, tiene los privilegios que tiene? ¿No será que a punta de pistola la clase oprimida continúa oprimida? Por lo general la pistola existe, pero incluso cuando esta no está presente también la vemos, sabemos que está ahí latente aguardando quien busque desafiarla para pisotearte con sus botas y recordarte que está firme, que si quiere te aplasta.

Pero ¿no será que el poder además de estar en una pistola, un rey o un presidente, está en tu vereda, en tu vecino, en tu casa? El Estado se supone monopoliza esa violencia, pero ¿qué pasa cuando ese monopolio no existe y es — en los hechos — una disputa entre varios grupos que ansían el poder? ¿O será que justamente ese pretendido monopolio nunca llega a ser tal y el poder está en disputa eterna y permanente? ¿Esa disputa es el poder?

Y cuando ese poder logra ese pretendido monopolio, o mejor dicho, cuando ese poder es el «oficial», el legal, el legítimo… el que es bien visto a los ojos de la gente hecha y «derecha» que confía en el sistema, de la gente de bien, la gente decente, ¿cómo se construyó ese poder? ¿Por las buenas pidiendo por favor, con educación? ¿De dónde salen las figuras políticas que conocemos? ¿Cómo mantienen su poder? ¿Cómo llegan a ser lo que son, cómo llegan a dar el primer paso? ¿Cómo acceden a esa posibilidad de encarnar el poder legítimo? ¿Quién dijo que esa gente es la buena y los delincuentes los malos?

Si la clase se reserva el derecho de admisión… cuando alguien parece que llega a la clase acomodada, ¿cómo llega hasta allí?

Las marcas de la guerra

«En pleno sombrío invierno, el gélido viento parecía gemir, La tierra estaba dura como el hierro, el agua como una piedra; había nevado, nieve sobre nieve, nieve sobre nieve, En pleno sombrío invierno, hace mucho tiempo».

Las guerras no son cualquier cosa. La guerra es permanente, sino no habría ejércitos ni policía, aunque las guerras que más recordamos son entre países, entre naciones. Las que fueron el punto máximo de conflicto entre las distintas clases dominantes mediante sus instrumentos: los Estados y sus ejércitos. Nos hacen creer que son entre pueblos, porque los pueblos quedamos reducidos bajo esos Estados. Tanto en la época feudal, con las monarquías, con los nacientes Estados y con los actuales.

Allá gitanos, judíos, irlandeses, ingleses, italianos. En otros lados son reducidos a «latinos», «negros» u otra cosa. O los diversos pueblos que vivían en todo el continente americano antes de que fueran conquistados, esclavizados y diezmados. La constitución de un Estado, bajo una bandera, un himno, una historia, es la reducción de todos esos pueblos en una nueva nación. Aunque un Estado se presente como respetuoso, diverso, pluricultural, el poder siempre se concentra en un grupo y quiere expandirse: los Estados son imperialistas en su esencia.

Y en la guerra mueren principalmente pobres, trabajadores, jóvenes sean de la etnia que sean (aunque hay siempre muertes que parece que importan menos que otras). Y las marcas de esos horrores viven para siempre en la vida de quienes sobreviven, si es que deciden seguir viviendo, o mejor dicho, si pueden seguir viviendo.

Ciudades que pierden generaciones enteras, barrios diezmados por completo el mismo día. ¿Cómo sobrevivir a eso si te toca volver? Dicen que luego de eso, todo tiempo vivido es un regalo, es tiempo que no se supone vivirías, y que por lo tanto podés usar como quieras. Luego de una experiencia como esa, la libertad es total, el mundo está ahí para intentar lo que se quiera, nada puede ser peor que lo vivido en un túnel húmedo y oscuro bajo una trinchera enemiga a punto de colapsar y enterrarte para siempre junto a tus sueños. Y del otro lado del túnel hay otra pobre gente acorralada en la misma horrible situación. Matar o morir. ¿Cómo se sale de este túnel?¿Cómo se vuelve de eso?

Y el resto de tu familia que quedó en tu ciudad, principalmente mujeres y niños, no tienen otra que seguir adelante, y quienes pueden siguen. Y quienes no, quedan en el camino de una sociedad devastada. Y las fábricas se llenaron de mujeres por primera vez, para reemplazar a los hombres que nunca volverían a esas fábricas, y esas mujeres tampoco serían las mismas nunca más, ni la sociedad tampoco.

Las armas y la revolución

Las armas son la diferencia. Quien tenga las armas (y las mejores armas) será quien tenga más posibilidades de hacerse con — y ejercer — el poder. Dicen quienes saben que el poder no se tiene, sino que se ejerce, y para ejercerlo parece que las armas son importantes. Si me permiten hacer un salto a otra serie que trata estos temas, decía Petyr Baelish intentando intimidar que el conocimiento es el poder, y Cercei Lannister — dando ordenes e su guardia personal — le contestó que el poder es el poder: las armas son el poder si tenes gente dispuesta a usarlas. Aunque por supuesto, no siempre alcanza sólo con las armas, y también se puede tener Poder sin tener armas (hasta que alguien que sí tenga armas te busque, y te encuentre).

Haber peleado en esa guerra además les aportó a quienes lucharon en ella un respeto mutuo por sus camaradas, dejando de lado diferencias locales al estar codo a codo en ese horror, lejos de casa. Ese respeto — y la correspondiente falta de él hacia quienes no estuvieron en ese infierno — además vino acompañado de una experiencia y un conocimiento sobre armamento y combate que será muy útil para hacerse con el poder real, con el control de un territorio y, por supuesto, los beneficios económicos producto de ello.

¿Cómo hacemos para conjugar una guerra mundial con el internacionalismo? Podríamos destacar a quienes desde un principio denunciaron que no estaban dispuestos a ser soldaditos de quienes están arriba y se negaron desde un principio. En este caso el tema no se trata. El nacionalismo y el odio por el falso enemigo parece haber triunfado; aunque el odio por el verdadero enemigo, por quien está arriba en tu mismo país, quien te explota de verdad, quien te manda al muere, parece haber triunfado. Eso quizás podríamos considerar: las guerras nos sirvieron de aprendizaje para darnos cuenta que el verdadero enemigo no es la persona extranjera, sino que está más cerca de lo que el nacionalismo está dispuesto a reconocer.

Entonces… las armas. Imaginen un cargamento de armamento pesado que por error cayera en las manos equivocadas. ¿Qué sentiría el poder «legítimo» sabiendo que alguien en algún lado tiene ese cargamento? ¿Que alguien tiene la posibilidad de disputarle ese poder que dicen que les pertenece? La historia la escriben los que ganan, y generalmente ganan quienes tienen las armas.

Estado. Guerra, tomar el poder, armas. Y todavía no hablamos de comunistas y proletariado. Aunque ya hablamos de clase acomodada y clase oprimida. Ya hablamos de traidores de clase. Guerras mundiales, millones de muertes, masacres... ¿qué más es necesario para que estalle la revolución? Millones de personas se han hecho la misma pregunta y se la siguen haciendo en este mismo instante.

Birmingham después de la Primera Guerra Mundial era un lugar bastante probable parece. Explotación, miseria, opresión, trabajadores organizándose, agitación… pero claro, también está la policía, el ejército, los esquiroles, los traidores de clase y los capitalistas, que a veces son todo eso junto, y a veces no está tan claro. Y en el medio — otra vez — los recuerdos de la guerra en Francia siempre presentes, relacionados con todo, atravesando la memoria aportando sentido de injusticia y desigualdad a cada suceso de su vida.

Imaginen un bolchevique que — al igual que todos — estuvo en la guerra y habla frente a los trabajadores luego de una rebaja de salario. Están enojados, cansados, hartos… ¿Podría decir algo así?

Camaradas, hoy estamos aquí para votar sobre la huelga. Pero antes de levantar la mano para eso, levantemos la mano todos los que luchamos en Francia. Todos los que estuvieron al lado de sus compañeros y vieron a sus camaradas caer. Levanten sus manos. La sangre derramada en los campos de Flandes. El sudor de sus cejas. ¿Quién cosecha las recompensas? ¿Es usted? ¿Son sus esposas? ¿Quién entonces? ¿Están entre nosotros? ¿O se sientan en casa, cómodos, con el estómago lleno, mientras vos raspás para encontrar lo suficiente para poner comida en el estomago de tus hijos? Y, ¿cuál es la recompensa que te ofrecen por tus sacrificios? Un recorte en tu salario. Esa es tu recompensa. ¡Levanten la mano todos los que quieran huelga!

Huelga general. Las fabricas paralizadas. La policía evitando reuniones de más de tres personas. Los traidores de clase que se aprovechan de la situación, conscientes o no. El «sálvese quien pueda». El miedo que empieza a recorrer las venas de quienes siempre tuvieron tranquilidad, la amenaza de un cambio radical que derrumbe privilegios (o los reemplace), del contagio de otras tierras, de un fantasma que recorre Europa y dice que se tiene que acabar la explotación.

El whisky y el tabaco

Porque le prometí a alguien que cambiaría el mundo.

Yo no lo prometí, pero sí lo pensé muchas veces. Un amigo cuenta con orgullo que una de las primeras veces que conversamos coincidimos en ese deseo: ¿Y vos qué querés hacer? — «Yo quiero cambiar el mundo», dice que le dije. La verdad no me acuerdo pero tiene sentido y no me molesta haberlo dicho, al contrario.

Parece que al final somos varias las personas que queremos eso, y sospecho que hay muchas que también lo quieren, pero no saben que lo quieren. Lo cierto es que la vida es una sola, y eso parece que hay personas que lo tienen claro. Y parece que no hay horario para tomarse un vaso de whisky, y que si no tenés un cigarrillo en la mano no sabés qué hacer con ella.

El alcohol desinhibe a la gente, y nos hace olvidar toda esa mierda por unos breves instantes, mientras podamos pagarlo hasta que el cuerpo aguante. Imaginen que está prohibido, que hay ley seca. Negocio redondo para quien pueda hacerse con él. Nada nuevo, una linea que recorre la inmensa mayoría de la historia que conocemos, y sobre todo con el desarrollo del capitalismo y su necesidad constante de nuevos mercados.

Otra vez, parece que en Birmingham estaban de acuerdo con este tema. A la mañana, a la tarde y a la noche. Nada mejor que reunirse en algún pub como «The garrison» luego de la extenuante jornada laboral, para desmayarse y terminar en el piso y olvidar por un momento la guerra o el trabajo o la pobreza, o las tres cosas.

Y las pesadillas. Los temblores. El insomnio. Hay que moverse, hay que ir para adelante, siempre estar un paso adelante o ¡pum!… se acabó. ¿Y qué pasa en esas cabezas?, ¿en qué piensa esa gente? No lo sabemos porque quizás ni esa gente lo sepa. Lo va descubriendo luego de cada golpe, en el camino, a último momento o quizás con mucho tiempo, quizás siempre lo supieron, quizás toda persona siempre lo sabe pero se olvida o no sabe que lo sabe.

Mentes retorcidas, discursos épicos, gritos, personalidades complejas que se salen de la linealidad y por eso nos desconciertan, nos interesan. Conversaciones que incluyen largos silencios, confesiones, oraciones sin terminar que no podemos encajar en nuestra vida cotidiana del 2018. Al menos yo, me pregunto: ¿Qué quiso decir? ¿Por qué no repreguntan? ¿Por qué no piden explicaciones? Y, bueno, claro… así no se escriben los guiones. O quizás estas personalidades complejas son mucho más simples de lo que pensamos y quienes la complican estamos del otro lado.

Además, somos contradicciones a cada paso que damos. Intentamos no serlo y está bien, pero nacimos en este mundo y por más vuelta que le demos hay cosas que se nos escapan, y en lugar de sentir esa maldita culpa cristiana y moral burguesa, quizás haya que encarar la vida como lo hace Thomas Shelby. Por supuesto, sin la matanza de inocentes, de ser posible. Porque para bien o para mal, no creo que Thomas sea tan distinto a mucha gente que está en este mundo.

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