José Martín
Zozobran las palabras
3 min readSep 28, 2015

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El lenguaje mínimo

Es el lenguaje una capacidad de nuestra especie, pero necesita estímulos (aprendizaje) para desarrollarse. Por tanto, quedémonos entonces con el lenguaje como uno de los contenidos mínimos a enseñar: bien como concepto, como procedimiento o como actitud, expresado en términos curriculares. Pero sigue habiendo pegas. Principalmente las encontramos en la delimitación de lo que es suficiente o conveniente saber. Para explicarnos mejor, pasaremos a describir dos casos atendiendo a esa delimitación: Lenguaje comunicativo y lenguaje cuidado.

LENGUAJE COMUNICATIVO

Eusebio García es el director de recursos humanos de la delegación de una multinacional americana en España. A los cuatro años de trayectoria profesional en su empresa actual, habría que sumarle otros tres años de experiencia en recursos humanos en otras dos multinacionales y un año de MBA, tras licenciarse en psicología.

Es conocida su eficiencia y eficacia en su empresa y fuera de ella; ofertas no le faltan. Su prestigio se podría atribuir a su constancia, a su don de gentes y, sobre todo, a su perspicacia, todo lo cual ha contribuido a que su empresa goce de un envidiable espíritu de trabajo en equipo. Pero, sin duda, todo ello no sería posible si Eusebio no contara con su gran capacidad comunicativa dentro de un equipo que confía en él.

Las habilidades comunicativas de este directivo, sin embargo, no se deben precisamente a su respeto a la norma lingüística, ni mucho menos. Para él, lo más importante es “llegar al corazón desde la razón”, ese es su lema. Si nos fijáramos en el aspecto del lenguaje que mayor explota Eusebio, nos daríamos cuenta de que es el pragmático. De hecho, incluso en sus memoranda es frecuente encontrar omisión de tildes o incorrecciones de expresión.

LENGUAJE CUIDADO

Marisa Gutiérrez es directora de una agencia de publicidad. Es una creativa genial, pero últimamente no corren buenos tiempos para la agencia: en los últimos dos años ha caído el volumen de negocio un ocho por ciento. Pese a que Marisa y su equipo son personas competentes y dominan todo el proceso técnico de prospección de ideas, de estudio de mercado y de estrategias de producto, los clientes vienen optando por otras empresas competidoras.

Ante este bache, hace tres meses solicitaron la intervención de una consultora. Una vez terminado el proceso de assessment, las conclusiones a las que llegaron se pueden sintetizar en las siguientes: los principios de lenguaje audiovisual utilizados son aceptados por un sesenta y dos coma treinta y siete por ciento del target, con un índice de impacto superior al medio punto; sin embargo, el lenguaje verbal empleado solo logra transmitir las ventajas DAFO en poco más de quince campañas del centenar y pico realizadas en los últimos dieciocho meses.

Marisa es economista, dos de sus colaboradores son biólogos, tres son filólogos y una, filósofa. Todos comparten la pasión por el lenguaje. De hecho, tres de ellos se conocieron en un MBA y a partir de ahí empezaron a reunirse en torno a reuniones en las que se divertían componiendo retruécanos y otros juegos lingüísticos. Para ellos, el lenguaje es fundamental en todos sus niveles y se preocupan por su ajuste a la norma.

Pues bien, sin ser una consultora, esta es una de nuestras conclusiones: ¿Para qué es el lenguaje: para comunicar o para usarlo con respeto a la norma? ¿Cómo debemos enseñarlo entonces? La respuesta parece sencilla: enseñar el lenguaje de acuerdo a la norma pero favoreciendo su función comunicativa. Pero el quid es cómo llevarlo a cabo. ¿Sobra gramática en el currículo de la Enseñanza Obligatoria (Primaria + Secundaria)? ¿Se echan en falta técnicas de expresión corporal o dramatización, por ejemplo? Como casi siempre, ¿qué merece nuestra prioridad?

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