Danza con Kiwis — #02 — Última Semana

Este es el último jueves en Buenos Aires. Estrés y presiones están haciendo estragos en mi humor y debo decir que estoy bastante enojado, intolerante más que nada, apenas puedo caminar por las calles sin querer patear a todo el mundo fuera de mi camino.

Algunos se mueven muy lento, otros ni caminan, la gente hace ruido, los autos tocan bocina y cruzan en rojo. El rechazo que me genera este lugar es insoportable y camino por las calles esquivando a todos, casi sin poder pensar.

Esta sensación me asalta incluso en los momentos de calma, no es la primera vez que intento escribir algo en estos últimos días sin haber conseguido más que algunas reflexiones completamente irrelevantes, cada relectura me llenaba de más enojo por lo insípido de los textos que borré lleno de frustración.

Es tentador pensar que este ánimo de enojo general es producto del rechazo a un lugar que ya no soporto y que me demuestra a cada minuto, desde hace más de un año, que no es a donde quiero estar.

Pero en uno de estos picos de odio me refugié en un café y después de poner un par de temas de Franky Sinatra pude relajarme y escapar de la mentalidad de quien quiere encontrar la culpa de todo en lo externo. Es fácil mirar para afuera y pensar que el malestar que a uno lo inunda es culpa de los otros, pero me pregunto: ¿Nueva Zelanda será la solución a todo esto? ¿Es posible creer, con alguna semblanza de lógica, que uno puede encontrar paz y calma con solo ir a un lugar distinto? ¿Si te despertas en un lugar distinto a una hora diferente, podes despertarte como otra persona?

No soy el primero que postula esta idea. Me crucé con varios que quieren creer que alcanza con irse de donde están mal para encontrar felicidad… “uno es su ambiente y la gente con la que se rodea”. Y si bien este pensamiento tiene cierto grado de realidad no creo que sea algo tan determinante.

¿Si uno es un ser infeliz es posible encontrar la felicidad en un lugar o una persona?

La respuesta es una sola: No.

Estoy seguro que superada la sorpresa original del choque con un nuevo lugar no voy a perder tiempo para encontrar las grietas en la perfección que la gente imagina que impera en los países del primer mundo. Queremos creer que solo nosotros vivimos en un mal lugar y que afuera está todo bien. Me recuerda a mi ex novia que creía que solo nosotros peleábamos y que todas las parejas amigas que tenían eran fantásticas y vivían en perfecta armonía. Un buen día descubrió que no era así, todas las parejas pelean y todos los lugares del mundo tienen sus problemas, solo que nosotros tendemos a idealizar aquello que no tenemos (y ni hablar de lo que deseamos).

Así que pensar que todo este enojo y este malestar van a desaparecer mágicamente por irme a otro país es un pensamiento ridículo, el problema no es el lugar a donde estoy, el problema soy yo y nadie más que yo. Quizás un nuevo ambiente ayude a relajarse, pero si uno no soluciona los problemas que lo aquejan la infelicidad va a ser algo que no se va a ir sin importar a donde estemos.

Descartado el pensamiento mágico solo nos queda preguntar: ¿Y ahora qué carajo hago?

La gente no cambia, no importa cuánto hagamos, a cierta edad ya somos un bosquejo de cómo vamos a ser el resto de nuestras vidas, no creo que seamos capaces de ser otra persona aunque nos lo propongamos. Pero tampoco creo que eso tenga que ser una excusa para no tratar de hacer algo nuevo con lo que tenemos. Los instrumentos musicales pueden sonar de formas determinadas pero que se haga con eso va a depender de cada músico y nosotros somos los interpretes de nuestras vidas.

Así que con este nuevo comienzo que se avecina tengo la excusa perfecta para mirar hacia adentro y preguntar: ¿Qué cosas siempre quise hacer pero por falta de tiempo o miedo no me animé? ¿Qué desearía probar que no pude simplemente porque había organizado mi vida de una manera determinada?

Es mi idea partir de Argentina con la menor cantidad de cosas posibles, incluso viajar con una sola valija para deshacerme de todo lo que no sea elemental, quedar con lo más básico y nada más. Irónicamente, hace ya quince años, cuando me fui de Puerto Madryn para ir a vivir a Buenos Aires, mudé mi habitación entera: cama, escritorio, libros, todo lo que tenía.

Recuerdo que mi lógica fue: “las cosas que poseo me definen”. Hoy en día sigo un camino diametralmente opuesto, quiero tener la menor cantidad de cosas porque descubrí que las cosas que uno posee son como un contenedor que nos atrapa y nos petrifica: “Las cosas que posees terminan poseyéndote a vos”.

La próxima semana, a esta misma hora voy a estar a diez mil kilómetros de distancia, sin más posesiones que una valija y con todo por hacer, dependerá de mí volver a cometer los mismos errores o hacer las cosas distintas. Quizás no pueda cambiar la clase de persona que soy, pero va a depender de mí el hacer algo diferente con eso que no se puede cambiar.

La única certeza que tengo, en este abismo de incertidumbre, es que la oportunidad existe y eso es lo más importante, porque empezar algo nuevo es siempre la parte más difícil.

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