Escenario: las tierras salvajes antes de la invasión

Brasil In The Darkness
Brasil na escuridão
15 min readFeb 6, 2019

Por Porakê Martins | VERSIÓN EN PORTUGUÉS-BR | Traducción de Manuel Gayoso

En esta cuarta y últma parte de nuestro artícul especial proponiendo un trasfondo histórico para el escenario latinoamericano de Hombre Lobo: el Apocalipsis, nuestro anfitrión, el Sol Oculto de la Nidada del Pico de la Niebla, Jurandir “Niebla-sobre-las-Selvas”, finalmente habla de la parte oriental del subcontinente, donde hoy se encuentra situado Brasil. ¡Adelante!

A estas alturas, vosotros, cachorros impacientes que nacistéis en Brasil y que considerabáis ajena toda esa charla sobre imperios andinos y mesoamericanos, ya debéis estar aburridos, esperando conocer el pasado de las tierras salvajes de la parte oriental de Sudamérica, que terminó controlada por la corona portuguesa durante la mayor parte de la época siguiente a la invasión europea.

Vuestra paciencia será recompensada, pero es importante que recordéis que las fronteras de los países latinoamericanos actuales son una arbitrariedad reciente, apenas siglos en una historia que abarca miles de años para los pueblos nativos y millones de años para la mayoría de las demás criaturas que consideran esta zona su hogar. Las grandes civilizaciones urbanas, como los incas en las montañas andinas, los mayas en las selvas de América Central y los aztecas en las llanuras pantanosas en el extremo sur de Norteamérica, son una excepción en el pasado reciente del mundo, y no es distinto en Latinoamérica.

Desde el sur de México hasta la Patagonia, solía extenderse una densa cobertura selvática sobre millones de kilómetros, hegemonizando el paisaje de Ambalasokei. Selvas tropicales y subtropicales, pero también partes de bosques templados, bosques cerrados, caatinga e incluso desiertos. En la mayoría de esos territorios los pueblos humanos prosperaron sin necesidad de construir grandes centros urbanos. La mirada contemporánea suele referirse a ellos como bárbaros, salvajes y primitivos, y fue así también cómo los llamaron los colonos europeos, antes, durante y después de mostrarles el rostro blanco y civilizado de su propia barbarie, salvajismo y primitivismo.

Pero no me consideréis un viejo loco y amargado que idealiza el pasado. En el corazón de las tierras salvajes los pueblos nativos aprendieron a convivir en relativa armonía con la naturaleza, pero no por eso eran mucho mejores que los invasores llegados del viejo mundo, sólo eran un poco menos estúpidos que ellos.

Para un yanomami, aquí, en el interior abrasador de la selva tropical, o para un selk’nam en el gélido archipiélago de Tierra del Fuego en el extremo sur de la Patagonia, buscar una convivenia armoniosa con la naturaleza siempre fue una cuestión de simple supervivencia. Para estos pueblos nativos la tecnología y la ilusión del individualismo no se desarrollaron lo suficiente para alimentar la loca arrogancia tan habitual en la humanidad en estos días. Lo que tal vez se explique por la abundancia y exuberancia de la naturaleza local, con la presencia de especie vegetales nativas como el maíz, el frijol, la chia, la batata, la mandioca y el cacao, cuya semilla nos ofrece el chocolate que parece haber seducido el paladar de los humanos, así como una prodigiosa diversidad de peces y presas e incluso algunos animales domésticos como llamas y chinchillas para proporcionar pieles, carne y leche en el “Nuevo Mundo,” que en sus propios términos también podría ser descrito como un Paraíso.

Durante miles de años los humanos se inclinaron ante las fuerzas de la naturaleza y vivieron felices sus propias tragedias y conquistas, como ocurrió con todas las demás criaturas. Sin embargo, es verdad que mucho antes de la invasión europea el orgullo y la ambición de las civilizaciones urbanas en América Central y en los Andes les hicieron dirigir sus miradas a los pueblos del interior de la selva tratando de saciar su apetito por extender las fronteras de sus imperias, lo que trajo guerras, plagas y muerte.

Sin embargo, la división entre la América hispánica considerada civilizada y los pueblos considerados salvajes es mucho más tenue de lo que suele parecer a ojos modernos. Durante milenios los pueblos mesoamericanos, andinos y amazónicos mantuvieron intensos flujos de migración y comercio, compartiendo sangre, costumbres, lenguas, canciones, historias y sabiduría, no siempre de manera pacífica. Sí, las tierras salvajes ya conocían la guerra y el toque de la Destructora mucho antes de la llegada de los invasores europeos, la novedad fue la amenaza real de destruir ecosistemas enteros que llegó después.

La mirada extranjera, e incluso de la muchos habitantes ignorantes de la zona en la actualidad, suele ser incapaz de distinguir la inmensa diversidad de los pueblos nativos que la habitaban, y que todavía resisten en las tierras salvajes de Sudamérica.

Quienes en el mundo contemporáneo suelen ser llamados “indígenas”, jamás fueron un pueblo único, ni siquiera un único país, eran miles de pueblos, miles de naciones, con igual número de lenguas, dialectos y culturas tan diversas entre sí como las plantas que se pueden encontrar en una hectárea de selva.

La mayor parte de esta rica diversidad étnica y cultural desapareció sin dejar vestigios, sólo recordada por nuestra Mnesis y en algunas antiguas y raras canciones de los Balam. No se puede condenar el odio inmenso que domina el corazón de los jaguares ante el mayor genocidio que la historia humana ha contemplado. Cuando miramos atrás en el tiempo, muchos de nuestro propio pueblo comparten con ellos ese odio contra los Extranjeros del Wyrm y los Garou.

En estas tierras salvajes nosotros, los Bête, éramos reverenciados como intermediarios entre la humanidad y el mundo de los espíritus. Mokolé, Bastet, Ananasi, Ratkin, Nagah y Camazotz vivíamos entre disputas territoriales y largos períodos de paz, manteniendo una relación relativamente armónica y mucho más estrecha que la mayoría de las tribus humanas, aunque a primera vista mucho menos formal que la de las “Cortes de la Madre Esmeralda” en el Lejano Oriente, o incluso que el reciente Ahadi de Entoban.

La capacidad de los pueblos considerados tradicionalmente salvajes en el interior de la selva todavía sorprende hoy a los investigadores y arqueólogos humanos, como la habilidad para construir grandes caminos, los llamados Peabirus, obra de los pueblos indígenas de la rama lingüística macro-jê, que mucho antes de la invasión europea unían el litoral sur y sudeste de lo que se convertiría en Brasil con el corazón del imperio inca, donde hoy se encuentra Paraguai. Copacabana, la emblemática playa carioca, fue bautizada con una palabra de origen quechua, no guaraní ¿lo sabíais? Mucho antes de convertirse en el corazón económico e industrial de Sudamérica, el litoral de Sao Paulo fue el punto de convergencia de una vasta telaraña de estos caminos indígenas, que se extendían al oeste y al norte desafiando a la selva.

En la propia cuenca amazónica el avance tecnológico y social de pueblos nativos como los Marajoaras, en el archipiélago del Marajó y los Tapajós, en el territorio del Bajo Amazonas, mucho antes del encuentro simbólico entre las aguas del río Amazonas con las del río Negro, dieron origen a sociedades sedentarias, donde las mujeres eran situadas en posiciones importantes como líderes, heroínas o guerreras y se creaban cerámicas de gran calidad para elaborados rituales religiosos. Eran sociedades tan grandiosas y complejas que llegaron a ser comparadas con las civilizaciones andinas y mesoamericanas, aunque no llegaron a formar grandes imperios y vivían en mayor armonía con la naturaleza salvaje. Todos fueron masacrados por el genocidio fomentado por los invasores europeos y sólo muy recientemente han sido redescubiertos por los estudiosos humanos, con la ayuda de algunos buscadores de reliquias como yo. Al final nuestra misión consiste en desenterrar la memoria.

La Gran Selva

En el interior de la Gran Selva, que se extendía de manera continua desde las tierras salvajes de América Central hasta los pantanos del centro de Sudamérica, las tribus humanas siempre guerrearon entre sí por recursos y territorios. Incluso en aquel tiempo los hijos de la Destructora brotaban en los lugares sombríos en las profundidades de las tierras salvajes. Bajo los grandes árboles, las fronteras entre los mundos físicos y espiritual siempre estuvieron poco definidas. Quizás estas tierras fueron las últimas en las que el mundo físico se apartó del espiritual.

La Demiurga siempre tuvo el control de estas tierras, donde el paisaje se encuentra en transformación permanente. Cursos de agua, ríos e igarapés siempre están abriendo nuevos caminos en la selva, transportando tierra de la ribera de un lugar a otro y formando islas móviles que surgen y desaparecen en el paso de unos pocos años.

Claros, Cañadas y Gorgonas, lugares y criaturas con el poder bruto de la Demiurga, siempre fueron más comunes en el interior de la Gran Selva que en cualquier otro lugar del planeta. Y también siempre han existido lugares únicos, donde amalgamas del poder salvaje de la Demiurga tocados por la corrupción de la Destructora han dado origen a lugares sombríos, conocidos como Panemas, lugares corruptos, nacidos de las pesadillas, donde no es raro encontrar a los infames Fomori conocidos como Taiaçus y a las temibles Hatar, Ananasi aliadas con la Destructora, y de donde suelen surgir terrores monstruosos que traen la destrucción por donde pasan.

Antes de la invasión europea, espíritus poderosos visitaban a los humanos en el interior de la gran selva y eran adorados por ellos. Sin embargo ninguno fue mayor que Boiaçu, el espíritu del propio Gran Río Amazonas que, serpenteando por la selva con sus aguas, nutre toda la vida bajo los árboles.

Los Caapuãs, el Pueblo de la Selva, fueron moldeados por Boiaçu a partir de los sueños indígenas y guiaban a los humanos para que convivieran en armonía con la naturaleza salvaje, enseñándoles a no cazar a las hembras preñadas, ni a las crías inmaduras, honrando a las presas que, con su sacrificio, alimentaban y mantenían la salud de los hombres. Los hijos de Boiaçu enseñaban a los pueblos nativos a no exigir de la tierra más de lo que podía ofrecer, a respetar la época de desove de los peces y a no embriagarse con el éxtasis de la guerra, pero también castigaban sin misericordia a quienes no respetaban estas leyes.

Durante milenios la Gran Selva fue el dominio de los hombres jaguar, en especial de los pioneros Hovitl Qua, y fueron los miembros de esta antigua tribu Bastet, herederos directos de los extintos Khara, los que enseñaron a los primeros humanos que pisaron estas tierras los secretos de la selva, las estrategias de caza, el uso de las plantas nativas como remedio para el cuerpo y medio de conexión con los espíritus. Estos jaguares salvajes se repartían con las Ananasi Kumoti la posición de los mejores conocedores de los secretos de la Gran Selva, aunque la relación entre ambas razas siempre haya sido complicada, obstaculizada por intensas disputas territoriales. Sirviendo a ambas fuerzas rivales se encontraban los Camazotz, que muchas veces actuaban como intermediarios en los momentos más amigables entre los Hovitl Qua y las Kumoti, cumpliendo con su posición como mensajeros, tal y como era la voluntad de Gaia.

Los Ratkin nativos siempre consideraron Claros y Calveros lugares sagrados, y algunos de nosotros creemos que fue en lugares como el interior de la Gran Selva, antes de la invasión europea, que los Videntes Sombríos Ratkin sellaron el pacto que estableció el pueblo Rata con los Bête más próximos a la Demiurga. Entablaron su propia guerra particular con las Ananasi por el control de estas poderosas tierras salvajes, donde fluye el poder del caos. También mantenían un control cercano sobre los pueblos nativos, para que su número no amenazara el delicado equilibrio de la rica vida salvaje de la selva.

La poderosa influencia de la Demiurga también parece ser la responsable de atraer a los primeros Garou hasta la región. Algunos Uktena se aventuraban esporádicamente en el corazón de la selva, pero pocos consiguieron volver a casa, aunque a duras penas, tres hermanos que compartían la sangre de los Hovitl Qua finalmente consiguieron establecerse en el lugar. Tiempo después, algunos siglos antes de la invasión europea, hembras Garou, llegadas de Entoban y fascinadas por el poder de la entidad que conocían como el Kaos se establecieron en una isla viva que surcó las aguas del mar dulce, estableciendo un pequeño enclave en la región, donde los nativos las llamaban Icamiabas. Con el apoyo de los Pumonca y del Tótem Pantera, resistiendo el asedio esporádico de los territoriales Hovitl Qua, así como de las Kumoti y Ratkin, estas atrevidas exploradoras se asentaron aquí.

Obviamente, nosotros, los Mokolé-mbembe del respetado varna Piasa, también teníamos nuestro lugar en esta gran selva primordial, todavía sin tocar por la ambición de los extranjeros. Éramos reverenciados como sabios y consejeros por todos los demás, dábamos testimonio de los acuerdos, tratábamos de juzgar de manera imparcial las contiendas de las demás Bête siempre que nos pedían que interviniéramos y de manera honorable tomábamos ayudantes entre los miembros de las demás Razas para mantener vivas sus memorias, cumpliendo con nuestro deber sagrado. En nuestra Corriente, en las profundidades de las aguas del gran río bajo la selva, existió un varna tan raro como desconocido, el varna Ambala de las grandes serpientes constrictoras. Muy pocos, incluso entre los Mokolé de fuera de Ambalasokei, recuerdan a aquéllos que entre nosotros reivindicaron como su Parentela a las grandes serpientes constrictoras. Pero nosotros recordamos. Los Mokolé del varna Ambala no eran Nagah, no utilizaron su Mnesis ni el calor de Guaraci, el Sol, para recibir la bendición del veneno y la misión de juzgar a sus hermanos. Las Ambala no poseen el veneno ni la personalidad fría y distante de las Nagah, son Mokolé como todos nosotros, sólo que más raras y algo diferentes, comparten el río con nosotros, aunque se han vuelto especialmente raras desde que las Nagah nos dejaron.

Además, aparentemente las Nagah de Ambalasokei fueron las últimas en desaparecer, sumergiéndose en un épico día umbral para acudir a la llamada de sus hermanas al otro lado del Gran Océano, ya casi hacia el final de la gran tragedia conocida como la Primera Guerra de la Rabia, y nunca más las volvimos a ver. Hay quien afirma que se han unido a los Camazotz y Grondr entre los Perdidos.

Para los diversos pueblos de la selva las Nagah y nuestras hermanas Ambala eran un puente directo con el espíritu del Gran Río, viviendo entre los humanos como hombres y mujeres sabias, místicos iluminados, líderes y guías espirituales, reverenciados hasta por los mismos Caapuã como emisarios Boiaçu. Entre los demás Bête eran vistos con respeto, pero la aparente ausencia de emociones de las Nagah causaba distanciamiento con la mayoría de las demás Razas Cambiaformas. Una historia sobre Caninana y Norato, una Nagah y una Ambala que formaban una Nidada extraña, habla sobre el conflicto entre los dos. Caninana era conocida por ser implacable con los humanos, y Norato no estaba de acuerdo porque consideraba que los castigos que su compañera imponía a la humanidad eran exagerados, con un trágico final. Norato aprisionó a Caninana para proteger a los humanos de su ira. Viendo lo que la humanidad ha hecho con el río y la selva, muchos se preguntan quién de verdad tenía la razón al fin y al cabo.

Los Grondr de Ambalasokei desaparecieron en estas tierras antes que su contrapartida europea. Sin jabalíes en este lugar tomaron como parientes salvajes a los pecaríes, grandes cerdos de la selva, conocidos también como Queixadas (“Quijadas”) por el sonido intimidante que hacen al batir los dientes cuando se sienten amenazados. Aquí los Grondr no fueron víctimas de la Rabia de los Garou, sino que perecieron víctimas de su propio orgullo, siendo su misión extirpar la mancha del Wyrm, subestimaron su capacidad para resistir la corrupción y acabaron corrompidos y llevados a la extinción por los Hovitl Qua, dejando tras de sí toda una raza de Fomori, los llamados Taiaçus.

La caatinga

Más al nordeste de donde hoy se encuentra localizado Brasil, el paisaje de clima semidesértico se encuentra dominado por una vegetación característica, espinosa y de ramas retorcidas, que durante los largas estaciones estivales adquiere un tono blanquecino, pero cuya aparente desolación suele ocultar una rica diversidad animal y espiritual, caracterizada por la resistencia y persistencia ante el clima agreste.

Éste solía ser el dominio de nuestros hermanos Mokolé-mbembe del varna Sytra, de los resistentes caimanes de vientre amarillo o caimanes del Orinoco, que se reproducían con pueblos humanos como los pankararé, kantaruré, xucuru-kariri, kiriri, kaimbé, tuxá, tumbalalá y payaku y dominaban la técnica de mantenerse enterrados bajo el barro de los ríos estacionales para sobrevivir a los grandes estíos, permaneciendo durante largos períodos entregados al Sueño del Dragón o explorando las profundidades de la Mnesis, por lo que eran reverenciados y solicitados como consejeros por las Bête de todo Ambalasokei, considerados por encontrarse entre las criaturas vivas más antiguas del continente. Algunos de ellos se han mantenido activos durante siglos, despertando sólo durante el corto período en el que las fuertes estaciones lluviosas llevan agua a los rincones más áridos del sertón.

Sin la presencia de los Balam, la zona siempre resultó muy atractiva para viajeros Pumonca en busca de iluminación y del auxilio de los sabios y poderosos espíritus locales. Incluso antes de la invasión europea existían historias de legendarios exploradores Pumonca que cruzaban el continente desde Gendasi para meditar bajo el sol abrasador de la caatinga, aprendiendo de los espíritus locales lecciones sobre la resistencia y la determinación necesaria para sobrevivir a los mayores desafíos.

El cerrado y la mata atlántica

Al sur y al este de la Gran Selva el paisaje solía estar dominada por los Cerrados, o bosques cerrados, mientras que por la costa se extendía la exuberante mata atlántica, en el litoral de Brasil.

Los cerrados son las sabanas sudamericanas, caracterizadas por una vegetación mas bien escasa y menos exuberante que la que se aprecia en las selvas tropicales y con un clima seco, que se extendía desde el centro occidental hasta el sudeste de Brasil.

La mata atlántica o bosque atlántico es un tipo específico de selva tropical, característico de la costa este de Sudamérica, que fue casi completamente destruido durante la exploración que siguió a la invasión europea, encontrando hoy al borde de la desaparición, siendo el escenario de los primeros enfrentamientos entre los pueblos nativos y los colonizadores europeos.

En estos lugares los Bastet Hovitl Qua aprendieron a dividir el espacio con sus primos Pumonca, disputando territorios, pero también formando alianzas ocasionales, temporales o duraderas. Y comenzaron su propia guerra particular con los Ratkin nativos bajo la protección del poderoso Tótem Coipú, que siempre tuvieron una presencia destacada en estas tierras, tomando como Parentela salvaje al imponente y adaptable roedor Coipú, y a pueblos indígenas como krahos, xavantes, xerentes, xacriabás y tapuyos.

También fue en estas tierras donde habitaban y establecieron sus dominios nuestros hermanos Mokolé-mbembe del sabio y místico varna Teywasu de los grandes lagartos Tejú, tomando su Parentela entre los pueblos humanos de los indígenas guaraníes y aimorés, evitando conflictos con los demás Fera locales y buscando la sabiduría de los espíritus de la zona y la alianza con los Pumonca, mucho más amigables que los Hovitl Qua, antepasados de los Balam actuales.

Las pampas

Todavía más al sur, abarcando el extremo sur del actual territorio de Brasil, de Uruguay y de parte de Argentina, desde hace mucho tiempo se extendía la gran llanura formada por praderas naturales conocida como la Pamapa. Esta región, que nunca atrajo mucha atención de las Bête, donde habitaban dispersos pueblos humanos como los charrúas, jes y guaraníes, con la presencia de unos pocos Mokolé-mbembe del varna Sytra y de Ratkin aliados del Tótem Coipú, influenciados por sabios espíritus australes como Gaviota, Albatros, Foca, Pingüino y Orca.

Los desiertos sudamericanos

Por la fama que adquirieron las selvas sudamericanas, quizás cause algo de espanto que el continente posea no sólo uno, sino varios desiertos como el desierto de Atacama, que ocupa partes de Chile y Perú, y es considerado el lugar más seco de todo el mundo; el desierto de Sechura, en la actual costa de Perú, hogar ancestral de las Ananasi Tenere que influenciaron la creación del Imperio Inca y construyeron las famosas líneas de Nazca; el pequeño desierto de La Guajira, entre Colombia y Venezuela; y el desierto de la Patagonia, el mayor de todo el continente, localizado en el extremo sur.

Los Pumonca son los legítimos e innegables señores de los desiertos de Ambalasokei y consideran estas tierras sus lugares más sagrados. Sin embargo, ninguno de estos territorios es más sagrado que Atacama, que los Pumonca consideran que comparte una conexión directa con Jaci o Mama Quilla (la luna) y donde suelen buscar contacto con poderosos espíritus lunares.

Éstos siempre han sido lugares donde la frontera entre el mundo espiritual y físico es casi nula. Y fue en Atacama donde aparecieron por primera vez los hechiceros inmortales conocidos como Capacocha, que disfrutan de un vínculo estrecho con las divinidades adoradas por los diversos pueblos nativos de Sudamérica.

El Caribe

Los paradisíacos archipiélagos del Caribe fueron hace tiempo el hogar de nuestros hermanas perdidas, las Ao, que tomaban a las tortugas marinas y a los pueblos nativos de las islas como su Parentela.

Antiguas, sabias y contemplativas, las Ao disfrutaban de un vínculo estrecho con los Rokea del Océano Atlántico y servían de puente entre el misterioso reflejo umbral de los océanos y del mundo e la superficie, siendo consideradas grandes sabias, a veces remontando la desembocadura de ríos como el Amazonas y el Orinoco tomando también a las tortugas de agua dulce como Parentela.

Nunca fueron muy numerosas y por alguna razón desconocida desaparecieron siglos antes de la invasión europea. Muchos Mokolé-mbembe de Ambalasokei suelen guardar la esperanza de que algún día las Ao resurgirán entre sus Parientes humanos en las islas paradisíacas, pero la casi completa aniquilación de los pueblos originarios del Caribe que se produjo tras la llegada de los europeos, convirtió en polvo esas esperanza, lo que hizo que las Ao se juntaran con los Gronder y los Camazotz en los rituales en los que recordamos a los Perdidos.

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