¿Por qué decimos “puto” y “gay” como insultos?

Prácticamente no hay un día que no vea comentarios que incluyen “puto” como insulto, o “chupame la pija”, o “re gay” tal cosa. Pienso que es muy necesario que nos preguntemos por qué lo hacemos.

Mariano Eloy
5 min readJun 24, 2017

La respuesta claro es por costumbre ¿Pero cómo se explica y sostiene esa costumbre?

Desde chicos naturalizamos el uso de Puto como insulto o como referencia a alguien que molesta o no quiere hacer algo: “re puto”, “se puso en puto”, etc. Claramente tiene una connotación negativa. Como agravante, observo que si alguien nos lo hace notar, la mayoría de las veces ensayamos argumentos defensivos como “es una forma de decir” o pensamos que es una exageración.

Hace un tiempo me puse a observar esta costumbre en mí y decidí cambiarla. Lo que me quedó claro es que al usar esa forma de insulto vemos al “ser macho” como algo bueno y deseable, y -en oposición- todo lo que no entre en lo que un varón cis “debe ser” lo vemos como algo ofensivo que debe ser señalado. Un mecanismo de defensa para reafirmar nuestra identidad.

Pero aún si realmente fuera sólo una exageración ¿Por qué cuesta tanto dejar de hacerlo? Puede pasar que algunas personas, medio de costado, tímidamente, reconozcan que “no es lo ideal”, pero… siguen haciéndolo.

Otro argumento que ensayamos es que “es un chiste”… un chiste nada gracioso del que sólo se ríen algunos, bah, no sólo algunos, también cualquier otro hij* del patriarcado que lo vea… “jaja que puto”…

Me preocupa mucho ver estas actitudes abiertamente machistas y patriarcales, sobre todo en gente que se dice “consciente” y que dice luchar por una sociedad mejor, o preocuparse por el resto. Quizás sea cierto, pero está claro que nos falta mucho. Pienso que ya a esta altura, el tema es preocupante y no podemos dejarlo pasar más.

Si queremos transformar en serio la realidad tenemos que poder revisar nuestras prácticas. Nuestra praxis está en una relación dialéctica con el contexto, un ida y vuelta con “lo social”. Por eso, la transformación implica también interpelarnos, y desde ahí a nuestras amistades, familiares y sobre todo a compañer*s. Sino lo hacemos, muy pronto pasaremos de tener actitudes inconscientes a ser cómplices conscientes. Mirar para otro lado no te hace neutral, te pone del lado del opresor.

A los varones cis se nos socializa en un modelo de masculinidad machista y patriarcal en el cual la violencia es la principal forma de resolver cualquier conflicto, “ver quién la tiene más grande”, medirnos por la fuerza, y si mostramos cualquier tipo de sensibilidad somos señalados y humillados: “no llores pareces maricón, pareces una nena”. Así quienes no coinciden con ese modelo de masculinidad son separados, hostigados y maltratados por no reproducir ese modelo nefasto: “hacete hombre, portate como un varón”. Así se reafirma la identidad y se muestra el camino ante el resto para que la desigualdad continúe.

Y lo mismo sucederá con quien haga notar esta situación y comience a hacer preguntas, comience a “molestar” al acuerdo implícito que existe en muchos grupos de varones cis, donde pertenecer a ese grupo está muy ligado a la historia e identidad propia y grupal.

Ese modelo de masculinidad nos obliga a demostrar todo el tiempo qué machos que somos. Si alguien nos desafía lo tenemos que cagar a palos, para no quedar como “poco hombre” o “cagón”. Y así podemos estar horas hablando sobre una pelea que tuvimos, como nos plantamos ante tal, el bardo que se armó con no se quién, como nos hicimos “respetar” ante tal otro, etc etc.

Si pasa una chica que coincide con los parámetros hegemónicos de belleza, le “tenemos” que decir algo, y si pasa una chica que no coincide, también… pero otra cosa. Se vuelve como una necesidad inconsciente de ejercer un supuesto derecho a opinar sobre el cuerpo de las otras personas. Sobre todo si estamos “en banda” y ante la mirada de otros. Incluso aunque no nos conozcan: es normal (lamentablemente) que un desconocido te haga un comentario sobre una chica luego de mirarla de arriba a abajo impunemente como si nada(o sobre otro varón al cual considera “afeminado” o directamente homosexual), o tal vez solo una mirada cómplice, un gesto que se supone impune, algo común, algo “normal”. Un acuerdo no dicho que todos se supone entendemos y aceptamos.

Ahí está una de las bases del patriarcado, esa forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la autoridad y el liderazgo de unos pocos varones sobre el resto, que oprime principalmente a las mujeres pero también a otros varones, y nos obliga a mutilarnos emocionalmente y cumplir con ciertos roles.

Tenemos que hacernos cargo y dejar de reproducir esos roles que se nos impusieron y naturalizamos. Sabemos que cuesta, sabemos que es difícil porque implica animarnos a cuestionarnos a nosotros mismos, pero ya es hora, hay que hacerlo.

Como dice Danilo en su carta abierta de un varón a otros varones, los beneficios de abandonar estos roles y esta violencia y agresividad que vienen con ellos serían enormes. En lugar de andar hostigándonos e insultándonos entre varones, podríamos dedicar esa energía a señalar a quienes realmente nos oprimen y nos explotan. Ellos son los principales beneficiarios de que estemos divididos, enfrentándonos por raza, nacionalidad y género. Ellos festejan cuando dedicamos tiempo y energía a pisotearnos y maltratarnos. Sin estas divisiones que ellos generan, su control y opresión serían mucho más fácil de cuestionar. Por eso su continua defensa y naturalización del statu quo y su permanente campaña contra la lucha por la igualdad de género.

En cuanto a lo que nos toca hoy, ahora mismo, no hay que tener miedo de reconocer cuando algo nos sale sin pensar, justamente esas cosas son a las que más tendríamos que prestar atención, para así dejar de hablar sin pensar.

--

--