A industria muerta, editor puesto

La industria editorial fue diseñada en la escasez, ¿qué harán los editores en la era de la superabundancia del contenido?

Oh! Digital culture
4 min readJun 15, 2016

El botón de “Publicar” de Wordpress dejó súbitamente obsoleta toda la maquinaria editorial, decía Clay Shinky al explicar cómo, antes del advenimiento de internet, conseguir publicar un libro, un texto periodístico, una canción o cualquier otro tipo de contenido requería la imprescindible colaboración de un grupo de trabajadores expertos y el adelanto de una cantidad importante de dinero. Sin embargo, en la era digital, los blogs, las redes sociales y las plataformas específicas (como esta misma desde la que escribo) han permitido por fin que millones de usuarios con escasos conocimientos técnicos distribuyan todo tipo de contenidos sin adelantar ni pedir dinero, con velocidad y sencillez.

En este estado, vuelve la eterna pregunta: ¿qué valor añadido tienen que ofrecer las editoriales, distribuidoras, productoras y los intermediarios en general para que nos valga la pena usar sus servicios en vez de ofrecer el contenido por nuestra cuenta?

Recuerdo bien cuando hace unos años todas las previsiones sobre el futuro de la industria cultural apuntaban a que nada impediría que los creadores vendieran directamente su contenido a los usuarios, sin industria intermediaria. Hoy sin embargo, la omnipresencia de plataformas como Amazon en negocios tan supuestamente independientes como el de la autopublicación muestra bien que las profecías sobre el fin de los intermediadores no se han cumplido. Más bien lo contrario, en mi opinión.

De la “publicación de vanidad” a la autopublicación

Como ya comentaba hace poco, al tiempo que autoeditar y vender un libro de forma independiente se va convirtiendo en un asunto más trivial, el trabajo de los editores cambia. En la edición en papel tradicional, siempre existieron autores que se autopublicaban sin participación de una casa editorial. Estos libros, editados muchas veces con mejor fe que pericia, rara vez llegaban a distribuidoras nacionales. En fin, el término “vanity press” ya dejaba ver a las claras qué opinión merecía antes lo que hoy llamamos autopublicación.

“Si hace unas décadas unas pocas personas escribían para miles de personas, hoy miles de personas escribimos para miles de personas. Prácticamente todos nos dedicamos en distinto grado a la creación”. Remedios Zafra

Pero hoy, la popularización del libro digital ha multiplicado exponencialmente la actividad de autores independientes, porque los costes de la imprenta y las dificultades de distribución desaparecen. Transformar el Word con tu novela en un ebook de texto plano y subirlo a alguna plataforma de venta está al alcance de cualquiera. Es cierto que hay mucha confusión y secretismo sobre cuánto se vende de verdad en las plataformas de autoedición, sin embargo, casos de éxito (esporádicos pero fulgurantes) como los de E. L. James o Andy Weir muestran que existe una nueva ruta para convertirse en escritor superventas.

En este panorama, ¿la figura del editor amenaza con quedar obsoleta? Algunos autores pueden llegar a juzgar al editor como un mero intermediario que reduce drásticamente su porcentaje de ganancias sin aportar un valor evidente. (Tampoco puede negarse que muchas casas editoriales tienen más que merecida esta fama, por culpa de sus traducciones patateras y sus ediciones de baratillo). En mi opinión, sin embargo, cuando la industria editorial despierte de su pesadilla digital, el editor todavía estará allí.

Cuando la industria editorial despierte de su pesadilla digital, el editor todavía estará allí

La explosión abrumadora de contenido disponible (buena parte gratis), sumada a la infinidad de opciones de ocio interactivo que también nos permite internet, puede poner en riesgo la gran industria editorial, pero no al editor en sí.

  • Por un lado, hoy en día sigue inamovible la necesidad de un coordinador y consejero que afine el texto por más digital que sea este. Es decir, en un mundo saturado de productos parecidos, con una oferta interminable, es más necesaria que nunca una mano experta que edite y promocione un libro para destacar entre los demás, que afine las intuiciones del autor, lo guíe en los vericuetos legales, lo ayude a seleccionar su público, dirigirse a él, promocionarse, ajustar un precio adecuado, promocionarlo en los canales adecuados, asegurarse de que las distribuidoras tipo Amazon respetan sus derechos, etc.
  • Por otro lado, en la época de La Marca Personal, se refuerza el papel del editor como gestor social o representante. En un momento donde se espera que todo profesional relevante en su industria dé charlas, sea activo en redes sociales e invierta en su propia promoción, los escritores empiezan a tener un perfil público cada vez más relevante. Algunos comentaristas sugieren que un autor autopublicado tiene que pasar un ochenta o noventa por ciento de su tiempo promocionándose y solo un mínimo escribiendo… por supuesto muchos escritores, que se hicieron escritores para escribir, prefieren delegar su representación.
  • Por último, la narrativa interactiva, cruzada con videojuegos y ludificada que está por llegar requerirá al principio fuertes inversiones en desarrollo técnico que solo intermediarios (y aquí, sí, grandes empresas) podrán asumir.

En definitiva, la sobreabundancia de contenidos digitales tal vez pueda poner en peligro a muy largo plazo a las grandes empresas intermediadoras, pero desde luego no la figura del intermediador en sí. Es una constatación provisional tal vez y sería lógico que cuando las nuevas narrativas empiecen a evolucionar hacia lo interactivo y lo portátil podremos ver otro tipo de relaciones comerciales. Lo iremos retransmitiendo.

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