Dos historias para no perder la esperanza en el futuro

A los 12 años yo soñaba con ser periodista y odiaba las clases de natación. En Melilla, niños con la misma edad presumen de sobrevivir a un orfanato o de saber usar una pistola.

Víctor A. Espinosa
4 min readFeb 14, 2018
Cortesía: Save The Children España

¿Te recuerdas a los 12 años? ¿Qué hacías? Imagino que concluías la escuela primaria y gastabas tus tardes entre las tareas, los deportes, los juegos… Bueno, pues ese fue uno de los pensamientos que primero cruzaron por mi mente cuando me topé cara a cara con el Centro de Menores La Purísima.

Ubicado en Melilla, al norte de África, se trata de una estancia temporal para niños inmigrantes donde sólo aquellos con familia en Europa tienen posibilidades reales de lograr asilo; el resto serán probablemente devueltos a sus países de origen una vez cumplida la mayoría de edad.

Mouaziz, mi guía en la ciudad, fixer y traductor, habitó este lugar. Este chaval de 12 años es admirado por decenas de niños. ¿Por qué? Sobrevivió a La Purísima, dice, para contarlo.

Según cuenta, en días o semanas decenas de menores que habitan el centro pasan de la tutela a la ilegalidad sin motivo alguno, ilegalidad de la que es casi imposible salir. Por eso su esperanza está en saltar a los barcos para alguna vez pisar Europa.

En Melilla hay un sobrecupo de niños tutelados; actualmente hay más de 600 distribuidos en tres centros por toda la ciudad, pero estos espacios tienen una capacidad máxima de 350.

En estos lugares hay hasta 50 niños por educador; los chicos, en repetidas ocasiones, son obligados a dormir en colchones en el suelo, y no hay garantía de una comida diaria, según reportes de Save The Children y de ONGs como Harraga o Prodein.

No es de extrañar entonces que los chicos busquen sus propios refugios. Viviendo en la calle, habría más de 100 niños en una ciudad de apenas 12 kilómetros cuadrados.

Para ejemplo, Mouaziz se topa durante su caminar diario con niños y adolescentes que sobreviven como pueden, incluso dentro de contenedores de papel. Los saludan por su nombre.

— Si te toca la calle, la comida está entre la basura -me dice la noche que visitamos las afueras de La Purísima.

Rumbo a la Cañada de la Muerte

Pero este no es el único sitio donde los niños pierden la esperanza dentro de esta ciudad europea anclada en África.

Hay, por ejemplo, dos casas afuera del Centro de Estancia para Inmigrantes (CETI) construidas con cartones donde viven tres niños sirios. Otro caso es el del propio maestro Mohammed, el “maestro del risky” que dejó La Purísima y buscó trabajo como limpiacasas en La Cañada de la Muerte.

— Me pegaban mucho -aclara enérgico durante la entrevista en algún lugar de la costa.

Mohammed sigue hablando, pero ahora en su tono hay cierta euforia. Patea una piedra con su pie derecho intentando distraer su atención en la playa. Y luego suelta una frase que causa la celebración del grupo de niños que nos rodea:

— En La Cañada aprendí a usar pistola.

Una y otra vez acompaña sus palabras con su mano derecha, apuntando al grupo como si fuera un arma de fuego.

La Cañada de Hidum, mejor conocida como La Cañada de la Muerte, es un barrio formado en 1985 en el centro de Melilla y famoso en los últimos dos años por ser el epicentro de más de siete detenciones de radicales islámicos o yihadistas. La mezquita enclavada en esta zona ha sido noticia más de una vez por proclamar abiertamente la “Guerra Santa” contra los infieles.

Con frecuencia, niños como Mohamed que no han logrado el salto terminan aquí, en busca de alguna oportunidad que otros musulmanes puedan brindarles, aunque eso implique muchas veces el terrorismo.

— ¿Y dónde es La Cañada?

Mohammed señala con su dedo índice lo que parece ser una loma, pero donde no hay árboles, más bien un conjunto de viviendas apiladas.

El barrio puede verse desde cualquier punto alto de Melilla, pero acceder a él es casi imposible si no se es una de las 12 mil personas que ahí viven, en su mayoría musulmanes de origen marroquí o argelino. Las calles de este lugar tipo favela, sin asfaltar, son muchas veces vigiladas por vecinos armados.

Otros tres niños, amigos de Mohammed, confesaron después que desistieron del salto y abandonaron los albergues para apostar por trabajo en este barrio.

Uno de los principales problemas de Melilla es el desempleo, que afecta a más del 32% de la población en general, pero que entre los jóvenes rebasa el 75%. El 100% de los afectados son musulmanes, según datos revelados en 2016 por Mohamed Buisin, uno de los abogados y activistas melillenses más importantes del norte de África.

Pese a todo, Mouaziz y Mohammed se confiesan amantes de Europa. No saben a ciencia cierta qué hay allá, pero, dicen sin perder la sonrisa, que si de algo están seguros es “que ahí hay futuro”.

A los 12 años yo soñaba con ser periodista, jugaba videojuegos y odiaba las clases de la natación de la maestra Ofelia. Pero estos niños, a la misma edad, luchan porque sus sueños no sean aplastados, inmovilizados por una realidad que nunca acabaremos de entender, aterradora en su inabarcable magnitud. Horror absoluto.

Nos leemos el próximo jueves.

Segunda parte de este relato.

Primera parte de este relato.

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