Entre la laguna y el tornado

Vera Ricerca
El juego del paquete
5 min readAug 14, 2019
Imagen de autoría propia

Mis vínculos post noviazgo (Uf! Qué lejana suena ya esa palabra!) me hacen pensar en tornados. De esos que aparecen de golpe, invaden, modifican, arrasan, aturden y en pocos minutos desaparecen. Lo que más rescato es que nunca soy la misma después de cada movimiento. Aprendo, transformo, rescato. O al menos lo intento.

Adrián me avisa que ya llegó y que me espera sentado en la mesa. Desde que entro y visualizo la mesa nos separan como ocho metros en los que, mientras camino, siento que soy observada por él de pies a cabeza. Cuando estoy acercándome a la mesa se levanta para saludarme. Es más lindo de cara que lo que se veía en las fotos pero está vestido con un traje y corbatas que parecen de un hombre quince años mayor que él.

Yo me abrigué exageradamente así que tardo unos minutos en sacarme y acomodar en la silla la cartera, el sweater y el tapado mientras él me sigue observando. Le pregunto, para romper el hielo, si ya miró la carta y me dice que me estaba esperando a mí para verlos juntos.

Ya acomodada, decidimos pedir una entrada y un plato para compartir, por sugerencia del mozo. La charla empieza a tomar color: hablamos de su viaje, de nuestros trabajos, de sus hijos, de los amigos, de las elecciones, de mis clases de cerámica y, claro!, de su pasión por el golf.

Tanto lo que comemos como él me producen la misma sensación: son agradables. Ni excepcionales, ni llamativos, ni hipnóticos. Tampoco es que las cosas agradables son para descartar, todo lo contrario, lo agradable puede ser una buena base para mejores cosas por venir.

¿Me desborda de emoción estar cenando con él? No por ahora. Pero lo que se desborda suele vaciarse rápido así que disfruto de esta sensación de laguna emocional y alimenticia.

Llega la hora del postre y el mozo trae una bandeja con una muestra de cada uno de los dulces que ofrecen en la carta. Todo es tentador y nos ponemos de acuerdo para compartir dos distintos.

Mientras hundimos las cucharas y nos deleitamos con los postres, que le ganan por goleada a los platos salados, me cuenta que colabora como abogado en proyectos sin fines de lucro en ONGs y eso me entusiasma, me suma una cuota de empatía mayor.

Buenos postres + buen corazón hacen que se asomen unas olas juguetonas en este apacible lago.

Mientras pedimos un café pienso en qué difícil es describir cómo uno se da cuenta si hay onda entre dos personas que se acaban de conocer pero qué fácil es sentirlo.

Acá no hay onda.

No hay miradas sugestivas.

No hay comentarios seductores.

No hay roces casuales de manos.

Y no hay eso que debería haber pero es difícil de describir en palabras.

Nos caemos bien y pasamos un momento ameno (Que palabra horrorosa) pero onda, química o flechazo, brillan por su ausencia.

¿Eso significa que no hay ningún futuro para nosotros? No lo se, eso ya pasa por otro plano. Además, si sigue en pie su ofrecimiento, todavía nos quedan concuenta cuadras juntos en su auto hasta llegar a mi casa. Y cincuenta cuadras pueden cambiar cualquier destino.

Pide la cuenta, paga y nos levantamos. Ahora somos los dos los que tenemos que volver a ponernos todos los abrigos. Caminamos varias cuadras hasta el estacionamiento donde dejó su auto con los famosos palos de golf guardados bajo siete llaves.

Cuando cruzamos Avenida Santa Fe me agarra la pulsión de mujer independiente y ofrezco:

— Yo me puedo tomar el colectivo acá, no te quiero desviar.

Cuando lo termino de decir me arrepiento porque si me llega a decir “ok, chau” tengo como 45´ de viaje a mi casa a las 12:30 de la madrugada. Igual estoy segura que, siendo tan caballero va a insistir en llevarme.

— Como vos quieras…

Hace un silencio y lo miro para ver si lo dice porque me quiere sacar de encima lo antes posible o porque quiere respetar mi voluntad. Antes de que pueda decirle algo continúa:

— A mí no me desviás, eh! Te llevo!

Me alivio internamente y le agradezco.

Ya en el estacionamiento, me abre la puerta del auto y revisa que los palos estén en el baúl. El recorrido a través de las cincuenta cuadras no pasa por pozos profundos ni empinadas subidas, nos deslizamos por un asfalto liso de conversaciones amables (“Amables”…-Ay,-Verita!-Conversaciones-amables-se-tienen-con-un-tío-que-no-vemos-hace-mucho-o-con-la-secretaria-de-la-dermatóloga-pero-no-con-un-potencial-chongo!).

Cuando solo una cuadra nos separa de mi hogar, ya tengo la llave en la mano. Llegamos y apenas pisa el freno me despide:

— Bueno Vera, un placer! Ojalá se repita.

Agradezco la invitación, nos damos sendos besos en la mejilla y cita terminada.

Trato de registrar si mi cuerpo tiene alguna sensación especial sobre Adrián y nuestro encuentro. No hay ningún efecto negativo pero tampoco ningún indicio de tornado. Ni siquiera de viento fuerte.

Cuando entro a casa me doy cuenta que tengo un mensaje de Jose de hace más de una hora, preguntándome cómo me fue en la cita. Le respondo contándole un poco de todo y, sobre todo, estas últimas sensaciones y balance.

— Pero, en conclusión, volverías a salir con él o no?

— Mmmm… creo que una vez más saldría, quizás haciendo algún plan un poco más descontracturado. Igual mañana me voy a dar cuenta si él saldría o no conmigo una vez más.

— Por qué mañana??

— Y… porque sin conocernos me escribió todos y cada uno de los días que estuvo de viaje y lo mismo cuando volvió así que si algo le gusté es obvio que me tiene que escribir mañana!

— Entiendo tu razonamiento pero hay que ver cómo le funciona la lógica a él, jajaj.

La lógica es simple cuando no hay interés.

Adrián lo demostró no escribiéndome el domingo.

Ni el lunes.

Ni nunca más.

A él la lógica le indicó que una cita que es solo amena y es más parecida a un lago que a un tornado no tiene futuro y respeto esa decisión.

Otro que maneja lógicas distópicas es el Hombre Infinito, que después de cancelar nuestro encuentro y quemarme la oreja con deseos de experiencias corporales diversas mutuas, se llamó a silencio como si el tornado se lo hubiera llevado por los aires.

Intento pensar cuál sería el punto medio entre la laguna y el tornado y vislumbro un mar con olas movedizas pero que llegan a la orilla rompiendo suaves y burbujeantes. Un atardecer naranja en el horizonte y risas como banda sonora.

Aunque siento que esa playa está aún a kilómetros de distancia, tengo la bikini lista y el protector puesto, porque para la buena suerte también hay que estar preparada.

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Soy Vera y publico esta y otras historias en mi blog El Juego del Paquete. Te invito a leerlas desde el comienzo, aquí.

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Vera Ricerca
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Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com