Otra primera cita que quiere llegar a segunda

Vera Ricerca
El juego del paquete
7 min readSep 6, 2017

Cada APP de citas tiene su código propio y yo estoy tratando de entender el de Happn.

Desde que mis amigas me instaron a descargar esa aplicación, la observo de reojo como a esas cosas que te querés hacer las que no te interesan pero no podés dejar de mirarlas.

En general lo que me genera intriga me despierta más reflexiones que acciones pero en este caso tengo ganas de profundizar en una mezcla de ambas: me divierte entender el mundo Happn y mi manera de interactuar con él y también quiero intentar experimentar qué siento al salir con alguien con el que me une esto de habernos elegido a través de un catálogo virtual de candidatos.

Recién vuelvo de trabajar y mi after office va a consistir en un intenso encuentro entre mi sillón, mi mantita de polar, dos tostadas con queso y dulce, un vaso de gaseosa cola (Vamos anunciantes, anímense a pautar en este espacio!), mi teléfono con batería cargadísima y mi cuerpo y alma enteritos dispuestos a ahondar en el universo happneano.

Sería un panorama casi perfecto excepto porque empiezo a estornudar desenfrenadamente y a sembrar pañuelitos de papel por todo el sillón.

Mientras abro la aplicación, suena la alarma que me había puesto para recordar que hoy es el cumpleaños de Maximiliano, del cual desde que tuvimos nuestra cita no supe nada más. Le mando un mail (es loco pero nunca intercambiamos nuestros números telefónicos) felicitándolo y proponiendo hacer en los próximos días otra salida para celebrar.

Hasta el momento mi único crush en Happn es David, con el que intercambié algunos saludos superficiales hasta que me preguntó si le daba mi número de celular y no le contesté más. Me dejó paralizada la propuesta porque me dio miedo darle mi teléfono a un desconocido.

Hoy se lo comenté en la oficina a Eloísa y me dijo:

– Qué te da tanto miedo? No me dijiste que el chat de la app es muy lento? Seguí las charlas por whatsapp así son más fluidas!… tampoco es TAN grave darle el número a alguien al que, en el peor de los casos, podés bloquear.

Creo que tiene razón. Así que ahora desde el sillón, mientras investigo a su competencia, también retomo el contacto con David saludándolo y pasándole mi número.

Me zambullo de lleno entre fotos, corazones y cruces a ver qué me depara mi destino virtual.

Primero corroboro el target al que apunto: hombres entre 33 y 40 años. En mi perfil hay cuatro fotos: una de cuerpo entero en la puerta de un bar de día, otra en primer plano mirando para un costado, otra en la playa de noche y otra de espaldas caminando por el medio de una calle desértica.

Haciendo el primer repaso de ejemplares masculinos me llama la atención los que ponen exceso de fotos con -paso a detallar-:

Veo que otro gran tema son las descripciones escritas que algunos eligen poner, a modo de breve biografía. Yo no puse nada en la mía porque todo lo que se me ocurre siento que es o muy cliché o muy privado así que creo que es mejor que la información surja con cada charla.

Lo primero que me deja al borde del llanto son los horrores de ortografía que cometen algunos. Después noto que hay distintos grupos de descripciones que se reiteran muchísimo:

A los que pasan el filtro de no cometer ninguno de los pecados anteriores (A-bueeee!!!-Habló-“sor”-Vera!!!), los elijo o no según lo que me transmitan, un poco por si me parecen lindos o interesantes y otro poco es por si siento que pueden tener alguna onda compatible con la mía.

Hasta el momento no me interesaba ni un poquito David pero ahora que le escribí yo dándole mi número, me da ansiedad que no me esté respondiendo.

Mis estornudos se están transformando en un resfrío con todas las letras (R E S F R I O) acompañado por un dolor de cabeza perturbador. Me levanto a tomar una aspirina y cuando vuelvo veo que una luz azul titila en mi teléfono. Miro la pantalla y hay una especie de rayo que anuncia que tengo una notificación de Happn: es David que contestó mi mensaje!

Continuamos la charla por whatsapp y me cuenta que tiene una hija de seis años, Lola, a la que acaba de dejar en la casa de la madre, de la cual se separó hace tres. Es jefe de redacción en una revista (un poco creativo, un poco periodista: una combinación que suele resultarme muy atractiva).

Al rato de estar hablando, me invita a tomar algo esta misma noche. Le digo la verdad sobre mi resfrío y cabeza estallada. Supongo que si después de esa confesión de alto contenido erótico me vuelve a decir de vernos significa que está interesado de verdad en conocerme. En ese caso, esta situación también me sirve para prepararme mentalmente para lo que sería mi primera salida oficial con alguien de Happn.

Le pido que me mande un mensaje de voz, para escuchar cómo suena la suya.

Llega el audio: “La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene”.

Al escuchar las primeras palabras en la linda voz de David, identifico el texto de Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. De tal manera me es un texto cercano, que muevo mi brazo unos treinta centímetros y el libro ya está en mis manos. Le mando foto de la tapa y nos reímos de la gran coincidencia. De repente, David me resulta tan cercano como el libro.

Voy a tratar de dormir temprano así que me despido y a cambio recibo un “Dulces sueños y que te mejores!”.

Durante la noche tengo fiebre y, no sé si por consecuencia de eso o por mirar Happn durante horas, sueño que vuelo en un parapente adentro de un supermercado que sólo vende productos azules. Me despierto transpiradisima, sin fuerzas y con la nariz totalmente tapada. Aviso en el trabajo que hoy no contarán con mi presencia.

A media mañana David me escribe:

– Buen día, Vera! Cómo te sentís?

Pequeños grandes gestos que suman mucho cuando todavía la cuenta está en cero.

Paso dos días encerrada en casa pero acompañada virtualmente por David. Le cuento que me molesta la vista y me manda audios leyéndome párrafos de libros que le gustan, para entretenerme.

Cuánto más curan las buenas compañías que las aspirinas!

Ya me siento mejor y él propone ir a tomar algo a la tarde cerca de casa “así no tomás frío ni caminás mucho”. Nos encontramos en una esquina, llego después que él. Me saluda tímido pero seguro, cuando me acerco a darle un beso baja un poco la mirada y apoya su mano sobre mi espalda casi a modo de abrazo.

Vamos a un bar y mientras charlamos compartimos una limonada. David habla pausado, pero es concreto y claro en sus palabras. Me cuenta sobre un cortometraje que está dirigiendo y me pregunta sobre mi trabajo. Habla mucho sobre su hija. Habla mucho en general.

Cuando decidimos irnos y la moza trae la cuenta, él pone la mitad más un poco de propina. Me llama la atención que no pague todo. Defiendo la igualdad de roles en el 99% de los casos pero cuando salgo por primera vez con alguien, y sobre todo cuando lo único que consumimos es una limonada, me parece un gesto cálido que el hombre me invite, y hasta me sirve de excusa (si él me gusta) para decirle “la próxima invito yo”.

Se me ocurre también un chiste sobre si él no es mi media naranja pero sí mi medio limón pero no creo que si lo digo vaya a sonar tan gracioso como en mi cabeza así que mejor me lo callo.

Otras cosa me llama la atención sobre David: su único viaje al exterior fue ir por un día a Colonia, en Uruguay. No son cosas graves, pero a mis preconceptos les cuesta entender cómo alguien de clase media, con casa propia y lleno de inquietudes culturales no pudo/quiso a lo largo de 37 años hacer un viaje a algún lugar afuera del país.

Sé que no tiene sentido prejuzgar y no quiero sacar conclusiones apresuradas pero recién me estoy acostumbrando a esto de tener primeras citas y tengo que terminar de entender cuánto merece analizarse y cuánto relajarse y disfrutar.

David me acompaña caminando a casa y en la puerta me besa. Es un beso tímido y seguro como sus palabras. Me despido de él con una linda sensación, de esas que provocan los labios que traen besos nuevos.

Apenas entro a casa me escribe: “Qué lindos besos”.

Suspiro como una adolescente y pienso (Dale-con-esa-manía-de-pensar-sin-parar,-Verita): qué bueno que por una vez no soy yo la que manda el mensajito del después.

Enterate aquí cómo conocí a David

¿Querés saber quién soy y por qué escribo? Leé Yo soy Vera

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Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com