Que la neurosis no te tape el bosque

Vera Ricerca
El juego del paquete
6 min readNov 1, 2017
Imagen de autoría propia

Salir dos sábados seguidos con la misma persona es ser una pareja en serio. O al menos ir camino a eso. O al menos eso quiero pensar.

Desde que salimos por primera vez, Miguel está proponiendo volver a hacerlo el sábado. Expresa más de una vez lo bien que la pasó y fantasea con otras cosas que podemos hacer juntos.

La semana que viene es mi cumpleaños y estoy pensando qué hacer y obviamente Miguel es una de mis variables en la planificación. Será que por primera vez en varios años voy a estar “de novia” en mi cumpleaños? Quedará esa imagen perpetuada en las fotos del evento para asombro de los ex que me stalkean por redes sociales? (Ah-bueeeeee,-la-señorita-piensa-que-están-todos-sus-ex-chongos-RE-preocupados-por-si-ella-está-por-fin-de-novia!!!). Y si viene Miguel, tendría que invitar a los novios de mis amigas o hago que él sea el único hombre? Le incomodará ser el centro de atención?

Por ahora el camino a transitar es hacia la segunda cita y parece ir todo viento en popa. Miguel insiste en definir hora y planes y yo me propongo cambiar de estrategia y no ser la Vera 24 horas disponible cuando alguien me gusta. Él me tuvo dos años en stand by y yo un poquito se la tengo que hacer pagar. Le digo que le voy a poder confirmar el mismo sábado si puedo o no porque voy a la quinta de una amiga y quizás me quede a dormir allá.

La duda sobre nuestro encuentro no hace más que potenciarle las propuestas y fantasías. Despliega un arcoiris de encantos y yo me dejo envolver en todos los colores. Miguel es bueno con las palabras (y con el brazo que tiene sano también).

Llega el sábado y a las cinco de la tarde, desde la hamaca paraguaya de la quinta de Eloísa, le escribo para decirle que sí puedo salir a la noche (Bien,-Verita!-Te-arriesgaste-un-montonazo-haciéndolo-esperar-tanto). Propone que vaya a su casa y desde ahí vemos qué hacemos.

Yo me llevé dos opciones de cambio de ropa a lo de Eloísa así que desfilo cada uno para que ella me diga cuál me queda mejor. Ganan el jean, las botitas color bordó, la remera rayada y la campera de cuerina negra. Ella me presta una chalina para terminar el look y parto hacia el encuentro de mi candidato.

Cuando llego, me besa apasionadamente contra la pared. Siento que podría quedarme así por horas. Le tengo fe a esta noche.

Me lleva de la mano al balcón y me dice que lo espere ahí que va a traer algo para tomar. Vuelve con dos copas de champagne con una rodaja de naranja en el borde. Debo admitir que primero me pareció de dudoso gusto la elección del aperitivo y su “decoración” pero también me resultó tierno que haya preparado algo especial para mi visita. Además, es una noche calurosa y la copa fría llega justo a tiempo. Tanto es así que la tomo en medio segundo y le hago un chiste sobre mi poca tolerancia al alcohol, más teniendo en cuenta que no como nada desde el mediodía.

Pasan veinte minutos y otra copa más. Aunque no me moví de la silla ya estoy mareada. Él dice estar igual que yo (o eso me quiere hacer creer) y me propone ir a dormir un ratito para que se nos pase el mareo. No usamos la cama para dormir y el mareo suma un condimento interesante al intercambio y la exploración mutua.

Nos quedamos dormidos abrazados pero yo a las dos horas me despierto y me desvelo totalmente. Tanto se nota mi inquietud que él se despierta y me dice si no quiero ir a ver tele al living. Sigo su sugerencia y él, claro, sigue durmiendo. Además de desvelada estoy muerta de hambre pero no sé por qué me da pudor abrirle la heladera y ver si hay algo para picar. En algún momento, mirando una maratón de capítulos de Friends, se me caen un poco los párpados y aprovecho para volver a la cama con él y logro dormir un par de horas más. A la mañana me llena de besos, caricias y demás.

Cuando nos levantamos, se repite la rutina del “desayuno” de la primera cita: café de cápsula y nada alimenticio. Me estoy cambiando para irme y menciona que la psicóloga le acaba de escribir para modificarle el horario de esta semana y, casi sin respirar entre palabra y palabra, agrega:

— No sé para qué voy si igual todas mis neurosis ya no las voy a cambiar. Ya estoy grande. Tengo una hija. Y vos sos chica y te querés casar y tener hijos. Y eso es lógico.

Mientras dice todo eso no me mira a los ojos. Parece que sacara conclusiones solo. De hecho, jamás hablamos sobre si yo me quiero casar o tener hijos así que todo es resultado de su imaginación, o de lo que él cree que yo debería desear. Lo peor no es eso, lo peor es que yo no lo contradigo. Me quedo asombrada mirándolo y mientras agarro mi mochila le pregunto:

— Y todo eso de dónde lo sacaste?

— Es así, estoy seguro. Y está bien que así sea.

Vuelvo a sentirme mareada, pero esta vez debe ser por las pavadas que acabo de escuchar y porque tengo el estómago completamente vacío.

Me quedo con un sabor agridulce de nuestra segunda cita. Es todo fruto de su autodenominada neurosis? O es que yo voy por la vida con cara de “Poneme un anillo y haceme un pibe!!!”??? No sé si reírme o llorar y de esa dicotomía lo que queda es preocupación.
Recuerdo que ya me pasó otras veces que me han dicho “vos estás para algo serio” y no se de dónde sacan esa conclusión. Sé que no soy la reina del descontrol pero tampoco entiendo exactamente en qué tipo de expresión mía se puede deducir semejante afirmación: es en alguna palabra que uso? Es porque no propongo una orgía en el primer chat? O porque no uso tacos de 12 centímetros? POR FAVOR ALGUIEN QUE ME EXPLIQUE por qué sacan conclusiones apresuradas sobre mis deseos sin siquiera preguntármelos.

Los siguientes días, oh sorpresa, la onda con Miguel baja totalmente. Hablamos muy esporádicamente y no da indicios de volver a vernos. Decido proponerle yo de hacerlo, ya que las dos veces previas lo había hecho él. Me da una larga explicación de que no puede porque la ex le cambió el día que le tocaba estar con la hija y ahora está con la niña y su sobrino en su casa y se quedan a dormir, etc., etc., etc. No solo me da una larga y detallada explicación sino que además me manda fotos de los niños jugando para graficar (y darle veracidad?) a la situación.

Parece que mi festejo de cumpleaños va a ser, una vez más, de chicas solas. O al menos de eso me mentalizo y empiezo a armar listas: invitadas / menú / compras. Me gusta mucho celebrar mi cumpleaños así que no voy a permitir que ninguna adversidad masculina me quite las ganas de mi torta con velita y mis tres deseos.

Pasan los días y Miguel y su neurosis parecen haberse ido de vacaciones al país de nunca jamás.

Dos años y dos citas después de aquel esperanzador match en Tinder, juego mi última carta para confirmar si el partido terminó o si hay revancha:

— ”Hola, cómo andás?”-, le escribo por whatsapp.

Lo lee y no responde.

No esperaba otra cosa de él.

Mentira, siempre espero otra cosa, pero en este caso sabía que Miguel era especialista en esfumarse de manera serial.

Me quedo con bronca y pena, pero al menos ya no tengo intriga, que era lo que esencialmente me ligaba a él.

Enterate aquí cómo conocí a Miguel
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aquí cómo reapareció Miguel
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aquí cómo fue mi primera salida con Miguel

¿Querés saber quién soy y por qué escribo? Leé Yo soy Vera

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Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com