Volver a caminar juntos

Vera Ricerca
El juego del paquete
6 min readAug 20, 2020

Mis vecinos salen poco y nada a sus balcones y terrazas. No es como al principio de la cuarentena que todos vivíamos como novedad la posibilidad de pasar el día entero en nuestros pequeños o grandes espacios de aire libre personales. También puede ser el frío, porque aunque sigue sorprendiéndome, pasamos del verano al invierno en un segundo.

Los perros sí salen. Todas las mañanas cuando salgo uso minutos al balcón, miro para abajo y en las distintas terrazas de los PH de abajo están Vainilla, Chocolate y Canela. No se llaman así, claro, pero los apodé de esa manera por sus colores (y por mi espíritu de gula eterna).

A veces los miro con envidia. Quisiera, por unos días aunque sea, que mis únicas ocupaciones sean echarme en las baldosas donde de más el sol, mover la cola a todo ritmo cuando esté contenta y acurrucarme cerca del miembro de mi familia que más ganas tenga de rascarme.

Y, sobre todo, no tener idea de qué significa el futuro ni la necesidad de preocuparse por él.

Durante la cuarentena paso por muchos estados de ánimo distintos, creo que como todo el mundo. Hay días que me parece lo más genial del mundo no tener que salir de casa ni viajar al trabajo y otros que quiero desesperadamente juntarme con amigas en algún bar, hacer una escapada de fin de semana o al menos poder dar un abrazo o un beso sin pensar que esa otra piel puede ser un enemigo mortal.

Desde que tuvimos nuestra cita virtual, con Manuel nos volvimos más compañeros de trabajo que potenciales amantes.

Lo ayudé a armar la idea del evento de degustación de sus quesos, la lista de participantes, los flyers, los mails y varias cosas más. A mí me encanta hacer eso y la verdad es que me agregó algo distinto a la rutina bastante monótona que venía teniendo.

Llegó el día del evento virtual, hablamos un rato antes y él estaba desbordante de nervios. Le tiré, un poco en joda un poco en serio, frases motivacionales a modo de coach en intervalo de partido de básquet.

— No sé cómo lo hubiera organizado sin vos

Me dice y replico muy seria:

— Pésimamente mal

Nos reímos fuerte y cortamos, para reencontrarnos un ratito después ya en el Zoom.

Los invitados se van uniendo, cada uno desde su mesa, con los quesos y vinos que les mandó Manuel. Él los va guiando por su mundo de aromas y sabores, conduce el evento con mucho carisma, mezclando profesionalismo y muy buena onda. Verlo en ese rol me encanta, siento que está “en su salsa”, es feliz hablando de lo que le gusta y los que participamos somos felices de disfrutarlo.

Dos horas después, ya todos con la panza llena y el vino por nuestras venas, todos seguimos charlando, las preguntas que al principio eran técnicas (“a qué temperatura es ideal guardar los quesos?”) ahora se volvieron delirantes (“Creés que el cheddar es queso de verdad o es un invento de Estados Unidos para inocularnos su dominio?”). Él entretiene a todos y yo trato de disimular que me estoy dando cuenta lo mucho que me gusta.

Cuando termina el evento me llama. Está re acelerado, contento, agradecido. Es la primera vez que en toda la charla no menciona ningún aspecto negativo ni preocupación sobre nada.

— No hay mucho que podamos hacer ahora para celebrar pero se me ocurre, si querés, ya que mañana es sábado, pasarte a buscar por tu casa y caminamos un rato por tu barrio.

— Dale! Buena idea, tipo 18 hs?

— Allí estaré

El sábado al mediodía festejamos con las chicas el cumple de Lau, que desde Uruguay nos propuso enseñarnos a hacer pan a modo de festejo con actividad incluida. Cada una compró los ingredientes y 12 en punto estamos todas online, con el delantal puesto y listas para aprender sobre el arte de los panificados. Como soy una ignorante en la materia, me puse la compu al lado de la mesada para ver bien grande el paso a paso del asunto.

No es que me encante tener las manos en la masa pero está bueno esto de saber hacer algo nuevo, y, sobre todo, si es comida.

Mientras amasamos y después dejamos levar la preparación, charlamos sin parar con Lau, Jose, Elo y dos primas de Lau que conocemos de sus cumples “presenciales”.

Lau está feliz viviendo allá, sobre todo en esta época que en Uruguay están más tranquilos respecto al coronavirus y tiene una vida más “normal” que nosotras.

Las primas de Lau nos preguntan a Jose y a mí si estamos saliendo con alguien (ellas están casadas) y Jose contesta primero:

— Por suerte no, estoy en un momento de tolerancia cero así que mejor solita y encuarentenada.

Yo les cuento de Manuel, que nos vimos una sola vez y después vino el encierro, del evento de ayer y que lo ayudé a organizarlo.

— En serio no se vieron en todo este tiempo?? Yo pensé que todo el mundo rompía la cuarentena.

Dice Mercedes, una de las primas.

— No sé, yo no la rompí. Pero la novedad es que hoy, para festejar, me pasa a buscar por casa para caminar juntos.

— Waw! Mega emoción, -me jode Jose.

— Y… viste que en cuarentena cualquier cosa que te saque de la rutina es un notición, jajajaj. La verdad es que tengo ganas de verlo face to face, aunque sea con barbijo.

La masa duplica su tamaño y ya estamos listas para meter los futuros panes al horno. A los míos les pongo sésamo encima y cruzo los dedos para que salgan doraditos y no quemados.

Seguimos charlando, de nuestras familias, del trabajo, de series y películas, de aburrimientos profundos, agendas colapsadas y emociones varias. Y también le cantamos el “feliz cumpleaños” a Lau, así de lejos, así de cerca.

A Lau le suena el temporizador y nos pide que abramos los hornos. Chan! Tengo pan casero de mi propia casa, todo un milagro de la cuarentena. Mientras los dejo enfriar le mando fotos de la creación a mis papás, que responden incrédulos de que eso haya podido ser hecho por mis manos.

— Quién te ha visto y quién te ve!?, -dicen al unísono en un audio.

Me voy a bañar para prepararme para mi segundo evento del día. Me siento ansiosa por ver a Manuel. Ahora que nos acostumbramos a la virtualidad, mantendremos la química caminando por Almagro?

Seis en punto me avisa que está abajo. Me pongo el barbijo y guardo mi botellita de alcohol en gel en el bolsillo. Bajo por la escalera para tocar la menor cantidad de superficies posibles.

Abro la puerta y los dos sonreímos, o eso al menos deducimos por la expresión de nuestros ojos.

Rozamos nuestros codos y empezamos a caminar “Podemos decir que esta es nuestra segunda cita real, no?” sugiere y yo confirmo. Se nos notan los nervios a los dos, el cara a cara nunca es igual al pantalla a pantalla.

A medida que nuestros pies avanzan, retomamos la confianza que logramos en la virtualidad. Y también la sensación de estar todavía conociéndonos, de ver qué pasa con nuestras charlas pero también con poder caminar hacia el mismo lado en silencio.

No hay nada como estar cerca, como mirarse a los ojos, como sentir la piel de gallina aunque estemos bañados en alcohol.

Volvemos a la puerta de casa y nos despedimos. Cuando empieza a alejarse vuelve y me dice:

— Me olvidé de darte el regalo que te traje.

Se acerca sin darme tiempo a pensar qué puede haberme traído. En pocos segundos y en un acto digno de un ilusionista se saca el barbijo, me saca el mío y me besa. Y yo lo beso. Nos besamos, mucho, fuerte, como hace cinco meses o quizás como nunca.

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Soy Vera y publico esta y otras historias en mi blog El Juego del Paquete. Te invito a leerlas desde el comienzo, aquí.

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Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com