Un día como hoy: la II República y qué hacer con ella

Pablo Aguirre Herráinz
Punto y coma
Published in
8 min readApr 14, 2016
Un día como hoy, hace ahora 85 años. Fuente.

Para otra visión contrapuesta sobre qué hacer con la II República, véase el artículo escrito por Carlos Vázquez en Punto y coma: “La Segunda República: Otro intento fallido”.

Para reflexionar un momento sobre por qué es importante hablar sobre estas cosas, cuando otros las usan para hacer daño e intimidar, véase la nota escrita por Hugo Aguirre Herrainz en Punto y coma: “La herida que no cierra”.

Un día como hoy, hace ahora 85 años, se proclamaba la II República en nuestro país. Hoy, igual que entonces, aunque en diferente contexto, un clamoroso coro de voces ciudadanas grita por el cambio. ¿Pero cuál cambio? ¿El de sistema político, o algo más? Conmemoración, deseo y disenso se unen para enmarañar una fecha todavía dominada por los demonios de nuestra historia y por las miserias del día a día, papeles de Panamá incluidos.

En nuestro país y su territorio histórico los reyes y la reinas nos han gobernado tradicionalmente, al margen de virtudes o vicios personales de cada uno, como suele la realeza: con pompa y superioridad jurídico-protocolaria. Estas dos características las puede compartir, llegado el caso, el presidente o la presidenta de una República, y con todo ello, el gasto excesivo, los escándalos de pasillo y las declaraciones fuera de tiesto. Entonces, ¿por qué habríamos de desear una III República en España? ¿Se trata tan solo de dar preferencia a un himno (no es nuestro fuerte), una bandera (un poco descaradas las dos), una pose (uniforme del Ejército de Tierra frente a traje de corte patrio)?

Que cada uno decida si viene al debate a hablar de formas o fondo. Si es a lo segundo a lo que nos ceñimos, la III República no se puede pedir como quien pide en la peluquería un cambio de look. Para eso ya están los «chinos» y los «todo a cien» que en fechas como hoy redondean la caja vendiendo la tricolor. La III República debe pedirse — y llegar — con conocimiento de causa. Debe ir incluida en un cambio constitucional necesario que, entre otras cosas, derogue estas salvaguardas jurídicas injustificables que disfrutan la mayor parte de nuestros políticos y representantes (Felipe y Letizia incluidos). Debe, también, ir acompañada de un verdadero control público de la nueva financiación destinada a la institución. Nada de cuentas secretas, nada de hacerse transparente cuándo y cómo les parezca o les resulte conveniente hacerlo. Y por último, debe cargarse de un nuevo simbolismo. ¿Qué es eso de jurarle nada al rey, a su reina o al escabel de turno, pues, quién sirve a quién? ¿Es mucho pedir tener un representante electo, y no sucesorio? ¿Qué aporta el protocolo desmedido y la etiqueta de palacio? ¿Cómo facilita el atrezzo la labor de representación y, más importante aún, cómo se come eso de mantener rituales infértiles en un ambiente de recorte de gasto público y de vidas humanas?

Hay que acudir a la fuente original, receta polémica, ajada, machacada, enfriada ya, que fue la II República

Así las cosas, III República cuanto antes, sí, pero no como fetiche, sino como principio históricamente asentado. ¿Asentado en qué? En aquello que consideremos válido para construir nuestra democracia (siempre que sea esto lo que queramos construir, y no un paraíso de defraudadores y corruptos, ludibrio para los demás). Para esto, claro, algo de material hay en los últimos años 30 años de nuestra historia, pero no es suficiente. No basta tampoco con el antifranquismo (lo único bueno que dio el franquismo, hablemos claro), porque sería como alimentarse del aroma de un puchero. Hay que acudir a la fuente original, receta polémica, ajada, machacada, enfriada ya, que fue la II República. Sin mitos ni colorantes, eso sí, aprendiendo de los errores y siendo sensibles a los que no pueden, no deben, esperar que resolvamos nuestras crisis apelando a la paciencia y al ayuno; buscando también (¿por qué no?), ese cacareado consenso que de tanto utilizarse para cubrir vacíos es verdad que ha terminado sonando hueco.

Lo que no se puede es seguir tolerando, ni por un minuto más, la condena sistemática de la II República como símbolo anticonstitucional. ¿Anticonstitucional para quién? ¿Para los herederos de Franco? ¿Para sus admiradores? No, la República no fue perfecta, pero fue democrática. No pueden decir lo mismo la Dictadura que la precedió y, desde luego menos, la que la sucedió. Ya está bien. Fuente.

La República no fue, es justo reconocerlo, la utopía que muchos y muchas soñaron. No podía serlo, ni por comparación (con el resto de Europa) ni por eliminación (a esta escala, ¿alguien es capaz de encontrar utopías reales en la historia del ser humano?). El periodo republicano ha sido estudiado, con sus luces y sombras, por una amplia bibliografía nacional e internacional, luego no se trata ahora de entrar en resúmenes que resultarían enciclopédicos, sino de ofrecer tan solo unas pinceladas sobre lo que fue y no fue, lo que no pudo ser y lo que no se le dejó ser.

La República ofendió principios elementales en nuestro país. Principios establecidos a base de siglos de acumulación de tierras y privilegios, explotación, represión y, en ocasiones que no siempre, el refrendo de un sistema legal para nada equitativo o distributivo. En resumidas cuentas, y como dice abajo la canción, la República empezó tocando de obra o de palabra lo que «los tiempos y las trampas» moldearon durante siglos: una España de amos, señoritos, patrones, espadones, crucifijos y mestureros (que decía Unamuno), y otra España, enjuagada en sudor, de jornaleros, obreros, mujeres criadas, que no votaban ni contaban, y niños de costillas perfiladas. Una España sumamente injusta, hay que aceptarlo ya, subdesarrollada y autoritaria, donde cada chabola campestre era una ermita al hambre y cada barriada obrera una catedral de miseria industrial.

En este complejo escenario social y político, que fue además campo de encuentro de muy diversos ejecutivos (prácticamente contrapuestos), lo que pudo ser la República se quedó a medio camino. El órdago lanzado a la Iglesia, al Ejército y a los grandes propietarios la condenaron a muerte de antemano, literalmente además, pues fue contra la experiencia de 1931 contra lo que se preparó el 18 de julio, y no contra unos mineros revoltosos — ya represaliados — o contra un tímido Frente Popular en el 36, lleno de socialistas sin margen de gobierno y con escasa presencia comunista. A corto plazo la República pecó de lo que pecan la mayor parte de los gobiernos reformistas: precipitación (sobre todo formal), falta de apoyos (entre otros financiación) y mala gestión de crisis de gobierno (fundamentalmente, orden público).

A cambio, sí que representó este sistema político el primer foro abierto y democrático de nuestra historia. De hecho, nunca antes de 1931 había votado toda la población ciudadana adulta, nunca. Nunca antes se había realizado un esfuerzo educativo y pedagógico como el que se emprendió entonces (miles de maestros y maestras «llovieron» sobre los pueblos de la intrahistoria española: el qué hubiera podido reverdecer en esos campos sin la sequía impuesta por la balas es algo que solo nuestra imaginación puede vislumbrar).

El problema de la tierra también se enfrentó después de décadas de inmovilismo administrativo, y quizá, sin que a uno le tachen de rojo ni de violento, se pueda apuntar que ya era hora de plantear la división entre Iglesia y Estado, entre Estado y Cuartel y, en esta línea, entre Cuartel y seguridad pública. Pero tal vez lo más importante del periodo fue que se podía hablar y opinar como no se había hablado y opinado en mucho tiempo, y como no se volvería a hacer en otro tanto (alguno estará tentado en buscar excepciones a esta afirmación, bien, ya le adelanto que las encontrará, para entonces y para ahora). Generaciones de «calladas» y vencidos pueden dar fe de cómo se vivía mejor, si siendo enemigo de la II República o de Franco. La comparación es obscena.

A este país no lo han destrozado las marchas agrarias, sino las militares, y no ha sido la lucha obrera la que le ha llevado a una dictadura, sino más bien la que le ha sacado de ella

Pero las deficiencias nunca se sortearon del todo, y hasta crecieron. El resto de actores sociales, desde un lado del espectro político al otro, por arriba y por abajo, desde posiciones de fuerza o de resistencia a esa fuerza, defendiendo bien el derecho a poseer bien la necesidad de repartir, concluyeron un lienzo difícil de dibujar al que se sumaron los errores cometidos por los diversos gobiernos republicanos. Aunque decir difícil no es decir imposible. Hasta el Golpe de Estado la República seguía erguida, siguiendo un camino lleno de posibilidades. Las armas impusieron un desvío imperdonable, pero dicho desvío no es achacable a quien fue atacada por ellas. Parece mentira que haya que insistir tanto en algo tan elemental, ¿verdad? Bueno, es lo que hay, o tal vez la II República se vistió de manera provocativa, quién sabe.

Repetimos, para que quede claro: mezclar República y Guerra civil en un mismo marco es torpe, históricamente hablando, y luego además es ruin, ya en un plano político. A este país no lo han destrozado las marchas agrarias, sino las militares, y no ha sido la lucha obrera o estudiantil la que le ha llevado a una dictadura, sino más bien la que le ha sacado de ella. Si esto, que se ha estudiado hasta la saciedad, no es un hecho de dominio público en la actualidad quizá es que no estamos enseñándolo o debatiéndolo de la manera adecuada, o tal vez es que no nos lo ponen fácil.

Son estas las manipulaciones históricas a las que me refería más arriba. Negar la II República porque bajo la II República «en guerra» se cometieron atrocidades sin cuento (hecho cierto, sobre el que merece la pena, y es necesario, hablar, solo que en otro debate) es uniformizar lo blanco con lo negro, es intoxicar el debate, justificar a los criminales de guerra que dieron el golpe y restringir nuestro país a una escala en la que solo cabe un tipo de ciudadano, una sola visión del mundo y una única política. Fuente.

Luego, al margen y paralelamente, sin paralizar para nada el país (si no lo ha paralizado la falta de gobierno, no lo va a paralizar esto) y tratando de corregir al menos la teoría igualitaria que tanto solemos rezumar por los cuatro costados, ya es hora de que todos los ciudadanos y ciudadanas seamos idénticos en el papel. De ahí a la realidad, espero, nos queda una asignatura pendiente sin atajo posible, y es que solos los pozos se empiezan por arriba y en este país, al menos, se han venido llenando de nombres y de anhelos. Pero ese horror ya fue.

Salud y República, en ese orden y con un mínimo sentido de propiedad histórica.

Un saludo también a quienes quisieron vivir, que no morir, por la libertad.

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Pablo Aguirre Herráinz es escritor nocturno y doctorando diurno. Actualmente centra su trabajo universitario en el estudio del difícil retorno desde el exilio republicano a España (años 1945–1985), a lo que se suman afanes muy profanos sobre temas de literatura histórica y actualidad obsoleta (guerras mundiales, etc.).

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