Carolina Ardila es aire fresco

¡Conoce al escritor!

EÑES
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10 min readMar 31, 2018

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AA Carolina se le aclaran los ojos tanto si llora como si ríe. Su cabello no sabrá de peines, pero deja en fila india la colección de tazas de café que se toma al día. Dice que tiene a un Sebastián en su vida con quien, al parecer, comparte el sofá y un romance eterno (y maternal). No le gusta el chocolate, pero sobre esto no comentaremos nada más. Que su poesía es cálida, casi táctil y descomplicada, de eso sí podríamos hablar horas muertas, pero solo diremos que son su diario vivir, y también el tuyo y de paso el nuestro. Por si se te antoja encontrarla, búscala «cuando la canción termine / los recuerdos sean fuertes y claros / y te provoque cantar a todo pulmón». Ah, y también en EÑES. 😃 Aquí un poco de nuestra querida Carolina Ardila:

Sobre ti

Dices que te gusta tomar fotos, viajar, leer, escribir… Pero ¿qué actividades aborreces a morir y te ha tocado hacer? ¿Y si te decimos que estamos seguros que te tocará hacer alguna de esas muy pronto?

Hay labores del hogar que encuentro terriblemente aburridas y que evito, en la medida de lo posible, como lavar los platos o planchar la ropa; tanto así, que una de las condiciones que me he autoimpuesto es comprar prendas que sean de pocos cuidados y materiales que, preferiblemente, no tenga que planchar. Encuentro realmente tedioso tener que estar alisando cada pliegue, cada manga, el torso, el cuello, todo con una técnica adecuada, de manera tal que no produzca nuevos dobleces o marcas al hacerlo (agregue usted, además, sin mancharla con sprays o quemarla en el proceso).

Por otro lado, vivo con uno de mis hermanos, con quien llegué a un acuerdo tácito, en el que básicamente yo cocino el 90 % de las veces y él lava los platos sucios. ¡Lo cual para mí es perfecto!, situación que inevitablemente me recuerda a una frase de Julio Ramón Ribeyro de su cuento Solo para fumadores, en la que contaba que cuando no tenía cigarrillos, ni dinero para comprarlos se los robaba a su hermano y viceversa, y completa diciendo: «Se trataba de un acuerdo tácito y además de una demostración de que las acciones reprensibles, cuando son recíprocas y equivalentes, crean un statu quo y permiten una convivencia armoniosa».

Pero volviendo al tema que me tocara hacer estas actividades, pensándolas más bien a modo más inevitable, o incluso de manera recurrente, como oficio o forma de ingreso, me imagino la escena como un musical —y debo aclarar que como género del séptimo arte es de los que menos me atrae—. Pero en mi vida la música hace parte tan importante y está presente en tantas actividades, que ese sería mi escape o mi manera de sobrellevarlas, comparable en cierta medida a mi movilización por la ciudad en transporte público, el medio por excelencia cuando no voy en bici y son distancias más largas. Para salir de casa me es indispensable llevar conmigo audífonos, con ellos no solo logro aislarme un poco del cansancio y el hastío que emanan mis compañeros de viaje y meterme en una burbuja envolvente que baña inevitablemente el ambiente de la canción que esté sonando en el momento, de su mood, de sus notas, de su ritmo y estribillos, sino también logrando una abstracción tal que me podrán ver bailando y cantando discretamente —a veces no tanto.

Al parecer eres de las que se va por las ramas existenciales. ¿A qué conclusiones, si alguna, podrías llegar hoy en cuanto a que «de lo bueno / a veces poco / a veces más»?

Así como la mayoría de mis textos, esta no es una frase especialmente profunda ni con montones de posibles interpretaciones y lecturas. No es más que un par de palabras que juntas intentan expresar algo tan sencillo como esas ansias, esa certeza que, de lo que disfrutamos, no siempre tenemos la dicha de hacerlo tanto como quisiéramos. Saborear ese helado dulce, delicioso que se derrite en tu boca junto al crujir perfecto de la galleta de la barquilla; dormir un poco más y aún otro poco un día de semana entre las sábanas que tienen la temperatura perfecta en las madrugadas y la luz es un suave resplandor que apenas se cuela por la ventana; o el impregnante olor de un café recién colado, calentito entre tus manos; o la caminata por el parque con el rocío cubriéndolo todo como un manto brillante de pequeños diamantes el domingo por la tarde; o el abrazo cariñoso, sutil, que es abrigo, que es consuelo, que es un «te quiero» sin pronunciar palabra.

Tal vez es también esos recuerdos que guardamos como pequeños tesoros, como sentarse en el tope de la cocina rodeada de familia, o son las estrellas que me regalaba mi papá de niña y que formaron montones de parcelas en el cielo a mi nombre sin que nadie lo supiera, o la compañía finita y de entrega absoluta de mi perro, las ciudades que he visitado y que contemplo por volver, los labios que he besado y los sueños que aún guardo.

Por ahí nos enteramos de que eres una «atrevida comensal». ¿Qué es lo más «atrevido» que has comido en tu vida? Ya que estamos en esas, ¿qué plato venezolano deberíamos probar antes de irnos de este mundo?

Creo que me he convertido en una entusiasta de la vida, de lo nuevo, de lo desconocido y esto extrapolado al mundo gastronómico se traduce constantemente a crear nuevos platos con combinaciones de ingredientes, condimentos y sabores, creando recetas que no se repetirán, sin nombre y sin más técnica que la dictada por la disponibilidad de lo que haya en la nevera y un poco de creatividad.

Me declaro una «atrevida comensal» porque además, cuando salgo a comer, soy la que pide lo que no cocinaría normalmente en casa, por ser complejo de preparar, por tener ingredientes que no es normal tener a la mano, o sino, porque quiero visitar lugares de comida de otras latitudes, abarcando platos japoneses, tailandeses, vegetarianos, hindúes, árabes, españoles y pare usted de contar.

Lo cierto es que no he comido platos muy excéntricos más allá de las típicas hormigas culonas santandereanas, por mencionar un ejemplo reciente, pero si soy tu acompañante para comer voy a querer pedir lo menos común del menú y probablemente no podremos compartir el postre porque ni soy muy dulcera ni me gusta el chocolate —no, no tengo ningún trauma de la infancia, y tampoco me gusta el chocolate blanco, ni en pequeñas cantidades.

En cuanto a gastronomía típica venezolana yo recomendaría una reina pepiada al volver a la casa de madrugada en la arepera de la calle del hambre, una buena cachapa doblada por la mitad con una porción desbordante de queso de mano en la carretera a los llanos, o una empanada de cazón de masa delgadita amasada por una margariteña en el Mercado de Conejero. El indispensable pabellón criollo (que no le falten unas larguísimas tajadas con queso rallado blanco) o una hallaca recién desenvuelta de sus hojas de plátano, preparada a manos de la abuela, las tías, la cuñada y hasta la vecina, en armonía con el olor lejano a pólvora, el frío decembrino y el calor entrañable e incomparable de familia.

Sobre la escritura

Eres comunicadora social y diseñadora gráfica editorial. ¿En qué momento de tu vida empezó entonces lo de crear poesía?

Yo escribo desde la adolescencia. Recuerdo pasear por los pasillos de mi querido colegio con paredes forradas de cerámica de formato pequeñito en tonos de azules celeste, con un cuaderno en el que no solo escribía yo, sino que invitaba a mis amistades a escribirme mensajes. Esas primeras palabras pasaron años escondidas o queriendo camuflajearse en los estantes de mis libros.

Con la tecnología llegaría mi primer portátil, y aunque los primeros escritos que allí plasmaría se escribirían en Word, en algunos casos directamente en Gmail, eventualmente se crearían en las notas de mi smartphone. Muchas se traspapelarían, otras se perderían. Yo no pretendía darles vida más allá de los formatos o plataformas en los que habían nacido. Escribía para mí y por mí.

El año pasado empecé a alternar entre libretas, cuadernos, computador, teléfono, siendo este último el mayor guardián de mis textos, llegando a tener casi doscientas notas. Llegó el día entonces en que se mudarían a una interfaz más amable y versátil, que me funcionara tanto en el celular como el computador.

Pero ¿cómo pasó esto? ¿Cómo llegué hasta aquí? Hay muchos historias y muchos caminos que me llevaron al punto de partida donde apenas estoy empezando a creer que puedo escribir fuera de los confines de una nota de prensa o un copy, como quien se sumerge en un mundo maravilloso, como quien no tiene ciudad, pero todas las ciudades en las que ha vivido son suyas. Fue entonces cuando empecé a creer que todo es posible, a decirle que sí a todo, a descubrir micromundos en cada persona que conozco. Básicamente voy buscando puertitas para abrir, a veces con una cámara en mano, a veces con palabras.

¿Qué es lo más ambicioso que has considerado hacer en relación a la escritura? ¿Escribes con algún fin?

El año pasado participé en un taller de creación de personajes, orientado más bien a la ilustración, y complementado con otro taller, este otro de escritura creativa dictado por Willy McKey. Me planteé escribir un cuento infantil, la verdad a modo de excusa, ya que en este espacio no me adentré ni me dejé ver con poesía.

Últimamente he pensado que me gustaría ser capaz de tejer historias con personajes, línea de tiempo, unas vidas que se entrelacen, dibujarlos con palabras, crear un universo en el que se desenvuelvan. Sería un reto al que hasta ahora no me he atrevido a enfrentarme. El proceso de escribir que me ha acompañado durante mi adolescencia y mi vida adulta había sido un medio muy personal de desahogo, una terapia de reconocimiento de mis sentimientos, de no dejarlos encerrados entre el cerebro y los pulmones porque en últimas terminaban convirtiéndose en un nudo en la garganta. La verdad es que esto ha mutado, se ha transformado un poco desde que publico en Medium, me ha obligado a cuestionarme, a leerme y releerme, a buscar un segundo o tercer par de ojos críticos, a hacer un experimento conmigo misma y mi entorno con cada texto que publico, estirando los límites autoimpuestos.

Si pudieras regresar a la casa donde creciste y dedicarle un poema a la pequeña habitación donde tuviste tus primeros delirios, ¿cómo serían esos primeros versos?

Guarida de sueños
de no más de un metro veinte centímetros
de lágrimas que se harían ríos
capullo de inocencia
crisálida tornasolada
hogar de historias fantásticas
puerta al olvido
catapulta sagrada.

Sobre Medium, EÑES y tú

Tus dos primeros escritos en Medium marcan una transición vital: un adiós a Venezuela y un comienzo en Bogotá. ¿Es pura casualidad, o tiene que ver en algo con tus primeros pasos por Medium? De cualquier forma, ¿por qué empezaste a escribir en esta plataforma?

¿Las casualidades existen? No fue intencional, y me estoy dando cuenta ahora de esta línea geográfica y de viaje con la que empecé mi camino por Medium. Probablemente va de la mano con el viaje que emprendía a nivel personal, profesional y familiar. Me sentía caminando por una cuerda floja —los balances a veces dependen de tan poco— y en las palabras conseguía la estabilidad que buscaba para seguir dando un paso más sin mirar.

Pero además, esa fue una época muy convulsionada para Venezuela. Me considero una pesimista que quiere convertirse en optimisma o en una optimista en rehabilitación del pesimismo, pero lo cierto es que si me fui de mi país fue porque ese virus de desesperanza llegó al corazón, al núcleo de mí, que me llevó a tomar la decisión de hacer vida desde cero en otra parte.

Fueron semanas de dormir poco, acompañando las noticias de marchas, protestas, medios que no comunicaban la angustia que se estaba viviendo en las calles, tensiones, violencia, represión. Paralelamente estaba cerrando un periodo casi de aislamiento. Empecé a trabajar en una agencia de publicidad donde haría mis primeros amigos colombianos. Me dediqué a recorrer la ciudad, para hacerla mía, encontrarle sus lados amables, creativos, coloridos, volver a recovecos o lugares que disfrutaba y en los que me encontraba a gusto, feliz, tranquila y esta ciudad tiene muchos de esos sitios: parques, museos, plazas y arte urbano por doquier.

Bogotá es la nueva amiga libertina que se levanta antes del alba, que lo quiere hacer todo, que te recomienda como solo los rolos lo pueden hacer que te mantengas alerta a los cambios, de clima por ejemplo, y que bajo sus ropas más caras lleva sus grafitis como tatuajes.

En cuanto a cómo llegué a esta plataforma, es necesario hacer mención a una de las personas que me influenció, no solo a tomar más seriamente que escribiera, sino que llegara a Medium. Inti Acevedo es uno de esos amigos que las redes sociales me ha regalado, e impresionantemente, me brindó el apoyo en cantidades industriales y me inyectó la confianza para empezar a publicarme —y por eso le estoy sumamente agradecida.

¿Cuándo decides que el texto está «listo» para enviar a ‘EÑES’? ¿Presionas el botón ‘Publish’ enseguida, o eres de las que lo tiene que mirar otras diez veces?.

En este momento tengo doce textos en draft y unos cuántos más en Bear, la app que uso para guardar lo que escribo. No es tanto que lo lea diez veces —tal vez solo ocho veces— sino que me puede pasar que escribo incluso dos o tres textos en un mismo día, sobre todo los cortos, entonces los trato de dosificar o en otros casos puedo sentir incluso que no es el momento de que vean la luz aún. He tenido textos esperando meses por el permiso de hacerse leer. Como terapia o proceso creativo, escribir es uno de los pasos, otro totalmente diferente es socializarlos, o en este caso, publicarlos. Primero es como un fantasmita que se me aparece y se me atraviesa hasta que le hago caso, luego escribo, luego lo leo y releo, luego a veces lo comparto con mi círculo de confianza, hago correcciones y lo empujo del nido.

¿Si te diéramos la oportunidad de entrevistar en EÑES a cualquier otro escritor de esta comunidad hispanohablante, a quién nos presentarías y por qué?

Entrevistaría a Loy Salazaris, que sé que ahora es editora de EÑES, porque siento una cierta afinidad con ella que me gustaría desentrañar.

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