Los santos inocentes
Luego de terminar Por quién doblan las campanas, quería saber más de la España de aquel entonces y mi vieja me recomendó esta joya.
Lo leí enseguida. Ya estaba atragantandome de bronca por tanta humillación y tanta ofensa, tanta injusticia y maldad cuando una extraña sensación de placer me invadió en cierto momento que, por supuesto, no les diré cuál es.
Los señoritos me sorprendieron, al igual que los cortijos y las milanas.
Tanto chisme, tanta escopeta, tanta ignorancia injustificada. Y no me refiero a la del campesinado, que lejos estaba de ser ignorante con tanto saber apropiado por los falsos dueños de la tierra y sus ridículas celebraciones.
Tanta matanza por deporte. Tanta falta de consideración, tanta depravación y abuso. Se creían los dueños de la tierra, se acostumbraron a mandar y nos acostumbraron a obedecer ¿Qué otra cosa íbamos a hacer sino conocíamos nada más? Y por eso se aprovecharon.
El azarías se orinaba las manos, se las cuidaba mucho, y lo bien que hizo. En el momento que más las necesitó no fallaron.
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