El día exacto en que Roberto se convirtió en Brad Pitt

Vera Ricerca
El juego del paquete
4 min readMay 31, 2017

--

Imagen de autoría propia

Llega el miércoles y Roberto me pasa a buscar. Bajo pensando cómo saludarlo, típico dilema de segunda cita cuya primera terminó con un beso. Apenas nos vemos, me agarra suavemente la cara y me besa directo en la boca. Esto empieza con entusiasmo.

Ya en el auto, camino al cine, me acaricia la rodilla mientras maneja y habla (Perdón?!-desde-cuándo-somos-novios?).

Me abraza durante toda la caminata entre el coche y el cine.

Luego de (spoiler alert!) ver morir a Brad Pitt en forma de bebé con demencia, volvemos al auto y lo llenamos de besos descontrolados. Yo, aunque me había autoconvencido de no hacerlo, propongo que vayamos a casa (maldita debilidad carnal).

La pasamos bien juntos y se queda a dormir sin que eso se plantee. Se queda porque se da así y está bueno. Duerme abrazado a mí y no me suelta en toda la noche. Yo, literalmente, no duermo.

Se despierta y -en un tono entre emocionado y nostálgico- dice:

– Hace mucho que no pasaba la noche con alguien.

No sé bien qué decir porque me sorprende la confesión y porque, la verdad, yo desde mi ex que tampoco paso una noche entera con otro ser humano.

– Yo tampoco.

– Es que uno a veces se acostumbra a la soledad.

– Sí…pero esto es mejor no?

– Sí.

Después de remolonear en la cama toda la mañana, al mediodía nos levantamos y desayunamos juntos, con lectura de diario de por medio (Perdón?!-desde-cuándo-somos-marido-y-mujer?). Dos horas después se despide sonriente y con un largo beso.

Al día siguiente le mando un mensajito simple y alegre y percibo en su manera de contestar un poco de frialdad. Decido no darle rienda suelta a la máquina de sospechas que se puede desatar en mi cabeza porque no hay ningún motivo que me lleve a pensar que algo malo esté pasando.

Continúa el día sin mensajes, ni llamados ni nada.

A la noche lo llamo yo, a fin de cuentas siempre me llamó él. Suena y suena y no contesta.

A la hora me llega un mensaje por whatsapp:

– Disculpame pero estaba en el psicólogo, no me siento bien.

Pienso que puede haberle pasado algo con un familiar o en el trabajo. Me sorprende el mensaje y no sé muy bien cómo romper ese hielo.

Al rato me llama.

Su voz es de ultratumba.

Me dice que TUVO que ir al psicólogo porque se sintió muy incómodo el miércoles (conmigo). No entiendo nada, de nada.

No me sabe explicar qué pasa concretamente, tira frases sueltas:

Hace silencios atroces, hirientes.

Empiezo a sentir que estoy en una película de ciencia ficción en la que te cuentan primero el final y todavía no entendiste el principio. O quizás estemos en la parte en que el personaje comienza a tener signos de demencia, como le pasó a Brad en la peli que vimos juntos.

Paso de la incredulidad a la angustia indignada o a la indignación angustiada. Trato de aflojar un poco el nudo de mi garganta, para que me salga la voz:

– La verdad es que no entiendo nada pero se ve que percibimos la realidad de dos maneras muy distintas porque me parece que no se te veía nada incómodo y que nadie te obligó a quedarte en casa a dormir o a desayunar (O-a-leer-MI-diario!). Te aclaro que no cualquier persona viene a mi casa y se queda a dormir tan pronto.

– Claro que nadie me obligó, yo también me abrí mucho con vos. Perdón…

Escucho sus sollozos.

Sigue diciendo incoherencias que no hacen más que continuar desconcertándome y llevarme a lagrimear. Feo. Horrible.

Me da bronca mostrarme vulnerable y caer en el código del llanto cuando lo único que le tendría que decir es “Flaco, qué mal que estás de la cabeza” y cortarle.

Paso el fin de semana pensando y repensando la sucesión de todos los hechos.

Mientras mi mente no para, por el corazón me pasa un desgano atroz, un desgaste de pequeñas ilusiones explotadas a bombas molotov.

El lunes, desde mi escritorio en la oficina, le mando un mensaje (aunque estamos a dos metros de distancia) a nuestro celestino Marcelo preguntándole si en algún momento del día podemos hablar.

– Obvio, cuando quieras y donde quieras.

Tal firmeza en su respuesta me hace entender que está al tanto de lo que sea que haya sido esa rareza que pasó anoche.

– Sabés algo?

– Lo justo y necesario

– Ok. Yo lo injusto e innecesario.

Leé la primera parte de Roberto acá
Leé la segunda parte de Roberto acá

¿Querés saber quién soy y por qué escribo? Leé Yo soy Vera

--

--

Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com