El horno en el que estamos.

Rodolfo Navarrete
Poetas de la Noche.
5 min readFeb 20, 2017

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Difícilmente abro los ojos, como un parto que viene detrás de los párpados. No guardo relación con la hora del día. Despabilo frente al ventanal, aluzado con fuego blanco e ígneo, tamizado por las cortinas californianas. Tanto sol duele en mi cabeza, cierro los ojos y aún veo su huella en el vacío. Hace calor. Tardé veinte segundos en ubicarme. Calle Augusta del Río. Tiendas de anaqueles oxidados, fachadas sucias y gente reventada como yo. Pienso en volver a casa de mis padres. Es un pensamiento automático que arregla el mundo desde mi divorcio. Necesito volver y recomponerme. Los que estuvieron aquí, antes que nosotros, se dejaron una libreta olvidada en un altillo del armario. Ahí escribieron frases positivas. Todas las hojas están llenas de optimismo y de plegarias a Dios: «Señor, dame la fuerza de seguir luchando contra este cáncer»; «Tener una actitud positiva quizás no arregle todos tus problemas, pero molestará a tanta gente que valdrá la pena el intento». A Michelle y a mí nos conmovió. Yo le dije que la gente que usa la felicidad como arma arrojadiza es la gente más peligrosa. Tiene una carga de violencia oculta. Michelle dijo que no era distinto a ellos. Yo también tengo una libreta donde escribo poemas. No la muestro a nadie. La primera vez que lo hice, tenía 17 años y no volvió a surgir nada hasta los 21.

Una bebé de 3 años duerme a mi costado, empapada de sudor, algunos mechones de cabello se adhieren a su frente. No parece darse cuenta del horno en el que estamos metidos. Aborrezco que sufra este calor, o será que me enferma no poder hacer nada al respecto. No hay cosa más (jodidamente) triste.

Todas esas situaciones que te estrujan por dentro te dicen que no puedes dar la talla. El gasto de los tres me viene cuesta arriba. Faltan algunas semanas para fin de mes y ya estoy sin un centavo; Michelle se recupera de la golpiza que descargó su ex novio sobre ella. No trabaja y no la culpo. Yo tampoco lo haría, pero es demasiado para mí. Escribí una carta que no le he entregado aún:

«Hemos sido, Michelle, la misma historia de siempre. Hemos sido náufragos. Sólo nos encontramos en la orilla de esta isla, con los restos de una embarcación que era nuestra. Nuestro océano esconde largas separaciones , sumergidas en lo profundo; siempre es el mismo proceso. Al igual que me uní a la Hiena No 1, me uní a ti. Las mismas palabras, la misma situación al límite. A veces pienso que tú también lo sabes. Me contaste secretos. Atravesaste un túnel oscuro y difícil. Más de uno se hubiese vuelto loco, pero tú fuiste muy fuerte. Sin duda, tocaste fibras sensibles en mí, sin embargo, no te considero distinta a las otras. Somos toda esa gente que dejamos atrás, pero con caras diferentes. Damos vueltas en un círculo bohemio de fuego que nunca hemos traspasado. No conocemos a nadie. Tan cercanos somos, el uno del otro, que nuestros errores sistemáticos se repiten. ¿Qué sientes, Michelle? ¿Qué sientes cuando me escuchas? Quizás nunca llegues a amarme, en realidad no importa. Mis manos están atadas. Sé lo que te han hecho, lo que te ha dolido, lo que te han lastimado. Me gusta tu cabello castaño, flotando bajo el agua de la bañera. Nuestro entorno fue — es y sigue siendo — el equivocado. Pensaba que era sólo cuestión de tiempo para ser consciente; pero amaneció, no sopla el viento, nos lo quitaron todo y sé que te volverás loca, hermosa Michelle. Comprendo que hay espacios difíciles de llenar, pero estamos vacíos. Aún eres joven. Nosotros nunca podremos hacerlo, Michelle. Me gustas, pero no lo lograremos».

Los vendedores ambulantes de las calles claman por algo más que una compra. Calor. Me estoy desesperando, me estoy hartando de esta mierda. Debo sacar a mi hija de este agujero. He soñado que se me caían los dientes. Un horror. Es demasiado grande el contraste de la angustia del sueño y la espantosa realidad de haber despertado en este cuarto.

Michelle parece un gran trozo de marfil sobre la cama. Me pregunto si también estará soñando. Sacudí su hombro unas cuantas veces hasta que abrió los ojos.

— Buenos días — le dije sonriendo.

— ¡Yaaauunn! — bostezó

Acomodando sus pequeñas tetas debajo de la blusa. Blanca con estrellas rojas, deslavada de la blusa y el orgullo. Su voz quebradiza expele un fétido aliento. No hay pactos con la hermosura a estas horas.

— ¡Bufsh! ¡Dios! ¿Qué hora es? — preguntó.

— Las once y media.

Se sienta al borde del colchón, clavando la mirada en el suelo. Respira hondo, se hace una coleta. Sus delgados brazos parecieran rebanar el ambiente. Sacó toallas húmedas del cajón del mueble pequeño. Le pedí una y me acercó el cilindro. Humedezco la cara y el cuello de mi hija con la toalla; después le soplo. La criatura se tapó la cara con la almohada.

— Michelle…

Iba rumbo al baño y se detiene para escucharme.

— … Voy a dejar el trabajo. — le dije.

— ¿Cuándo? — preguntó.

— No lo sé; supongo que completo el mes y me largo.

— ¿A dónde iremos?

— Dios mío, no lo sé.

Michelle guardó silencio y se fue al baño.

— Ojalá pudiera comprar un ventilador — dije — Quizás podríamos ir a la playa.

— Detesto la playa — contestó Michelle.

(Sé que no quiere salir a ningún sitio hasta que esté recuperada).

— Seguro que a ella le gustaría.

Cuando volvió del baño fijó la vista en mi hija, tocó su cabeza.

— Michelle…

— Dime.

— ¿Me quieres?

Marco Salbazo.

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Mención a Lectores: María Ripoll Cera , Geraldine Terra , Gabriela M , Quiasmo

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Rodolfo Navarrete
Poetas de la Noche.

Todas las historias fueron escritas por Rodolfo Navarrete quien posee los derechos de Autor. twitter @RodolfoNavarret