Santa Clara Noir

Rafael Grillo
El Caimán Barbudo
Published in
9 min readDec 9, 2019
Cartel de Fantoches 2019

NO TODA LA SANGRE ES ROJA (NI MI CIELO TAN AZUL)

Carlos René Padilla es un tipo macizo y de estatura superior a la que el estereotipo otorga a los mexicanos, nacido en Agua Prieta, allá por el rudo y fronterizo desierto de Sonora. Se ha vestido de patrullero para advertir in situ el virus de la extorsión y paseado con pinta de joto* por las aceras del comercio sexual (y por estas y otras hazañas inmersivas recibió un premio en “Periodismo de Profundidad”).

Durante años cubrió sucesos criminales para los periódicos Expreso y El Imparcial (y extrajo de ahí historias para ganar en crónica el Concurso del Libro Sonorense 2016, con No toda la sangre es roja; y los condimentos para alimentar novelas negras como Amorcito corazón, Premio Libro Sonorense 2015; Yo soy Espaiderman, Premio del Concurso Nacional “Una vuelta de tuerca”; y el ensayo Los crímenes de Juan Justino y Rodrigo Cobra).

Ha visto a colegas suyos ser abatidos sólo por ejercer “el oficio más peligroso” en un México contemporáneo sacudido por el duelo entre los narcos y el ejército. Allí, a despecho de balas perdidas o tiros certeros, nunca sufrió rasguño alguno ni fue víctima de robo siquiera. Pero en su primer día en La Habana y estrenándose a bordo de una guagua, a Carlos René Padilla le birlaron la billetera.

Carlos René Padilla en la readacción de la revista El Caimán Barbudo

Paradójicamente, unos días antes en Santa Clara, él asistía de invitado al III Encuentro de Escritores de Novela Negra Fantoches 2019 y había disertado sobre estrategias de sus compatriotas para resistir a los maleantes. “Allá te colocan una pistola en la cabeza en plena calle y si te enfrentas y no le das lo que tienes, te matan. Por eso la gente lleva encima un celular inservible o doble monedero para engañar a los ladrones”. Mas luego de su incidente en el P5, risueñamente yo le dije: “Pues ya ves, acá el delincuente tiene que esconderse entre la multitud para cometer su fechoría, y si por casualidad logras atraparlo, lo matas tú a él”.

Sin embargo, a pesar del chiste sobre estas “diferencias culturales”, en mi interior bullía de incomodidad y vergüenza y pensaba en que si bien los niveles de criminalidad entre nuestros países no son equiparables, la total ausencia en Cuba del tipo de cobertura periodística llamada de “crónica roja” contribuía a parir paseantes incautos, y que la exportación de una “Imagen país” de tranquilidad y seguridad no debería estar reñida con la necesaria alerta sobre los modus operandi de los capos y peligrosos autóctonos. ¿Es forzoso esperar a que el televisivo Tras la huella notifique sobre hechos en definitiva ya consumados y hasta penados legalmente para saber de qué va la delincuencia en La Habana?

De este tema habíamos discutido ya en la sección del Fantoches ocupada por el panel «Estudio en escarlata: la crónica roja y el periodismo como parte de la literatura de crímenes». Esa tarde emergió la sombría realidad azteca, que el michoacano Darío Zalapa retrata en su novela Perro de ataque: “La policiaca ya no es la noticia de relleno, la que va por puro morbo (…) se lleva más titulares a la semana que cualquier otra sección. Nos tocó ser los cronistas de esta asquerosa guerra, nos guste o no, y es natural que muchos ojos estén al pendiente de lo que escribimos”.

Ante esos malos ojos que colocan en el colimador a quienes denuncian a narcos y políticos corruptos, consumando su venganza entre las filas del periodismo, el vasco naturalizado mexicano Imanol Caneyada esbozó una alternativa: “La actitud que en el periodismo podría ser aceptable por instinto de supervivencia; en el terreno de la literatura es absoluta cobardía”.

La novela negra como sucedáneo del periodismo, el retrato lóbrego de la realidad social en su costado salvaje. Caneyada, que es también periodista, escribió 49 cruces blancas como una ficción sustentada sobre la tragedia real ocurrida en una guardería de Hermosillo. Mientras, el psicólogo y narrador cubano Luis Cabrera comentó sobre su libro de testimonio Insólito ser, donde el ciclo vital de un nefasto personaje local hace aflorar las secuelas de la marginalidad, las drogas, el sida y la cárcel.

LOS POLICIACOS VOLUNTARIOS

Lorenzo Lunar publicó con la española Atmósfera Literaria, en 2019, Miénteme más, cuarta entrega de sus “Crónicas del Barrio” protagonizadas por el jefe de sector Leo Martín; en 2018, con la mexicana Nitro/Press sacó la novela ¿Dónde estás, corazón?; y en 2017 vio la luz en Letras Cubanas su Mundo de sombras. Corpulento también, aunque nativo de Santa Clara, y “cerebro maestro” tras el evento Fantoches con el apoyo watsoniano de su esposa Rebeca Murga, es un escritor de obra extensa en el género y pródigo en lauros internacionales como el Novelpol, el Brigada 21 y el de la Semana Negra de Gijón. Sin embargo, una mayoría de aficionados nacionales y extranjeros quedarían en ascuas ante la pregunta de si existe vida en el policial cubano más allá de Leonardo Padura.

Puede que la innegable calidad literaria de la saga de Mario Conde, llegada a nueve títulos en 2018 con La transparencia del tiempo, y el eficiente aparato promocional de la catalana editorial Tusquets que la sostiene, genere un efecto de eclipse y el autor de El hombre que amaba a los perros haya invisibilizado al resto de sus compatriotas que se aventuran en el género negro.

Pero el astro Padura no está solo y, además de Lunar, hay que contar a la propia Murga (Crimen sin castigo), Reinaldo Cañizares (Los vándalos), Mario Brito (La muerte del cebú), Germán Piniella (Un toque de melancolía), Roberto Estrada Bourgeois (La pelirroja), Rafael Grillo (Asesinos ilustrados), Marcial Gala (La catedral de los negros), Jorge Luis Sánchez (La navaja suiza), Joel Sequeda (Carro Fúnebre), Julio César Perea (Al filo del abismo) y el prolífico Agustín García Marrero (El asesino de los jueves), por mencionar sólo algunos escritores y títulos publicados en el territorio nacional.

A los que habrían de adicionarse otros coterráneos como Rodolfo Pérez Valero, cuyo debut en la Cuba de los setentas fue con el emblemático No es tiempo de ceremonias y hoy publica desde EE.UU su serie Misterios; o Amir Valle, el “novísimo” de Si Cristo te desnuda, que ahora en Europa fragua la saga Un descenso a los infiernos; junto a esos que comienzan en otras partes: Yamilet García Zamora (en México sacó Del otro lado, mi vida), Vladimir Hernández (fichado por Harper Collins Español con Habana Réquiem) y Alex Padrón (radicado en La Habana, aunque sumado al catálogo de la española Atmósfera Literaria con Matadero), o la autora fantástica residente en U.S.A, Daína Chaviano, que agrega tintes negros a su más reciente novela Los hijos de la diosa Huracán.

Dentro de la isla aparecieron en la última década un par de antologías: Confesiones (2011, debida al binomio Murga-Lunar) e Isla en negro (2014, compilación de Grillo y Leopoldo Luis), que levantaron la etiqueta de “Nuevo Cuento Policial Cubano” para dar cuenta de una creación literaria distinguida por su actualidad y el desapego a la fórmula del policial anterior a los noventas, anquilosada hoy aunque rediviva merced a la porfiada subsistencia del añejo Premio MININT.

Sin embargo, la presencia de unos libros y autores no puede garantizar por sí misma el reconocimiento por el público de una corriente literaria. Por eso, la nula proyección internacional de las editoriales cubanas e, incluso, la insuficiente labor promocional en el terreno intrafronterizo; la extinción de los sellos autóctonos (desde la desaparición de aquel Radar ochentero), la escasez de concursos y de eventos exclusivos para cultores del género, la indiferencia del periodismo y de la crítica y hasta una actitud seudo-elitista dentro del sector cultural, han arrojado al policial cubano hacia un rincón de indigencia a pesar del gusto comprobado de los lectores por el género.

A contracorriente del auge que ya no sólo es patrimonio de los fundadores anglosajones (Inglaterra y EEUU), sino que el respeto consumado alcanzó a Francia, Alemania y hasta las frías naciones nórdicas o la oriental Japón; y que se defiende mediante un “neopolicial iberoamericano” a través de innumerables “Semanas Negras” y una copiosa producción editorial en países como España, Argentina, Colombia, México… a contrapelo de todo ello, en Cuba el desamparado género negro está siendo hoy reivindicado apenas desde una “ciudad de provincia”, con el Fantoches (debe su nombre a la primera obra del género escrita en la isla), una suerte de “Santa Clara Noir” cuya edición más reciente ocurrió entre los días 13 y 16 de noviembre.

Participantes en el III Encuentro de Escritores de Literatura Negra Fantoches 2019

Este evento “de guerrilla”, sustentado por el amor inmenso hacia el policiaco (y entre ellos además) de la pareja de Rebeca y Lorenzo, pudo celebrar en 2019 su III Encuentro; uno de alcance cosmopolita, donde se mezclaron siete invitados extranjeros (cinco de México, un argentino y un español) junto a ocho participantes del patio. Encima, se logró por tercera ocasión premiar un concurso (a nivel internacional) de novela negra y lanzar una cuarta convocatoria para el año próximo.

Estos sinsabores y esperanzas del policial hecho en Cuba se abordaron en charlas de bares y de café, o en los predios de la librería La Piedra Lunar, pero, sobre todo, durante el Panel “El género negro en el panorama editorial latinoamericano”. Buen aliciente fue que ahí estuviera una representante de la Editorial Arte y Literatura y hablara del interés por reanimar Colección Dragón, sello que deleitó a varias generaciones con los clásicos mundiales del noir. “Tula” (como llaman cariñosamente a Gertrudis Ortiz) aprovechó para lucir los dos últimos títulos reeditados: El sabueso de los Baskerville de Arthur Conan Doyle y Los policiacos involuntarios, esa inolvidable compilación hecha por Agenor Martí en 1981 y que ejemplifica cómo hasta Chejov, Faulkner y Cortázar embarraron su pluma en el género negro.

Carlos René Padilla, Atzin Nieto, Rafael Grillo, Lilia Barajas, Mauricio Bares y Dario Zalapa. Foto: Alba León Infante

México demostró, por su parte, cuánta vitalidad tiene en historias de narcos y sicarios, policías y detectives, allende la existencia de un monstruo llamado Paco Ignacio Taibo II. En su cualidad de director de Nitro/Press y no como el creador de un tal Anónimo Hernández, Mauricio Bares, junto a Lilia Barajas, su esposa y directora de arte en la editorial, mostraron el catálogo de la especializada colección Nitro Noir, con unos veinte títulos ya, que incluye las recopilaciones México Noir, Desierto en escarlata y Lo que sabemos, lo que somos (homenaje a Taibo II), Crimen de color oscuro (de Ana María Maqueo, primera autora mexicana de novela negra), obras del mexicano Carlos René Padilla y el argentino Kike Ferrari, así como la novela galardonada en Fantoches 2018, La chica del lunar del cubano Manuel Quintero Pérez, fruto inicial de una cooperación que se repetirá con el ganador de este año.

De paso, la tertulia se pintó clara (no de pespuntes negros) para que los editores de ambos países tramaran oportunidades colaborativas de publicación.

EL COMPLOT LUNAR

Manuel Quintero Pérez vive en Suiza pero luce bien enterado de los secretos más oscuros de Santa Clara. Hombre robusto, taciturno, resguarda tras espejuelos de intelectual una mirada escrutadora, que más allá de las lindezas de la Trovuntivitis y El Mejunje, percibe de su ciudad natal los dramas de la emigración ilegal, la prostitución y la droga, la ambición desatada por las diferencias sociales emergentes, y los devuelve a través de las peripecias del policía Hernán para resolver el misterio de un ingeniero desaparecido y de su femme fatal, “la chica del lunar”, que da título a la novela.

Se reservó para la última noche del Fantoches el lanzamiento del título de Quintero Pérez, premiado en la cita de 2018. Atrás habían quedado las mañanas en el Taller «El golpe y la palabra. Literatura negra en tiempos de rap», donde Atzin Nieto compartió sus conocimientos sobre las diferencias entre policial clásico y novela negra, la historia del género en México y la incorporación femenina; los mediodías en la carpa de venta de libros en el Parque de las Arcadas; los paneles en la Uneac, la discusión sobre la película El complot mongol basada en un clásico literario azteca; las tardes con la Peña «La trova se viste de negro» y las presentaciones de libros de Piniella, Sequeda y otros.

Atzin Nieto compartió sus conocimientos sobre las diferencias entre policial clásico y novela negra.

Quedaba para el clímax dar solución al enigma del concurso de 2019. Había tocado al cubano Luis Pérez de Castro, el chileno Eduardo Contreras (ganador de 2017 con la novela Muerte en la campaña) y el cronista de estas líneas manejar los manuscritos enviados desde México, Argentina, Colombia, Chile y Cuba hasta emitir el veredicto final: “Mención para el argentino Roberto Bardini por Una muchacha ambiciosa y el Premio a Operación Bukowski, de Kike Ferrari, también del país austral”.

Para un desenlace a la altura del evento y los ilustres detectives reunidos, nos fuimos de bares con Mauricio, Lilia, Darío, Lorenzo, Padilla y el resto de la banda, hasta perdernos en la negra noche de la ciudad con nombre de mujer pura.

*Homosexual, gay, dicho en México de modo despectivo.

--

--