Los intervalos del infinito

Vera Ricerca
El juego del paquete
5 min readJun 7, 2017

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Imagen de autoría propia

La absurda hecatombe llamada Roberto me dejó furiosa y desilusionada.

Estoy sin ganas de nada. O casi nada.

El Hombre Infinito pone me gusta en una foto mía de facebook y yo lo tomo como un indicio de llamada de atención. En realidad le explico eso a mi mano para que tome la infantil decisión de escribirle por whatsapp. Intercambiamos mensajes de voz en los que ambos hablamos en un tono un poco melancólico (Acaso uno no percibe en seguida el tono en el que está escribiendo alguien a quien conoce bien?).

De la nada se me ocurre preguntarle:

– Qué te gustaría que te pasara ahora?
– Ufff…qué pregunta! Justo en este momento…Me gustaría no sentirme más solo.

Le digo que estamos en la misma, que vengo de una semana difícil y que no estoy entendiendo a los hombres últimamente. Me dice que le pasa lo mismo con las mujeres y me pide que le cuente qué me pasó.

Le hablo de Roberto, empiezo por la primera salida donde todo era color de rosa y cuando estoy por relatar el segundo encuentro, ansioso, me llama.

Atiendo y sin un hola de por medio ataco:
– No puedo creer que no me llames nunca y me llamés para esto.

– No me aguantaba, quiero saber qué pasó!

Continúo entonces mi descripción de los hechos calamitosos y reflexionamos sobre mi indignación con estos hombres de cambios repentinos (hago, además, un poco de referencia tácita a él, pero no parece notarlo).

Me dice que las mujeres también están así y me cuenta que los últimos meses (MESES??? cuántos? no me animé a preguntar…) salió con una compañera de trabajo, 14 años menor que él, y que ella pasó en, literalmente, una hora, del “te amo” al “tenemos que hablar”, que en resumen consistía en que ella en realidad nunca se había bancado que él tuviera una hija, que no le interesaba conocer a sus amigos y que tenía planes de ir a Ibiza y si seguía con él no iba a poder hacerlo.

Mientras debatimos sobre desamores y los vaivenes de las relaciones modernas, en mi cabeza resuena una sola auto-orden: no le digas de verse.

Increiblemente hace ya una hora que estamos al teléfono, en esta conversación que suena más a charla de amigos de toda la vida cuando la verdad es que yo no me puedo sacar de la cabeza nuestros fugaces momentos compartidos y lo que produjo en mí reencontrarme con él.

Empezamos a despedirnos (POR-FAVOR-no-le-digas-de-verse,-Vera!):

– Bueno, tendríamos que vernos. (Lo-dije-o-lo-pensé?-Ay,-no!-por-suerte-lo-dijo-él)

– Me lo decís a mí? -le digo en clara alusión a su abrupto corte de vínculo-.

– No, me lo digo a mí mismo, tendríamos que hacer algo, salir a algún lado, sacar fotos desde tu balcón… algo.

Me sigue inquietando su abuso de los verbos en potencial pero de eso ya hablé bastante.

Es jueves a la tarde y miro el reloj para ver cuánto me falta para irme del trabajo. Mañana es feriado. Yeye está en la recepción sacando y poniendo cosas de su bolsito para irse a pasar el fin de semana largo con su novio de turno. Pasaron diez días de la conversación telefónica con el Hombre Infinito y no volvimos a tener contacto. Me enojo conmigo por seguir pensando en él y esperar alguna señal que justifique semejante uso indebido de mi espacio cerebral.

17:56 hs, ya apagando la computadora y al borde del precipicio emocional que a veces implica no tener NINGÚN plan de fin de semana, recibo un “Hola! En qué andás?” por whatsapp del mismísimo Hombre Infinito.

A los pocos segundos me sorprende con una propuesta/señal/milagro:

-Estoy con ganas de irme mañana a un pueblo a 200 km a sacar fotos, querés venir?

(Ay!-Creo-que-si-me-hubiera-propuesto-casamiento-no-estaría-tan-emocionada!-Qué-le-digo?-Me-hago-la-difícil-e-invento-una-excusa-para-no-ir?-Me-muero-de-ganas-de-ir-a-no-se-qué-pueblo-que-nunca-escuché-nombrar-a-hacer-lo-que-sea-que-se-lo-ocurra-hacer-juntos!)

Yo sé que no lo esperaban pero, finalmente, acepto la invitación.

- Saldríamos a la mañana…te paso a buscar tipo 10.

Entusiasmadísima pero considerando los antecedentes del susodicho, me levanto para el acontecimiento pero con la idea de que, si me vuelve a dejar plantada, me voy al gimnasio y a otra cosa mariposa.

9:45 am me espera en la puerta. Llevo una Seven UP y turrones light, lo único que había en casa. Ah, y una sonrisa de oreja a oreja.

El día y todo lo que sucede es perfecto: ruta desértica, mucha charla, silencios cómodos, visita a un pueblo que más que eso era una desolación con algunas casas. Fotos, fotos y más fotos. Y muchas risas, como siempre.

Besos? No por ahora.

Volvemos por la ruta al atardecer con un sol naranja cayendo en el espejo retrovisor, todo muy videoclip de los 90 o campaña de gaseosa que terminaba con el slogan “Es sentir de verdad”.

Frena en la puerta de casa y apaga el motor.

Bien! Se viene el beso apasionado al final de la película! -pienso.

Nada…

Charla de despedida y decido bajar para no alargar la agonía.

Lo beso estratégicamente en el borde del labio y el otro beso, el verdadero, llega, inevitable pero tímido.

Ahora sí, chau, hablamos.

Un muestrario de sensaciones se apodera de mí al cruzar, sola, mi puerta:

Qué lindo día pasé! / Cómo me gusta él! / Qué raro el beso final / ¿Por qué no nos besamos antes, apenas nos vimos o en el pueblo que casi no es tal? / ¿Por qué no pasó algo más? / Está bueno porque me doy cuenta que de verdad quería pasar el día conmigo y no necesariamente que tengamos sexo / Pero… ¿Por qué no quiso tener sexo conmigo? / ¿No le gusto?/ ¿Por qué tengo que pensar todo, tanto, mucho?

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¿Querés saber quién soy y por qué escribo? Leé Yo soy Vera

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Vera Ricerca
El juego del paquete

Soy feliz a pesar de saber que en el mundo hay reptiles, medias sucias y mermelada cítrica. Escribo en el blog El Juego del Paquete. elblogdevera@gmail.com