«Ahora sé que hay algo peor que la muerte»

Episodio 4: En el centro del misterio del ‘Ghost Boat’ hay una extraña llamada telefónica. Nadie había podido localizar a la persona al otro lado de la línea. Hasta ahora.

Vanessa Wilbat
17 min readJul 31, 2016

Ghost Boat 1 : 2 : 3 : 4 : 5 : 6 : 7 : 8 : 9 : 10

Imágenes de personas desaparecidas provenientes de Facebook y de familiares. Sus rostros habían sido desdibujados para su protección.

Hace dieciséis meses , el Ghost Boat —y las 243 personas que se suponía iban a bordo— desaparecieron. Dieciséis meses desde que Segen, Abigail y el resto de los pasajeros se desvanecieron en ruta hacia Italia desde Libia. Dieciséis meses de vidas suspendidas.

«Todas las familias creen que estas personas siguen vivas en algún lugar», me dijo Yafet hace poco. «No sé qué pensar ahora… es difícil. Es muy difícil».

Hay tantas historias de personas que quedaron atrás, en el limbo. Un familiar me dijo que estaba «deprimido y frustrado todo el tiempo». Una mujer pospuso su boda hasta descubrir qué pasó con su hermano. «No me puedo concentrar en nada», dice otro pariente.

Hellen, cuyo hermano Aklilu estaba en el barco, me dijo que había cancelado la visita anual a sus padres a Eritrea porque ellos aún no saben que su hijo está desaparecido. Cuando habla con ellos les dice que él está en Libia pero que no tiene acceso a teléfono y no puede llamar a casa. Pero ella sabe que si los viese, tendría que decirles la verdad: que no sabe dónde está su hermano, si está vivo o muerto.

«Yo soy la consentida de mi papá, la favorita», me dijo ella. «Pero tuve que desconectar las llamadas con mi padre por la cantidad de preguntas que me hacía todos los días. Se me agotaron las excusas».

Su padre está enfermo. Le preocupa que su padre muera si se entera de la verdad.

Eric Reidy reportando desde las Islas Kerkennah, Túnez. Fotografía por Gianni Cipriano.

He estado buscando a los desaparecidos tiempo completo durante dos meses. Y aunque hemos logrado avances en varios frentes, las certezas que tenemos son escasas.

Sabemos que los pasajeros del Ghost Boat no llegaron a Italia. Sabemos —gracias al fiscal italiano— que un contrabandista mantuvo a pasajeros en una granja en las afueras de Trípoli. Sabemos que fueron llevados a uno de dos lugares: puede ser Trípoli o Zuwarah, a 120 kilómetros a lo largo de la costa. Sabemos que si el barco se hundió y los cuerpos fueron arrastrados hasta la orilla, los cuerpos pudieron haber sido enterrados en fosas comunes no identificadas. Y la comunidad que está involucrada en la investigación ha logrado avances sustanciales con respecto a lo que pudo haber pasado con el barco.

Pero, en su mayoría, nuestra investigación ha descubierto ausencias: la ausencia de pruebas, la ausencia de registros, la ausencia de contacto. Y estas brechas dejan todas las preguntas, todas las posibilidades completamente abiertas: es lo que les da esperanza a las familias, incluso cuando el panorama es sombrío.

Dentro de todas las preguntas que siguen sin respuesta, sin embargo, había un detalle que no podía sacar de mi mente: algo que parecía tan extraño que no podía ser ignorado.

La llamada telefónica.

La familia de una de las personas que iba en el barco había recibido una llamada telefónica, en Eritrea, desde un número tunecino. La persona al otro lado de la línea afirmaba ser un guardia en una prisión. Él dijo que las personas que iban en el barco estuvieron encerrados en su prisión en el sur de Túnez.

Fue el único contacto positivo del que teníamos noticia que sugería que los pasajeros del Ghost Boat seguían vivos. Era la razón por la que Meron Estefanos, la periodista eritrea especializada en asuntos sobre refugiados quien está trabajando para este proyecto, había estado en Túnez a principios de este año. La conocí cuando estaba investigando la posibilidad de que habían estado en la cárcel local, lo cual significa que fue la razón por la que me enteré del caso.

Entonces, ¿quién hizo la llamada?

Un candidato era un hombre llamado Asaad. Él había trabajado con un pariente de Ghost Boat en Arabia Saudita, pero volvió a su casa en Túnez: y cuando el barco se extravió, ella lo llamaba para pedirle ayuda. Asaad había devuelto la llamada para decir que su amigo, un agente de policía, le había dicho que la gente estaba en prisión en el sur.

Cuando Meron viajó a Túnez a buscar a los encarcelados, se comunicó con Asaad por medio de su traductor. Estaba furioso, y le gritó. Él hablaba inglés: ¿Por qué había involucrado a un tunecino? Todavía tenía información, dijo, y sabía dónde estaba la gente: pero solo lo revelaría si Meron le pagaba. Según avanzaba la conversación, los detalles dieron un giro. El nombre de la ciudad donde estaban encarcelados cambió, y luego cambió otra vez. Reiteró su solicitud de dinero. Meron dejó de confiar en él y rompió la comunicación.

A pesar de esto, Meron siguió investigando la pista. Ella viajó a Sfax para ver si la gente estaba en la cárcel. Estando allá le dijeron que había muchos subsaharianos, pero que no había registro de los nombres que ella estaba buscando. Alguien en un juzgado local dijo que había oído algo sobre un grupo grande de subsaharianos, pero nada se había documentado. Y todas las personas con las que habló Meron dijeron que aunque la gente del Ghost Boat hubiera estado en Túnez, estos hubiesen sido deportados hace mucho. Toda fuente informada con la que hablé dijo que las deportaciones en el desierto eran una ocurrencia común.

La historia tenía detalles que era difícil ignorar. ¿Por qué la gente habría de decirle esto si no había nada de cierto en ello? ¿Deportaría el gobierno tunecino a 243 personas y las abandonaría en tierra de nadie en la frontera en el desierto?

Tal vez.

Hay bastantes historias extrañas. Una mujer camerunés me dijo que había estado en cautiverio en Sfax en 2012: había tratado de irse de Túnez en barco a Lampedusa, pero fue secuestrada junto con mas de 150 personas por contrabandistas que exigían el pago de un rescate. Hubo tortura, descargas eléctricas: trato brutal. «Nos trataron como animales», me dijo.

Finalmente la liberaron, pero el resto de los detenidos fueron puestos en un barco y abandonados en alta mar, dijo.

Otra historia me la contó un hombre que trabaja con una organización local. Oficialmente, en la oficina, su entrevista no me proporcionó ninguna información. Sentí como si me estuviera evadiendo. Estaba frustrado y listo para irme. Pero él insistió en tomarnos un café incluso después de haberme rehusado dos veces, culpando a mi horario tan agitado.

En el café, con la grabadora apagada, el rostro del hombre se enrojeció y empezó a sudar mientras me hablaba sobre un amigo de su barrio que se había ido de Túnez ilegalmente en un barco hacia Lampedusa a finales de junio o principios de julio de 2014. Después de llegar a Europa, el amigo dijo que había habido subsaharianos en el barco con él que habían sido capturados en Sfax antes de salir. Algunos habían muerto en el trayecto.

Esta historia no concordaba con la información sobre el Ghost Boat, pero, al igual que la historia de la camerunesa, sugería que estaban ocurriendo cosas en Sfax de las que solo se murmuraba.

Las historias intensificaron el presentimiento que tenía de que había dos mundos; el que había ante mis ojos que podía ver y oír y tocar, y el otro un mundo de sombras del que solo se insinuaba en conversaciones o se hablaba en voz muy baja. ¿Qué estaba ocurriendo en ese mundo?

No hay leyes de asilo en Túnez. No hay protección para los indocumentados.

A medida que investigaba más a fondo, me advirtieron que fuera cuidadoso y precavido sobre las repercusiones.

«Si se trata de meter en esto será expulsado en 24 horas», me dijo un contacto. Él antes había intentado ayudar a personas indocumentadas en Sfax, pero dejó de hacerlo luego de que dos policías —uno con un arma en la cintura y otro con un cuchillo grande— se le acercaran en un café, lo llamaran por su nombre y le aconsejaran dejar de hacerlo.

La idea de que Segen, Abgail y las demás personas del Ghost Boat hubiesen terminado en Túnez y desaparecieran en un mundo sombrío de detención, deportación y barcos misteriosos se hacía cada vez más plausible. Pero tenía que hallar la forma de probar que existió. Tenía que saber más sobre la llamada telefónica.

Otro familiar con el que había hablado se llamaba David. Su sobrina desapareció en el Ghost Boat, y él me había estado ayudando a recabar información de otros. Le compartí hasta dónde había llegado, y le dije que necesitaba saber la historia de la llamada telefónica. ¿Fue Asaad la fuente de la llamada telefónica? ¿O había más gente en Túnez con quienes los familiares se estaban comunicando? ¿Habría más información que haría de la historia algo más tangible? ¿Números telefónicos? ¿Un nombre?

Minutos más tarde, mi teléfono empezó a zumbar. David había logrado hallar el rastro. Había dos personas diferente en Túnez, dijo. Sí, uno de ellos le había pedido dinero a Meron, pero el segundo hombre era diferente, y su historia reflejaba lo que yo estaba tratando de descubrir.

David me lo explicó: Una familia en una zona rural de Eritrea recibió una llamada perdida de un número tunecino, y se lo pasaron a una mujer que hablaba árabe cuyo hermano también había viajado en el Ghost Boat. Ella marcó el número. Al principio, el hombre al otro lado de la línea dijo que nunca había llamado a Eritrea. Pero después, llamó para decir que, de hecho, había visitado a su hijo en una prisión en Sfax ese día.

Su hijo se llamaba Riadh. Él le había dicho a su padre que había más de 150 subsaharianos en la prisión con él. El padre le pidió fotografías de los desaparecidos a la familia para dárselas a su hijo y ver si eran los mismos con quien había estado en prisión. Pero luego, de repente, ya no quiso seguir hablando: Estaba asustado y le estaban advirtiendo no comunicarse con eritreos porque lo que estaba haciendo era ilícito. Podría terminar en la cárcel.

David me envió dos números telefónicos. Eran de Riadh y de su padre, me dijo.

Por fin tenía algo concreto. Un nombre. Números telefónicos. Cosas que podía rastrear y seguir y tratar de llegar al fondo de la historia. Parecía hacerse más plausible.

Antes de ponerme en contacto, sin embargo, tenía que revisar unos detalles. Después de hacer seguimiento en línea y con un poco de ayuda de un amigo con habilidades tecnológicas, logramos un avance: una oferta de trabajo en línea para una panadería que confirmaba el nombre de Riadh, su número de teléfono y una ubicación. La panadería estaba en las afueras de Mahdia, el mismo lugar donde estaba registrado el número de teléfono del padre de Riadh. Habíamos logrado ubicar el origen de la teoría de que el Ghost Boat estaba en Túnez: la única persona que podría darme una respuesta.

En menos de una semana yo estaba en Mahdia —una pequeña ciudad costera— de pie en una tienda oscura y polvorienta con estantes escasamente ocupados. El hombre detrás del mostrador me miraba de reojo, con curiosidad. Mi traductora, parada dentro de una vieja cabina de teléfono de madera, estaba hablando con Riadh.

La luz brillante y fluorescente de adentro hacía que todo lo de afuera se viera más oscuro y alumbraba el contorno de su cuerpo como una silueta alrededor del vidrio borroso. Trataba de leer los gestos de sus manos, el desplazamiento de su peso, buscando cualquier señal sobre el contenido de la conversación. Saqué mi celular del bolsillo y empecé a fisgonear para distraerme, pero mis ojos no se podían concentrar en la pantalla.

Mi traductora colgó el teléfono, volteó el interruptor y salió de la cabina. Dejó salir un suspiro: yo estaba suspendido. Una pequeña sonrisa se le formó en el rostro.

Había accedido a reunirse con nosotros.

En camino hacia el pequeño pueblo en las afueras de Mahdia donde vivía Riadh, mis manos agarraban con fuerza el volante. Tenía miedo.

No tenía ni idea de lo que encontraría cuando llegara. Esa era mi única pista tangible. ¿Se evaporaría sin más? ¿O estaría abriendo la puerta hacia ese mundo de sombras que había escuchado en Sfax? Las implicaciones detrás de ambas posibilidades eran aterradoras.

Anteriormente le había dicho a Yafet lo que los otros familiares me habían dicho sobre Riadh y que lo había logrado localizar y que me iba a reunir con él. «Creo que Riadh no pidió dinero, ¿verdad?», me preguntó por Facebook Messenger. «Él simplemente quería colaborar».

«Cierto. Eso mismo escuché yo», le contesté.

«Esto parece… ser veraz», fue todo lo que escribió.

Estacioné el auto en una rotonda al frente de la panadería de Riadh, un escaparate anodino que arrojaba una luz opaca y fría sobre el andén. Al bajarme del auto me dije a mí mismo que estaba abordando la situación como si fuera cualquier otra entrevista que había hecho. Solo tenía que hacer lo que sé hacer. Pero se sentía diferente.

Un par de minutos después, Riadh entró por la puerta. Era bajito y cuadrado, fornido y con una barba incipiente y un gorro que le cubría el cabello al rape. Halamos unas sillas y una mesa al andén afuera de la panadería. Ya era de noche. Riadh comenzó a narrar su versión de la historia.

Su padre había empezado a recibir llamadas telefónicas extrañas hechas desde números internacionales a finales del verano de 2014. Al principio él no entendía el idioma en el que le hablaban. Luego, una mujer llamada Fiyori se comunicó en árabe. Ella dijo que era eritrea y que vivía en Suiza y que estaba buscando a su hermano que había desaparecido con el Ghost Boat. El padre de Riadh se sintió mal por ella, así que apuntó el nombre de su hermano y lo repartió entre amigos que podían confirmar si estaba registrado en las prisiones de pueblos aledaños.

La mujer eritrea le preguntó sobre Sfax, pero el padre de Riadh no tenía contactos allí. Sus amigos le dijeron que no había registros del nombre que él les había dado en las prisiones que ellos habían investigado.

Se disculpó por no poder hacer más. Pero la hermana siguió llamando, a veces a media noche. Él hizo lo que estaba a su alcance, le dijo, y le pidió que no lo llamara más. La conversación pasó a su hijo.

Riadh, como prácticamente todo tunecino que conozco, tenía un amigo que había tratado de irse de Túnez por barco a Italia. Después de haber zarpado, el barco empezó a hundirse. Las personas a bordo fueron rescatadas y llevadas a Chebba, el pueblo más cercano. Los tunecinos fueron puestos en libertad, pero los extranjeros fueron retenidos en la comisaría de policía hasta que un bus vino y se los llevó. Riadh pensó que habían sido deportados. «Había muchísimos: africanos negros», dijo.

Cuando Fiyori le envió una fotografía de su hermano, Riadh la compartió con su amigo Alaa, el que había estado en el barco. Alaa estaba absolutamente seguro de que era el jóven con el que había viajado. Riadh quería ayudar, hablar con la policía sobre lo que pasó con las personas que subieron al bus, pero estaba nervioso. «Quería hacer la búsqueda por mí mismo, pero me asustó la policía», dijo.

Riadh no tenía más información para mí, pero mandó a alguien en una motoneta a traer a Alaa. Nos quedamos sentados por unos minutos en tenso silencio. Hasta ahora la historia de Riadh no concordaba exactamente con la información que teníamos del Ghost Boat, pero había suficientes detalles que encajaban, especialmente si Alaa estaba convencido de la identidad del joven que conoció.

Alaa llegó unos minutos después luciendo una sudadera gris. Traía una pulsera de oro en su muñeca izquierda y su cabello meticulosamente gelificado. Yo había impreso fotografías del joven que su hermana me había enviado. Le pasé una deslizándola sobre la mesa.

«Ese es él», dijo con certeza. Le mostré más, incluyendo una en la que inmediatamente pudo identificar al joven entre un grupo de personas. «Estuvo al lado mío todo el tiempo. Lucía una gorra negra con una “W” blanca y siempre estaba riéndose y bromeando», dijo Alaa.

Agarré mi celular y frenéticamente empecé a buscar una fotografía de Segen. Mi mano temblaba un poco, se la mostré a Alaa. Frunció el ceño. Dijo que no la recordaba. Necesitaba dar un paso atrás y escuchar la historia desde el principio.

Alaa explicó: Su barco zarpó de Túnez en septiembre de 2014, dos meses después del Ghost Boat.

«¿Cuántas personas había contigo en el barco? ¿Cuántos era subsaharianos?», pregunté.

Había 50 personas en el barco, dijo Alaa (el Ghost Boat llevaba al menos 243 persona; siete eran negros, ocho o nueve tunecinos, y el resto eran sirios; casi todos los pasajeros eran de Sudán o Eritrea). La mayoría de los extranjeros venía de Argelia, dijo. Algunos pueden haber provenido de Libia, pero si lo hicieron, llegaron por tierra, no por mar. Si alguien llegó a Túnez en el Ghost Boat, con mucha certeza lo hizo por mar.

¿Y qué hay del joven? A lo mejor se separó del Ghost Boat y terminó en el mismo viaje que hacía Alaa. Le pedí más detalles: Alaa dijo que el joven —quien solo hablaba un poco de árabe— había hecho una llamada a su familia antes de que el barco partiera. Como dije antes, no encajaba: el idioma nativo del joven que estaba buscando era árabe, y su hermana no sabía nada de él desde finales de junio.

La historia de Alaa —la historia de Riadh, la historia de la llamada telefónica— se desmoronaba frente a mí.

La secuencia de los hechos simplemente no tenía sentido. Riadh ya había estado hablando con Fiyori antes de que Alaa tratara de cruzar a Italia. Pareciese que Riadh había juntado las dos coincidencias en su mente.

Y luego estaba la llamada telefónica. Cuando hablé con Riadh, este insistió en que ni él ni su padre habían iniciado contacto con el número eritreo, los eritreos los llamaron primero. El padre de Riadh, un profesor de escuela retirado, dijo no tener idea de cómo consiguieron su número, pero que estaba seguro de no haber hecho la primera llamada. «Voy de mi casa a la escuela y de regreso a casa. A veces voy a Mahdia», me dijo. «Nunca he conocido a un subsahariano».

El que Alaa hubiera identificado al joven del barco me molestaba: estaba tan seguro. Pero no parecía ser un testigo ocular confiable, teniendo en cuenta que nada más encajaba. El origen de la llamada seguía siendo un misterio —si la familia en Eritrea llamó primero, ¿de dónde sacaron el número?— pero no tenía motivos para pensar que Riadh o su padre me estuvieran mintiendo. Eran abiertos, acogedores, gustosos de hablar, y cuando fui a visitarlos la segunda vez no hubo hostilidad ni inconsistencias en sus historias.

Pero no podía ignorarlo. Fiyori me había relatado su versión de los hechos. Luego hablé con Riadh y su padre y me dieron su opinión sobre las conversaciones que mantuvieron con ella. Ambas partes parecían tener interpretaciones muy diferentes de lo que pasó en realidad.

¿Pero cómo podían divergir tanto las dos versiones?

Riadh y su padre habían hablado con la hermana en árabe tunecino. Es un dialecto que pocos entienden bien por fuera del país. Fiyori hablaba árabe sudanés. Tal vez en la traducción se perdieron los matices. ¿Tal vez la historia se había mezclado con otras? Tal vez la historia de Riadh se había enredado con la de Asaad, el otro hombre tunecino, el que había pedido dinero. Tal vez las historias se filtraban en la bruma del tiempo, o eran machacadas por la esperanza, o confundidas con las mentiras que Ibrahim contaba. Pude ver como las suposiciones se transformaban en certezas y los detalles vagos en piezas de información clave.

Aun así, había cosas que quería entender, pero tenía que ser sincero conmigo mismo: las historias simplemente no encajaban. Riadh y su padre no dijeron lo que las familias pensaron que habían dicho, y tampoco sabían lo que yo creía que sabían.

La llamada telefónica se había convertido en un callejón sin salida.

Cuando regresé a mi habitación en el hotel esa noche, estaba exhausto y agotado. Mi mente pensaba en qué hacer ahora, pero nada se me ocurría, lo único que tenía era ausencia.

La mañana siguiente le envié un mensaje a Yafet y le hablé sobre mi conversación con Riadh y Alaa.

«Tal vez cambió la historia», me escribió. «Tal vez no quiere decir la verdad».

Le expliqué más a fondo. Le dije qué estaba haciendo para seguir adelante con las partes de la historia que todavía no tenían respuesta. «Estoy volteando todas las piedras aquí para no perderme ningún detalle», escribí.

«Eso veo», respondió. «Pero no tengo esperanzas».

Corrí mi silla para atrás en la mesa del café donde estaba sentado con mi desayuno a medias en frente mío; mi computador y mis cuadernos desparramados alrededor. La energía desenfrenada que me alimentaba empezaba a menguar. Puse mi rostro entre las manos. Mi mente estaba adormecida.

¿De aquí para dónde vamos? Era el único pensamiento que retumbaba en mi cabeza.

¿Era este el fin? Sabía que la investigación debía continuar hasta encontrar algo concreto —fuera lo que fuera— o hasta agotar cualquier pista existente. Si nos detenemos aquí todas las posibilidades permanecerían abiertas. Para los familiares que se aferraban a cualquier señal, cualquier razón para seguir con la esperanza, las ausencias con las que habíamos quedado eran una forma de tortura.

«La gente nace y se muere. Ahora sé que hay algo peor que la muerte: extrañar a la gente, y seguir preguntándose día tras día si siguen vivos», me escribió Hellen, la mujer que no les ha dicho a sus padres que su hermano está desaparecido.

La pista más prometedora se había extinguido, pero no las preguntas. Seguí pensando en lo que sabíamos. Segen, Abi y los demás se fueron de la granja, pero Ibrahim y Measho, el contrabandista en prisión en Italia, ambos dijeron que no los habían acompañado en el barco. No había nadie que las hubiese visto subirse al barco, y si lo había, no lo admitían.

Al hablar con las familias, incluso este detalle abría muchísimas posibilidades. Tal vez habían sido secuestrados en Libia y vendidos como esclavos. «En Libia pasan estas cosas», me dijo Meron.

Si quería ser capaz de responder las preguntas de los familiares —ser capaz de llenar los vacíos— tenía que regresar y seguir la historia desde el principio. Eso, no obstante, requería de más información; debía saber como encaminar mi búsqueda. Había estado basándome en una delgada tajada de prueba que parecía ser prometedora. Pero al hablar con los familiares, aprendí que había mucho más que no sabía.

Había un familiar que vivía en Italia del que había escuchado, quien aparentemente tenía mas información que nadie sobre el Ghost Boat. Era hora de ir a conocerlo.

Esta historia fue escrita por Eric Reidy. Fue editada por Bobbie Johnson, datos verificados por Rebecca Cohen y corregida por Rachel Glickhouse. Dirección artística de Noah Rabinowitz. Imágenes provenientes de Facebook y de familiares. Los rostros han sido desdibujados para su protección. Traducción de Vanessa Wilbat.

Necesitamos tu ayuda para lograr que esto se resuelva.

No solo queremos que leas esta historia; queremos que participes en la resolución de esta investigación. Hasta ahora, los lectores de Ghost Boat han esclarecido los tipos de naves involucradas, rastrearon todos los barcos en el Mediterráneo y crearon una base de datos más precisa de los incidentes de embarcaciones.

Hay tanto más por hacer para saber que pasó.

Aquí sabrás por dónde empezar.

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Vanessa Wilbat

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