«¿Cuántas madres? ¿Cuántos más?»

Episodio 10: Nuestra búsqueda de los refugiados desaparecidos vuelve a donde empezó. Pero ¿cómo te puedes enfrentar a una pesadilla que nunca acaba?

Daniel Arbelo
24 min readDec 28, 2016

Ghost Boat 1 : 2 : 3 : 4 : 5 : 6 : 7 : 8 : 9 : 10

Un dibujo de un joven migrante que sobrevivió a un naufragio cerca de Sicilia. Describe el hundimiento del barco, cuerpos flotando y ropas en el agua.

Jartum es sofocante durante el verano. Arena de color rojizo del desierto sopla a través de las calles y queda suspendida en el aire, levantada por un tráfico lento, que se pega a la piel y hace que el horizonte se emborrone tras una fina neblina tapando los pequeños edificios de cemento.

El aire es tan espeso con el calor que la vida se arrastra lentamente durante el transcurso del día. La actividad solamente aumenta cuando bajan las temperaturas —aunque sea sólo un poco— después del ocaso del sol.

El paisaje urbano es una sosa cuadrícula de calles de tierra llenas de baches que desembocan sobre un tráfico que obstruye las avenidas principales. Solamente un pequeño puñado de rarezas arquitectónicas rompen la uniformidad —incluyendo un edificio gigante con forma de huevo financiado por el dictador libio Muammar Gaddafi— pero en su mayor parte, la capital de Sudán no es nada especial.

En realidad no hay mucho que atraiga a un extranjero a aquí, sobre todo en la temporada de verano. Y sin embargo es en un a tarde a finales de julio —el mes más caluroso del año, con temperaturas diurnas abrasadoras con rondan alrededor de 43 grados centígrados— cuando estaba en este lugar.

Las calles de Jartum, Sudán. (Imágenes de Getty Images)

Estoy sentado en el patio de gravilla de un restaurante cerca del centro de Jartum, eligiendo un plato de pescado frito y grasiento que ha sido atrapado en el Nilo, aquí cerca. A mi lado, sentado en un pequeño taburete, está Yafet Isaías Andebrhan, el hombre cuya historia ha llegado a dominar de forma inesperada mi vida todo el pasado año.

Es más alto y ancho de lo que esperaba basándome en las imágenes que he visto, con el pelo rapado y una perilla delgada que frota con una servilleta para detener el sudor.

«Antes teníamos esperanza en los rumores», dice, fijando sus ojos en mí por un segundo. «Alguien dice que están en Túnez. Alguien dice que están en algún [otro] lugar . Pero todos son falsos».

Yafet está hablando de su esposa Segen y de su hija de dos años, Abigail.

Desaparecieron sin dejar rastro a finales de junio de 2014 en un incidente que se ha conocido como el Ghost Boat, y he estado buscándolas, a ellas y a otras 241 personas, durante un año.

Desde el momento en que empecé esta misión, sabía que algún día tendría que conocer a Yafet. Pero lo que no me imaginaba es que cuando llegase el momento estaría con las manos vacías.

Cuando me presentaron por primera vez a Yafet a principios de 2015, Segen y Abi ya llevaban desaparecidas siete meses.

Segen

En aquel entonces, sólo había oído hablar de la crisis de los refugiados a través de algún titular de vez en cuando. El movimiento clandestino de personas por el Mediterráneo aún no había adquirido las proporciones gigantescas con las que ahora estamos tristemente familiarizados. Pero ese año, el año en que desaparecieron, el aumento ya había comenzado. A finales de 2014, más de 170.000 personas habían arriesgado sus vidas para cruzar el mar, y más de 3.000 se habían ahogado en el camino. El Ghost Boat desapareció sin dejar rastro en medio del caos de uno de los fines de semana más concurridos del verano, cuando más de 5.000 personas fueron rescatadas del mar.

Los detalles con los que tuvimos que trabajar estaban trillados.

En las primeras horas del 28 de junio de 2014, al menos 243 personas habían salido de una granja en la costa de Libia. La mayoría eran de Eritrea, al igual que Segen y Yafet, y huían de uno de los gobiernos más represivos del mundo. El plan era hacer lo que todos los demás habían hecho antes que ellos: embarcarse en un ruinoso barco de pesca y salir rumbo al mar guiados por traficantes de personas en dirección a Europa.

El grupo tenía que llegar a Italia en un par de días. Pero nunca llegaron. Sencillamente desaparecieron.

Cuando un barco que transportaba a cientos de migrantes vuelca en el Mediterráneo, casi siempre es noticia. Y, sin embargo, en el caso de esta desaparición, nadie —aparte de las familias de los desaparecidos— parecía preocuparse. La cobertura de los medios internacionales era inexistente, las fuerzas de la ley no mostraron ningún interés, las organizaciones de ayuda no dieron respuesta y parecía que cualquier posible registro de lo sucedido simplemente no existía. Había solamente pequeños fragmentos de información haciendo alusión a las posibles respuestas, pero nunca era suficiente. Uno de los rumores aparecería para desvanecerse siendo sustituido por otro, con una teoría o idea igual de vaga.

Eric Reidy inspeccionando los barcos de inmigrantes en la costa de Sicilia.

El proceso de buscar entre los confusos pedazos que conformaban los restos de pruebas que había, para después averiguar lo que era cierto, lo que no lo era y de dónde provenían, era frustrante. A veces rayaba la locura. Y siempre parecía dejarnos de vuelta al punto de partida: peleando por información que realmente nos pudiese llevar a lo que de verdad había sucedido.

A medida que pasaba el tiempo, la investigación se había realentizando, hasta el punto de que nuestro progreso quedó en un punto muerto. Peinamos Italia, Túnez y Libia, pero la evidencia tangible que necesitábamos —y que no paramos de buscar— parecía no existir.

A primera hora del día, ya me había reunido con Yafet fuera de mi hotel. Habíamos caminado rumbo a su pequeño apartamento, con poca luz y bebiendo un dulce y rico café de Eritrea en pequeños vasos. Él era curioso e inteligente, y disfrutaba de la oportunidad de hablar con alguien que viene de lejos, pero con intereses similares a los suyos.

Era fácil conectar con él. Hablamos sobre la política y la historia de América, África y Oriente Medio; me contó sobre cómo era la vida en Sudán, y me preguntó acerca de lo que estaba ocurriendo en mi propia vida. La forma en que hablaba y se comportaba era suave y bastante tranquila. Era solemne, de manera que conseguía enmascarar la pesada carga que sabía que llevaba dentro.

Pero ahora, de vuelta en el restaurante de pescado, mientras suena una cacofonía apagada de bocinas de coches y motos que llena el aire que nos rodeaba, su compostura se rompe. Sus hombros caen hacia adelante, y se queda mirando distraídamente a la grava que hay bajo sus pies.

Mirando a Yafet sentado a mi lado, sé lo que he venido a contarle a Sudán. No hemos resuelto el misterio de la desaparición de Segen y de Abi y ya no creo que nunca lo hagamos. Después de un trabajo sin fin y el apoyo de miles de lectores, hemos agotado todo lo que podíamos investigar y estamos en un callejón sin salida.

He ensayado esta conversación innumerables veces en mi cabeza, pero cara a cara las palabras no quieren salir.

Después de una pausa, suspira profundamente y dice las palabras que están colgando en el aire entre nosotros: «Creo que hemos hecho todo lo que podíamos hacer. No queda nada».

Todo lo que puedo hacer es decirle: Estoy de acuerdo.

Así que eso es todo, el fin de la investigación del Ghost Boat. Después de todo nuestro duro trabajo, tras todo lo que contribuyeron los lectores, tras cada fragmento de información que examinamos, sólo hay callejones sin salida y preguntas en el aire. Sin nuevas pruebas, sin acceso a las personas que conocen la verdad, no hay manera de que la búsqueda de Segen, Abi y los demás, avance. Su desaparición probablemente quede como un misterio.

Sin embargo siento que no es suficiente.

Algunas de las 243 personas que desaparecieron en el Barco Fantasma. Sus rostros se han difuminado para proteger a sus familia en Eritrea.

Doscienta cuarenta y tres personas siguen desaparecidas y sus familias están viviendo en un limbo particularmente cruel, en un suspenso sin respuestas entre la esperanza y la desesperación. Y no se trata sólo de ellos.

Mientras que el Ghost Boat es único en algunos aspectos, la crisis que lo causó sigue escalando cada vez más, creando tragedia tras tragedia en el Mediterráneo —más barcos fantasmas, más familias torturadas.

Solamente en los últimos tres años, más de 10.000 personas se han ahogado tratando de llegar a las costas de Europa, y sólo una fracción de estos cuerpos han sido recuperados del mar. Aún menos son identificados. 2016 ha sido el año más mortífero de la historia, con el número de muertes cercano a los 5.000. Eso significa que hay otras familias —miles— en una situación similar a la de Yafet, con la ausencia de sus seres queridos, sin respuestas o ninguna esperanza real de que su pesadilla acabe.

La magnitud del problema es tan grande que las soluciones parecen estar fuera de nuestras manos como individuos. Hay cosas que se pueden hacer —Europa podría cambiar sus políticas de asilo y de inmigración, o Sudán podría dejar de perseguir a los refugiados, o la dictadura de Eritrea podría terminar— pero parece poco probable que la situación vaya a cambiar, especialmente en el caso de las naciones occidentales, que cada vez se inclinan más hacia el nativismo para hacer frente a esta crisis. Así que el problema continuará mientras las personas sigan sintiendo que no tienen más opción que cruzar el mar.

«Incluso mi esposa», dice Yafet. «Solía ​​pedirle que no escogiese ese camino. Pero, en fin… ella no era capaz de permanecer aquí. Ella eligió ese camino, y sabíamos que era peligroso».

A medida que más personas se ven obligadas a tomar esa elección, más nombres se añaden a las listas de muertos y desaparecidos y cada vez más familias tendrán que lidiar con la pérdida. ¿Cómo pueden, las personas que han quedado atrás —personas como Yafet—, seguir adelante con este enorme vacío en el centro de sus vidas?

Esto parecía una pregunta imposible. No acababa de chocar solamente contra el muro de la investigación, también tuve un encontronazo con los límites de mi capacidad de pensar: La ausencia de respuestas fue debilitante. De alguna manera, al igual que las familias de los desaparecidos, estaba luchando por encontrar un camino que seguir.

Fue entonces cuando descubrí a Simon Robins.

Excombatientes maoístas hacen cola para salir de un campamento en el sur del centro de Nepal el 3 de febrero de 2012. (Foto gracias a Getty Images).

Cuando Robins llegó por primera vez a Nepal en 2006, como delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja, el país estaba empezando a salir de una guerra civil que había durado una década. Durante 10 años, los rebeldes maoístas en el montañoso país del Himalaya habían luchado para derrocar a la monarquía gobernante y poner fin a la discriminación de castas en una nación principalmente hindú.

En el momento en que terminó el conflicto, los insurgentes habían tomado la delantera, pero entre ambos bandos, más de 16.000 habían muerto y 1.300 personas habían desaparecido de forma violenta durante los combates. Sus destinos fueron un misterio y su ausencia era una herida abierta para sus familiares y para la sociedad.

«De repente, el asunto de los desaparecidos en el conflicto se convirtió en algo que podríamos discutir», me decía recientemente Robins por teléfono. «Porque el conflicto había terminado».

CICR envía delegados a algunos de los entornos más difíciles y peligrosos del mundo —sociedades desgarradas por la guerra— en un intento de hacer frente a las necesidades humanitarias de las personas que viven en esos países. Trabajan en cualquier cosa en la que se les necesite, desde prestación de asistencia sanitaria y apoyo económico, a la lucha contra la violencia sexual, o tratando de garantizar el trato humano a los presos políticos. También tratan de localizar a aquellos que han desaparecido.

Robins pasó gran parte de sus dos años en Nepal viajando por el país e interactuando con las familias de los desaparecidos. Lo que vio siguió un patrón similar a las experiencias que tuvo en otras misiones y había algo en esto que le preocupaba.

Los casos de personas desaparecidas fueron tratados como parte del intento de hacer justicia por los crímenes cometidos durante los combates. La atención se centró en el derecho a la verdad para las familias; el derecho a saber lo que pasó. Pero para Robins, esto era un asunto problemático.

«La gran mayoría de las personas no han obtenido respuestas, y siendo realistas nunca las van a tener», dijo.

El énfasis en la verdad a menudo elevaba las expectativas poco razonables de que el proceso pudiese descubrir el destino de los desaparecidos. Y nunca se orientó de manera que apoyase a las familias que viven en el limbo. En pocas palabras, el enfoque no tuvo en cuenta las necesidades reales de las personas más afectadas por la situación.

Después de dejar Nepal, Robins decidió dedicarse a estudiar el problema en profundidad.

«Impulsado por el hecho de que los enfoques que utilizamos para abordar esta cuestión claramente no eran eficaces, quería entender qué otros enfoques podrían seguirse».

Él estaba luchando con la misma pregunta que residía en el corazón de la experiencia de Yafet: ¿Cómo se supone que debes continuar con tu vida cuando no sabes si tus seres queridos están vivos o muertos?

La respuesta, descubrió, podría encontrarse en una idea llamada «pérdida ambigua».

A raíz de los ataques terroristas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, muchas personas que buscaban a sus familiares desaparecidos publicaron carteles cerca del lugar. La mayoría de las víctimas fueron declaradas muertas después de que terminaran los trabajos de recuperación. (Foto vía Getty Images)

Poco después de que las Torres Gemelas cayeran el 11 de septiembre de 2001, la doctora Pauline Boss recibió una llamada telefónica. Cerca de 3.000 personas habían perdido la vida, pero en los impactantes y duros días y semanas venideras, era imposible saber exactamente quién había estado en las Torres cuando se derrumbaron. Familiares desesperados deambulaban por Manhattan con fotos de sus seres queridos con la esperanza de encontrar respuestas.

Algunos habían conseguido escapar con vida. Pero, en la sacudida del metal y el cristal y el lento infierno que continuó durante 100 días, muchos de los cuerpos de las víctimas fueron destruidos, mutilados, incinerados. Hasta la fecha, no se han encontrado restos de más de 1.500 personas que murieron aquel día.

En ese momento, Boss era profesora de psicología de la Universidad de Minnesota. La persona en el otro extremo del teléfono le hizo una petición inusual: ¿Podría venir a Nueva York y llevar a cabo un programa clínico para las familias de personas desaparecidas? Probablemente no había mejor candidata en el país para el trabajo.

Su experiencia comenzó en la década de 1970, cuando había llevado a cabo entrevistas con las esposas de los pilotos militares que desaparecieron en combate en Vietnam y en el sudeste de Asia. De esas conversaciones iniciales, comenzó a desarrollar la teoría que se conoce como pérdida ambigua. Ella lo define como una situación poco clara de la pérdida, resultante de no saber si un ser querido está vivo o muerto, ausente o presente.

En el momento de su llegada a Nueva York para trabajar con las familias del 11S, Boss había pasado 30 años investigando la teoría, y había escrito decenas de artículos académicos y un libro fundamental sobre la misma.

Por lo que, cuando Robins se encontró con su trabajo durante su investigación, algo pareció activarse en su mente. Este parecía tratar perfectamente el problema que había encontrado durante su trabajo de campo.

«La narrativa de la pérdida ambigua tiene muy poco que contribuir a descubrir la verdad», me dijo. «Sino para contribuir a apoyar a las familias en su ausencia».

Suena simple, pero para la mayoría de los trabajadores humanitarios también es algo contrario a la intuición —un tratamiento que se acerca al trauma y a la pérdida no para solucionarlo, sino para aceptar que no puede ser resuelto.

Y ahora Robins está aplicando el enfoque a la crisis de refugiados a través de una iniciativa de investigación llamada Mediterranean Missing Project.

«Las muertes se han convertido en un punto de interés en los medios de comunicación. Pero, realmente, las familias son invisibles, incluso con casos tan terriblemente visibles. El niño en la playa es el centro de atención, en lugar de las familias... y realmente no sabemos nada de las familias de las miles de personas que mueren o desaparecen».

Estaba hablando de personas como los familiares del Ghost Boat.

En muchos sentidos, el pueblo de Eritrea en su conjunto está luchando con la pérdida ambigua. Su comunidad se ha ido derrumbando lentamente durante años.

Algunas de las 243 personas que desaparecieron en el Barco Fantasma. Sus rostros se han difuminado para proteger a sus familia en Eritrea.

Una noche, en Sudán, visito la casa de Yafet. Es un pequeño apartamento de dos habitaciones detrás de una valla de chapas de aluminio onduladas que se encuentra en una de las callejuelas sin salida de Jartum. En el interior, las paredes están pintadas en dos tonalidades: un rosa apagado en la parte superior, beige por debajo. El sonido de las tenelovelas hindúes dobladas al árabe proviene de la televisión en la esquina y hay un zumbido constante de un ventilador y de un aparato de aire acondicionado encajado en una ventana cercana al techo.

La habitación principal está ordenada. Hay un sofá fofo pegado a una pared, mientras que un sillón y una cama individual se encuentran uno frente a la otra. El espacio es cómodo y la tenue luz se filtra a través de un par de pequeñas ventanas. Una segunda sala, un poco más grande con dos camas queda oscurecida por una cortina blanca delgada.

Yafet y Segen solían vivir aquí juntos, con Abi y con su hija mayor Shalom. Ahora Yafet y Shalom comparten el espacio con otro grupo: una mujer de mediana edad de Eritrea, su hija adolescente y su sobrino que tiene cuatro años.

El muchacho me mira mientras me siento en el sofá —un hombre blanco que no habla su idioma— y le dice a Yafet que me parezco a su padre.

«Nunca ha visto a su padre», dice Yafet.

El padre del niño, como tantos otros, se ha quedado atrapado en Eritrea, reclutado en un servicio nacional del que puede que nunca salga. El sistema le quita a la gente en los mejores años de sus vidas y los envía a languidecer en los rincones más remotos del país. Separa a las esposas de sus familias y a los padres de sus hijos. Cualquier persona que habla en contra del sistema está en peligro. Amnistía Internacional estima que el gobierno ha encarcelado al menos a 10.000 personas por expresar su discrepancia. De muchos de ellos nunca se ha sabido nada más.

Si no es el servicio militar indefinido o las desapariciones forzadas por parte del gobierno, es el agua lo que está partiendo a la comunidad de Eritrea en pedazos.

«Casi todas las familias perdieron uno o dos seres queridos en el mar», dice Yafet. Antes, era un conflicto con la vecina Etiopía la que se llevaba a los hombres y a las mujeres de sus familias. «Después de la guerra, estamos perdiendo a nuestros jóvenes en el mar y en el desierto».

Oímos hablar de los naufragios en las noticias.

«Sabes que acaban de morir 500 personas. Eso es. Pero ¿quiénes son esos 500? Entre ellos, ¿cuántos padres estaban allí? ¿Cuántas madres? ¿Cuántos otros miembros de la familia?», dice Yafet.

«Cada uno va a tener cuatro o cinco familiares que dependen de ellos. No solamente se pierde la vida de 500 personas. Va a ser una pérdida de una gran comunidad. La comunidad va a a cambiar».

Algunas de las 243 personas que desaparecieron en el Barco Fantasma. Sus rostros se han difuminado para proteger a sus familia en Eritrea.

El objetivo del Mediterranean Missing Project es poner las experiencias de esas personas que se han quedado atrás como el centro de la conversación. Las víctimas del mar tienen algún tipo de resolución trágica, pero Robins y su equipo impulsan unas mejores políticas que reduzcan el sufrimiento de los que siguen con nosotros.

Se han entrevistado a cerca de 100 miembros de la familias para su investigación. Lo que han encontrado es una serie de similitudes entre las familias de las personas que desaparecen en los conflictos de guerra y de las de las personas que desaparecen en el mar.

Muchos familiares se obsesionan con la persona desaparecida hasta el punto de descuidar otros aspectos de sus vidas. Los trastornos del sueño son comunes. La gente tiene pesadillas, sueñan con los familiares desaparecidos, o sufren una profunda confusión sobre su identidad: ¿Soy marido? ¿Soy esposa? Experimentan una sensación general del estancamiento; una incapacidad para seguir adelante en la vida.

En casos extremos, Robins ha encontrado problemas psiquiátricos: la gente oye voces, tiene alucinaciones, siente el deseo de dañar a otros —incluso a familiares que han sobrevivido.

Todas las culturas tienen maneras de hacer frente a la muerte. «Tú tienes rituales y procesos para absorber y comprender la pérdida… Tienes ceremonias que se comprometen con tu comunidad para confirmar, para dar a la pérdida algún tipo de sentido», dijo Robins.

Pero no hay rituales para dar un significado a lo que ocurre cuando la gente simplemente se desvanece —y eso hace que la situación sea muy estresante—. Los familiares están en desacuerdo sobre cómo hacer frente a lo que ha sucedido, las comunidades presionan a las personas a seguir adelante, el conflicto surge porque no hay un entendimiento común.

La mayoría de los psicólogos y profesionales de los derechos humanos observan el sufrimiento de la gente como si fuera un trastorno por estrés postraumático. El trastorno de estrés postraumático deriva de un único suceso que ocurrió en el pasado —algo que a lo mejor se puede abordar y superar.

La respuesta automática es aplicar este mismo método para las familias de los desaparecidos. Pero la pérdida ambigua no es una experiencia aislada con un claro comienzo, nudo y final. Es un trauma en curso. Y, en un mundo que valora las terminaciones concluyentes, eso es un concepto difícil de aceptar.

En lugar de sobreponerse a un episodio de pérdida ambigua, el objetivo terapéutico es aprender a vivir mientras no se tengan respuestas. Pauline Boss, Simon Robins y otros han trabajado para ayudar a miembros de las familias a construir significado en torno a su pérdida y a que aprendan a vivir con la ambigüedad. Ellos han visto resultados positivos, incluso entre los familiares de las víctimas del 11S.

Cuando me encontré con la idea, tenía sentido. Parecía una pieza del rompecabezas que faltaba, un marco para entender los sentimientos de frustración y tristeza y la urgente esperanza que estaba presenciando en Yafet y en los otros familiares. Incluso de manera limitada, se aplica a mí.

Ser capaz de poner un nombre a lo que me estaba enfrentando me ha ayudado a entenderlo un poco mejor. Tomé un poco de consuelo en el pensamiento de que había formas de avanzar, incluso cuando no había respuestas.

Pero aun así me sentí inquieto acerca de dónde había llegado. No pude evitar la sensación de que me estaba rindiendo, que tenía que hacer más, que tal vez si insistía un poco más...

Entonces se me ocurrió: esa era la idea. No importa lo que hagamos, nunca lo sabremos. ¿Cómo se aprende a vivir con eso? Lo más importante, ¿qué significa esto para alguien como Yafet? ¿Qué hará ahora?

Yafet y Shalom juntos en Sudán, 2016. (Foto de Eric Reidy)

Cada día desde que Segen desapareció, Yafet ha tenido que despertar, cuidar de Shalom, e ir a trabajar para ganar dinero para cubrir las necesidades básicas de su vida. Todos los días ha tenido que jugar a un juego para evitar ser arrestado o deportado. Es una prueba constante de su inteligencia, su instinto, su capacidad de sobrevivir. No ha sido fácil, pero no ha tenido ninguna otra opción. En cierto modo, el desafío le ha mantenido a flote en vez de hundirle bajo su pesada carga emocional. ¿Pero está tratando de caminar por el agua?

Nunca ha pensado sobre amar a otra mujer. El vínculo que forjó con Segen cuando eran novios en el instituto se ha mantenido fuerte durante años de separación y ahora a través de la incertidumbre insoportable y la ausencia. Pero ha pensado en casarse de nuevo. Sin Segen, se preocupa por Shalom, y se cuestiona su capacidad para criarla él solo.

Si tuviera que casarse, Shalom tendría una figura materna en su vida. Pero, por ahora, Yafet ha decidido no hacerlo. ¿Qué pasa si Segen consiguiese volver? Él no puede seguir adelante.

Yafet y Shalom juntos en Sudán, 2016. (Foto de Eric Reidy)

Así que se decidió por una alternativa menos satisfactoria. Las mujeres que viven con él compensan su estancia vigilando a Shalom mientras Yafet está en el trabajo. Es conveniente, pero no le hace feliz —es la única forma en que puede permitirse el cuidado su hija mientras trabaja.

«Soy padre soltero», dice sentado en la cama frente a mí mientras hablamos. «Tengo una hija. Mi hija quiere a alguien que cuide de ella. Tengo que salir a trabajar. No hay parientes aquí. Tengo que fiarme de extraños con el fin de criar a mi hija».

Yafet se lleva bien con las mujeres, e incluso se ocupa del niño como si fuese un hijo. Pero la comunidad eritrea en Jartum es transitoria: la mayoría de la gente se queda por un período corto antes de pasar a Libia y de intentar cruzar el mar. Cinco o seis mujeres diferentes se han quedado con Yafet para ayudar a vigilar a Shalom en los últimos dos años. Esta última familia es probable que también se marche.

«Shalom solía llamar “mami” a cualquier mujer que traía aquí para ayudarnos. Cuando una se va, viene otra, a la que también llama mami. La última vez me preguntó: “¿Cuántas mamis tengo?”»

Ha aceptado el acuerdo porque aún no ha perdido la esperanza de que Segen y Abi puedan volver.

«Voy a seguir esperando por ellas», dice con los ojos brevemente empapados de lágrimas. Es la única vez que su dolor amenazaba con desbordarse durante mi visita. «No estoy desesperado… No hay nada que me permita tener esperanza y no hay nada que me haga perder la esperanza».

¿Pero sabiendo que nunca más podría saber de ellas?

«Va a ser más difícil que antes», dice.

Hace varios meses fue parado por la policía. Salía de la iglesia un domingo, cuando los agentes detuvieron el autobús en el que viajaba. Todo el mundo a bordo era o bien de Eritrea o de Etiopía. La gran mayoría eran indocumentados —después de todo, es casi imposible para los extranjeros pobres mantener la residencia de forma legal en Jartum.

La policía se llevó Yafet y los otros a una estación de retención, y los pusieron en una celda. A las personas que pagaron un soborno se les permitió salir. Los otros fueron retenidos hasta que tuvieron suficiente dinero, o hasta que encontraron otra manera de conseguir su salida. Era una extorsión.

Estas redadas son un elemento cotidiano en la vida de los extranjeros —en su mayoría eritreos y etíopes— que pertenecen a la clase más baja de la escala social de Jartum. La mayoría de las veces, la gente sale después de un par de días, pero a veces son enviados a los campos de refugiados oficiales al este de Sudán o son transportados a través de la frontera, de vuelta a Eritrea. Todo depende de los caprichos de los oficiales.

Yafet terminó siendo retenido durante tres días. Durante ese tiempo, Shalom estaba sola en casa. Tenía que confiar en sus vecinos para que la vigilasen.

La experiencia dejó huella en él.

«Uno tiene que temer», me dijo Yafet. «Es por eso que cada vez que veas a los agentes de policía o a las redadas tienes que alejarte de ellos, o la gente como yo, tienes que actuar como un… sudanés. Es un juego».

Nunca se sabe cuando ese juego va a comenzar. Antes de que así sea, él está buscando una salida.

Yafet no quiere correr el riesgo de cruzar el mar por sí mismo. «No deseo hacerlo. Es un riesgo demasiado alto, sobre todo ahora que tengo una hija. Mi esposa sigue perdida. No quiero intentar un viaje peligroso como este. No quiero traer otros problemas».

Pero para él también es difícil aceptar Sudán como su única opción.

«Simplemente estoy buscando un lugar libre, un lugar donde pueda dejar que mi hija crezca bien; que tenga una educación. Incluso para mí, para vivir como yo mismo. Sin actuar más… No quiero vivir más así. No hay libertad».

Yafet está en el proceso de solicitud de asilo a Australia. Piensa que allí Shalom podría tener una educación mejor y que finalmente podría vivir libremente. Su hermana vive allí, lo que aumenta sus posibilidades. Pero es una posibilidad muy remota. Las tasas de aceptación son bajas y tendrán que esperar años antes de recibir una respuesta. Para un refugiado no dispuesto a arriesgarse con el mar, no hay otra opción.

Mientras tanto, está tratando de encontrar un empleo mejor. Shalom acaba de comenzar la escuela. Me escribió después de mi visita para decirme que le gusta ir a clase y que se emociona al hacer su tarea.

Pregunto a Yafet lo que quiere para su futuro.

«Sólo quiero aconsejarle que sea una buena chica, que siga estudiando, que sea una chica disciplinada. Pero, lo que quiero depende de ella».

Él quiere que ella tenga la libertad de elegir su propio camino, las oportunidades que él no ha tenido. Dadas las limitaciones de la vida en Sudán, podría ser un sueño difícil de cumplir.

Ahora la vida de Yafet está arrastrándose en direcciones diferentes. En cierto sentido, no puede pasar de la ausencia que han dejado Segen y Abi. En otro, tiene que seguir adelante. Su deseo de proporcionar oportunidades para su hija y su deseo de finalmente encontrar un lugar en el que pueda ser libre le hacen seguir adelante. Pero lo que en última instancia será capaz de hacer está limitado por el hecho de ser un refugiado indocumentado en Sudán que está mirando hacia una comunidad internacional poco receptiva en busca de una salida.

Al final, la investigación del Ghost Boat no logró lo que esperaba —o lo que cualquiera de nosotros esperábamos—. Pero Yafet tiene algún consuelo en el hecho de que lo intentásemos.

«Me siento cómodo porque he hecho lo que podía hacer. Di lo mejor de mí. Hiciste lo mejor que pudiste. La mayoría de nosotros, los familiares, también, todos estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo», me dijo Yafet mientras estábamos sentados en su casa en mi último día en Sudán.

«Lo que se consiguió es eso, en realidad, sé que los rumores no son ciertos… y sabemos que lo que uno puede hacer, lo hicimos».

La experiencia le ha hecho sentir menos solo. Cuando la historia fue ignorada por primera vez por los medios de comunicación internacionales se sintió abandonado, como si al mundo no le importase. Ahora, las personas se han acercado a él —desconocidos totales— y han compartido su apoyo por lo que está pasando.

«Cuando la gente comparte tu dolor o cuando las personas comparten sus malos momentos, te hace sentir un poco mejor. Sientes que al menos hay personas que están contigo, que la gente está pensando acerca de lo que te ocurrió».

Aun así, la historia de Yafet, como la propia crisis de refugiados, desafía a un final. El flujo de personas a través del Mediterráneo continúa, y no hay ninguna señal de que se vaya a detener a corto plazo. Donde las fronteras se han cerrado, la gente se ha quedado atascada y su limbo y sufrimiento se ha prolongado indefinidamente.

Mientras los conflictos y la opresión que conducen una escalada frenética por intentar escapar, habrá gente tan desesperada como para arriesgarlo todo y desafiar al mar. El problema puede llegar a ser eclipsado por otros en los medios de comunicación, pero el lejano horizonte del Mediterráneo continuará prometiendo seguridad y oportunidad. Y a pesar de que la realidad dentro de sus fronteras es mucho más complicada, llegar a Europa es obtener algo que es impensable en los diversos purgatorios de los que proceden los refugiados, es obtener la posibilidad de un futuro. Y al final del día, ese es el sueño de todos los padres para sus hijos.

Este canto de sirena hizo que la mujer de Yafet y su hija menor se alejasen de él. Su historia no ha terminado aún. Puede que nunca lo haga.

Sin evidencia concluyente acerca de lo sucedido, las familias de los 243 pasajeros del Ghost Boat seguirán viviendo entre la esperanza y la desesperación, en un capítulo de su vida que puede que nunca se cierre.

Como uno de los miembros de la familia me dijo hace meses: «He aprendido que hay una cosa peor que la muerte: cuando te falta un ser querido y sigues pensando a diario que está vivo.»

No es hasta la última noche en Sudán cuando el peso integro de su declaración finalmente toma forma.

Estoy acostado en la cama en mi hotel. Mis maletas aún no están hechas. Dejaré eso para mañana por a la mañana. En lugar de ello, estoy despertándome de forma constante, pensando en el viaje.

La conversación que tuve con Yafet fue una de las más duras de mi vida, pero me siento tan bien tras ella como podía esperar. Nos parecía haber llegado a un entendimiento mutuo, realista, acerca de dónde están las cosas, y al ver su capacidad de recuperación y su amor como padre, me dio esperanza. Incluso en lo que parecen ser los tiempos más oscuros, la vida, con sus pequeños momentos de alegría y redención, continúa.

Entonces suena mi teléfono, y, sacudido, me despierto.

Yafet acaba de iniciar sesión en Facebook y ve un nuevo rumor que circula de la red familiar: Quizás algunos de los pasajeros del Ghost Boat han sido encontrados con vida. Esta vez, ¿podría ser cierto?

Mis emociones bailan.

La loca esperanza, las frustraciones titánicas de la investigación vuelve a surgir. Del mismo modo que estoy tratando de alejarme, soy traído de vuelta. Para Yafet, debe ser infinitamente peor. En última instancia, esta es la historia. Y podría seguir para siempre.

Esta historia fue escrita por Eric Reidy, editada por Bobbie Johnson, con la dirección artística de Noah Rabinowitz, y la fotografía de Gianni Cipriano. Traducción de Daniel Arbelo para Medium.

Quisiéramos dar nuestro más profundo agradecimiento a todos los que participaron en esta investigación, desde los miles de lectores y colaboradores que ayudaron a cotejar datos, traducir historias y proporcionar apoyo, a aquellos que trabajaron directa e indirectamente en la serie, incluyendo a Rebecca Cohen, Rachel Glickhouse, Meron Estefanos, Martino Galliolo, Sam Cannon, al personal de Medium y Matter, a los estudiantes y profesores de Columbia y CUNY, los miembros de First Draft, y muchos más.

Si quieres contribuir a las organizaciones humanitarias que tratan de dar asistencia a aquellos que lo necesitan te sugerimos: ACNUR, El Comité Internacional de Rescate, el MOAS o CICR.

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