«Hola papá: el barco se está hundiendo, así que voy a morir»

Episodio 2: Chalecos salvavidas que matan. Barcos que jamás lograrían cruzar. ¿Es posible que el ‘Ghost Boat’ haya llegado a costas europeas?

Vanessa Wilbat
14 min readJun 1, 2016

Ghost Boat 1 : 2 : 3 : 4 : 5 : 6 : 7 : 8 : 9 : 10

Un inmigrante viaja en tren desde Ventimiglia, Italia hacia Niza, Francia.

El traficante principal era un sudanés llamado Ibrahim. Él era el jefe de la banda de traficantes que se llevó a la esposa de Yafet, Segen, y a su hija, Abigaíl, a través de Libia y del Sahara en su viaje hacia Europa. Cuando Segen dejó de comunicarse, Yafet empezó a hablar con uno de los diputados de Ibrahim, un eritreo llamado Measho. Pero Measho no tenía información —solo excusas— .

Una imagen tomada de la página de Facebook de Measho Tesfamariam.

Probablemente estaba en los escalones más bajos de la organización, pensó Yafet. Tal vez ni siquiera estaba buscando respuestas. Así que empezó a hablar directamente con Ibrahim.

«No te preocupes», le dijo Ibrahim. «No te preocupes».

A las dos semanas, sin embargo, «no te preocupes» ya no era suficiente para Yafet, y no era suficiente para las demás familias. Estas querían saber más. Empezaron a cuestionar a Ibrahim y a hablar con otra gente en Italia, Libia, para ver si alguien tenía más información.

Al igual que con Measho, las historias de Ibrahim cambiaban todo el tiempo. Eran tantas, y tan confusas. Una era que todos estaban en prisión en Italia; había drogas en el barco y la gente sería liberada cuando la policía supiera a quién pertenecían. ¿Era esto cierto? Las familias no sabían qué creer o qué pensar.

Tal vez Ibrahim estaba diciendo la verdad; tal vez el barco sí había llegado a Italia. ¿Cómo habrían de saber si llegó o no?

Un día Yafet preguntó cuántas personas había en el barco. Él pensó que, al contar con este dato, podría realizar su búsqueda de manera más eficaz. Ibrahim le dijo que había 243 personas.

«Eso significa que 243 personas pagaron», me dijo Yafet después. «Hubo otros que no pagaron, que se fueron gratis. Había niños como Abigail y otros niños menores de 10 años. Ellos no pagaron. Solo cuentan a aquellas personas que pagaron».

Chalecos salvavidas utilizados por inmigrantes cerca de un navío que cruzaba el Mediterráneo llevando inmigrantes y personas buscando asilo.

Solo hay una regla para los traficantes de personas: enviar el máximo número de personas al mínimo costo. Ya en la costa en Libia, los transportadores meten entre 100 y 600 personas —o hasta más— en barcos que muchas veces no son navegables.

Con frecuencia son viejos arrastreros de madera, si acaso con dos cubiertas. A veces son lanchas inflables motorizadas expuestas a la intemperie y atiborradas de personas. Embutir cientos de personas reacias en estas pequeñas naves requiere de extrema coacción —a veces hasta de extrema violencia—. Hay historias de refugiados que son asesinados al azar a tiros por los traficantes solo para hacerles entender el mensaje a los demás.

Los pasajeros que pagan una tarifa más baja son transportados en el espacio de carga oscuro y húmedo bajo cubierta, si es que lo hay. Aquellos más cercanos al motor con frecuencia mueren asfixiados por los gases, pero estar en la cubierta no es necesariamente más seguro: los viajeros muchas veces caen por la borda por el atiborramiento o son echados al agua cuando se desatan altercados entre los pasajeros.

El interior de un barco que transporta contrabando.

Algunas veces los traficantes reparten chalecos salvavidas o el barco cuenta con algunos. De vez en cuando, un refugiado bien preparado trae su propio chaleco. Pero eso también puede ser una maldición.

«Escuchamos historias como que tal vez algunos de los inmigrantes tenían chalecos salvavidas, y cuando los barcos se hundían, todos se aglomeraban alrededor de la persona que traía el chaleco», dice Othman Belbeisi, el jefe de la misión libia para la Organización Internacional para las Migraciones. Si varios se prenden de quien lleva el chaleco, todos se hunden. «A veces es más riesgoso tener un chaleco».

Cuando los traficantes han metido a todos dentro del barco, aquellos generalmente no viajan con los refugiados en la cubierta. De hecho, ni siquiera contratan un piloto. En su lugar, los barcos son capitaneados por refugiados voluntarios que toman el control a cambio de una tarifa reducida o un pasaje gratis. No tienen experiencia al mando.

A veces hay una brújula o un GPS —incluso cuando son instrumentos que los refugiados rara vez saben utilizar— y generalmente a los pasajeros se les da un teléfono satelital, útil cuando hay que llamar a los barcos de rescate si se presenta la ocasión.

Y las ocasiones casi siempre se presentan porque los barcos no están equipados con suficiente combustible para llegar a Italia. La estrategia de los contrabandistas es que el barco se aleje lo suficiente de la costa y llegue hasta aguas internacionales, desde donde podrán enviar una señal de auxilio y esperar a ser rescatados.

«El plan es que estén a más o menos 32 kilómetros de la costa libia y de ahí deberán pedir ayuda», dice Belbeisi.

De hecho, son más de 480 kilómetros desde la punta de Libia hasta Sicilia; menos si logran llegar a Malta o a la isla italiana Lampedusa. Si todo sale según lo planeado, los refugiados pueden llegar a Europa en pocos días. Pero aun en algunos de los viajes exitosos, los barcos están a la deriva durante varios días antes de ser rescatados. La gente se enferma por la carencia de comida y agua y por la exposición al sol. En 2011, antes de que la crisis de los inmigrantes ganara tanta notoriedad, un barco que se descompuso en pleno trayecto hacia Europa estuvo a la deriva por dos semanas dentro de un área de vigilancia marítima de la OTAN. El barco fue divisado por varias embarcaciones en el camino, pero ninguna estableció contacto. Para cuando navegó de regreso a las costas libias, 63 de los 72 pasajeros del barco habían muerto.

«Los contrabandistas nos llevaron a la playa y empezamos a abordar el viejo barco pesquero de madera. Ese barco estaba repleto, había 550 personas en él», dice Fanus, una joven eritrea que tomó un barco desde Libia a Italia en 2013. «A casi todas las mujeres y sus pequeños hijos se les ordenó viajar en la cubierta baja. Yo, que soy más intrépida, quería estar con los hombres arriba. El capitán dijo que había mucha gente a bordo del barco, el contrabandista decidió bajar a 30 de los pasajeros».

Hosein huyó de Afganistán en 2014 e intentó cruzar por el Mediterráneo oriental —desde Turquía hacia las islas Griegas, cientos de kilómetros de donde se hubiera tal vez encontrado el Ghost Boat—. Sin embargo, su experiencia fue similar a la de aquellos que salían de Libia. Cuando el motor del barco se descompuso, los dos «capitanes» trataron de huir en una lancha más pequeña. «Los sirios los detectaron y los detuvieron… Cuando llegamos a la isla, conocí una mujer que trabajaba en la guardia costera que me dijo que hallaron a uno de los capitanes. Pero estaba muerto».

Firas, un refugiado sirio de 20 años de edad, es otro más que sobrevivió un naufragio en camino a Grecia. Su barco se dañó y se hundió, por lo que tuvo que nadar en la oscuridad por siete horas antes de ser rescatado.

«Cuando supimos con certeza que el barco se iba a hundir, mis tres amigos sirios y yo saltamos al mar. No teníamos chalecos salvavidas, solo dos anillos de goma para niños para los cuatro. Se los dimos a los dos más jóvenes que tenían 15 y 17 años porque no sabían nadar muy bien», le dijo al Comité Internacional de Rescate. «Tres iraquíes no querían unírsenos. Dijeron “No sabemos nadar”. Uno de los que se quedó uso Viber para comunicarse con su padre. “Hola papá: el barco se está hundiendo, así que voy a morir”. Fue su último mensaje».

Lo que esto significa es que los barcos en los que llegan los refugiados a Malta o Italia normalmente no son los mismos en los que zarpan desde Libia. En 2014, cuando desapareció el Ghost Boat, embarcaciones de la fuerza naval italiana llevaron a cabo rescates como parte de la misión nacional Mare Nostrum. Hoy en día son recogidos por uno de seis buques principales que operan para Frontex en la Operación Tritón o por unos pocos barcos de búsqueda y rescate operados por las ONG.

Cuando se recortaron las operaciones de búsqueda y rescate a finales de 2014 debido a la falta de fondos por parte de la UE, el número de muertes en el Mediterráneo se disparó. Cerca de 2000 personas murieron durante los primeros seis meses de este año intentando cruzar —más de tres veces la cantidad durante el mismo período en 2014— .

Más de 1300 personas se hundieron en los naufragios frente a las costas de Libia en el transcurso de tan solo una semana a mediados de abril. Después de las tragedias, la UE incrementó los fondos para su nueva misión de búsqueda y rescate, Tritón, y la zona de búsqueda y rescate se delimitó más cerca de la costa libia. Mientras que más de 1000 personas han muerto en el Mediterráneo central desde entonces, la tasa de mortandad ha disminuido significativamente.

Hoy, los barcos son los suficientemente grandes para transportar a cientos de personas, lo que significa que pueden transportar sobrevivientes de muchas operaciones de rescate al mismo tiempo. Así que, incluso cuando son rescatados, los refugiados pueden permanecer en el mar durante dos o tres días más mientras los buques realizan otras operaciones. Puede haber siete, ocho o novecientas personas en un buque a la vez.

Refugiados sirios y eritreos entran por una senda cerca de la frontera ítalo-francesa en Ventimiglia, Italia.

Cuando finalmente llegan al puerto, los sobrevivientes son los primeros en desembarcar. Luego se bajan los cuerpos.

«Es bastante dramático [pero] no es caótico… Es muy calmado porque la gente está preocupada y exhausta», cuenta Fausto Melluso, un activista y experto en inmigración de la organización italiana Arci. «No hay tensión hasta que llega el momento de tomar huellas dactilares».

La toma de huellas dactilares es quizá el elemento más importante del proceso de llegada: en el instante que se toman las huellas de los refugiados, se hace efectiva su admisión a la lista de inmigrantes.

Según la Convención de Dublín —una política unificada de asilo en toda la Unión Europea— los solicitantes solo tienen derecho a pedir asilo en el país de la UE al que llegan por primera vez. El llegar, en la mayoría de las ocasiones, significa ser registrado, y ser registrado significa la toma de huellas dactilares.

Dos refugiados afganos son interrogados por la policía francesa luego de haber sido capturados en el tren que va de Ventimiglia a Niza, Francia.

Los países de más fácil acceso para quienes huyen del conflicto, la represión o la pobreza en África, el Medio Oriente o Asia del sur están ubicados en el sur y el este de Europa: Italia, España, Grecia y Bulgaria. Generalmente, sus economías son más débiles, el proceso de asilo es más lento y hay menos servicios sociales disponibles para los refugiados. La mayoría de personas que llegan aquí no tiene la intención de quedarse, prefieren Europa del norte por los mejores prospectos laborales y fuertes redes de apoyo.

«Tenemos un problema porque muchos de los inmigrantes que conocen nuestras leyes no quieren dar sus huellas dactilares. Así que es muy difícil porque no lo puedes hacer a la fuerza», me explica Erasmo Palazzotto, miembro del Parlamento Italiano de Sicilia.

Por ende, las autoridades de ahí han adoptado una política no oficial: no a todos se les toman las huellas dactilares. En 2014, aunque más de 170.000 personas llegaron a Italia desde Libia, solo 64.000 solicitudes de asilo se incoaron.

Los inmigrantes son puestos en fila y registrados por la policía francesa después de ser capturados en su intento de cruzar la frontera ítalo-francesa.

A su llegada, el proceso de clasificación comienza.

«Cuando arriba un barco, lo primero que hace la policía es subir a la embarcación para detener a los contrabandistas, los traficantes. Los inmigrantes normalmente señalan a los conductores, quienes son detenidos en la mayoría de los casos», dice Flavio Di Giacomo, uno de los colegas de Belbeisi en la Organización Internacional para las Migraciones en Italia. «Son dos, tres, cuatro personas, y luego los inmigrantes desembarcan. Se lleva la cuenta, luego se les hace una exploración médica».

Luego deben realizar el proceso de «preidentificación».

«Se les reúne a todos en un área del puerto, se cuentan uno a uno, se apuntan sus nombres, se les toman fotografías, y a veces se toman sus huellas. En ocasiones la operación de dactiloscopia es demorada y se pospone para el día siguiente porque hay mucha gente».

A los refugiados se les lleva a hogares de paso donde se supone deben residir por unos cuantos días. A los que se les toman las huellas se les lleva a otro centro a esperar el resultado de su solicitud de asilo. El proceso en Italia no debería tomar más de unos cuantos meses, pero la realidad es que puede durar hasta dos años y medio.

Hosein, el hombre que dejó Afganistán para irse a Europa el año pasado, llegó a Grecia, pero ahora vive en Francia. Perdió a su madre y a su hermana cuando el barco se hundió, pero él está rehaciendo su vida. «He hecho muchos amigos aquí. Estoy muy feliz. Tenemos que continuar. No hay otra opción, creo yo. El mes entrante recibo mi licencia de conducción. Pasé mi curso de francés».

Solicitantes de asilo musulmanes oran dentro de la CARA (Centro de Acogida para Solicitantes de Asilo) Pian del Lago en Caltanissetta, Italia.

A los eritreos, sin embargo, con frecuencia no se les toman las huellas dactilares. La diáspora es extensa y está bien informada: Ellos saben cuáles son las consecuencias de que sus datos sean recolectados en Italia, y con frecuencia tienen familiares en el norte de Europa a quienes están tratando de llegar.

Los refugiados cuyas huellas no se toman parten rápidamente de los centros de acogida iniciales y se encaminan en dirección norte, primero a ciudades como Roma y Milán, y luego más allá, hacia Austria, Alemania, Francia. Como la mayoría de Europa opera bajo la política de fronteras abiertas —aunque algunos países están adoptando restricciones y retenes— los refugiados pueden llegar hasta Noruega o Suecia antes de presentar sus solicitudes de asilo.

Muchas veces los acompañan personas cuyas huellas sí fueron tomadas. Si las autoridades los detienen en algún otro lugar, serán deportados de regreso a Italia. Pese al riesgo, Italia, con su economía en recesión y lento proceso de asilo, no es un destino predilecto.

Un solicitante de asilo gambiano de 20 años de edad sentado en una banca cerca de la cafetería del CARA, donde viven cerca de 4.000 solicitantes en Mineo, Italia.

Tomar el bus nocturno desde el puerto oriental Catonia en Sicilia hacia Roma es generalmente el primer paso para los refugiados que se dirigen al norte.

En la estación, los italianos están de pie sosteniendo bolsas de lona y maletas mientras que los refugiados merodean por los alrededores, sus pocas pertenencias en bolsas plásticas para hacer mercado. Cuando empieza a caer la tarde, cada vez más refugiados aparecen en pequeños grupos provenientes de los parques aledaños. Hablan queda y nerviosamente entre ellos, tratando de descifrar cuál es el bus correcto.

Conocí a Msgna aquí una noche a mediados de septiembre. Con 14 años, es uno más del creciente número de menores de edad eritreos que intentan cruzar sin la compañía de un adulto. Tenía cabello rizado negro, esquilado a ras a los lados, y se sentaba callado en la pequeña pared de cemento que rodeaba la estación. A su lado había un niño egipcio, también de 14. Se habían conocido hace un par de días. De lo contrario, estaría completamente solo.

Un refugiado en un bus que lo llevará a Roma.

Había llegado a Italia cinco días antes. El barco que lo transportaba llevaba casi 300 personas. Seis de ellas murieron en el trayecto.

Inicialmente Msgna se había hospedado en unos de los hogares de paso.

«La gente era maltratada en esos centros», me dijo. «La comida no era buena, el albergue no era bueno… el agua no era buena».

Mientras hablábamos, había ocasiones en las que levantaba su tímida mirada bajo los pesados párpados.

Las autoridades no habían tomado sus huellas. Ahora se dirigía al norte, hacia Suecia, donde vive su hermano. Su madre y demás hermanos —al igual que Yafet— se habían quedado en Jartum, a donde huyeron de Eritrea.

A medida que el bus ingresaba a la estación en Roma, saltó y agarró su pequeña bolsa plástica con sus pertenencias. Nuestro fotógrafo lo siguió, preguntándole si podía tomar unas cuantas fotografías. Me empecé a preguntar si los pasajeros de Ghost Boat habrían llegado hasta aquí. Tal vez habían logrado llegar a Sicilia, pero de algún modo desaparecieron en su viaje hacia el norte. Parecía una posibilidad lejana, pero, tal vez, estuvieron de pie en esta misma estación, como lo estoy yo ahora, como lo está Msgna.

En el ajetreo, Msgna no estaba seguro si debía dejarse fotografiar. Sacó un teléfono celular y llamó a su hermano en Suecia.

Era un acto mundano repetido un sinnúmero de veces todos los días por todo aquel que me rodeaba. Pero al observarlo, de repente, la minúscula posibilidad que había en mi mente de que los pasajeros de Ghost Boat hubieran logrado llegar a Italia simplemente desapareció. Si Msgna —un niño sin acompañante con pocos recursos— encontró la manera de hacerlo, en realidad ¿qué tan probable era que los 243 y sus hijos hubieran llegado a Italia, y que aun así ninguno de ellos pudiera comunicarse con su familia?

Un solicitante de asilo de Nigeria en su cama en el CAS (Centro Especial de Acogida) en Salemi, Italia.

Vivimos en un mundo hiperconectado y la diáspora eritrea —todos los refugiados que huyen hacia Europa— no es la excepción. Me di cuenta que era imposible para los pasajeros del Ghost Boat, incluso si no todos alcanzaron a cruzar el mar, tener la más mínima libertad y no poder contactar a sus familiares.

Era igualmente improbable que las autoridades italianas, como lo afirmó Ibrahim, los hubiera detenido por tráfico de drogas por más de un año sin acusarlos formalmente. El sistema judicial podrá ser disfuncional, pero el precio de tal detención es muchísimo más alto que los beneficios; especialmente cuando los eritreos son considerados personas de preocupación por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y no se quieren quedar en Italia. Las autoridades saben que pueden liberar a estos solicitantes de asilo y que se pueden convertir en un problema para alguien más.

Un solicitante de asilo paquistaní lee el Corán en su cama en el CAS.

En ese momento me convencí de que la búsqueda del Ghost Boat debía centrarse en otro lugar —en posibilidades más oscuras, difíciles—. O el barco se hundió y por alguna falla del sistema no hay registro de la tragedia o la misteriosa llamada telefónica desde una prisión tunecina es una pista genuina: los pasajeros de Ghost Boat están en algún otro lugar, tal vez Túnez, o Libia, retenidos en condiciones desconocidas.

La primera tiene la posibilidad de darle a las familias —que por ahora están en el limbo— algún tipo de cierre, pero es una posibilidad desalentadora. La segunda ofrece destellos de esperanza de que, sin importar qué tan difíciles hayan sido los últimos dieciséis meses, las personas extraviadas puedan seguir con vida y puedan reunirse con sus seres queridos.

De cualquier modo, por ahora, la investigación tendrá que adentrarse en territorios más oscuros.

Puedes ayudarnos a descubrir lo que pasó.

Queremos saber qué pasó con el resto de las personas de Ghost Boat, y queremos que participes examinando las teorías, revisando los datos y sugiriendo tu propia perspectiva de investigación.

Por ahora necesitamos saber más sobre los contrabandistas y precisar las posibles ubicaciones hacia las que pudo haber navegado el barco.

Aquí encontrarás cómo puedes hacer la diferencia.

Esta historia fue escrita por Eric Reidy, con Meron Estefanos. Fue editada por Bobbie Johnson, datos verificados por Rebecca Cohen y corregida por Rachel Glickhouse. Dirección artística de Noah Rabinowitz. Fotografía por Gianni Cipriano. Traducción de Vanessa Wilbat.

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Vanessa Wilbat

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