Convergencia (XV)

Soplando a las brasas

Cartas desde el suelo
Vestigium
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7 min readFeb 19, 2019

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— Capitán, se están acercando al portal — suena una voz en el auricular incorporado en el casco del hombre — , podría verse comprometi…ggggzt.

El capitán se gira y hace una señal a otro soldado que monitoriza una serie de pantallas y cuyos gritos pueden oírse con nitidez a través de su casco hermético; éste hace una pausa al verlo y deja todo lo que está haciendo para atravesar la nave donde están con la intención de acudir a la llamada.

— Que entre el tercer regimiento — dice el capitán, sin más protocolo, al tener al hombre a su altura.

— Me lo podía haber dicho por radio — dice el hombre.

— Sí, pero prefiero decirle en persona que irá con ellos — explica el capitán.

— Como ordene, señor — dice el hombre — . ¿En qué varía la estrategia?

— Siempre ha sido muy perspicaz, teniente — comenta el capitán — , hay un objetivo a eliminar, aunque necesitamos el equipo que lleva consigo. Así que no podemos usar artillería pesada. Le he pasado las imágenes que hemos conseguido.

El teniente se queda unos segundos en silencio.

— Entendido, tendrá al objetivo a su disposición en breve — indica tras el lapso.

— Ingeniería, active las torretas IA del portal en cuanto vea pasar al último hombre del tercer regimiento — exclama el capitán a través del sistema de comunicación — . Y prepare un pulso previo a la entrada del regimiento.
El teniente fija su mirada en su capitán.

— Está aprobado. Debemos detener al objetivo a toda costa antes de que atraviese el portal o habremos perdido — explica el capitán al atónito teniente.

— Pero nuestra tecnología… — dice el teniente, incrédulo.

— Su tecnología puede soportar los PEM y es capaz de derretir a nuestros Yáganat como si fueran un polo de fresa al lado de una estufa — confiesa el capitán — . Necesitamos pararlo. Usted irá con su equipo como punta de lanza, tiene seis minutos para completar el objetivo, agotado el tiempo, mandaremos el pulso y, a continuación, al tercer regimiento para minimizar nuestras bajas. Si no lo consigue, póngase a salvo, por favor.

— ¿Seis minutos? — pregunta el teniente sorprendido.

— Está casi a las puertas, lo va a localizar a simple vista. Sólo mire a la tormenta.

El teniente queda pensativo tras su armadura impertérrita.

— De acuerdo, señor.

— Una cosa más, le he dado acceso a las comunicaciones exteriores, no las divulgue ni comparta o no me quedará más remedio que mandarle a un pelotón — dice el capitán con cierta preocupación.

El teniente asiente sin articular palabra. Y comienza a correr hasta una gran cúpula luminiscente asistida por una maquinaria gigantesca que produce descargas eléctricas continuas que va absorbiendo conforme éstas tocan su superficie. Mientras se mueve hacia la luz, gritando de nuevo a través de su casco, seis grandes torretas armadas lo acompañan a sus espaldas movidas mediante rieles situados en el techo de la inmensa nave industrial en la que están. Su carrera también es seguida por el estruendo de pasos y maquinaria pesada. Al alcanzar la cúpula, se vuelve sobre sus pies y mira a su compañía: dos grandes columnas de hombres ataviados con armaduras se extienden a lo largo de la nave, ambas acompañadas por varios tanques. Y en su centro, un gran carril que separa las columnas culminado por una gran esfera mercúrea que se mueve despacio hacia él. De entre el séquito, varios hombres se adelantan para ponerse junto a él.

— ¡Señor! — dice solemne uno de ellos.

— Vamos dentro a por el objetivo y la esfera está activada, en cuanto atraviese el portal, estaremos muertos, eso será en seis minutos a partir de ahora. ¡Legión de brujos, ¿vamos a morir o a ganar?!

— ¡Ganar, ganar! — gritan los hombres con euforia al unísono.

— Pues bien, vamos allá — dice el teniente con calma.

Los hombres se agrupan a espaldas de su teniente que se vuelve para acceder a la luz de la cúpula, momento en el que una gran llamarada de fuego arrasa el lugar. Los cuerpos de la Legión de brujos se esparcen inertes como trozos de cenizas sopladas sobre unas brasas, tras el fuego, grandes piezas de metal vuelan a velocidad supersónica por toda la nave, todo lo que tocan lo atraviesan al igual que tenedores clavados sobre un bloque de mantequilla que ha reposado durante una tarde de verano, ni los soldados, tanques o torretas quedan libres de la mortal metralla. Como copete final esta fiesta de muerte y destrucción, una figura humana atraviesa la cúpula intentando aferrarse a cualquier asidero que pueda encontrar a su alcance para no caer desde la altura que ha ido alcanzando desde que se produjo la explosión al otro lado de la luz. En cierto momento del vuelo, uno de sus hombros se adhiere a los restos de una de las torretas suspendidas en el aire que ahora no son más que unos artefactos desvencijados que cuelgan de unos rieles maltrechos. Desde su posición, Aren puede ver el caos que se ha desatado bajo sus pies y aprovecha la confusión para agarrarse a los escombros de la torreta, desactivar su sistema de desvío de proyectiles y subir hasta el riel que soporta su peso. Una vez en él, comprueba que la superficie tiene la anchura suficiente como para ponerse de pie y caminar como si lo hiciera sobre una pasarela. El improvisado puente no solo le permite caminar sin problema sino que, además, le esconde de las miradas de los supervivientes que aún quedan en el infierno desatado más abajo. Mientras corre por el riel hasta el final situado en la pared más alejada de la nave industrial que lo rodea, se percata de un objeto brillante que destaca de entre todo el caos. La esfera mercúrea no solo no ha detenido su avance, sino que está aumentando su velocidad para llegar al portal, que parece lo único que no ha dejado de funcionar en el lugar, junto con ella. Aren para su marcha y se posiciona con los brazos extendidos apuntando a la esfera. Una gran descarga sale de sus manos impactando en ella, aunque parte de la descarga rebota consiguiendo solo hacer un desconchón negruzco en el lugar del impacto.

— ¡Matad al hijo de puta de ahí arriba! — se oye decir al capitán del ejército que ha perdido parte del pecho y del brazo izquierdo de su armadura.

Aren comienza a correr acompañando en su recorrido a la esfera, las balas de los soldados que quedan en pie comienzan a impactar a su alrededor o a pasarle silbando muy cerca. La cobertura del riel le ayuda a cubrirse de los soldados con mejor puntería. Mira a un lado y a otro buscando algo, hasta que da con lo que necesita: al final del riel, donde éste llega su fin cerca de la cúpula de luz, la estructura que lo sostiene está en parte dañada. Mientras corre, levanta las manos y dos látigos eléctricos emergen de sus palmas, impactando en la zona y haciendo que el riel comience a caer, busca otros anclajes y vuelve a hacer lo mismo hasta que el riel comienza a bajar despacio. Ahora Aren es más vulnerable, pero está mucho más cerca del objetivo al que intenta adelantar corriendo a grandes saltos, al igual que hizo antes de adentrarse en el portal. Cuando ha sobrepasado a la esfera, se para en el riel girando hasta ponerse de cara a ésta. En ese momento, un resplandor le saca de su concentración: Un proyectil lanzado desde una plataforma llena de monitores se dirige hacia él a una velocidad vertiginosa y, antes de que impacte sobre él, consigue saltar colocándose en el camino de la esfera. Se mueve un poco, conecta la batería extra de su traje y lanza un poderoso ataque preventivo al lugar de donde ha venido el proyectil, arrasando con todo lo que quedaba en pie desde donde está. Si bien el lugar era un caos, ahora es un infierno de llamas y metales fundidos. Cuando vuelve a centrarse en su objetivo, éste ya está a escasos metros del portal a punto para desatar volver a parar a todos los ejércitos del otro lado. Sin pensarlo, manipula los controles de su antebrazo y las balas de los ya pocos hombres que pueden permanecer de pie vuelven a alejarse de él pero, además, los engranajes de las piernas de su armadura empiezan a sonar como carracas. De súbito, se impulsa como un proyectil hasta golpear a la esfera con las palmas estiradas de sus manos; ésta sale despedida del lugar como si la hubiera disparado un cañón, atravesando una de las paredes de la nave. Tras ella, Aren ve un lugar desolado: bajo la luz tenue de un sol pálido, una llanura cenicienta salpicada de grandes torres se extiende más allá del lugar donde está. Aren puede ver entonces como la esfera sale disparada hacia el cielo. En unos segundos, todo él se encuentra cubierto por un manto eléctrico. Sin pensarlo, vuelve a poner en funcionamiento los rotores de sus piernas. En el momento que sale disparado a través de la cúpula de luz, el lugar es inundado por una extraña corriente eléctrica que dispersa la luz de la cúpula a ambos lados del tiempo.

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