Convergencia (VII)

De utilidad

Cartas desde el suelo
Vestigium
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9 min readJun 28, 2018

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Las pisadas se oyen como ecos en la penumbra que inunda el entramado de túneles que compone el sistema de alcantarillado de la ciudad. La oscuridad se ha ido haciendo mayor mientras los tres hombres huyen del fragor de una batalla que, en palabras de Dwight, parece haber salido de un videojuego clásico de estrategia en tiempo real. El estruendo atronador que hace unas horas les acompañaba como una incansable tormenta, ha ido atenuando su persecución hasta convertirse en meros zumbidos apagados.

— Llevamos mucho tiempo aquí abajo, deberíamos salir antes de que se haga de noche. Las luces siguen sin encenderse y vamos a tener graves problemas cuando se esconda el sol — comenta Herold sin aminorar la marcha.

— Necesitaría un descanso, caballeros — dice Aren — , la armadura se me hace cada vez más pesada.

— Creo que dejamos hace unos metros una salida — dice Dwight girando la cabeza para mirar hacia el camino que han dejado atrás.

— Salgamos entonces — dice Herold.

— Sí, por favor, así podré aprovechar la última luz del día.

Los tres hombres vuelven sobre sus pasos unos poco metros hasta dar con una escalera que conduce hasta una tapa de alcantarilla.

— Aquí está — dice Dwight señalando hacia la tapa.

— Subid primero uno de vosotros, por favor, así podrá ayudarme desde el exterior — dice Aren con voz queda.

— Subo — dice Herold.

— Cuidado, Herold, no sabemos que puede haber ahora en la superficie — dice Dwight preocupado.

— ¿El invierno nuclear del que tanto nos advirtieron las películas? — comenta Herold sonriendo.

Herold se encarama a la escalera y sube hasta donde se encuentra la tapa que da paso al exterior. La empuja con cuidado los centímetros justos para que sus ojos puedan ver que ocurre en la calle. Todo parece desierto. Cuando ha dejado pasar unos segundos por si ocurría algo, se anima, levanta la tapa y sale al exterior. No hay rastro de maquinaria de guerra alguna aunque parece que a su paso han dejado la ciudad convertida en el solar del que han huido horas atrás.

— Podéis subir, vais a flipar — dice Herold inclinándose al hueco de la alcantarilla.

Al cabo de unos segundos, aparecen las manos de Aren intentando buscar apoyo, Herold le tiende las suyas y le ayuda a salir. Tras él, sale Dwight que se queda estupefacto al ver el páramo en el que se ha convertido la ciudad.

— ¿Pero qué ha pasado aquí?

— Lo siento mucho. — Aren, consolador, le coloca una mano en el hombro a Dwight.

— Debemos buscar algún trozo de edificio para cobijarnos — dice Herold.

Dwight y Aren asienten y se ponen en marcha. La ciudad aún es reconocible por el pavimento de sus calles, aunque lo que antes era una selva de asfalto con edificios imponentes, ahora se ha convertido en un erial de restos de hormigón y polvo. Los tres hombres no tardan mucho en encontrar un lugar que parece seguir teniendo techo, lo que quizá fuera una cafetería que ahora es escombro y sillas metálicas enredadas.

— La fachada está bien, podríamos vigilar desde esta esquina a través del hueco de la ventana — dice Aren mirando la estructura con detenimiento.

— No nos hará falta ver — dice Dwight — , conforme se vayan acercando hasta nosotros, sus armas nos avisarán. Y quizá de forma desagradable.

— No le falta razón. — Aren asiente serio.

Cuando ha revisado la zona, Aren se quita la armadura y le da la vuelta. Retira, no sin dificultad, lo que parece una mochila metálica y descubre una batería, de esta, despliega un panel que se halla doblado en cuatro partes, cuando lo termina de desdoblar lo deja bajo la luz del sol que se cuela en el local. Tras un minuto, una tímida luz brota de un pequeño diodo situado en la caja que cubre los mecanismos del antebrazo de la armadura. Aren respira aliviado al verlo.

— No está rota, ¿no os lo dije? — dice animado — . Con lo que cargue la batería hasta que oscurezca creo que podré ser de mayor utilidad. Mañana, con el sol, será incluso mejor.

Herold y Dwight se miran extrañados.

— Perdone que le lleve la contraria, pero, creo, — Herold se encoge de hombros — solo creo, que mirando a nuestro alrededor podríamos deducir que no hay nada que pueda hacer por nosotros, caballero — dice Herold.
Aren mira sombrío a su alrededor.

— Bueno, solo quería dar ánimos — dice mientras se toca el moretón que tiene en su nuca.

El transraíl de la baja autoestima

— Puedo alumbrar este lugar un poco para que no estemos ciegos en esta noche sin luna — dice Aren al ver que la oscuridad les está engullendo.

— Sí, y que nos vean a kilómetros como una diana iluminada — dice Herold.
Aren asiente, aunque poco se puede ya ver su gesto.

— ¿Qué es lo que suena ahí? — advierte Herold — , es como el crujir de algo.
Herold se abre los brazos en un gesto para hacer que sus compañeros se callen. Aunque ninguno lo ha visto, le han hecho caso.

— ¡Otra vez! — dice Herold.

— Lo he oído — dicen Aren.

— No me he dado cuenta — comenta Dwight.

— ¡Ahí está! ¿Lo oís? — dice Harold entre entusiasmado y atemorizado.

— Suena como si alguien comiera cereales, que extraño — murmura Aren.

— Supongo que será el café — dice Dwight sin darle importancia.

— ¿Café? — pregunta intrigado Herold.

— Sí, lo encontré antes y lo estoy probando a ver si está comestible. Nos va a hacer falta recuperar energía si queremos salir de aquí ¿No creéis? — contesta Dwight.

El crujido se hace ahora más evidente, Dwight mastica granos de café con la boca abierta para que se oiga mejor.

— ¿Es esto? — pregunta.

— ¡Joder, Dwight, nos has asustado! — dice Herold enojado.

Dwight se encoge de hombros en un gesto que nadie puede ver.

— Podríamos bajar de nuevo a las alcantarillas, ahora, al menos, estaríamos iluminados — propone Aren.

— Ni hablar, aún no se me ha ido ese nauseabundo olor de la nariz — se queja Herold.

— Pon la luz en una esquina y nos alejamos para que no se nos vea — dice Dwight.

— No es mala idea, compañero — comenta Aren — , pero ahora prefiero tener la armadura puesta por si surge la necesidad. La voy a encender con poca potencia.

Aren activa un interruptor y a continuación mueve una de las ruedas que tiene en el panel del antebrazo de su armadura. Una tenue luz brota del pecho de su armadura.

— ¡Ironman! — susurra impresionado Dwight con la voz entrecortada y buscando con la mano a Herold para agarrarlo.

— Ya le he dicho que no reconozco ese nombre — dice Aren.

— Señor Hagemann, ¿cómo llegó al solar? — pregunta Herold — , se apareció de la nada.

— Hubo un fogonazo que nos dejó ciegos y después apareció usted sosteniendo una cosa blanca — dice Dwight.

— ¡El mecanismo, lo dejé allí! — Aren se levanta de un salto y sus amigos se asustan.

— No quisiera pecar de pesimista, pero creo que ya no estará, al menos no todo — dice Dwight — . Y quizá lo que quede de él tampoco tenga un tamaño adecuado.

Aren mira a Dwight que le observa como un cachorro, se vuelve a sentar y agacha la cabeza.

— Puede que tenga razón — murmura Aren — . Mierda, Martia debe estar preguntándose por que no llega mi señal.

Los hombres miran a Aren intrigados. Aren se percata de ello.

— Perdonad, este traje emite una señal que, desde la Academia, se puede rastrear para que se sepa en que lugar del mundo me encuentro — dice Aren señalándose la espalda.

— Un GPS — dice Dwight.

— ¿Cómo?

— Sí, un GPS, son las siglas de «Global Position Sistema» o algo parecido en inglés.

Global Positioning System — interrumpe Herold.

— Lo qué sea. — Dwight hace un aspaviento — Es parecido a lo que he dicho.

— Nosotros lo llamamos Sistema de Ubicación en Tiempo Real — dice Aren — . No le ponemos siglas, así todo el mundo entiende cuál es su cometido.

— Pues no veas qué conversaciones más largas — dice Dwight sonriendo.

— De todas formas, la descarga de antes lo ha debido romper, los componentes electrónicos mueren con descargas electromagnéticas — comenta Aren buscando una excusa para evitar la reprimenda de Martia.

— Y retomando la conversación ¿puede explicarnos cómo llegó a materializarse de la nada en el solar? — insiste Herold.

— Oh, perdónenme, es una historia corta, me vi atrapado en una maquinaria controlada por el artefacto blanco que comentaban, activaron dicha maquinaria y aparecí aquí — explica Aren — . Los hechos solo son esos, al menos los que he podido constatar. Aunque he hecho mis conjeturas, creo que estaba en mi mundo en el mismo solar y el artefacto me ha hecho llegar a este mundo. Bueno, más que mundo; creo que Universo.

— Si no fuera porque te vi aparecer de la nada, no me lo creería, la verdad — comenta Herold.

— Bueno, es complicado de entender, existe la teoría de que no hay un solo universo que lo abarca todo, sino infinitos universos en el que hay infinitas versiones de este mundo con las consecuentes infinitas versiones de las personas que lo habitan — explica Aren — . Tan solo es una teoría de nuestro mundo-barra-universo; se han hecho muchas historias de ficción al respecto aunque, la comunidad científica, nunca se ha pronunciado más allá de las hipótesis.

— Jeje, aquí también hay algo así — comenta Dwight mientras da un codazo cómplice a Herold — . Lo llamamos la Teoría del Multiverso. También aquí se teoriza y se hacen historias divertidas al respecto. Hay una con un científico y su nieto…

— Para, Dwight — interrumpe Herold — . Está bien eso, pero ¿cómo explicas lo que pasó justo después de que aparecieras, ejércitos muy avanzados matándose entre sí?

Aren se echa hacia atrás, abstraído.

— Creo que lo he provocado. Sin querer, pero lo he hecho — resuelve — . Al venir aquí, también destruí el artefacto, me temo que el momento exacto en el que lo hice dejar de funcionar, en otro universo había una guerra, en el mismo y exacto lugar que el solar, el chispazo final del mecanismo hizo que se abrieran esos extraños portales de luz de los que salieron todos ellos.

Las caras de Dwight y Herold no quedan del todo conformes.

— Habiendo infinitas posibilidades, ya es casualidad de que la que se diera por azar fuera la de una guerra hipertecnológica — dice Herold.

— Bueno, somos humanos, era lo más probable al fin y al cabo — comenta Dwight — . Si te fijas, las dos casualidades que se han dado han traído a gente con armamento tecnológico de ciencia ficción.

— Pues no te falta razón — afirma Herold asintiendo.

— Mecanismo de convergencia — murmura Aren ignorando a sus comañeros — . Tiene sentido… Una meseta y una montaña… claro.

Aren se pone en pie de un brinco aunque ahora no está asustado, sino entusiasmado y dando vueltas por el lugar.

— ¿Veis, caballeros? — dice al fin — , «Mecanismo de convergencia», el maldito Friesenhaeuser encontró un lugar donde lo que llamáis Multiverso está más cerca o, al menos, lo están este mundo y sus infinitas versiones. Convergen justo ahí. ¡Qué maravilla!, con solo la energía de un volcán ha sido capaz de romper la barrera entre realidades. ¿No lo veis? Es un descubrimiento maravilloso, podemos aprovechar esa convergencia para ir a distintas realidades, buscar lo mejor de cada una y aprovecharlo para el progreso de nuestro propio mundo.

— También podríamos ver donde tiene menos autoestima Scarlett Johansson y así tener posibilidades de ligar con ella — dice Dwight entusiasmado.

— A mi siempre me ha molado más Ana de Armas, qué quieres que te diga — comenta Herold.

— Qué más dará, ni que nos tuviéramos que decantar por una en concreto — responde Dwight — . El multiverso da para mucho.

— Creo que se han entusiasmado demasiado, amigos míos — interrumpe Aren — . Moverse entre mundos no es tan sencillo como coger un transraíl y bajarse en la parada que uno desee, primero necesitamos…

En la calle exterior al local derruido en el que están los tres hombres, comienza a formarse una gran nube de polvo batido como si un gran aerogenerador soplara con fuerza sobre el suelo. Aren se asoma cauteloso al exterior lo justo para ver dos grandes focos encenderse sobre ellos. En cuestión de segundos un destacamento ha descendido con la ayuda de los retropropulsores de los trajes de los soldados. Aren se resguarda en el interior de lo que queda de la cafetería y se pone entre los soldados y sus nuevos amigos que miran asustados la escena.

— Poneos justo detrás de mí agachados, los proyectiles no os darán — dice Aren a sus compañeros.

Aren abre el panel de su antebrazo y activa una de las palancas.

— Al menos mientras la batería tenga carga.

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