Convergencia (III)

El único en su tiempo

Cartas desde el suelo
EÑES
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7 min readMar 2, 2018

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—Es maravilloso —Aren escudriña una serie de planos repartidos sobre la mesa donde hace unos minutos estaban comiendo—. Has hecho un trabajo magnífico, Markus.

—Y caro, no lo olvides, esto le va a salir a la Sociedad por un pico. Conseguir toda esta información no ha sido tarea fácil —dice Markus.

—Descuida, amigo mío, recibirás el pago que estimes sin problema —dice Aren sin dejar de admirar los documentos que tiene delante— ¡La última obra de Friesenhaeuser, el culmen de su prodigiosa carrera! ¿Crees que no te vamos a pagar lo que vale? —continúa Aren eufórico.

—Ahora soy yo la que está celosa —sonríe Martia mientras hojea un libro con diversos dibujos y textos—. Menos mal que el hombre murió hace mil años.

Aren, en una burbuja de felicidad, empieza a colocar los planos en la mesa para darles una forma al complejo artefacto que definen.

—Mira Martia, toda esta parte de la máquina está diseñada para generar una enorme cantidad de energía a partir del magma del volcán donde está construida. Una cantidad de energía tan grande que podría propulsar al planeta fuera de su órbita —dice Aren invitando a Martia a mirar la parte inferior del puzzle que ha formado con los planos—. Luego, toda esta parte redirige la energía hasta el entramado de antenas conductoras de esta cúpula. Una maravilla, ¡y parece tan sencillo!

—¿Y toda la energía que genera y distribuye la maquinaria para aplicarla en esta esfera?, ¿qué es, una pila? —pregunta Martia apuntando con su dedo a un pequeño círculo dibujado en el centro del plano de la cúpula.

—No, no lo es.

Aren le quita un libro que hojea Anke de sus manos y empieza a pasar páginas nervioso mientras esta le mira ofendida.

—Lee; donde pone Figura 2 —Aren coloca el dedo en una de las páginas del libro que tiene abiertas bajo el dibujo de una esfera.

Mecanismo de convergencia —lee Martia en voz alta—. ¿Un mecanismo? ¿Y qué hace ese mecanismo con tanta energía, desintegrarse?

—Podría ser, la cuestión es que se desconoce qué hace —comenta Markus.

—Bueno, al menos no creo que explote, si no, ¿para qué habrían puesto esta serie de barandillas y asientos alrededor? —dice Aren.

—¿Para que los de mantenimiento no se caigan y hagan sus descansos más cómodos? —dice Anke que ahora está mirando el esquema de la cúpula.

—Tampoco lo podríamos descartar, por desgracia —dice Aren jocoso.

—¿Y qué pasa con el plano del mecanismo de convergencia? ¿No lo tenéis? —pregunta Martia.

—Me temo que el plano no existe. Friesenhaeuser lo destruyó —dice Markus—. Por lo que cuentan los escritos de los historiadores, quería que ese artefacto fuera el único en su tiempo. Así que, una vez construido y, suponemos, probado que funcionaba, destruyó su esquema y los datos que tenía sobre él para que no pudiera replicarse nunca.

—Otros historiadores también dicen que hasta intentó destruir el artefacto, aunque no tiene sentido dedicar una vida en construir algo para luego destruirlo —dice Aren—. Así que, bueno, la teoría de que el artefacto puede explotar sigue rondando el misterio de cuál es su propósito.

—Quizá no es relevante —dice Martia con un atisbo de preocupación en su mirada—. Ten en cuenta que, por lo que dices, la maquinaria que lo rodea ya es una maravilla colosal. Con una máquina así tendríamos energía para abastecer al mundo. Quizá esa es la gran obra que quería construir para ser recordado y el mecanismo solo sirve para probar su eficacia o alguna cosa más nimia.

—Y entonces, ¿qué sentido tendría destruir su esquema?, tanto la maquinaria que lo rodea como ese mecanismo deben de ser un todo; tener un propósito en conjunto —dice Aren.

—No sé, ¿y por qué no destruir el resto de planos que también forman algo único? —murmura Martia.

—No importa, averiguaremos qué es ese extraño objeto en cuanto lo tengamos en nuestras manos —Markus saca un contenedor de planos de la mochila que ha traído, saca unos rollos de papel de él y los desenrosca sobre la mesa—… Veamos, toda la maquinaria está construida en el interior del volcán Tonahu, a día de hoy, se trata de una instalación que guardan los Ingenieros.

—Los Ingenieros, cómo no —dice Martia preocupada.

—Sí, encontraron la ubicación antes que nadie y ahora lo custodian para que nadie use el artefacto jamás —comenta Aren.

—Son una panda de frikis. La cantidad de progresos que haría la humanidad sin esta gente guardando cosas para que cojan polvo y nada más —dice Anke indignada.

—Solo quieren protegernos de nosotros mismos, ya sabemos lo que somos capaces de hacer con el mundo si abusamos de tecnologías como esa —dice Aren—. La Historia está ahí para justificar su causa.

Anke mira a Aren con seriedad.

—Ejem —interrumpe Markus—, la cúpula solo es accesible subiendo la escalera situada en las instalaciones principales, en la base del volcán. Lo cual hace imposible la infiltración con los medios de los que disponemos.

—Pero… —dice Aren.

—Pero es posible acceder por un conducto situado en la ladera de la montaña a la planta donde se encuentra la cúpula —Anke interrumpe a Markus señalando una parte del plano de las instalaciones que albergan la maquinaria. —Por aquí.

—No hay nada ahí —dice Martia.

—Te puedo asegurar que ahí hay un túnel —dice Anke—. Bueno, en realidad hay varios que tampoco figuran en los planos, supongo que se crearon ad hoc hace mucho para disipar el calor del volcán o de la maquinaria que contiene; lo que sea. La cuestión es que ese, en concreto, es el que mejor se adapta a nuestro propósito.

Martia mira a Anke y ella le devuelve una sonrisa.

—Sí, como te imaginas, estuve infiltrada en el lugar, no íbamos a fiarnos a fe ciega de unos papeles de hace siglos, ¿no crees? —dice sonriendo—. Es imposible salir de allí con el artefacto sin levantar sospechas pero, con la ayuda de la armadura de Aren, es posible entrar y salir a través de ese conducto sin ser visto.

—Perfecto —dice Aren con alegría.

—El acceso está situado en la ladera vertical del volcán, a unos ochocientos metros de altura, se puede ir escalando con más o menos dificultad hasta esta parte, situada a doscientos metros de altura —Anke hace un gesto a Markus para que desenrolle un mapa topográfico de una montaña sobre el plano de las instalaciones y señala un punto en él—, a partir de ahí, tendrás que usar tu juguete para llegar hasta el acceso.

—Hace poco tuve que mejorar los agarres y la batería para hacer un trabajo similar en un acantilado. No habrá problema.

—El acceso lleva siglos sin abrirse, así que el traje necesitará mucha energía para poder abrirlo —comenta Anke.

—Si es que lo abre —murmura Martia.

—Tendrá energía de sobra, si veo que no puedo abrirlo, intentaré taladrar el muro para debilitarlo —dice Aren guiñando el ojo a Martia—. Fácil.

—Me alegra saberlo, Aren —continúa Anke—. Durante el tiempo que estuve allí, la cúpula solo era visitada dos veces en semana para limpieza y mantenimiento. Pero ándate con cuidado, el acceso no lo vigilan con frecuencia, pues la montaña lo ha cerrado a conciencia estos siglos, pero de vez en cuando alguien se pasa por allí a echar un vistazo. Si alguien se acerca y ve que entra luz por el túnel, la cosa no pintará bien. No hay muchos ingenieros en el lugar, son veintiséis en total, pero todos tienen armas avanzadas.

—Prepararé algo para que no me pillen —dice Aren asintiendo.

Markus da una palmada con sus gigantescas manos tan sonora que asusta al resto de compañeros.

—Recojamos pues, vamos a tomar algo para celebrar un buen negocio, una importante y futura caza y para que Martia deje de estar tan tensa pensando en enviudar —dice mientras se frota las manos.

—¡Así sea, camarada! —dicen Aren y Anke al unísono levantando las manos imitando un brindis. Martia los mira a todos y dibuja una leve sonrisa con sus labios.

—Así sea —dice.

Ni bien ni mal

Aren cierra un baúl de equipaje y se pone un abrigo y un sombrero. Martia está sentada junto a una ventana mirando a la calle. Aren se acerca hasta ella y la besa.

—Creo que has batido el récord de clichés de melancolía y tristeza. Solo falta que esté lloviendo.

—Eres un idiota, estoy esperando a Anke que me acaba de avisar de que venía para acá. De todas formas, no tengo que estar mirando por la ventana con cara melancólica para tener un mal pálpito sobre tú nueva cruzada —comenta Martia.

—Los Ingenieros y yo somos viejos conocidos, ya sé de sobras cómo enfrentarme a ellos. Y tampoco es la primera vez que trepo por una cordillera casi vertical —dice Aren con una sonrisa en sus labios.

—No es eso, es que creo que todo parece muy fácil. ¿Y si tu armadura no pudiera salvarte esta vez?

—Creo que confías poco en mi armadura —dice Aren—. Con que nada salga ni la mitad de bien ni la mitad de mal de lo planeado, me colaré allí, desatornillaré el artefacto de su anclaje y me lo llevaré sin que nadie se entere hasta el día que vayan a quitarle el polvo.

Martia mira a Aren. Sonríe.

—Espero que nada salga ni bien ni mal.

—Así será —Aren hace una reverencia y empuja el baúl de equipaje hasta la puerta de su piso, abre la puerta y lo saca fuera. Cuando pasa el umbral hasta el rellano del piso donde viven, se gira y hace un saludo de soldado a Martia que sonríe al verlo. La puerta se cierra.

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