Convergencia (VI)

Pesada carga

Cartas desde el suelo
Vestigium
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5 min readMay 29, 2018

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Dos hombres arrastran a su nuevo amigo por el suelo de un descampado mientras a su alrededor se desata una encarnizada batalla que está destruyendo todo lo que les rodea. En un principio, la batalla parecía perdida por los soldados que, en un primer momento, cayeron desplomados. El otro ejército estaba masacrándolos hasta que del haz de luz del que habían aparecido llegaron refuerzos que pudieron mantener a raya al ejército para que los compañeros, que aún quedaban con vida, pudieran salir de aquel infierno que estaban sufriendo. El hombre que arrastran hacia ninguna dirección en concreto pero siempre lejos de las explosiones y disparos, se quita el último correaje que lo cierne a su pesado amasijo de hierros y se gira sobre sí mismo. Sus compañeros ahora arrastran el armazón metálico. Cuando notan el tirón de estar haciendo la misma fuerza de antes pero tirando de un peso mucho menor, se vuelven para ver qué ha ocurrido.

— Señor Hagemann, no es conveniente que se quede ahí — dice Dwight.

Aren asiente y rápido, se incorpora y ayuda a los dos hombres a cargar con su armadura. Los tres, encorvados para evitar ser blancos fáciles, huyen lo más rápido para encontrar cobijo en algún lugar seguro. Aunque, en este momento, llamar seguro a un lugar a su alrededor ya parece ser un mero formalismo para indicar que se están alejando del epicentro de la batalla; la refriega se ha extendido por toda la ciudad, tanques, aeronaves y soldados están destruyéndolo todo a su alrededor. La ciudad se ha convertido en un enorme daño colateral de la refriega.

— Creo que si vamos hacia allá tendremos menos posibilidades de que nos explote algo — dice Herold señalando con el dedo a un lugar que parece no tener demasiados impactos — ; que ya estamos prolongando demasiado nuestra fortuna.

Los tres hombres llegan hasta el primer edificio más allá del solar y se ocultan tras él de la batalla, aún así, se oyen algunos impactos sobre la fachada del edificio que da a la zona de guerra.

— Debemos salir de aquí o nos caerá esta enorme construcción encima — dice Aren mirando hacia la parte alta del edificio.

— Ya lo creo. — Herold se agacha de forma instintiva al oír un nuevo impacto en la fachada opuesta del edificio.

Los tres vuelven a cargar con la armadura y corren hacia otro de los edificios cercanos, un poco más alejado. Tras ellos dejan ahora una mole de hormigón que empieza a venirse abajo como un acordeón cayendo al suelo. Pronto, la calle por la que huyen se llena de polvo, ruido y cascotes de cemento e hierro. Un cascote golpea a Aren en la nuca que, entre la adrenalina que corre por sus venas en ese momento y la poca fuerza que lleva tras recorrer el camino rebotando desde su origen hasta Aren, no lo siente más que como un leve golpe que podría ser el pescozón que le daría Martia mientras le dice irritada: «Mira que te lo advertí, Aren».

En el temporal cobijo que supone otro edificio, los hombres toman algo de aliento y tosen el polvo que les ha entrado por todos los orificios que han usado para respirar mientras corrían.

— Hay que seguir corriendo — dice Aren entre jadeos palpándose la zona de la nuca y haciendo leves muecas de dolor.

— Pero ¿Hacia dónde? — dice Herold.

— Podríamos huir por las alcantarillas. Quizá aguanten más que los edificios, si cae alguno siempre hay túneles de sobra — sugiere Dwight.

— A no ser que el túnel que se hunda sea el nuestro — replica Herold.

Las explosiones comienzan a acercarse hasta donde están.

— Pues lo que sea, antes de que se hunda también este edificio sobre nuestras cabezas — dice Dwight.

— Alcantarillas, qué remedio — dice Herold encogiéndose de hombros.

— Aquí hay una tapa, tenemos que abrirla — dice Dwight intentando meter los dedos en las rendijas de la tapa de alcantarilla.

Aren empieza a moverse alrededor sin asomarse a la calle por donde han venido, tras unos segundos, encuentra un trozo de metal que podría haber formado parte de un vehículo hace no muchos minutos. Se acerca a la tapa e intenta hacer palanca, después de algunos intentos, parece que el trozo de metal se encaja bien en la rendija entre el asfalto y la tapa de alcantarilla y consigue levantarla unos centímetros, lo justo para que Herold y Dwight puedan meter sus manos y retirarla por completo.

— Esto sería más fácil con mi armadura — comenta Aren arrojando el trozo de metal — . Veo que tiene una escalera, esperad un momento.

Aren se agacha hasta su armadura y se abrocha los arneses que la sujetan a su torso y hombros. Ahora lleva una pesada mochila de viajero hecha de hierro y engranajes.

— Ayudadme, por favor, voy a bajar la armadura para no romperla — dice mientras se pone a gatas y se acerca al hueco de la alcantarilla.

— Creo que ya está rota, no deberíamos cargar más con ella — dice Herold mirando la mochila metálica de Aren.

— No, creo que solo se ha quedado sin batería — dice Aren — . Cuando estemos a buen seguro podré ponerla a funcionar de nuevo sin demasiado problema.

Dwight y Herold agarran por los hombros a Aren mientras coloca los pies en la escalerilla para empezar a bajar.

— Perfecto, creo que podré bajar así sin problemas — dice Aren una vez asido a la escalerilla.

Poco a poco, Aren baja por el hueco que da acceso a las alcantarillas, al llegar al suelo, da algunos pasos con cuidado. Tras él, bajan Dwight y Herold con mucha menos dificultad.

— Creo que puedo moverme con la armadura atada así — dice Aren volviéndose hacia ellos.

— Deberíamos cerrar la tapa — dice Herold mirando hacia arriba — . Un segundo.

Herold sube hasta arriba y arrastra la tapa de la alcantarilla, después de un sinfín de movimientos, consigue colocarla en su sitio. Abajo, todo se llena de oscuridad.

— Esto está demasiado oscuro — dice Dwight mirando a su alrededor.

— Te dije que no era buena idea, zoquete — dice Herold mientras desciende del último peldaño de la escalera.

— No, en serio, deberían haber luces, no muy potentes, pero con la intensidad suficiente como para ver bien por donde pisamos — dice Dwight.

— Bueno, al menos eso estará bien. Por como huele, no quiero saber de qué se puede tratar — dice Herold.

Los tres hombres comienzan a avanzar ayudados por el instinto y la escasa iluminación que proporciona la luz del exterior al colarse entre rendijas y respiraderos.

— Podrían ayudarme a caminar, caballeros, esta armadura pesa y, aunque puedo moverme, me cuesta avanzar con soltura — dice Aren cuando ve que se queda rezagado.

Herold y Dwight se acercan hasta Aren y lo ayudan sujetándole por sus hombros para proseguir el camino por entre los oscuros túneles. Las explosiones y edificios derrumbándose se oyen como un grito sordo que no deja de perseguirles.

— Lo siento mucho — comenta Aren algo cabizbajo mientras avanza ayudado por Herold y Dwight — , todo esto es culpa mía.

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