Convergencia (IV)

Esférica

Cartas desde el suelo
EÑES
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9 min readMar 31, 2018

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Aren termina de fijar una lona en la entrada impidiendo que la luz penetre en el oscuro pasillo excavado en la roca y comienza a avanzar hacia una débil luz que se atisba al otro lado. Conforme avanza y ve mayor claridad, apaga la luz de su pecho y pulsa un interruptor en el panel del antebrazo de su armazón. Varias placas con punta de goma sobresalen de sus pies. Ahora, al moverse, no hace apenas ruido. Al llegar al final del pasillo, Aren se topa con una rejilla taponando el acceso a lo que parece una sala a la que se accede desde una escalera de caracol que sale del suelo.

No le cuesta nada desencajar la rejilla y salir por su abertura; vuelve a colocar la rejilla y mira a su alrededor. En la sala solo hay una puerta estanca y el hueco de la escalera de caracol por el que se asoma con cuidado para ver si hay movimientos en la parte inferior. Cuando termina de inspeccionar la zona, se acerca hasta la puerta y gira su válvula de cierre. La puerta se abre con facilidad dando acceso a otro pasillo. A su derecha, un ventanal de no más de treinta centímetros de alto se extiende desde la entrada hasta el final del corredor interrumpido solo por una puerta estancada de aspecto robusto situada en el centro. A la izquierda hay una serie de tuberías en muy buen estado de conservación, también hay varias taquillas colocadas donde las tuberías tienen codos que las hacen desaparecer tanto en el techo como en el suelo. Al fondo, se ven una suerte de dispositivos e interruptores. Aren comienza a avanzar, a pesar de que toda la instalación constituye una maquinaria enorme, el silencio lo inunda todo.

A través de la ventana que abarca toda la pared derecha, Aren puede observar la cúpula que alberga el mecanismo que ha venido a buscar. Los planos no estaban del todo acertados, pues la cúpula es en realidad una cámara esférica con una pasarela que rodea el mecanismo y por la que una persona podría moverse sin dificultad. El acceso a la pasarela se hace desde un pequeño puente al que se accede desde la puerta estanca del pasillo. El mecanismo está colocado sobre una columna que lo sostiene en el centro de la esfera que conforma la cámara. Aren admira absorto durante unos segundos el interior, cuando sale del trance, se mueve hasta la primera taquilla, la examina con cuidado y la abre para ver su contenido. Vacía. Luego hace lo mismo con las siguientes hasta llegar al final del pasillo. Allí, examina un panel de control con varias ruedas de potencia e interruptores de encendido. Acerca una mano, tentado por la curiosidad, pero la retira enseguida y vuelve por el pasillo hasta llegar a la puerta estanca para examinarla. Toca los bordes, buscando algo, y se retira un paso hacia atrás para observarla durante unos segundos; luego vuelve la mirada hacia la puerta de entrada al pasillo, se acerca hasta la puerta cerrada y gira su válvula de apertura. La puerta hace un ruido como si igualara la presión entre la sala y el pasillo y se abre despacio empujada por algún resorte instalado en las bisagras. Aren, decidido, entra en la cámara y accede a la pasarela para acercarse al mecanismo. En la pasarela, observa las innumerables antenas conductoras que rodean la esfera como si se tratase de una mina acuática invertida. La esférica pared del lugar parece estar pulida.

Cerca ya del mecanismo, que puede alcanzar desde la pasarela sin problemas, Aren se fija que este no está anclado ni atornillado a la columna que lo sostiene y que el mecanismo parece una esfera de cerámica sin ningún cierre o fisura, si contuviera algún artefacto en su interior, este se habría introducido de alguna forma cuando se coció la cerámica que compone la esfera. Aren no puede contenerse y se apoya en la barandilla de la pasarela para acariciar el mecanismo, pero el ruido al cerrarse la puerta estanca lo perturba. Mira hacia la puerta y ve como varias figuras se mueven por el pasillo. El sonido de la válvula estanca al cerrarse alerta a Aren.

— Señor Hagemann, un placer conocerle —la voz sale de algún lugar de la cámara esférica, pero no es posible saber con exactitud desde dónde.

Desde el lugar donde se halla el panel de control del pasillo, una figura agita su mano para hacerle señas. Aren se queda mirándole, frustrado.

— Cuando nos visitó su amiga supimos que no tardaríamos mucho en verle, siempre es bueno dejar a una presa pequeña libre si así es posible coger a otra mucho mayor, ¿no cree? —dice la voz.

— No le voy a quitar la razón —dice Aren.

— Jeje, no le podemos oír desde aquí, así que no podremos disfrutar de su verborrea —dice la voz, jocosa — . A lo que íbamos, sabemos que busca ese mecanismo que tiene al alcance de su mano, pero me temo que no le podemos dejar salir de este lugar con él.

Aren sonríe y se encoge de hombros.

— Y me temo que tampoco le podemos dejar salir sin él. Hace mucho tiempo que andamos tras usted y no podemos dejar escapar esta oportunidad.

Aren se cruza de brazos y sonríe a la figura.

— Esta instalación es increíble, ¿sabe? —dice la voz — , descubrimos algunas cosas que no estaban en los planos, como la sala esférica, pero hay más. En lo más profundo de toda la maquinaria, donde está el magma, hay un artefacto sumergido en él, a veces flota y se puede ver, no sabemos cómo funciona, pues no hay ningún plano, que sepamos, y tampoco sabemos de qué material está construido para que soporte esas temperaturas intacto. Lo que sí podemos afirmar es que mantiene la temperatura del magma que hay bajo estas instalaciones para que no se produzca una erupción —el tono de la voz denota fascinación — . Un artefacto que lleva mil años enfriando un volcán, ¿se lo puede imaginar? Es una maravilla. Aunque, en manos de la humanidad, lo usaríamos para provocar una glaciación o algún evento de extinción masiva. Por suerte, lo encontramos primero.

Aren gesticula en el interior de la cámara pero no dice nada.

— El artefacto que le he mencionado se desactiva con este interruptor —la figura situada en el panel se gira un poco y mira hacia él —. Este es el primer paso para empezar a hacer funcionar ese mecanismo que tanto anhela. A continuación, este medidor nos indicará el momento en el que la temperatura ha aumentado lo suficiente como para empezar a generar la energía que necesita su ansiado tesoro para funcionar a pleno rendimiento. Lástima que no pueda verlo. Bueno, en realidad, lo va a notar.

Aren se mueve hacia la parte de la pasarela más cercana a la ventana desde donde se puede ver el panel, por desgracia, la distancia y el tamaño de la ventana no permiten ver gran cosa, solo la cara de la persona que está en él. Un hombre de mediana edad alto, con el pelo plateado y una barba bien cuidada. Lleva un traje beige que parece hecho a medida y que le da un buen porte. Aren se gira y se empieza a dirigir hasta la puerta estanca, mientras camina, va girando las ruedas del panel del antebrazo de su armadura.

— Me temo que su magnífico traje no podrá ayudarle esta vez —dice la voz — . Tanto la puerta como todo lo que contiene la cámara tienen una resistencia muy superior a lo que haya podido ver en sus correrías arqueológicas.

Aren se pone en la puerta, ha colocado de nuevo en sus muñecas las pequeñas placas que utilizó para entrar en la montaña, mira hacia una ventana donde un par de individuos lo miran interesados y sonríe. Pulsa los botones de sus guantes y los rotores de sus hombros comienzan a girar despacio. Tras unos segundos en los que parecen haberse parado, las placas de sus muñecas se quiebran y el exoesqueleto hace abrir los brazos de Aren de forma violenta. Pulsa los botones de nuevo y sus brazos caen pesados a sus costados. Aren hace una mueca de dolor intenso durante unos segundos hasta que se recompone. Los individuos que lo observaban ahora cuchichean entre ellos y se ríen.

— Se lo dije, señor Hagemann —vuelve a comentar la voz— . Veamos, ya tenemos el magma a la temperatura idónea.

El hombre activa cuatro interruptores grandes que tiene a la altura de su cabeza. Se gira y mira hacia la dirección donde se encuentra Aren, que está haciendo movimientos con los hombros.

— Sienta la gran obra de su admirado Friesenhaeuser —dice.

Durante unos demasiado largos segundos nada ocurre. En ese momento Aren comienza a notar una leve vibración en el lugar que se va haciendo más fuerte a medida que pasa el tiempo. El hombre del panel sonríe y se gira hacia los controles.

— Creo que ya empieza a acumular energía, en unos segundos habrá acabado todo.

La cámara vibra con gran intensidad, Aren tiene que agarrase a los apoyamanos de la pasarela para no tambalearse. Empieza a tocar los interruptores de su antebrazo y se vuelve a dirigir a la puerta, se coloca dos piezas metálicas en sus guantes para cubrir sus muñecas y nudillos y comienza a golpear las bisagras de la puerta. Los golpes son tan feroces que hacen distorsionar la vibración de la maquinaria.

— Veo que es insistente, ya le he dicho que se va a lastimar —dice la voz que ahora apenas puede oírse con el ruido de la maquinaria y los golpes de Aren.
Aren sonríe y mira de reojo al hombre antes de asestar un tremendo golpe que abolla el metal del nudillo hasta hundirse en su carne. Aren golpea un lateral de la muñeca de su armadura y la placa metálica sale despedida. Las pequeñas placas de metal de su guante están desplazadas y de la grieta que forman comienza a brotar sangre.

— Se lo dije —dice la voz— . Pero no se preocupe, esa herida será el menor de sus problemas.

El hombre mueve sus manos ágiles activando una serie de interruptores agrupados en un panel de color diferente al cuadro. Cuando termina, pulsa un interruptor al lado de este panel. Las antenas que rodean la cámara esférica comienzan a chisporrotear hasta que, en un momento dado, emiten descargas eléctricas cuyos arcos impactan sobre la esfera del centro. Aren tiene que echarse al suelo para no ser golpeado por los arcos eléctricos.

— Ya queda poco, señor Hagemann —comenta la voz.

Cuando los rayos proyectados empiezan a tener mayor intensidad, el pilar donde se apoya el mecanismo empieza descender hasta formar parte de la propia cámara. La esfera se mantiene en el centro flotando y emitiendo un zumbido armónico que empieza a imponerse al de la propia máquina. Aren se tapa los oídos por la intensidad pero no puede dejar de escucharlo.

— Si los rayos no le matan, lo hará la vibración —dice la voz— . Lo hemos visto otras veces, otros incautos que, como usted, también han intentado recabar información. Y nos da un poco de vergüenza reconocer cómo averiguamos por primera vez qué hacía este mecanismo.

Aren se intenta poner de pie y un arco alcanza su espalda, la armadura redirige la electricidad hasta el suelo y la barandilla que está agarrando para ayudarse a ponerse en pie. El golpe lo desplaza de forma que es alcanzado por otro rayo que también recorre su armadura. Aren clava una rodilla en el suelo tras el golpe.

— Veo que se va a resistir, no se preocupe, en deferencia a usted usaré toda la potencia del artefacto, espero que sea una muerte más rápida que la del resto —dice la voz—. Quizá con la potencia al máximo se desintegrará y no sienta nada, además de que cuesta mucho quitar el olor de carne quemada después de usar esta máquina.

El hombre gira un control que tiene a la altura del hombro mientras no deja de mirar cómo los rayos azotan a Aren.

— Ha sido un honor tenerle como adversario, señor Hagemann —el hombre da un giro completo al control.

Aren intenta ponerse en pie como puede. Cuanto más al centro de la pasarela se sitúa, los rayos le azotan con menos intensidad. Pronto encuentra un punto donde los arcos eléctricos pasan por encima de él. La intensidad de estos ha llegado al punto que parece que toda la cámara ha formado un toroide de electricidad que converge en la esfera situada en su centro y el zumbido que antes emitía el mecanismo parece haber terminado. Aren intenta mirar hacia el hombre del panel, pero ya solo ve luz a su alrededor, agacha la cabeza apesadumbrado. Tras un instante, mira a su alrededor y se fija que el toroide de luz se encoge cada vez más, acercándose hasta la pasarela donde está. Aren se empieza a mover hasta el lado de la pasarela más cercano al mecanismo, los rayos ya no azotan con demasiada intensidad, aunque ahora el problema es el toroide de luz, pues ha empezado a avanzar por el otro extremo de la pasarela. Aren, viendo que la luz se le acerca demasiado rápido, se coloca al otro lado del pasamanos de la pasarela, cuando ve que la luz se acerca a su mano, salta hacia el mecanismo de forma instintiva. Al saltar, Aren lanza un puñetazo contra el mecanismo pero, en el momento en el que su puño entra en contacto con él, la luz ya lo ha absorbido todo.

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