Convergencia (II)

Trabajo

Cartas desde el suelo
EÑES
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6 min readJan 31, 2018

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Humo de tabaco y conversaciones, es lo que mejor describe el ambiente. Las personas reunidas en el gran salón forman grupos en los que hablan, discuten, ríen y fanfarronean en un ambiente distendido. Sobre ellos, observan silenciosos los retratos de hombres y mujeres que cuelgan de las paredes. El lugar lo preside un gran cartel de madera tallada situado en la pared frente a la puerta que da acceso al salón. El cartel tiene dos partes diferenciadas: en la parte superior y central hay un blasón que representa un escudo heráldico dividido en cuartos en los que hay tallados una pala y un pico cruzados, una llave sobre un engranaje, una probeta bajo una llama y un círculo rodeado de una circunferencia en la que hay un punto dibujado. Bajo el blasón hay un letrero tallado en letra gótica que reza: «Sociedad Arqueológica “El legado de Friesenhaeuser”».

Un hombre, ya entrado en los cuarenta, hace acto de presencia en el lugar, se acerca a la barra del salón situada a la derecha de la entrada y pide algo a uno de los camareros que sirven tras ella. El camarero coge un vaso de fondo ancho, coloca un hielo esférico dentro y le sirve un líquido color miel de una de las botellas que ha cogido del expositor situado tras la barra. El hombre coge el vaso, saca un billete del bolsillo de su chaqueta de pana, lo coloca dentro de un vaso situado sobre la barra en el que ya hay varios billetes y se aleja hasta alcanzar un grupo de personas que parecen estar escuchando la exposición de una mujer.

—…el artilugio, además, puede emitir una señal que, recibida por varios receptores que tuviéramos en órbita, triangularían su localización con un margen de error de milímetros —dice la mujer.

—¿Y qué hacemos vagueando aquí en lugar estar poniendo receptores en órbita lo antes posible? —el hombre interrumpe la conversación y las personas congregadas alrededor de la mujer lo miran sonriendo. La mujer se acerca a él y le besa.

—El payaso de mi marido —los reunidos ríen y dan por concluida la charla en ese grupo.

—¿Cómo estás de trabajo el mes que entra? —dice el hombre.

—El mes que entra tengo que seguir dando clases, no puedo ausentarme un mes o me echarán. No tengo la suerte de tener tanto tiempo libre subvencionado como tú —contesta la mujer.

—Estoy seguro que juntos conseguiríamos bastante para vivir bien sin necesidad de trabajar en enseñar —el hombre levanta la mano y hace un aspaviento con la mirada perdida—… ¿Teoría del aburrimiento supino?

— Claro, enseñar no es tan interesante como ir de un lado a otro del mundo sucia, comiendo cosas asquerosas para vivir, jugándote la vida y siendo acosada por bichos de todas clases cuya única finalidad en sus vidas es chuparte la sangre y/o hacerte contraer enfermedades aún sin descubrir —dice la mujer sonriendo.

—¿Bichos? —dice el hombre.

—Eso es lo peor —contesta la mujer haciendo una mueca de asco.

—De verdad que no sé por qué me casé contigo —dice el hombre.

—Por como cocino desde luego que no —sonríe la mujer.

—Lo que me lleva a mi siguiente pregunta: ¿cómo estás de trabajo a la hora de la cena?

—Podría hacerte un hueco en mi agenda.

—¿Hay hueco en ella a las seis para ir al Talet?

—Viendo que vamos al Talet, desde luego, ¿quién será el que nos interrumpa para hablar de trabajo? —dice la mujer en un tono seco.

—Pues unos viejos amigos —el hombre sonríe haciendo una mueca muy forzada.

La mujer le golpea el hombro sonriendo.

—Idiota.

Dulce amante

—¿A cuánta gente has invitado a comer, Aren? —dice la mujer sorprendida al entrar y ver el tamaño de la mesa del reservado en el restaurante Talet.

—Solo seremos cuatro, ¿no sabes contar platos? —contesta su acompañante.

—Yo no como tanto —sonríe la mujer mientras un camarero le quita el abrigo y la acomoda a la mesa—. Gracias —susurra al camarero una vez sentada.

Aren se quita el abrigo y se lo tiende al camarero, este lo dobla en su antebrazo junto con el abrigo de la mujer y se retira de la sala con una casi imperceptible inflexión de cabeza. Al salir, otro camarero entra.

—¿Qué desean beber, señor? —pregunta el camarero.

—Traiga una botella de vino dulce para mí y mi esposa. Y cuatro copas, por favor. El vino que estime, no tengo preferencia alguna —contesta Aren.

—Muy bien, señor —dice el camarero antes de retirarse.

—Hace mucho que no bebo vino dulce —dice la mujer.

—Lo sé —dice Aren con una sonrisa cándida.

—Esto me huele a chamusquina —la mujer mira a Aren con intriga.

—Huele a quemado, Martia —dice Aren sin dejar sonreír.

El camarero interrumpe a Martia que se queda con la boca abierta preparada para decir algo.

—Aquí tienen el vino, es cosecha propia, espero que sea de su agrado —dice el camarero mientras deposita la botella en la parte vacía de la mesa y coloca unas pequeñas copas junto al resto. Hecho esto, tiende la botella a Aren que lo detiene haciendo un gesto con la mano.

—No, por favor, prefiero que lo cate ella —dice señalando a Martia con la cabeza y la mano con la que ha detenido al camarero.

El camarero se acerca a Martia y sirve un poco de vino su copa. La coge y le da un sorbo a su contenido. Sus mejillas se sonrojan.

—Mmmm, maravilloso —dice Martia mientras cierra los ojos haciendo un gesto de placer.

—Me alegra que sea de su agrado, señora —dice el camarero al ver la expresión de Martia.

—Sirva pues, camarero —dice Aren.

El camarero termina de servir a Martia y luego sirve a Aren.

—Sirva vino en las demás copas, por favor, nuestros acompañantes no tardarán en llegar —vuelve a decir Aren.

Una vez terminado el camarero, este deja la botella entre Aren y Martia.

—¿Desean algo más los señores? —pregunta.

—Nada más por ahora, gracias, cuando llegue el resto de los comensales le avisaremos.

El camarero asiente con discreción y se retira de la sala.

—Cuánta parafernalia —dice Marta mirando a Aren y dando otro sorbo a su copa de vino.

—Lo normal en un sitio como este —dice Aren que mira con agrado a Martia —. Me alegra que te haya gustado el vino.

—Hacía tanto que no lo probaba, ¿se ha notado mucho? —dice Martia sonriente.

—Ya me gustaría poder provocar en ti ese gesto de placer que has hecho al probar el vino —Aren no puede evitar soltar una risa. Martia se sonroja y le saca la lengua, burlona.

—Los maridos no provocan placer, solo problemas —dice Martia.

—¡Buenas noches, apreciados colegas!

Un hombre alto y muy corpulento entra en la sala con los brazos abiertos preparados para dar un abrazo, tras él, una mujer de corta estatura asoma la cabeza sonriente mientras agita la mano efusiva para saludar.

—¡Anke, Markus, pero cuánto tiempo! —dice Martia con gesto de regocijo al ver a la pareja—. El idiota de mi marido me dijo que íbamos a comer con amigos, pero no dijo nada de que esos ibais a ser vosotros.

Martia se levanta y abraza a Markus que, al rodearla con sus brazos casi desaparece en ellos. Tras el abrazo, se acerca a Anke para besarse en las mejillas. Aren coge la mano de Anke y la besa con una reverencia, tras eso, da un apretón de manos a Markus.

—Por favor, tomad asiento. Probad el vino, estoy seguro que os gustará. Al menos sé que mi mujer está pensando dejarme por él, así que malo no será —dice Aren a la pareja.

—Es más dulce que tú, mi querido esposo. Y sería mi amante, ya he aprendido contigo lo engorrosas que son las ataduras —dice Martia mirando pícara a Aren de reojo.

El camarero que trajo el vino a Aren y Martia vuelve a entrar sigiloso para acomodar a los nuevos comensales. Markus deja caer en el lado de la mesa desocupado una pesada bolsa bandolera que lleva, al caer sobre la mesa se puede ver que es más grande de lo que aparentaba cuando la sostenía el enorme hombre.

—¿Cuándo llegasteis? —pregunta Martia.

—Hace un par de horas, llevamos viajando desde las cuatro de la mañana, solo nos ha dado tiempo a darnos una ducha y a que Aren nos localice para poder quedar para la cena —contesta Markus.

—Podríamos haber quedado mejor para el almuerzo de mañana, estaréis agotados —dice Martia.

—¿Con este impaciente por lo que le traigo? Nos habría hecho salir antes incluso —dice Markus en tono jocoso mientras mira a Aren.

—¿Queréis pedir ya? —pregunta Aren.

—Estoy muerta de hambre, me comería un buey relleno de pollos —dice Anke efusiva.

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